Por Hernán Andrés Kruse.-

¿QUÉ ES UN LIBERTINO Y CÓMO ENFRENTÁRSELE?

“Las «PENSÉES», en la medida que tienen una pretensión apologética –aunque no se limiten a ello, ni mucho menos– se pueden entender mejor si se comprende “contra” quien se dirige el texto. Es obvio que el, por así llamarlo, “enemigo” (¡por favor, con muchas comillas!) son los «pirrónicos» (y sobre todos ellos Montaigne) y muy especialmente los supuestos «libertinos», aunque no se trata tanto de combatirlos como de “salvarlos”, mostrando su propia contradicción e insuficiencia que es, al cabo, la contradicción y la insuficiencia de toda la razón humana. Pero: ¿qué puede ser un «libertino»; palabra que, por cierto, hoy ya no suena para nada atroz, sino simplemente anacrónica y francamente cómica? En un sentido amplio, “libertino” es el epicúreo lector de Montaigne. Pero eso nos dice muy poco, porque Montaigne puede ser leído en claves francamente diversas e incluso contradictorias.

Debemos a Antony MacKenna, en su magnífico libro: «Entre Descartes et Gassendi. La première edition des “Pensées” de Pascal» (1993), resumen de una investigación más amplia, haber desempolvado el «DISCOURS SUR LES “PENSÉES” DE M. PASCAL» de Filleau de La Chaise (1668) escrito en colaboración con algunos íntimos amigos de Pascal, y particularmente con el duque de Roannez, donde entre otros testimonios sobre los manuscritos pascalianos se ofrece una pequeña galería de lo que se entendía en la época por “libertino”. Un tal epíteto se aplicaba por entonces a: .- “Quienes viven dedicados al «divertissement», sin ocuparse propiamente por nada en concreto. .- Quienes «se aplican a los conocimientos, a las investigaciones del intelecto [esprit] y al estudio de la naturaleza», pero lo hacen por “orgullo” y “curiosidad”. .- Quienes, como Hobbes, por ejemplo, son filósofos «pirronianos materialistas», que se limitan al puro cálculo, aunque lo hagan «en vías rectas y poco sujetas a error». .- Quienes, finalmente, siendo creyentes y filósofos, se limitan a defender la «honnêteté», pero separada de la fe”. Aunque estos últimos sean, como dice Filleau de La Chaise, «casi tan raros como los verdaderos cristianos», en realidad sin la fe les falta el principio mismo de la virtud.

Según Filleau de La Chaise, cuyo libro había sido aprobado por la familia directa de Pascal, siempre muy estricta y exigente cuando de su hermano y tío se trataba, el filósofo habría intentado contra estos “libertinos” todo un arsenal de pruebas: a.- De tipo “geométrico”, que se organizan a partir de principios incontestables como las demostraciones. b.- Basadas en “razones comunes” aunque sólo convenzan a los ya convencidos, tales como la prueba de la existencia de Dios por el orden de la naturaleza. c.- Basadas en “razones metafísicas” (o “sutiles”), aunque los humanos tengan, como bien recuerda Filleau de La Chaise, «la cabeza poco apta para los razonamientos metafísicos» y para las abstracciones en general. d.- Fundadas en “lugares comunes”, es decir, en pruebas de hecho, cuya fundamentación se halla en el “corazón” y en el autoconocimiento del hombre interior.

