Por Hernán Andrés Kruse.-

El día que Perón le declaró la guerra a Montoneros

El 1 de mayo de 1974 fue uno de los días más dramáticos de nuestra historia contemporánea. La Plaza de Mayo estaba colmada aguardando con impaciencia el discurso del líder. Una mitad era propiedad de la derecha peronista compuesta fundamentalmente por la poderosa corriente sindical. La otra mitad estabas en manos de la también poderosa Juventud Peronista, columna vertebral de la izquierda del movimiento.

Perón ingresó al histórico balcón flanqueado por la vicepresidente María Estela Martínez de Perón y el Ministro de Bienestar social y jefe de la AAA (Alianza Anticomunista Argentina) José López Rega. La reacción de la JP fue fulminante. Miles y miles de voces se alzaron acusando al presidente de estar rodeado de gorilas. ¡Sí, de gorilas! En ese ambiente Perón comenzó a hacer uso de la palabra. En un momento dado el líder se encolerizó y de manera desaforada anunció que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento. Como frutilla del postre acusó a los jóvenes de ser unos imberbes y estúpidos que tenían la osadía de pretender conducir el movimiento. Inmediatamente la JP abandonó la Plaza. Era la ruptura definitiva con “el viejo”.

Ese día comenzó una lucha despiadada entre ambos sectores del peronismo. Fue una guerra civil que tiñó de sangre el territorio nacional. A partir de entonces los diarios publicaron a diario el hallazgo de cadáveres acribillados a balazos. Y comenzó a ejecutarse en el país el terrorismo de Estado. El peronismo jamás lo reconoció pero la verdad histórica siempre se impone. La AAA fue el antecedente inmediato de los Falcon Verde, el emblema del terrorismo de Estado implantado por Videla y compañía.

Para colmo el 1 de julio Perón dejaba esta tierra. Asumió la vicepresidenta María Estela Martínez de Perón, una mujer carente de toda capacidad para ejercer el poder. En lugar de escuchar los consejos del veterano líder radical Ricardo Balbín se dejó dominar por “el Brujo” y el poderoso sindicalista Lorenzo Miguel. Como consecuencia de ello el terrorismo de Estado se intensificó. En septiembre de 1975, con Luder ocupando de manera provisional la presidencia, el gobierno ordenó a través de un decreto el aniquilamiento de la subversión. Ese documento es la prueba más contundente del inicio del terrorismo de Estado durante el tercer gobierno peronista.

El 1 de mayo de 1974 Perón finalmente se percató del precio que pagó por haber utilizado a la subversión para volver a ser presidente. El viejo líder, un experto en el arte de la manipulación y el engaño, creyó que aplaudiendo salvajadas como el secuestro y asesinato de Aramburu lograría engañar a los montoneros. Y éstos, dominados por un mesianismo patológico, creyeron que Perón sería una presa fácil de dominar. La historia puso en evidencia hasta qué punto tanto Perón como la cúpula de la Orga cometieron el mismo pecado: subestimar al otro.

Los insultos proferidos por Perón el 1 de mayo de 1974 dejaron al descubierto su verdadero rostro. Fue la reacción visceral de un líder que no podía tolerar que su autoridad fuera cuestionada. Y los improperios proferidos por la JP también pusieron en evidencia la locura que tenía en mente: ejercer una suerte de cogobierno, lo que significaba lisa y llanamente embestir contra la esencia del peronismo. Ese día la intolerancia y el fanatismo impusieron sus reglas. La lógica consecuencia de tanta barbarie fueron los centros clandestinos de detención y los vuelos de la muerte.

Un presidente en campaña

Acabo de escuchar al presidente de la nación. Está, qué duda cabe, en campaña. Se presentó como el padre de todos los argentinos y argentinas, como nuestro ángel protector. Hizo un diagnóstico muy severo de la situación sanitaria y remarcó la imperiosa necesidad de que no seamos irresponsables. Defendí a rajatabla el plan de vacunación. Hizo una férrea defensa del diálogo y la tolerancia. A manera de colofón sentenció: “mi único enemigo es el virus”.

Qué duda cabe que la situación sanitaria está al borde del colapso. Lo llamativo es que en ningún momento reconoció la cuota de responsabilidad que le corresponde. El presidente nada dijo sobre los vacunados vip, por ejemplo. Tampoco hizo mención sobre las grandes manifestaciones que se vienen sucediendo sin solución de continuidad a partir del impresionante velatorio de Maradona. Guardó silencio sobre el escándalo de Pfizer.

El presidente afirmó su vocación de diálogo desde que estalló la pandemia. Miente descaradamente. Desde hace tiempo que decidió romper relaciones con Horacio Rodríguez Larreta, el enemigo a vencer en las presidenciales de 2023. Su DNU de hace dos semanas fue lisa y llanamente una declaración de guerra. Cabe recordar, además, su reciente declaración menospreciando al pueblo: “soy como es papá que le dice al nene cómo debe comportarse”. Alberto Fernández olvida que está sentado en el sillón de Rivadavia por decisión del pueblo y no por un designio inmutable de la providencia.

Hace unas horas el procurador general de la nación, Eduardo Casal, declaró la inconstitucionalidad del DNU presidencial prohibiendo la presencialidad escolar. Al dictar este nuevo DNU el presidente desafía a Casal y también a Rodríguez Larreta, un ferviente defensor de la presencia de los estudiantes en las escuelas. Sin embargo, al anunciar el envío al congreso de un proyecto para que en función de criterios científicos se faculte al Poder Ejecutivo y a los gobernadores a tomar todas las restricciones y medidas de cuidado necesarias durante este período de excepción, pone en evidencia su intención de no seguir manejándose como un patrón de estancia.

Ahora habrá que ver cómo reaccionan el gobernador Kicillof y el jefe de gobierno de CABA. Seguramente Kicillof hubiera preferido un presidente más enérgico, dispuesto a imponer una cuarentena estricta por varias semanas. Por su parte, Rodríguez Larreta no debe estar conforme con la decisión del presidente de continuar con la prohibición de la presencialidad. ¿Se inclinará Larreta por doblar la apuesta? ¿Apostará por un fallo favorable de la Corte Suprema? Si finalmente cede y acepta la virtualidad ¿no correrá el riesgo de ver diluir rápidamente su caudal político? Los próximos días serán, qué duda cabe, decisivos.

Un escenario dantesco

Siempre miré la vida con optimismo. Sin embargo, en estos momentos observo lo que nos está pasando con gran preocupación. La llamada “segunda ola” del coronavirus es más potente que la anterior. La cantidad de contagios y muertes diarios lo corrobora. Los testimonios de los médicos que están en la primera línea de combate son estremecedores. En cualquier momento deberán enfrentarse con una disyuntiva atroz: a qué enfermo salvar y a qué enfermo dejar librado a su suerte. Si alguien aún duda de lo peligroso que es el Covid-19 lo invito a ponerse en el lugar del paciente que está en terapia intensiva. Está boca abajo e intubado y completamente solo. También lo invito a ponerse en el lugar de quien está en una ambulancia y debe esperar horas y horas para encontrar una cama. Anoche escuché a un médico que afirmaba que ya hay personas con neumonía que, por la escasez de camas, no tienen más remedio que permanecer en sus domicilios hasta que haya un lugar disponible.

