Por Ricardo Andrés Torres.-

Es posible que lo que voy a formular ya lo hayan prefigurado otros. Ojalá así sea, porque significaría que no estoy tan loco. Nuestra sociedad occidental ha perdido el rumbo. No estoy hablando de un siglo ni de dos. Estoy hablando de cinco siglos, al menos. ¡Retrógrado! Bramarán a coro los enamorados del “progreso”. ¡Cavernícola!, exagerarán otros, enamorados de las orgías y la anarquía del Paleolítico, presentadas como la Avanzada del Futuro Perfecto. ¡Conservador! Me tildarán otros, más serenos, en su frenesí y fetiche de “cambio” permanente, talismán de nuestros contemporáneos…

Acepto y entiendo los motes, los insultos, las descalificaciones. Pero me asumo enamorado de los viejos tiempos, porque en aquella era, la medieval, Occidente estaba en su infancia y cuando somos hombres maduros, volvemos la vista a nuestro pasado de niños para encontrar allí un tesoro que nos cautiva, nos inspira y nos llena de felicidad: Pureza, Sencillez, Alegría. Eso teníamos cuando éramos niños. Confiábamos en la mano suave y firme de nuestro Padre, nos deleitaba estar trepados a sus hombros fuertes, mirar al mundo desde la altura de Su Majestad, nuestro Padre.

Temíamos con justa razón su enojo, no obedecíamos siempre, pero la mayor parte de las veces sí, en nuestra inocencia éramos sabios, porque nuestro Padre nos amaba, nos ama y nos amará, y sabíamos que los correctivos eran para nuestro bien.

La adolescencia del Renacimiento y el Modernismo planteó la lógica ruptura. Cosas nuevas, un vigor que no teníamos, crecimos, nuestro cuerpo cambió, la juventud nos dio cosas que nunca antes soñamos tener. ¡Nos sentimos con derecho a desobedecer al Padre! la rebeldía del antropocentrismo, creímos que la Ciencia contestaría todas nuestras preguntas: estos cinco siglos han sido un festival de pubertad desenfrenada… pero no han pasado en vano.

Cuando uno entra en la edad madura, cuando uno abandona los desbordes y la actitud de desenfado y locura de los adolescentes, se da cuenta de que tenemos que aprender a combinar la búsqueda de la Pureza del niño con las Herramientas que nos supimos granjear con el crecimiento de un cuerpo adulto.

Gracias a la Modernidad tenemos un cuerpo adulto: tenemos el monumento admirable de la ciencia y la tecnología (cuyas bases se sembraron, también en la infancia), tenemos la fuerza, la capacidad, la mente, la decisión, la autonomía que cuando éramos niños no teníamos.

Pero también descubrimos que tenemos que irnos a reconciliar con nuestro Padre, que todavía está allí, en la Casa, esperándonos con una sonrisa. Esperando que volvamos a conversar con él, y en ese reencuentro recobramos nuestro eje, nuestra vida se endereza, entendemos la riqueza inagotable de la Familia, lo entendemos al Padre y entendemos, finalmente nuestro Destino.

Occidente debe abandonar la adolescencia. Las ideas progresistas, anarquistas, liberales ya se han hecho viejas de tanto enfatizarse. Nos damos cuenta de su inmensa falsía, de la mentira a la que conducen, de los amargos frutos que nos han dado. Occidente debe volver primero a Dios, luego a la Familia, y también a la Tradición, allí está el tesoro, la riqueza, el sentido de nuestra existencia.

Todos los flagelos sociales que nos atormentan comenzarían a desaparecer si nuestras comunidades comenzaran a valorar más a Dios, a la Familia y a la Tradición. Si promoviéramos la sabiduría enorme de la Doctrina Cristiana, bimilenaria, inmutable, sólida y admirable como una montaña, la disolución en la que estamos entrando como sociedad, se retraería.

¡Quiero retraer esa disolución! ¡Claro que quiero retroceder! ¡Por supuesto que soy retrógrado! ¿Acaso es de ignorantes volver nuestros pasos atrás cueando nos damos cuenta de que estamos acercándonos a un Abismo?

¿Qué otra cosa más que un Abismo plantean los partidarios de la ideología de género, del sexo libre, de la apatridia, del cosmopolitismo, del existencialismo llevado a sus más horrendos vacíos? ¿Qué otra cosa más que Vacío hay en esta carrera alocada por libertinajes sin freno, individualismo extremo, egoísmo exacerbado y cada vez más obcecado?

¿Cuántos desastres más tenemos que ver para darnos cuenta de que tenemos que retroceder y no caer en el Precipicio? ¿Cuántas familias disfuncionales que no funcionan y que destruyen a sus miembros, cuánto egocentrismo absurdo que es también autodestructivo, cuánta locura, cuánta busqueda del placer por el placer mismo, cuánta ansiedad por la evasión, a través de las drogas, la pornografía o el dinero?

Los que tenemos la dicha de haber escuchado el Evangelio y creer en nuestro Padre lo sabemos: es hora de recobrar los valores que hicieron grande, próspera y feliz a nuestra República Cristiana. No construyamos utopías, hagámosla Realidad con la arcilla real de nuestro mundo, de nuestro tiempo, de nuestros hermanos.

Efectivamente, no soy el único que plantea este Sabio Retroceso.

¡Qué horrible que suena esa palabra! Nos suena horrible porque todavía pensamos como un adolescente: siempre adelante, no importa a donde vayamos. ¡Cuánta ignorancia!

Retroceder desde la madurez de nuestra Civilización a la Pureza de nuestro Niño no es volver a ser niños literalmente. Es recuperar lo más valioso de esa etapa: la Pureza, la Fe, la Alegría.

Y combinarlo con lo más hermoso que nos ha dejado nuestro tránsito adolescente: la materialidad de nuestra civilización, admirable, llena de potencialidad, magnífica… pero sólo Herramienta.

Se habla de la nueva Derecha. Yo prefiero hablar de nuevas Derechas, porque en esa bolsa hay de todo. Y el liberalismo es un berrinche adolescente, así como en el socialismo hay otro berrinche en sentido contrario, pero tan iluso y fatuo como el primero. Los conservadores que adherimos a la Doctrina Cristiana, plasmada magníficamente en la Doctrina Social de la Iglesia tenemos que apoderarnos de ese tesoro, compenetrarnos con su profundísima sabiduría, iluminadora de nuestros pasos, ahí está nuestro Norte, vaya herramienta que tenemos… algunos ni siquiera la conocemos.

Occidente debe reedificarse en esa dirección. De otra manera no tiene destino: perecerá aniquilado por los pretéritos fundamentalismos de Oriente, por el tribalismo neopagano de las cavernas o por el existencialismo y el nihilismo que sólo lleva al suicidio y la demencia.

Tal vez esta sea nuestra única chance. Y nosotros tenemos la responsabilidad de jugar esa carta. Ojalá podamos entenderlo.

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