Habría que matizar un poco el distinto valor de las cuatro pruebas. Las primeras seguramente debieran ser analizadas alrededor de la famosa “apuesta” pascaliana, de la que luego hablaremos. La segunda y la tercera tienen muy poco valor para Pascal – que de hecho niega cualquier valor a las “razones metafísicas”. De hecho, lo que dará valor al esfuerzo pascaliano serán las pruebas basadas, precisamente, en las «raisons du coeur». Es “la dureza de su corazón”, en definitiva, lo que mueve al libertino y lo que Pascal pretende desmontar. Si Pascal es un creyente que pretende responder a la modernidad no deja, sin embargo de reconocerle una legitimidad perfectamente coherente. En definitiva sabe que: «Todos sus principios son verdaderos, de los pirronianos, de los estoicos, de los ateos, etc; pero sus conclusiones son falsas porque los principios opuestos son también verdaderos» (L 619). Es decir, el moderno, el libertino, no es un “insensato”, sino alguien que –partiendo de principios perfectamente lógicos desde una concepción mundana de la racionalidad– no entendió la peculiar forma de razonamiento propia del cristianismo, cuya base se halla en la conciliación de lo que desde fuera de la fe debería necesariamente ser considerado como contradictorio.

Pascal se toma siempre muy en serio la afirmación paulina del “escándalo de la fe” y a través de un ejercicio retórico (que en ese sentido debe a los jesuitas y a la casuística más de lo que quisiera reconocer) pretende reivindicar lo trascendental asumiendo como método la contradicción. Sólo el cristianismo es capaz de asumir la combinación de las verdades opuestas sin caer por ello en la contradicción: «… Hay, pues, un gran número de verdades de fe y de moral que parecen repugnantes y que subsisten todas en un orden admirable. La fuente de todas las herejías es la exclusión de alguna de esas verdades» (L 131). El texto pascaliano debería leerse, así, como un ejercicio de apologética, es decir, de retórica (en la medida que se pretende cuestionar mediante el razonamiento la cambiante naturaleza humana). Pascal tiene en mente una determinada concepción de lo humano (que juzga incierto y desordenado) y convierte también su texto en una cierta apuesta: no se puede recuperar al libertino para la causa de la fe usando un orden de razones estrictamente lógico, pues, al fin y al cabo, el libertinaje es inmune a ese tipo de razonamientos.

Se necesita, en cambio, una forma de expresión más digresiva. Por ello las «PENSÉES» se escriben desde una determinada estrategia; según Pascal ante el desorden del mundo el libertinaje no puede ser atacado de frente, sino de una forma lateral, indirecta. Como dice en uno de sus textos: (L 298): «El corazón tiene su orden, la inteligencia [esprit] tiene el suyo, que es por principio y demostración. El corazón tiene otro. No se prueba que se debe ser amado exponiendo ordenadamente las causas del amor; ello sería ridículo… Ese orden consiste principalmente en la digresión sobre cada punto que tiene relación con un fin para mostrarlo siempre». En tanto que ejercicio de combate contra los libertinos puede entenderse mejor por qué las «PENSÉES» deben ser, inevitablemente fragmentarias –precisamente porque deben adecuarse a un objeto que es, en él mismo, arbitrario y fragmentado”.

EL PLAN DE LA APOLOGÍA: LOS VEINTISIETE LEGAJOS

Para reconstruir el orden de las «PENSÉES» en la medida de lo posible es imprescindible acudir a la conferencia que dio el propio Pascal en Port-Royal, cuya datación va de mayo a noviembre de 1658. Parece establecido que Pascal trabajaba con una serie de veintisiete legajos o carpetas de materiales destinados a la «Apología». Aunque sea del todo imposible reestablecer el contenido de cada una de estos legajos no estará de más recoger cuál debía ser su sentido más probable, Damos, con Claude Genet, el título de cada uno de esos legajos, del propio Pascal, y resumimos de una manera tentativa y subjetiva el plan o índice de la obra:

1.- ORDEN Disponer en principio al incrédulo a aceptar la fe, porque la fe conoce al hombre y le aporta el único verdadero bien. Mostrar a continuación la verdad del cristianismo.

2.- VANIDAD El hombre incapaz de la verdad; juguete de las apariencias y de las «potencias engañadoras»: costumbre, imaginación, amor propio.

3.- MISERIA El hombre incapaz del bien; no conoce ni la virtud, ni la justicia, ni el reposo

4.- ABURRIMIENTO Apenas logra reposo, el hombre nota su dependencia y cae en el aburrimiento. Para escapar a él recorre a una vana agitación que le hace desear de nuevo el reposo y así sucesivamente.