Reconozco que Alberto Fernández no es santo de mi devoción. Creo que le tiene miedo a Cristina Kirchner. Puede ser que esté completamente equivocado pero su comportamiento lo delata. Sin embargo, hay que ponerse en su lugar. No debe ser nada sencillo gobernar en semejante contexto. Es muy probable que no logre conciliar el sueño. Su rostro desencajado lo pone dramáticamente en evidencia. Pero ello no le quita responsabilidad en un hecho moralmente detestable: los vacunados vip. El presidente debió haber impedido semejante inmoralidad. No lo hizo porque seguramente creyó que pasaría completamente inadvertido. Hay periodistas que lo acusan de haber robado un buen número de vacunas. Me resisto a creer semejante acusación. Pero como estamos en Argentina no queda más remedio que tenerla en cuenta.

A esta altura queda dramáticamente en evidencia el fracaso tanto de la cuarentena eterna como del plan de vacunación. Los 62 mil fallecidos son la prueba más contundente de lo primero. El encierro eterno destruyó a millones de familias e impidió a los niños y jóvenes asistir a la escuela. Un verdadero atentado contra el futuro del país. Lo que cuesta entender es por qué el presidente, en relación con las vacunas, prometió algo que sabía que no podía cumplir. ¿O realmente estaba convencido de que para fines de abril de 2021 los argentinos vacunados serían legión? Lo real y concreto es que son muy pocos los argentinos vacunados.

Ante semejante escenario al presidente sólo le queda una opción: imponer una cuarentena estricta. El problema es que carece de toda autoridad para obligar a los argentinos a encerrarse nuevamente. Además, tal como lo viene sosteniendo un funcionario de su gobierno, Martín Guzmán, la economía no resistiría otra cuarentena. Pero si no la impone el sistema sanitario puede estallar por los aires. Y si ello sucede los cadáveres comenzarán a apilarse en las morgues (o en las calles, tal como sucedió en Ecuador). Creo que hoy al presidente no le queda más remedio que ir imponiendo restricciones de a poco y rogar para que el pueblo las acepte sin chistar, lo que es poco probable. Salvo que imponga una cuarentena estricta con las fuerzas de seguridad y las fuerzas armadas en la calle. Entonces dejaríamos de ser una democracia. ¿Estaría dispuesto el presidente a pagar semejante precio para permitir que los argentinos “vivan”?

El asesinato del juez Quiroga

La década del setenta fue una de las más sangrientas de la historia contemporánea. A partir del regreso definitivo de Perón al país el territorio nacional se transformó en un gigantesco campo de batalla, en un dantesco escenario donde se producían a diario atentados, ejecuciones y secuestros. Nadie estaba a salvo. Quien salía a trabajar cada mañana podía no llegar vivo a la noche. Así de simple. Así de dramático.

Jorge Vicente Quiroga fue un juez de la nación y miembro de la Cámara Federal Penal de la Nación que había juzgado los delitos vinculados con las actividades subversivas en los dos años previos al retorno del peronismo al poder en marzo de 1973. Muchos miembros de las organizaciones subversivas más importantes de la época, ERP y Montoneros, estaban tras las rejas por decisión de ese tribunal. En consecuencia Quiroga pasó a ser un enemigo de los subversivos. Resultaba por demás evidente que ante la inminencia del profundo cambio político que se avecinaba su vida correría serio riesgo.

El 11 de marzo de 1973 la fórmula del Frente Justicialista de Liberación ganó con holgura la primera vuelta. El 25 de mayo Héctor Cámpora juró como presidente de la nación. La izquierda del peronismo se había adueñado del gobierno. A la noche el flamante presidente ordenó la apertura de las cárceles donde estaban alojados los subversivos. Todos los miembros de dichas organizaciones salieron en libertad. Los miembros de la Cámara Federal Penal de la Nación quedaron, pues, a merced del revanchismo subversivo.

El 28 de abril de 1974 fue domingo. En ese entonces el juez Quiroga contaba con 48 años y le costaba encontrar trabajo porque nadie se atrevía a contratarlo. Las razones eran obvias. Ningún estudio jurídico se atrevía a contratar a un abogado sentenciado por la subversión. Ese día el juez Quiroga salió de su casa al mediodía. A la altura de Viamonte 1506 fue abordado por una moto. Uno de sus ocupantes lo acribilló con una ametralladora Halcón. Horas más tarde murió en el hospital Rawson (fuente: “El asesinato del juez Quiroga: sabía que estaba condenado a muerte por el terrorismo y recibió 14 balazos en el cuerpo”, Juan Bautista Tata Yofre, Infobae, 21/8/019).

El juez Quiroga fue ajusticiado en la vía pública. Fue un acto demencial, cobarde, lesivo de la dignidad humana. Nadie salió en su defensa porque era considerado un juez de Alejandro Agustín Lanusse. Hoy nadie lo recuerda. Seguramente sólo lo lloran sus seres queridos. Su asesinato fue uno más de una larguísima lista de hechos sangrientos que enlutaron al país en aquella época. Pone en evidencia que la violencia no comenzó el 24 de marzo de 1976 sino antes. El traumático tercer gobierno peronista fue una orgía de sangre, violencia y caos. Fue, lisa y llanamente, la antesala de lo que vendría después.

Las elecciones que dieron origen al kirchnerismo

El 27 de enero de 2003 tuvieron lugar las elecciones presidenciales que dieron origen al kirchnerismo. Los resultados fueron los siguientes: Carlos Menem (PJ-Ucede) 24,45%; Néstor Kirchner (Frente para la Victoria) 22,25%; Ricardo López Murphy (Recrear) 16,37%; Adolfo Rodríguez Saá (Frente movimiento Popular) 14,11%; Elisa Carrió (ARI) 14,05%; Leopoldo Moreau (UCR) 2,34%; Patricia Walsh (Izquierda Unida) 1,72%; Alfredo Bravo (PS) 1,12%; y Jorge Altamira (PO) 0,72%.

Si bien Carlos Menem logró conservar el invicto electoral era consciente de que en un ballottage sería sepultado por Néstor Kirchner, quien había obtenido el segundo lugar gracias a los votos del duhaldismo. Todas las encuestas eran coincidentes: en la segunda vuelta la mayoría absoluta del electorado votaría por Kirchner para impedir una nueva presidencia del riojano. En consecuencia, Menem anunció públicamente su decisión de no competir contra Kirchner. Al no haber ballottage Kirchner asumió el 25 de mayo de 2003 contando con el escuálido apoyo que había obtenido en la primera vuelta. Parta tener una noción cabal de la debilidad política de Kirchner al asumir basta con rememorar el 25% que obtuvo Arturo Illia (radicalismo del pueblo) en las elecciones presidenciales de 1963 en medio de la proscripción del peronismo.

