Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra, cada día que pasa la clase política nos induce a vivir del modo más caótico que uno pueda imaginar. Siempre hay un motivo, mientras más preocupante parecería que mejor, para acelerar el coeficiente de adrenalina la que cada día se hace un festín; pues el estrés al que someten a nuestro cuerpo con sus acciones es de verdad, una calamidad. Están los que se preocupan demasiado, y con razón, y aquellos que ya hartos de todo optan por no dar importancia a los hechos en cuya relevancia va implícita la paz del diario vivir. Un acostumbramiento a lo desdichado los ha anestesiado de tal forma que ya ni siquiera quieren saber lo que pasa en el ámbito de la política. Creo, con certeza, que no es buena esta actitud. Puede ser que desde el plano de lo psicológico tenga su lado positivo; pero también es cierto que la apatía, el desinterés y el aislamiento social por lo que le pasa al cuerpo social, tiene su lado muy negativo. Porque ese comportamiento lleva, finalmente, a la anomia y consecuentemente a un infortunio colectivo extremadamente dañino. Esto no es nuevo. Décadas de pésimos gobiernos (de todos los colores) no han sabido compatibilizar los intereses de la ciudadanía para permitir, finalmente, coexistir de un modo armónico.

Viene el caso para referirme a la actual campaña electoral. Apenas si una descolorida muestra de antítesis de las buenas prácticas. En una elección con escasa relevancia. Aunque se la quiera colocar con una proyección nacional; porque ayuda a intereses de grupos. Tan al estilo de tantas otras; pero potenciada. Una sucesión de enfrentamientos verbales, donde la grosería y el mal trato sobresalen. Un gobernador (Kicillof) y un Presidente (Milei) subidos al estrado de un modo que degrada los principios de las buenas prácticas del verbo político. Cada uno conjugándolo del modo más cavernario imaginable. El insulto, la subestimación del otro y sus, a veces, pobrísimas discursivas, junto a la carencia de propuestas que sirvan para mejorar la vida de la gente, integran un combo de una decadente línea argumental.

El cierre de campaña, del último miércoles, fue la culminación de esos actos estrambóticos, estrafalarios; donde la convergencia de adeptos, de uno y otro lado, mostró en muchos casos el tinte de la violencia que baja de sus mentores, ambos de irrelevante vuelo doctrinario, para, finalmente, por medio de la violencia verbal y física mostrar el lado más retrógrado del ser humano. Cierto perfil de patoterismo insuflado desde arriba y en grupo, qué, individualmente, de seguro, muchos jamás se atreverían a manifestar. Todo negativo. De una pobreza de principios casi patológica. La acción impuesta por el grito desaforado del dirigente, que en su diatriba parece querer conquistar el pensamiento endeble y descolorido de una tropa militante/tribunera que nada aporta a la secuencia del entorno.

En este escenario, fortunas gastadas en publicidad, en movilizaciones de activistas, en tropas para el resguardo de la seguridad pública. Mientras, la delincuencia festeja, seguramente, la dispersión de fuerzas para “proteger” a una dirigencia vendedora de votos que desde el “púlpito” y rodeado de los supuestos incondicionales vocifera, lo más contundente posible, en demoledora verborragia contra su rival (ya nunca más, al parecer, adversario) político. Afuera, lo de siempre. Peleas, disturbios. Un periodista agredido; de lo contrario parece que algo falta, no es completa la “fiesta”, para algún trastornado habituado a esos menesteres.

Para la historia quedará, en horas, el resultado de las urnas. Todo pasará, sin pena ni gloria (sobre todo ésta), de seguro. Para el votante/militante, fanático o no, volverá la rutina. La pelea por sobrevivir. Entre la bronca y el barro. Entre la tranquilidad y la espantosa inseguridad. Entre la desocupación y la indigencia. Entre la falta de salud y el hospital en ruinas. Entre los discursos y las promesas (antiguas y actuales) sin cumplir. En fin, para los que tienen la responsabilidad de que todo esto fenezca un día, cabe aquello del título: ¿Piensan seguir así? De no cambiar, mal presagio; pésimo pronóstico.

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