5.- RAZÓN DE LOS EFECTOS Tres categorías de hombres: el pueblo –ingenuo; los medio capaces –puramente escépticos; los capaces –que encuentran un sentido al aparente absurdo del mundo.

6.- GRANDEZA La conciencia de su miseria hace la grandeza del hombre. Su grandeza reside, pues, en el pensamiento.

7.- CONTRADICCIONES [“Contrariétés”] Los escépticos sólo han considerado la miseria del hombre, los dogmáticos sólo su grandeza. Aspectos contradictorios cuya clave ofrece el cristianismo

8.- DISTRACCIÓN [“Divertissement”] Buscamos la felicidad en el olvido de nuestra miseria, distracción (o “divertimento”) que nos ofrece sólo una paz ilusoria.

9.- FILÓSOFOS Los epicúreos sitúan la felicidad en los placeres fáciles, simples y sencillos, pero nosotros tenemos mayores aspiraciones. Los estoicos sitúan el placer en nosotros mismos, pero olvidan nuestras debilidades. No hay en absoluto ninguna verdadera moral si no tiene en cuenta nuestra grandeza y, a la vez, nuestra bajeza.

10.- El SOBERANO BIEN El hombre tiene nostalgia de una felicidad perdida. Nuestra alma es un abismo infinito que sólo el infinito puede llenar.

11.- A. P. R. (A PORT-ROYAL) Sólo el cristianismo explica nuestra naturaleza, también es lo único que nos da el absoluto que buscamos. Alguna vez se ha sugerido que éste sería el legajo de la conferencia de Port-Royal y es el apartado más citado por los apologetas.

12.- INICIO Impotencia de la razón para probar tanto la existencia como la inexistencia de Dios. Es necesario, pues, apostar, y apostar por Dios pues la ganancia supera infinitamente al riesgo. Comencemos, pues, por “entontecernos” aparentemente al menos, cumpliendo con los gestos de la fe.

13.- SUMISIÓN Y USO DE LA RAZÓN El cristianismo supera la razón pero sin contradecirla.

14.- EXCELENCIA DE TAL MANERA DE PROBAR A DIOS Excluir la razón sería absurdo, no admitir más que la razón sería orgullo. Siendo el hombre incapaz de conocer a Dios por sus propios medios, Dios le es revelado a través de signos.

15.- TRANSICIÓN DEL CONOCIMIENTO DEL HOMBRE A DIOS El hombre, criatura finita, no guarda proporción con el infinito de la naturaleza y, por mayor motivo, tampoco con Dios. No es lo finito que capta lo infinito, sino al contrario lo infinito que se comunica con lo finito.

16.- FALSEDAD DE OTRAS RELIGIONES Sólo el cristianismo es verdadero porque da cuenta de nuestras «contradicciones» y nos ofrece pruebas históricas.

17.- HACER AMABLE LA RELIGIÓN Universalidad del cristianismo: existen “verdaderos” paganos, los que tienen conciencia de su miseria y buscan la salvación, como hay falsos “cristianos” demasiado satisfechos de sí mismos.

18.- FUNDAMENTO DE LA RELIGIÓN Y RESPUESTA A LAS OBJECIONES Las pruebas de la religión son medio claras y medio oscuras. No hay salvación sin una búsqueda humilde y perseverante. “Deus absconditus”.

19.- QUE LA LEY ERA FIGURATIVA Estrictamente, el Antiguo Testamento tiene un sentido escondido. Tras de las figuras materiales discernimos un sentido absolutamente espiritual.

20.- RABINISMO Reflexiones sobre el Talmud, el pecado original –misterio que nos ilumina– la redención…

21.- PERPETUIDAD El Antiguo Testamento anuncia el Nuevo y éste se prolonga en el desarrollo de la Iglesia que resiste a sus enemigos seculares.