Lo que llama poderosamente la atención de las elecciones que tuvieron lugar hace casi dos décadas es el fraccionamiento tanto del oficialismo como de la oposición, incluida la izquierda marxista. El peronismo presentó tres candidatos: Menem, Kirchner y Saá. Los tres encabezaban supuestos frentes electorales independientes que no eran más que corrientes internas del peronismo. Ello obedeció a una estrategia de Duhalde para impedir que Menem volviera a ser presidente. De haber concurrido el peronismo con un único candidato-Menem, por ejemplo-el menemismo hubiera retornado a la Casa Rosada. La oposición de centro presentó varios candidatos: López Murphy, Carrió y Moreau. Lo más destacado fue la pésima performance del dirigente alfonsinista. Finalmente, la izquierda marxista también se presentó dividida: Bravo, Walsh y Altamira, cosechando todos muy pocos votos.

El kirchnerismo fue el fruto de la feroz crisis de diciembre de 2001. Eduardo Duhalde, quien había asumido el 1 de enero de 2002 para completar el mandato de De la Rúa, se vio obligado a adelantar la fecha de las elecciones presidenciales a raíz del luctuoso hecho que tuvo lugar en la estación Avellaneda el 26 de junio de ese año. Acuciado por una crisis sin precedentes Duhalde tenía una obsesión: evitar por todos los medios a su alcance el retorno de Menem. Tenía la solución al alcance de la mano. En ese momento el gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, gozaba de un amplio respaldo. De habérselo propuesto hubiera asumido como presidente de la nación en 2003. Duhalde le ofreció la candidatura presidencial-la presidencia, en realidad- pero el santafesino se negó rotundamente. “Hubo cosas que no me gustaron”, dijo con un halo de misterio tiempo después. Decepcionado por su negativa el presidente tanteó a De la Sota, pero su escasa imagen positiva dio por tierra con su candidatura. Finalmente se decidió por Néstor Kirchner, gobernador de Santa Cruz. En ese momento el santacruceño era ignorado por la opinión pública nacional pero ese pequeño “detalle” lo tenía sin cuidado a Duhalde.

Néstor Kirchner se encontró de golpe con el regalo político más importante de su vida: ser casi por un golpe del destino candidato a presidente de la nación. Su candidatura fue, realmente, por descarte. Fue el instrumento de que se valió Duhalde para frustrar a Menem. Pero eso a Kirchner poco le importó. Una vez sentado en el sillón de Rivadavia se transformó en una máquina de construir poder incontrolable y despiadada que dio origen a una fuerza política que hoy está más vigente que nunca.

¿Volvió el Alberto conciliador?

Hace unos días el presidente de la nación retwitteó un twitt de SARAZA@fundasPERCUSION donde se lo ve al presidente ruso Vladimir Putin a punto de inyectarle una vacuna en el trasero a un gorila mientras el presidente Alberto Fernández aplica el alcohol en la zona del pinchazo. Se trata de un mensaje sumamente agresivo, plagado de intolerancia y resentimiento. Fue la respuesta elegida por el oficialismo para humillar a una oposición que no se cansa de criticar el plan de vacunación del gobierno nacional.

Pero de un día para el otro ese Alberto Fernández irascible y autoritario dio paso al Alberto Fernández del discurso inaugural del 10 de diciembre de 2019, al Alberto Fernández conciliador y tolerante. Ayer al mediodía (26/4) encabezó un acto en el que debía estar Mario Meoni, recientemente fallecido en un accidente de tránsito. A modo de homenaje expresó lo siguiente: “En este momento, donde todos sentimos la pérdida de Mario, deberíamos entender cuánto vale la vida. La vida vale mucho. Es lo más valioso que tenemos”. Y agregó: “Se fue Mario y nos dejó un hueco muy difícil de llenar y eso nos pasa con cada argentino que se muere en la pandemia; por eso no podemos darnos el lujo de decirle a un argentino que no lo podemos atender porque no hay cama”. “Ninguna coyuntura política nos autoriza a dejar de valorar la salud de los argentinos, de las argentinas”. “Pensemos en eso, en trabajar juntos. Olvidemos por un rato las diferencias, que cada uno toque su instrumento, pero hagamos el esfuerzo para lograr una sinfonía” (fuente: Infobae, 26/4/021).

¿De golpe el presidente se percató de la importancia de no insultar a quien piensa de otro modo, de la relevancia de respetar el pluralismo ideológico, base fundamental de la democracia liberal? Me permito dudar de su sinceridad. Como estamos en plena campaña electoral Alberto Fernández aparentemente se percató de la necesidad de abandonar la intransigencia, el fundamentalismo y el cinismo. Como lo explica Carlos Tórtora en un artículo publicado hoy (27/4) en el Informador Público el presidente decidió girar hacia el centro para contener el avance de Horacio Rodríguez Larreta. Ello significa que AF decidió que había llegado el momento de mostrarse moderado para conquistar los votos centristas, es decir, los votos “independientes” o, si se prefiere, “apolíticos”.

Ahora bien, ¿semejante jugada no puede provocar un profundo malestar en el cristinismo? Porque enarbolar la bandera de la moderación cuando hace un rato se hacía un culto del destrato y la falta de respeto a la oposición, implica un cambio tan radical como contraproducente desde el punto de vista electoral. En efecto, si el presidente realmente desea frenar el avance de Larreta lo peor que podría hacer es intentar pescar votos en un sector de la sociedad marcadamente anticristinista. Al no hacer nada por su ministra Marcela Losardo quedó para esos votantes como un presidente débil, a merced de la poderosa vicepresidenta de la nación. Para colmo, a partir de entonces no hizo más que profundizar la grieta, esa grieta que en diciembre de 2019 prometió combatir con todas sus fuerzas.

Cuesta creer que un político tan experimentado no se haya percatado de que al “cristinizarse” pasaba a ser un rehén electoral del cristinismo, cuyo piso electoral no supera el 30%. El ascenso electoral de Larreta le hizo ver que con Cristina no alcanza para vencerlo. En consecuencia, aparentemente habría decidido “moderarse”. Pero olvidó algo fundamental: “sin Cristina no se puede”. No vaya a ser que por coquetear con los sectores “independientes” lo único que consiga es hacer enojar a los cristinistas. Porque a esta altura de los acontecimientos le resultará imposible encandilar a los “centristas”, a ese sector del electorado que lo considera una marioneta de Cristina. En consecuencia, lo mejor que puede hacer es, me parece, olvidarse de esos “independientes” que probablemente ya tengan en mente votar a la oposición en octubre, mostrarse más cristinista que nunca de aquí a las elecciones. Porque debe tener muy presente que, como se expresa coloquialmente, “ya está jugado”.

El antidogmatismo de Carl Sagan (primera parte)

Ser y Sociedad-24/1/012

Carl Sagan (1934-1996) fue un pionero y popular astrónomo que dedicó toda su vida a combatir las lacras del fanatismo, el fundamentalismo y el oscurantismo. “Toda nuestra ciencia, comparada con la realidad, es primitiva e infantil (…) y sin embargo es lo más preciado que tenemos” (Albert Einstein). Con esta cita del genial científico Carl Sagan da el puntapié inicial de su formidable reflexión sobre el valor de la ciencia en la vida del hombre. A continuación relata un interesante encuentro que mantuvo con un chofer enviado por los organizadores de una conferencia de científicos y comentaristas de televisión dedicadaza a la tarea, juzgada aparentemente imposible por Sagan, de lograr popularizar el conocimiento científico. Luego de informarle que él, Carl Sagan, era realmente el científico estrella que había sido invitado a aquella conferencia, el chofer le propuso hablar sobre una serie de cuestiones que a él le interesaban: unos seres extraterrestres congelados que se localizaban en una base militar (Fuerza Aérea) cerca de San Antonio (Estados Unidos); las profecías de Nostradamus; la cuestión de la astrología; el sudario de Turín; etc. El chofer aludía a estas cuestiones con un inocultable interés pero, lamentablemente para él, ese interés chocaba de manera implacable con la invariable respuesta de Sagan: la imposibilidad de probar dichas cuestiones.

