Por Luis Alejandro Rizzi.-

JAVIER MILEI. El viernes pasado le habló al país, como si fuera un presidente “de facto”.

Las buenas razones sólo están en su cabeza y el por sí mismo es fuente de razón y verdad. Menoscaba, por no decir desprecia a los otros dos poderes del “gobierno de la nación”, el judicial y el legislativo.

Si bien el viernes no se refirió al Poder Judicial, tener la Corte incompleta y pendiente de propuesta de designación de más de 160 jueces inferiores, cuyos pliegos no llegan al Senado, es una muestra de desinterés.

Parecería que su objetivo es vaciarlo hasta que no quede un solo juez en funciones. Como diría Chesterton en Ortodoxia, si un presidente quiere un gobierno sin jueces, es suficiente con no sustituir a los que se van yendo.

Fue impertinente con el Poder Legislativo, al que desprecia desde el fondo de su alma, si la tuviera.

El Poder Legislativo: la semana pasada, la Cámara de Diputados sesionó y resolvió por votaciones mayoritarias sobre temas de su competencia. Derogó decretos dictados por medio de facultades delegadas, ejerciendo su legítimo control de legitimidad, como poder delegante. Nada para discutir.

En la cuestión del Garrahan, resolvió un problema que el Poder Ejecutivo no supo o no quiso hacerlo.

Al no haber presupuesto sancionado constitucionalmente para el presente ejercicio, el Poder Ejecutivo deberá encontrar una fuente de financiación, en su carácter de responsable de la administración del país.

En su discurso, que debe haber sido dictado por un ángel maligno o un “mandril infiltrado”, propuso dictar leyes que prohíban tener déficit fiscal, cuando es sabido que hasta un 3 a 5% del PBI no es pecado ni prueba de mala gestión.

La Unión Europea aceptará mayores déficits en los países miembros para financiar sus gastos de defensa y aportes a la OTAN.

La cuestión es saber administrar.

Su decisión, por ahora rechazada por la Cámara de Diputados, de disolver la Direción Nacional de Vialidad, parece correcta, ya que se trata de un órgano técnico de excelencia en materia vial.

No es causa suficiente para esa decisión, la “Korrupción”, que fue investigada y castigada por el Poder Judicial.

El Poder Ejecutivo debe mantenerla, ya que deberá encarar varias obras viales que el capital privado no podrá financiar, pero que son imprescindibles.

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EL CAPITAL POLÍTICO DE LLA. El partido cívico “militar”, que es LLA, tiene un capital de un 30% de los votos, un tercio de la ciudadanía, no más.

Hay, como dice Ignacio Zuleta, un 40% de votos “boyantes”, que llama “el voto moderado”, que en 2015 fueron para Mauricio Macri, con una finalidad prioritaria que había definido Jorge Giacobbe, padre, desalojar y diluir al “kirchnerismo”. Lo desalojó del poder, pero lo trajo de regreso en 2019.

En la última elección, Sergio Massa, que lo representó, tuvo un 36% de votos en la primera vuelta y 44% en la segunda. Ese 36% sigue siendo superior al 30% de LLA. Son sus núcleos duros.

En la primera vuelta entre LLA y el kirchnerismo peronista, lograron el 66% de los votos. Los votos “boyantes” le dieron el triunfo Milei en el “ballotage”.

En las elecciones de la provincia de Buenos Aires del 7 de septiembre, competirán dos frentes o “alianzas”, mejor dicho “coaliciones patéticas”; “Fuerza patria” y “LLA”. Hasta hoy la primera llevaría una ventaja, que varía de 17 a 8 puntos, habría coincidencia en que es indescontable.

Pienso que muy poco o nada le aportará a LLA su “absorción” del PRO, que fue más pases de candidatos que no poseen “capital político” propio; sus votos “eran delegados” por la cofradía PRO y por el propio Macri.

Es posible, el PRO, se redujo a un mínimo en la Provincia, pero dudo que sus votos, un máximo de un 8%, vayan a LLA. Probablemente sólo Diego Valenzuela y Guillermo Montenegro aporten votos.

Los dirigentes del PRO que tiene votos no van con LLA, eligieron otra vía.

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LOS PIES PARA ADELANTE. Metafóricamente es una posibilidad, pero lo más probable es que salga caminando, como cualquier mortal.

Esa expresión, propia de los cuentos españoles sobre exageraciones, mueve a risa; si su máxima creencia es el superávit fiscal, diríamos que está dominado por una pícara locura.

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