22.- PRUEBAS DE MOISÉS La preparación del cristianismo debe mucho a la longevidad de los patriarcas

23 – PRUEBAS DE JESUCRISTO La divinidad de Cristo es probada por las profecías, por los milagros y todavía más por la santidad de Su persona y de Su doctrina, sólo visible a los hombres que tienen el corazón puro. Distinción entre los tres órdenes: carne, espíritu y caridad

24.- PROFECÍAS Las profecías no son sólo anteriores a la vida de Cristo, sino que constituyen un “milagro subsistente”.

25.- FIGURAS PARTICULARES Capítulo sólo esbozado. Sin duda, Pascal quería mostrar cómo algunas realidades del A. T. profetizan ciertos aspectos de la Iglesia.

26.- MORAL CRISTIANA El convertido debe odiar su propia voluntad, su amor propio, para vincularse a Dios. Debe evitar el desespero como la presunción orgullosa.

27.- CONCLUSIÓN Sólo hay conversión en la humildad. Toda gracia proviene de Dios. Conocer a Dios sin amarlo es inútil. Quienes creen sin pruebas, porque sencillamente conocen su miseria y aspiran a la salvación, tienen sin embargo una fe cierta.

Para el Cardenal Jean Daniélou (en «Le Figaro littéraire» de agosto de 1970) la argumentación que debía presentarse en la «Apología» pascaliana se despliega progresivamente en tres tiempos, se trataría así de mostrar que: 1.- La religión es razonable (legajos 1 a 7). Tras haber descrito la debilidad del hombre, Pascal muestra su grandeza. “Contradicción” que sólo explica el pecado original, de forma que el cristianismo «ha conocido bien al hombre». 2.- La religión es “amable” (legajos 8 a 11). El común de los hombres busca el «divertissement», mientras que los filósofos nos proponen el estoicismo o el epicureísmo, igualmente decepcionantes. Sólo la religión ha sido capaz de comprender la incapacidad del corazón humano para satisfacerse mediante los bienes terrenales. El hombre, en profundidad, únicamente puede ser feliz si participa de la vida de Dios. De allí que el cristianismo «promete el auténtico bien». 3.- La religión es verdadera (legajos 12 a 27). Podría parecer que la pretensión de participar en la vida de Dios sea algo increíble, imposible o absurdo. Pero ello no sólo es posible en la medida en que el hombre es un ser que tiende al infinito (legajos 12 a 14) sino que es incontestable, como lo prueban el Antiguo Testamento, los milagros y el argumento de los tres órdenes (legajos 15 a 27).

En consecuencia podría decirse que en el supuesto plan de su obra, Pascal parte de la consideración de la naturaleza humana, de sus contradicciones y de sus necesidades para llevar al escéptico a jugarse «su eternidad y su todo» en la búsqueda de la verdad. Se trataría, pues, de una obra que mantiene desde el punto de vista literario una argumentación coherente… aunque no sea posible ya reconstruirlo, ni siquiera en parte. Queda abierta la pregunta de qué hubiese sucedido en caso de haber podido llevar a cabo este proyecto de «Apología». Para algunos (como Sartre) fue una suerte que no desarrollase el libro en su intención original, pues no hubiese pasado de ser un vulgar “Catecismo” de apologética, tan previsible como otros muchos. Otros autores no han dejado de recordar que Pascal era un polemista de genio, capaz de convertir sus «PROVINCIANAS» en gran éxito de público, por lo que seguramente el libro habría sido de gran interés. Tal vez, de acuerdo a los usos literarios del momento, habrían desaparecido los fragmentos más emotivos o existenciales. En todo caso, como es obvio, no hay respuesta posible para lo que aquí se plantea, como no la hay para ninguna ucronía. El texto que tenemos no es el que hubiera podido ser, sino el que es”.