El chofer era, qué duda cabe, una persona inquieta. Sin embargo, nada sabía de los asuntos científicos verdaderamente importantes. “¿Sabía algo de las moléculas de la vida que se encuentran en el frío y tenue gas entre las estrellas? ¿Había oído hablar de las huellas de nuestros antepasados encontradas en ceniza volcánica de cuatro millones de años de antigüedad? ¿Y de la elevación del Himalaya cuando la India chocó con Asia? ¿O de cómo los virus, construidos como jeringas hipodérmicas, deslizan su ADN más allá de las defensas del organismo del anfitrión y subvierten la maquinaria reproductora de las células; o de la búsqueda por radio de inteligencia extraterrestre; o de la recién descubierta civilización de Ebla, que anunciaba las virtudes de la cerveza de Ebla?” (“El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad”, editorial Planeta, Bs. As., 1997, pág. 20). El chofer, obviamente, nada sabías de esos temas. En realidad, nada sabía acerca de la ciencia moderna. Le interesaba todo lo relacionado con las maravillas del universo, pero carecía de la preparación científica adecuada para comprenderlas. Esa orfandad de recursos se debe, enfatiza Sagan, a serias falencias del sistema educativo y del sistema de comunicaciones. Su diagnóstico es fulminante: “Lo que la sociedad permitía que se filtrara eran principalmente apariencias y confusión. Nunca le habían enseñado (alude al chofer) a distinguir la ciencia real de la burda imitación. No sabía nada del funcionamiento de la ciencia” (pág. 21).

Las bibliotecas, continúa Sagan con su reflexión, están repletas de libros sobre la Atlántida, ese mítico continente que supuestamente existió hace miles de años en el Océano Atlántico. Ahora bien, esa abundante bibliografía da por sentada la existencia de la Atlántida. Lo que falta, enfatiza Sagan, es la presencia de aquella bibliografía con las pruebas científicas que demuestran la falsedad de ese relato. Es fácil encontrar por doquier relatos espurios que hipnotizan a los incrédulos. Lo que no es fácil de localizar es el material que invite al lector a reflexionar con espíritu crítico sobre los temas elevados a la categoría de “mitos”. Como bien señala Sagan, es difícil la localización de los tratamientos escépticos. Como el escepticismo no vende, lo más probable es que los encandilados con el relato fantástico de la Atlántida encuentren en las librerías abundante material novelesco, carente por completo de rigor científico. El chofer es uno de los tantos ingenuos que se asombran por esos relatos acientíficos. Es uno de los tantos seres humanos que deberían ser más cautos y reflexivos cuando leen material bibliográfico. Pero no es justo, reconoce Sagan, echarles toda la culpa. Esas masas se limitan a aceptar lo que la mayoría de las fuentes de información dicen que es la verdad. Conviene no subestimar el poder de persuasión de la pseudociencia. Aprovechándose de la escasa educación de miles y miles de consumidores de las fábulas, aprovecha su ingenuidad para confundirlos y embaucarlos.

He aquí, pues, el nudo del problema: la educación. Hay en Estados Unidos, afirma Sagan a manera de velada crítica, un 95% de analfabetos científicos. La decadencia educativa de los pueblos lejos está de constituir un fenómeno propio de la edad contemporánea. Por el contrario, los primeros filósofos se ocuparon del terma. Platón, en “Las leyes”, definió el analfabetismo científico de la siguiente manera: “El hombre que no pudiera discernir el uno ni el dos ni el tres ni en general los pares y los impares, o el que no supiera nada de contar, o quien no fuera capaz de medir el día y la noche o careciera de experiencia acerca de las revoluciones de la Luna o del Sol o de los demás astros (…) Lo que hay que decir que es menester que aprendan los hombres libres en cada materia es todo aquello que aprende en Egipto junto con las letras la innumerable grey de los niños. En primer lugar, por lo que toca al cálculo, se han inventado unos sencillos procedimientos para que los niños aprendan jugando y a gusto (…) Yo (…) cuando en tiempos me enteré tardíamente de lo que nos ocurre en relación con ello, me quedé muy impresionado, y entonces me pareció que aquello no era cosa humana, sino propia más bien de bestias porcinas, y sentí vergüenza no sólo por mí mismo sino en nombre de los helenos todos” (versión de José Manuel Pabón y Manuel Fernández-Galiano, Madrid, 1984, citado por Sagan, pág. 23).

Para Sagan el analfabetismo científico contemporáneo es mucho más nocivo que el de la época de Platón. Es peligroso que el hombre desconozca cuestiones tan relevantes como el calentamiento global, la reducción del ozono, la contaminación ambiental, los residuos tóxicos y radioactivos, la deforestación, el crecimiento demográfico y la erosión del suelo. Se trata de problemas que repercuten directamente sobre su calidad de vida. Cuestiones relevantes como el empleo y el salario dependen fundamentalmente de la ciencia y la tecnología. Es fundamental que el hombre se percate de las ramificaciones sociales de cuestiones tales como el aborto, las reducciones masivas de las armas de destrucción planetaria, la drogadicción, las depresiones, la inseguridad, la intromisión gubernamental en la intimidad de las personas, los viajes espaciales, le cáncer…En momentos de escribir “El mundo y sus demonios (década del noventa), el Congreso norteamericano estaba procurando disolver su departamento de valoración tecnológica, la única repartición cuya tarea específica consiste, precisamente, en asesorar a la Casa blanca y al Senado sobre ciencia y tecnología. De los 535 miembros del departamento estadounidense, únicamente un 1%, expresa casi con resignación, posee antecedentes importantes en materia científica. Aunque cueste creerlo, el último mandatario de EEUU con adecuada preparación científica fue Thomas Jefferson (aunque Sagan reconoce que también Theodore Roosevelt, Herbert Hoover y Jimmy Carter estaban científicamente preparados). De ahí que se pregunte quiénes en EEUU toman en realidad semejantes decisiones y en base a qué parámetros.

“1984” de George Orwell

Ser y Sociedad-24/1/012

George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair (1903-1950) fue un controvertido escritor y periodista británico que criticó con extrema dureza el imperialismo británico y los totalitarismos nazi y estalinista. Dejó para la posteridad obras del calibre de “Rebelión en la granjas” (1945) y “1984” (1949).

