Por Carlos Tórtora.-

La movilización del 17-A superó en cantidad las expectativas de la dirigencia opositora que, con la excepción de Patricia Bullrich y muy pocos más, prefirió no mostrarse en las calles. La importancia del 17-A debe medirse en relación a sus circunstancias, ya que se da apenas ocho meses después de asumir Alberto Fernández la presidencia, mostrando una oposición social belicosa frente a un gobierno que está en sus inicios. En este aspecto, un factor decisivo para que la gente llenara las calles es el inmenso malhumor social por los cinco meses de cuarentena. A esta altura, cabe preguntarse si el presidente no cometió un error estratégico. El 20 de marzo, cuando había muy pocos contagios en el país, el gobierno optó por una cuarentena dura similar a las que se aplicaron en Europa cuando la curva de contagios estaba en pleno ascenso. A la inversa, en la Argentina hubo más motivos para una cuarentena estricta en las últimas semanas, que es cuando se empinó la curva de contagios. En suma, Alberto utilizó su bala de plata a destiempo. Esta realidad quedó al desnudo con los torpes intentos presidenciales para desligarse de la cuarentena mediante un juego de palabras, negando la semana pasada que la misma exista en los hechos.

Más de lo mismo

Si algo demuestra el 17-A es que se está ensanchando la base social para disputarle al gobierno las elecciones de medio término del año que viene. Un efecto inmediato de la movilización es ponerle un freno al proyecto de Horacio Rodríguez Larreta de reconstruir el frente opositor desde una actitud contemporizadora con el gobierno. La movilización favorece objetivamente el liderazgo de Mauricio Macri, aun cuando su actual gira europea no sea precisamente aplaudida, ya que no se vislumbra una figura que ocupe su lugar. Algunos dirigentes ya concluían ayer que el 17-A abona indirectamente la candidatura a diputado nacional por Buenos Aires del ex presidente, aunque está la incógnita del lanzamiento de Elisa Carrió con la misma idea.

En el seno del macrismo se sobreentiende que tanto Larreta como Diego Santilli se ocuparon de marcar que la movilización no era una convocatoria del PRO preparando el terreno para un fracaso de las marchas y ganar así puntos por haber señalado que no era el momento.

En el frente oficialista, el impacto del 17-A se verá en los próximos días pero, para empezar, es obvio que la radicalización opositora conspira con el tono moderado que Alberto intenta darle a su gobierno. Favorece, en cambio, a los halcones del kirchnerismo, que sostienen que el gobierno debe profundizar reformas institucionales y una intervención más severa del estado en la economía. A la vez, el marcado tono anti-cristinista de las movilizaciones provocaría una reacción inversa de solidaridad con ella en las filas oficialistas. En efecto, si se analizan las críticas que se mostraron en la calle, las alusiones a Alberto fueron mínimas y en cambio las menciones a CFK fueron obsesivas.

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