ESPÍRITU DE GEOMETRÍA Y ESPÍRITU DE FINEZA; LA APUESTA

“La defensa pascaliana de la fe parte de una distinción muy clara y radical; la que distingue entre «espíritu de geometría» (es decir: lógica, racionalismo, mundaneidad al fin al cabo) y «espíritu de fineza» (el necesario para captar las “razones del corazón”). Ambos son propia y estrictamente humanos y expresión de la gloria de Dios, pero el primero resulta, sencillamente, insuficiente para acercarse a lo que de verdad importa, es decir, a Dios. El libertino es, de una manera muy simple y clara, el que se ha quedado anclado en el primer nivel, pero no puede ser criticado por ello. De hecho, sin espíritu de geometría no habría para nada ciencia deductiva y la famosa “apuesta” pascaliana proviene de la deducción, es decir, del método científico.

Claude Genet en un estudio introductorio a las «PENSÉES» muestra, a propósito de los textos sobre el «divertissement» como la argumentación que propone Pascal sigue fielmente los pasos de la reflexión matemática, en tres tiempos. En el espíritu de geometría se parte de la observación (p.e., la agitación propia del corazón humano), se busca la causa (imposibilidad de quedarse quieto en una habitación) y se llega finalmente a la razón profunda (incapacidad de reflexionar seriamente sobre lo que nos sucede). Luego Pascal analiza lo que sucedería si se realiza lo que nos divierte y lo que sucedería, también, caso de no realizarse; de forma que la verificación de los hechos toma forma de ley. En definitiva, la lógica no es algo que un creyente pueda tirar al cesto de los papeles. La «apuesta» pascaliana constituye así un ejemplo de la utilidad del espíritu de geometría también en el ámbito de la fe. Se trata de optar entre «Infinito/Nada» (L 418). Incluso si el libertino no ha hecho ninguna experiencia espiritual (propia del “espíritu de fineza”), apostar a que Dios existe, regulando mi vida en consecuencia, significa ganarlo todo en la Eternidad. Y al revés, si Dios no existe no pierdo más que pequeños placeres mundanos, egoístas, efímeros y mediocres. A mi muerte entraré en la nada, sin más. En cambio si apuesto a que Dios no existe y resulta que me equivoco, mi pérdida sería inmensa pues me condenaría eternamente.

Aunque pueda tener algún valor apologético y convenza a los convencidos, como argumento filosófico no resulta convincente de ninguna de las maneras, porque, de hecho, la “apuesta” trata a los individuos como menores de edad –y en tal sentido es irrelevante, tanto desde el punto de vista moral (porque se sitúa al margen de la autonomía), como en una seria concepción religiosa, incompatible con cualquier “juego”. Lo significativo, en todo caso es que Pascal creía que la razón, incluso la matemática de las probabilidades, ponía de verdad al alcance del hombre religioso un argumento para confirmar y/o demostrar la fe. Pero el creyente sabe que la razón por ella sola no puede de ningún modo conducirnos a la fe, precisamente porque el hombre es “poco” razonable. El error de los incrédulos no es otro que el de no darse cuenta de las limitaciones que corroen a la razón, en ella misma, implícitamente y de forma inevitable. El hombre nace del pecado original y por eso mismo siempre será un ser imperfecto. La razón sin la fe vale de poco.

He ahí, pues, el papel del corazón, que tiene «razones que la razón no conoce» (L 423). De la misma manera que no se ama por la razón, tampoco es ella el instrumento adecuado para el conocimiento de Dios. Como dice en L 424: «Es el corazón quien siente a Dios y no la razón. He aquí lo que es la fe. Dios sensible al corazón, no a la razón». La «miseria del hombre sin Dios» se verá compensada por la «grandeza del hombre con Dios», pero para eso se necesita un «esprit de finesse» que no se opone mecánicamente al de geometría sino que lo complementa. Es el corazón y la sensibilidad, es decir, la aspiración al infinito lo que determina la grandeza humana. Haberlo entendido no es poco. En un momento de crisis de la religión “social”, regresar a la concepción pascaliana del “coeur” tal vez indica un camino…”

(*) Ramón Alcoberro: “Una introducción a las “Pensées” de Blaise Pascal”.

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