“1984” narra la vida de Winston Smith, un oscuro funcionario que vive permanentemente atemorizado por un sistema totalitario que todo lo controla. Smith vive en “Oceanía” y el poder está en manos del “Hermano Grande”, una figura dantesca que no es más que una síntesis perfecta de Hitler y Stalin. La vida de Smith es patética. Desde que se levanta hasta que se acuesta, su existencia gira en torno al “Partido”. Cada gesto de su cara, cada ademán de sus manos, cada palabra pronunciada, cada sueño, son ferozmente escudriñados a través de una telepantalla por el “Hermano Grande”, implacable a la hora de percibir el más mínimo síntoma de rebeldía y disconformismo. Al asomar a la calle, Smith se topa con una enorme inscripción instalada sobre la pared de la casa de enfrente que le recuerda que el “Hermano Grande” siempre lo vigila. En el cielo, los helicópteros vuelan para controlar todo desde arriba: es la “Policía del Pensamiento”. Smith trabaja en el “Ministerio de la Verdad”, una inmensa mole de cemento en forma de pirámide que alcanza una altura de trescientos metros. Sobre su fachada se distinguen los tres lemas del “Partido”: “la guerra es paz”; “la libertad es esclavitud”; “la ignorancia es fuerza”. El “Ministerio de las Verdad” tiene a su cargo todo lo concerniente a los esparcimientos, la educación, las bellas artes y las noticias. Hay, además, otros tres ministerios que constituyen la estructura institucional del Estado: el “Ministerio de la Paz”, a cargo de la guerra; el “Ministerio del Amor”, a cargo de la seguridad de los habitantes; y el “Ministerio de la Abundancia”, a cargo de la economía.

Winston desconfía de todo el mundo. En realidad, todos desconfían de todos. Los habitantes de “Oceanía” pueden ser encarcelados por la “Policía del Pensamiento” en cualquier momento y desaparecer para siempre. El miedo impone sus reglas y nadie es libre. La delación es considerada una acción noble y es frecuente que los hijos delaten a sus padres por actividades subversivas. El placer sexual está prohibido y todos están obligados a aprender el “Neohabla”, la lengua oficial de “Oceanía”. El “Hermano Grande” ha edificado un enemigo perfecto para legitimar su dominio totalitario: Goldstein. Los miembros del “Partido” se reúnen diariamente en sus ámbitos laborales para observar y escuchar en la telepantalla la transmisión de “Los dos minutos del Odio”, donde todos descargan un odio visceral por el enemigo público número 1 de “Oceanía”. Goldstein es el jefe de una numerosa legión-la “Hermandad”-que actúa en la clandestinidad y cuyo propósito no es otro que el derrocamiento del Estado. Además, circula en las penumbras un misterioso libro escrito por Goldstein que contiene un cúmulo de herejías que constituyen una afrenta para el “Partido”. Además de verse amenazada por Goldstein, “Oceanía” mantiene conflictivas relaciones con “Eurasia” y “Estasia”, las otras potencias que procuran, la igual que “Oceanía”, dominar la tierra.

Orwell describe magistralmente la vida del pobre Winston. Solitario, dominado por la melancolía, de un físico esmirriado y enfermo, está convencido de que en algún momento, inexorablemente, será apresado por la “Policía del Pensamiento” para jamás volver a aparecer. De pronto, conoce a una joven, Julia, incapaz de tolerar la vida en “Oceanía”. Al igual que Wilson, odia al “Hermano Grande” y a su oprobioso sistema de dominación. Su rebeldía es directamente proporcional a su miedo al orden establecido. Gracias a Julia, Winston vive los momentos más felices de su vida. Se ven de tanto en tanto, planificando con esmero cada encuentro para evitar ser apresados por la “Policía del Pensamiento”. Todo en “Oceanía” está a merced del “Hermano Grande”. La historia es objeto de una infame manipulación, con lo cual es imposible hablar de “verdad histórica”. Es frecuente que un hecho histórico específico sea borrado literalmente de los documentos partidarios si le resulta beneficioso al “Hermano Grande”. Un buen día, por ejemplo, el “Hermano Grande” decide que “Oceanía” es ahora amiga de “Estasia” o de “Eurasia”, y a partir de entonces la historia oficial proclama que “Oceanía” siempre ha sido amiga de “Estasia” o “Eurasia”, a pesar de haber combatido contra “Estasia” o “Eurasia” 24 horas antes. Finalmente, el terrible momento llega. La “Policía del Pensamiento” detiene a Winston. Los padecimientos que sufre, acusado de ser un miembro de la “Hermandad”, sólo persiguen un objetivo: lograr que llegue a amar al “Hermano Grande”. Torturado por el siniestro O´Brien, Winston se transforma en una masa amorfa, completamente destartalada, sometida sin piedad por O´Brien. Durante los tormentos, O´Brien le explica a Wilson por qué lo estaba torturando. Los argumentos del victimario constituyen la parte más lograda del libro. Orwell le dice al lector cuál es la naturaleza del perfecto totalitarismo y cuál su verdadera meta: aniquilar la personalidad del reo para transformarlo en un “hombre nuevo” que ama verdaderamente al “Hermano Grande”. Finalmente, un “transformado” Winston siente que, finalmente, ama al “Hermano Grande”. El sistema lo había triturado. El sistema había ganado.

“1984” es un extraordinario alegato a favor de la libertad, de la dignidad del hombre, del derecho de cada uno de nosotros a ser considerados como lo que verdaderamente somos: personas. Orwell describe con maestría un sistema totalitario perfectamente aceitado, más poderoso que el nazismo y el stalinismo, que sólo tolera la sumisión absoluta e incondicional, pero no basada en el miedo sino en el “amor”. En “Oceanía” los hombres no existen como seres libres y responsables, sino como hormigas destinadas a ser aplastadas por el inclemente pie del “Hermano Grande”. “1984” goza de una extraordinaria vigencia. Porque siempre está latente la posibilidad de que emerja en algún rincón del planeta alguien dispuesto a implantar en el mundo un sistema basado en el odio, la mentira, la obsecuencia, la masificación y la delación. Porque siempre está latente la posibilidad de que en algún rincón del planeta surja alguien dispuesto a asumir las funciones del “Hermano Grande”. De ahí que “1984” debiera ser leído por todos los hombres y mujeres que aún se preocupan por el futuro del bien más preciado que poseemos: nuestra vida en libertad.

La guerra fría (segunda parte)

Ser y Sociedad-31/1/012

Con Brézhnev en el centro de la escena política, desapareció el estilo de ejercer el poder de Jrushchov, basado en el personalismo. En 1964, el comité Central decidió que nadie podía ser al mismo tiempo Secretario General y Primer ministro. Como siempre sucede cuando se modifican las reglas de juego, emergen voces discordantes. Tal el caso de Alexander Shelepin, ex presidente del Comité para la Seguridad del Estado (KGB), quien mostró su disconformismo con el nuevo liderazgo colectivo y las reformas que había comenzado a encarar. Pese a ejercer el control político, Brézhnev recién pudo desprenderse del molesto funcionario en 1967.

