Por Italo Pallotti.-

Argentina tiene una tarea única si pretende salir del atolladero en el que la hemos metido pueblo y gobiernos. Entre los múltiples desafíos a los que nos enfrentaremos en el corto plazo está el de recobrar la memoria. Mal hablará la historia si no nos planteamos ese desafío. Ordenar las cabezas y el espíritu; pero antes plantear las cosas con objetividad; alejada de ideologismos que tanto daño nos han hecho. Tanto en el pasado como en el presente. Los jóvenes, que no pudieron vivir los desgraciados años 70 con su secuela de muerte, secuestros y tanta felonía posible, con la acción de grupos guerrilleros, se están quedando con la visión de que los mismos eran jóvenes idealistas, inocentes, cuando en realidad fueron feroces asesinos que no dudaron en sembrar el terror a una comunidad de pacíficos individuos que sólo aspiraban vivir en paz, con la alternativa diaria de su trabajo y esfuerzo contribuir al sostenimiento de una sociedad infectada por grupos marginales, cooptados por influyentes mercenarios (Cuba y socios). Todo bajo la vigencia de un gobierno constitucional. En ese punto este mismo, frente al estado de anarquía, más el apoyo de la clase política y una mayoría del pueblo que reclamaba una solución a semejante y reprochable estado de cosas. Ante esto, el Peronismo gobernante ordenaba la aniquilación de los grupos subversivos. La nación zozobraba. Parte de la historia.

Hay otra parte. La Justicia de un gobierno constitucional fue la encargada de juzgar a los militares, cuyo actuar estuvo manchado de operaciones tan absurdas, irracionales e incomprensibles como las antedichas. Su tratamiento, como autores de crímenes de lesa humanidad. El kirchnerismo copó la parada y, de la mano de los “defensores” de los DDHH, completaron el cuadro para parcializar el juzgamiento. La cárcel fue la respuesta. Miles de militares encarcelados. Muertos en prisión, muchos. Todo más parecido a una venganza, antes que a un juzgamiento que puede ser calificado de irreprochable. Los entendidos en la materia sostienen que las normativas legales vigentes han sido violadas.

Mientras, los crímenes de la guerrilla siguen, a hoy, sin ser juzgados. La doble vara. La dictadura nefasta contra jóvenes idealistas (guerrilleros), casi angelicales. Crueles unos, malvados los otros; ambos, igual de nocivos. Lo cierto, la sentencia a un solo lado y los platos de la balanza que representa la Justicia quedó en deuda. Parcial y endemoniadamente perversa. Un día debe transmitirse la auténtica historia para que la verdad no sea bastardeada; de lo contrario, al menos en este punto, nunca habremos de cerrar la profunda grieta en lo íntimo del cuerpo social de la nación. La política, en esta instancia, con su acostumbrado silencio, tiene una severa cuenta pendiente. Parte de su descrédito actual, aunque se lo disimule, es haber permitido desatinos como el apuntado más arriba (justicia de doble standard). Todo en un martirio que hemos buscado, permitido y en consecuencia, merecemos. Los muertos no tienen sello que los distinga. Cuando la muerte llega por vía de unos (sobre inocentes) y de otros (sobre culpables) tiene el mismo valor. El dolor y el duelo es el mismo. Haya sido o no reparado. Cada 24 de marzo, debe ser para el recogimiento, el silencio y el rezo. No un símil de kermesse donde la biblia y el calefón parecen resurgir de los versos discepolianos. Una torpe recordación para atacar, como una costumbre; de vituperar al gobierno de turno, sobre todo si los DDHH (tuertos) acomodan el discurso. Así es que la Memoria debe respetarse. La Verdad, decirla y la Justicia, aplicarla. Todo lo otro, un enjambre humano de ideas confusas. Coloquialmente preparados para la ocasión. De intereses variopintos. De sectores con mescolanza y mensajes erráticos y disruptivos, bien de ocasionales y turbios personajes. Discursiva odiadora en boca de impresentables oradores/as, con aporte vetusto y rancio. La nada misma. El recuerdo de la tragedia pasada, rumbeando hacia el olvido. Para los muertos, apenas, un descanso en paz. Es hora. La dignidad rota hace que el trato sea de cosa. El derecho humano, muy sombrío. Quebranto y dolor. Por eso, aquello del título: ¿Merecemos un ¡Basta!?

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