¿Por qué fue depuesto Jrushchov? Porque desconoció a diversas organizaciones de alta jerarquía situadas dentro del PCUS y del gobierno de la URSS. A partir de 1964 el liderazgo de uno solo fue reemplazado por un liderazgo colectivo, con lo cual emergió, al decir de T.H. Rigby, un sistema de gobierno oligárquico estable dentro de la gran potencia del Este, cuyas cabezas visibles eran Brézhnev, Kosygin y Podgorny. Sin embargo, fue Brézhnev quien comenzó a concentrar las mayores cuotas de poder dentro del rígido esquema del gobierno soviético. Contra lo que suponía Henry Kissinger, Kosygin lejos estaba de ser el eje de la política exterior soviética. En efecto, mientras la estrella de Brézhnev era cada vez más luminosa, la de Kosygin languidecía ya que, en su carácter de Presidente del consejo de Ministros, sólo brillaba en el área de la administración económica de la URSS. Y terminó por marchitarse cuando propuso, en 1965, una reforma, conocida como “la reforma Kosygin”, que fue rechazada por la mayoría del partido, ya alineada en torno a la figura de Brézhnev.

¿Cómo ejercía el poder el nuevo hombre fuerte de la URSS? Le gustaba trabajar en equipo y nunca tomaba decisiones “en caliente”. Cuando lo hacía, previamente había efectuado las consultas que consideraba necesarias. En la época de Jrushchov apoyó sus denuncias de las brutalidades de Stalin y su tenue decisión de liberalizar la cultura y la política soviéticas. Pero una vez desplazado Jrushchov, Brézhnev “olvidó” su reformismo y comenzó a ejercer el poder con un marcado conservadorismo. En otros términos: abandonó a Jrushchov para resucitar a Stalin. No puede causar sorpresa alguna que con el liderazgo de Yuri Andrópov, la KGB haya recuperado gran parte del poder y el prestigio de sus “épocas doradas” (Stalin). Aunque, cabe reconocer, con Brézhnev en el poder el pueblo soviético no padeció las históricas purgas stalinistas. Pese a ejercer de manera autocrática el poder, Brézhnev no logró evitar que su seguridad peligrara en algunos momentos. En enero de 1969, un desertor del ejército soviético intentó cometer un magnicidio, pero fue capturado e internado en un hospital psiquiátrico, luego de habérsele diagnosticado una enfermedad mental incurable. Se calcula que a mediados de los setenta, cerca de 10 mil presos políticos y religiosos vivían en condiciones infrahumanas en la URSS, mientras que la KGB había logrado infiltrarse en la mayoría de las organizaciones antigubernamentales para garantizar el control social.

La política exterior jugó un rol central durante la época de Brézhnev. Símbolo de la guerra fría, la relación con Estados Unidos constituyó para Brézhnev la columna vertebral, no sólo de las relaciones foráneas, sino también de la seguridad interna. Si bien intentó aplicar una política de distensión, su política exterior difirió muy poco de la de Jrushchov. Para el historiador Robert Service, por ejemplo, la distensión de Brézhnev no fue potra cosa que la continuación de la política exterior de su antecesor. Sin embargo, cabe reconocer que durante la “era Brézhnev” las relaciones entre la IURSS y EEUU mejoraron ostensiblemente. El tratado de prohibición parcial de los ensayos nucleares, los acuerdos de Helsinki y la instalación de un teléfono que comunicaba directamente a Brézhnev con el presidente norteamericano de turno, así lo evidencian. Con su estrategia de la distensión, Brézhnev procuró igualar el poderío bélico de EEUU. Ello explica por qué entre 1965 y 1970 los gastos en defensa aumentaron un 40%. En 1982, año del fallecimiento de Brézhnev, el 15% del producto bruto interno tenía como destino el fortalecimiento militar de la URSS. En los setenta, la URSS alcanzó el máximo potencial de su potencial militar y estratégica en relación con EEUU. El tratado SALT I logró garantizar la paridad nuclear entre ambas potencias, mientras que el tratado de Helsinki logró legitimar la hegemonía soviética en Europa Oriental. En la otra vereda, la derrota en Vietnam y el escándalo de Watergate habían minado el prestigio planetario de EEUU.

La guerra de Vietnam no pasó inadvertida para Brézhnev. Luego de la destitución de Jrushchov, Brézhnev ayudó con firmeza a la resistencia comunista en aquel territorio. A comienzos de 1956, en una clara demostración de apoyo, Kosygin viajó a Hanoi (capital de Vietnam del Norte) con varios generales y expertos económicos. En 1967, durante la conferencia cumbre de Glassboro, el presidente Lyndon B. Johnson le propuso en privado al primer ministro soviético Kosygin que estaba dispuesto a garantizar el fin de las hostilidades de Vietnam del Sur (pronorteamericana), si la URSS hacía lo mismo respecto a Vietnam del Norte. Si bien en principio Brézhnev estuvo dispuesto a analizar la oferta, un informe de Gromyko sobre la decisión del gobierno de Vietnam del Norte de rechazar cualquier solución diplomática del conflicto, lo hizo cambiar de idea. Johnson dobló la apuesta (incrementó la presencia norteamericana en Vietnam) y al poco tiempo le propuso a Brézhnev iniciar negociaciones sobre el control de armas. Brézhnev no respondió, fundamentalmente por el incremento de la intervención de EEUU en suelo vietnamita. A comienzos de 1967, Johnson ofreció al líder de Vietnam del Norte, Ho Chí Minh, un trato en virtud del cual EEUU estaba dispuesto a terminar con los bombardeos en Vietnam del Norte si daba por terminada su infiltración en Vietnam del Sur. Kosygin anunció que la URSS estaba dispuesta a apoyar la oferta norteamericana. Pero como Vietnam del Norte no respondió al llamado de Johnson las incursiones norteamericanas continuaron. A raíz de ello, Brézhnev se convenció de la inutilidad de las soluciones diplomáticas al conflicto vietnamita. Al año siguiente, Johnson invitó a Kosygin a EEUU para tratar de encontrar alguna solución al conflicto, pero nada concreto se logró.

Fuentes (Google):

-Leonid Brézhnev: Wikipedia, la enciclopedia libre.

-Leonid Brézhnev, la enciclopedia alternativa.

-Biografías y vidas: Leonid Brézhnev.

-Doctrina Brézhnev: Wikipedia, la enciclopedia libre.

Gaetano Mosca y la clase política

Ser y Sociedad-(última parte)

8/2/01

El valor militar fue, al comienzo, el requisito fundamental para acceder a la clase política. Las clases guerreras se adueñaron de las tierras, cuyo rendimiento aumentó a medida que la civilización fue progresando. En consecuencia, luego de un lento proceso de transformación económica y social, la valentía en el campo de batalla dejó de ser la llave de acceso al poder. Su lugar fue ocupado por la riqueza; en consecuencia, los ricos pasaron a detentar el poder. La fuerza del cañón fue sustituida por la fuerza del dinero. Para que dicha transformación tuviera lugar fue necesario que el respaldo de la fuerza pública fuese más eficaz que el respaldo de la fuerza privada. En otras palabras: fue necesario que la institución de la propiedad privada fuese protegida por el imperio de la ley, es decir, por el Estado. Cuando ello se materializó, el feudalismo fue reemplazado por el Estado burocrático. Ahora, la riqueza produce poder. Quien es rico, es poderoso, tiene los recursos suficientes para mandar; quien es rico pasa a controlar la maquinaria del Estado, en suma. En el Estado burocrático, sentencia Mosca, para convertirse en poderoso basta con ser rico. Como ahora los billetes imponen las reglas de juego, únicamente quienes los posean en grandes cantidades conquistarán los puestos más apetecidos de la organización burocrática.

Para Mosca, Estados Unidos escapa a esta regla. “En Estados Unidos de América, por ejemplo, todos los poderes emanan directa o indirectamente de las elecciones populares, y el sufragio universal en todos los estados; y hay más: la democracia no ve sólo en las instituciones, sino también en las costumbres, y hay cierta repugnancia de los ricos a dedicarse a la vida pública, así como hay cierta repugnancia de los pobres a elegir a los ricos para los cargos electivos” (“La clase política”, FCE, México, 1984, págs. 115/116). Sin embargo, reconoce que los ricos tienen más chances que los pobres de acceder a los más altos cargos políticos del país: “Esto no impide que un rico sea siempre mucho más influyente que un pobre, porque puede pagar a los politicastros venales que disponen de las administraciones públicas; no impide que las elecciones se hagan a fuerza de dólares; que parlamentos locales enteros y numerosas fracciones del Congreso sean sensibles a la influencia de las poderosas compañías ferroviarias y de los grandes señores de las finanzas. Y hay quien asegura que, en varios estados de la Unión, el que tenga mucho más dinero para gastar puede hasta darse el lujo de matar a un hombre con la casi seguridad de quedar impune” (pág. 116). Apabulla la vigencia de estas reflexiones. Mosca se refiere a una de las democracias más desarrolladas y sofisticadas del planeta, y reconoce que se trata, en verdad, de una oligarquía con una máscara democrática.

En las sociedades donde el espíritu religioso está fuertemente arraigado emerge una aristocracia sacerdotal que pasa a detentar una porción importante de la riqueza y el poder. Mosca eleva a la categoría de “aristocracias sacerdotales” al antiguo Egipto (en algunas épocas), a la India brahmánica y a la Europa medieval. En ciertas ocasiones, los sacerdotes no se limitaban a cumplir con sus funciones religiosas, sino que, a raíz de sus conocimientos jurídicos y científicos, eran miembros conspicuos de la clase intelectual. Consciente o inconscientemente, tales sacerdotes monopolizaban el conocimiento, con lo cual impedían la democratización del poder científico. “En verdad se puede sospechar que a esta tendencia se haya debido, al menos en parte, la lentísima difusión que tuvo en el Egipto antiguo el alfabeto demótico, infinitamente más simple y fácil que la escritura jeroglífica. En Galia, los druidas, si bien tenían conocimiento del alfabeto griego, no permitían que la copiosa cosecha de su literatura sagrada fuese escrita, y obligaban a sus alumnos a fijarla con mucha fatiga valiéndose de la memoria. a la misma finalidad debe atribuirse el uso tenaz y frecuente de las lenguas muertas, que encontramos en la antigua Caldea, en la India y en la Europa medieval. Algunas veces, por último, como precisamente ocurrió en la India, se prohibió formalmente a las clases inferiores tener conocimiento de los libros sagrados” (pág. 118).

En otras sociedades impera una férrea casta hereditaria. La clase gobernante está constituida por un número dado de familias, constituyendo el nacimiento el único criterio legítimo de pertenencia. La historia universal brinda cuantiosos ejemplos: ciertos períodos de la China antigua y del Egipto antiguo, la India, la Grecia anterior a las guerras con los persas, la Roma antigua, México en tiempos del descubrimiento de América, etc. En relación con este asunto, Mosca desliza dos proposiciones: “La primera es que todas las clases políticas tienen la tendencia a volverse hereditarias, si no de derecho, al menos de hecho” (pág. 120). Todas las fuerzas políticas poseen la fuerza de la inercia, es decir, tienden a permanecer en el momento y en el estado en que se encuentran. En otros términos: todas las fuerzas políticas tienen la tendencia a reforzar el statu quo, a ser conservadoras. La eficacias en la función pública y en los negocios, por ejemplo, se adquiere con mayor facilidad cuando se ha estado cerca de ellos desde la infancia. Incluso en aquellos países donde se da importancia a los antecedentes y los exámenes para acceder a cargos relevantes de la administración pública, los favoritismos están siempre presentes, aquello que los franceses definen como “las ventajas de las posiciones adquiridas”. La segunda proposición de Mosca expresa que “cuando vemos establecida en un país una casta hereditaria que monopoliza el poder público, se puede estar seguro de que tal estado de derecho ha sido precedido por un estado de hecho” (pág. 121). Siempre que una élite afirma su derecho exclusivo y hereditario al mando político, previamente esa élite familiar debió asegurarse el control de la sociedad y del aparato estatal. De otro modo, hubiera habido un caos social y político de magnitudes impredecibles.

Ahora bien, si la clase política realmente pertenece a una raza diferente o si sus cualidades de mando se transmiten de manera hereditaria, ¿por qué las historia es pletórica en ejemplos de declinación y ocaso de las élites hereditarias? Si los descendientes de los dominadores heredan su “sabiduría” deberían, supuestamente, ejercer el poder con mayor idoneidad. Al mismo tiempo, las chances de las otras clases de pelear por el poder deberían debilitarse cada vez más. Sin embargo, ello lejos está de haber ocurrido. “Lo que vemos es que, no bien cambian las fuerzas políticas, se hace sentir la necesidad de que otras actitudes diferentes de las antiguas se afirmen en la dirección del Estado; y si las antiguas no conservan su importancia, o se producen cambios en su distribución, cambia también la composición de la clase política. Si en una sociedad aparece una nueva fuente de riqueza, si aumenta la importancia práctica del saber, si la antigua religión declina o nace una nueva, si se difunde una nueva corriente de ideas, tienen lugar al mismo tiempo fuertes cambios en la clase dirigente” (pág. 126). En nuestro país, la expansión del positivismo en el siglo XIX se vio reflejada en la conquista del poder por el orden conservador. En el siglo XX, la expansión del nacionalismo se vio reflejada en la conquista del poder por el peronismo en la década del cuarenta, y medio siglo más tarde, la expansión del neoliberalismo se vio reflejada en la conquista del poder por el menemismo. En definitiva, “se puede decir que toda la historia de la humanidad civilizada se resume en la lucha entre la tendencia que tienen los elementos dominantes a monopolizar en forma estable las fuerzas políticas y a trasmitirle su posesión a sus hijos en forma hereditaria; y la tendencia no menos fuerte hacia el relevo y cambio de estas fuerzas y la afirmación de fuerzas nuevas, lo que produce un continuo trabajo de endósmosis y exósmosis entre la clase alta y algunas fracciones de las bajas” (pág. 126).

El antidogmatismo de Carl Sagan (última parte)

Ser y Sociedad-8/2/012

Sagan se inspiró en Hipócrates para escribir esta parte del libro. El padre de la medicina, a quien aún se recuerda por su Juramento, dedicó toda su vida para liberar a la medicina del oscurantismo y la superstición, para hacer de ella una ciencia. Esta reflexión suya sintetiza a la perfección cuáles fueron sus desvelos: “Los hombres creen que la epilepsia es divina, meramente porque no la pueden entender. Pero si llamasen divino a todo lo que no pueden entender, habría una infinidad de cosas divinas” (“El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad”, editorial Planeta, Buenos Aires, 1997, pág. 24). En lugar de reconocer su supina ignorancia, el hombre ha preferido dotar al universo de cualidades mágicas para hacerlo inteligible. Lo sagrado ha venido a ocupar el vacío dejado por el desconocimiento humano. Respecto a la medicina, a partir del siglo IV la acumulación sucesiva de conocimientos hizo que el hombre comenzara a desentenderse de la magia. En este sentido, el aporte de Hipócrates fue fundamental. Su gran mérito fue introducir el método científico como instrumento básico de análisis. La observación debía constituir el primer y fundamental paso de todo diagnóstico. Recomendó a los médicos que los síntomas que presentaba un paciente en un momento dado debían servir para efectuar la predicción del pasado y el probable curso de su enfermedad. Además, situaba en la cúspide de los valores a la honestidad. No tenía inconveniente alguno en reconocer los límites de sus conocimientos médicos.

La medicina floreció hasta la caída de Roma. A partir de entonces, y durante muchos siglos, entró en un cono de sombras. Los conocimientos de anatomía y cirugía se esfumaron, con lo cual los hombres depositaron su confianza en la oración y las curaciones milagrosas. La secularidad dio paso a la superstición. Las disecciones de los cadáveres fueron declaradas ilegales, lo que atentó contra la enseñanza de la medicina. La práctica médica premoderna no logró proteger ni siquiera a los más poderosos. “La reina Ana fue la última Estuardo de Gran Bretaña”, cuenta Sagan. “”En los últimos diecisiete años del siglo XVII se quedó embarazada dieciocho veces. Sólo cinco niños nacieron vivos. Sólo uno sobrevivió a la infancia. Murió antes de llegar a la edad adulta y antes de la coronación de la reina en 1702. No parece haber ninguna prueba de trastorno genético. Contaba con los mejores cuidados médicos que se podían comprar con dinero” (págs. 25/26). Con el correr de los siglos, la ciencia se desarrolló geométricamente, permitiendo a la humanidad incrementar considerablemente su nivel de vida. Antes, el hombre estaba condenado cuando se enfrentaba con la viruela. Hoy, es apenas un mal recuerdo. Antes, los mosquitos transmisores de la malaria imponían sus reglas en todo el planeta. Hoy, su dominio se ha reducido ostensiblemente. Gracias a la ciencia, los padres contemporáneos tienen más probabilidades que las que tenía la reina Ana de ver a sus hijos ingresar en la madurez. La ciencia ha enseñado al hombre que el cólera sólo puede combatirse con antibióticos, no con plegarias, que la esquizofrenia sólo puede tratarse con antibióticos, no con estériles terapias psicoanalíticas. Abandonar la ciencia implica abandonar toda posibilidad de vivir dignamente y de manera prolongada. En el período preagrícola (de cazadores-recolectores), la expectativa de vida era de unos treinta años. En 1879, ascendió a cuarenta años, llegando a cincuenta en 1915, a sesenta en 1930, a setenta en 1955 y a ochenta a fines de los noventa. ¿Por qué la expectativa de vida aumentó de manera tan prodigiosa en el último siglo? La respuesta es por demás evidente: por el increíble avance científico.

Sagan toca a continuación un tema relevante: el vínculo entre la ciencia y la moral. El saber científico no conduce exclusivamente al bienestar general. Por el contrario, la historia ha demostrado en reiteradas oportunidades de qué manera el hombre ha bastardeado su saber científico al ofrendárselo a los poderosos del mundo. La proliferación de armas nucleares fue posible, en buena medida, porque hubo (y los sigue habiendo) científicos que se pusieron a las órdenes de aquellos gobernantes que se dividieron el mundo luego de la segunda guerra mundial. Como bien recalca Sagan, hubo científicos que no dudaron en arriesgar la vida de seres humanos con el objeto de preparar bien a las naciones poderosas para una eventual guerra nuclear: “Los médicos de Tuskegee, Alabama, engañaron a un grupo de veteranos que creían recibir tratamiento médico para la sífilis, cuando en realidad servían de grupo de control sin tratamiento. Son conocidas las atrocidades perpetradas por los médicos nazis” (pág. 27). La ciencia hizo posible el surgimiento de la talidomida, el agente naranja y el gas nervioso, entre otras armas de destrucción masiva. Lamentablemente, la mitad de los científicos del mundo, acusas Sagan, están al servicio de los militares. La ciencia y el poder dan lugar a una peligrosísima mezcla que puede acabar en poco tiempo con la raza humana. Sagan se pregunta-y pregunta al lector-si al hombre le interesa la verdad, si tiene realmente para él alguna importancia. Y cita las siguientes reflexiones, la primera del poeta Thomas Gray, y la segunda de Edmundo Way Teale: a) “…donde la ignorancia es una bendición es una locura ser sabio”; b) “Moralmente es tan malo no querer saber si algo es verdad o no, siempre que permita sentirse bien, como lo es no querer saber cómo se gana el dinero siempre que se consiga” (pág. 29). Descorazona la corrupción enquistada en el gobierno, pero ¿es mejor desentenderse del problema como si no existiera? Pregunta fundamental, qué duda cabe. ¿Quién se beneficia con semejante ignorancia? La respuesta es por demás obvia: se benefician los poderosos.

Hubo grandes pensadores que criticaron con dureza el avance científico. Entre ellos sobresale Nietzsche, quien en su libro “La genealogía de la moral” afirma que la revolución científica no ha hecho más que atentar contra los valores del hombre como persona, lamentando, a su vez, la pérdida de su creencia en el hombre como un ser único, irremplazable e irrepetible, en el esquema de la existencia. Para Sagan, Nietzsche no hace más que autoengañarse, creyendo que el hombre es el centro del universo. Por el contrario, es mejor para el hombre ser consciente de su pequeñez, de su insignificancia, frente a un universo que no necesita de él, como bien señaló Lisandro de la Torre, para existir. “Descubrir que el universo tiene de ocho a Quinche mil millones de años y no de seis mil a doce mil mejora nuestra apreciación d e su alcance y grandeza; mantener la idea de que somos una disposición particularmente compleja de átomos y no una especie de hálito de divinidad, aumenta cuando menos nuestro respeto por los átomos; descubrir, como ahora parece posible, que nuestro planeta es uno de los miles de millones de otros mundos en la galaxia de la Vía láctea y que nuestra galaxia es una entre miles de millones más, agranda majestuosamente el campo de lo posible; encontrar que nuestros antepasados también eran los ancestros de los monos nos vincula al resto de los seres vivos y da pie a importantes reflexiones-aunque a veces lamentables-sobre la naturaleza humana” (págs. 29/30). Esta sagaz reflexión de Sagan invita al hombre a meditar sobre la majestuosidad del universo, la estupidez que significa su pretensión de constituir su ombligo y, por último, sobre la importancia que es para cada uno de nosotros vivir no sometidos por dogmatismos anquilosantes.

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