Por Hernán Andrés Kruse.-

El 22 de junio se cumplió el septuagésimo aniversario del nacimiento de un destacado filósofo, sociólogo y antropólogo francés, quien elaboró, en compañía de Michel Callon, Madeleine Akrich y John Lae, la “Teoría del Actor-Red”. Bruno Latour nació en Beaune (Francia) el 22 de junio de 1947. Luego de enseñar en la “École des Mines de París (Centre de Sociologie de L´Innovation) de 1982 a 2006, ejerció la docencia en el Instituto de Estudios Políticos de París entre 2006 y 2017, donde fue director científico del Sciences Po Medialab. Fue doctor honoris causa por las universidades de Lund, Lausana y Montreal, y medalla de honor del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Bolonia. En 2012 le fue concedida la Légion d´Honneur de Francia y al año siguiente, el Premio Holberg. En 2020 la Fundación Spinozaprijs de Holanda le otorgó el “Spinozalens 2020”. Al año siguiente, recibió el Premio Kyoto en la categoría “Pensamiento y Ética” (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Paloma García Díaz (Universidad del País Vasco-San Sebastián-España) titulado “Los límites del principio de indeterminación radical en Latour y el giro político de su filosofía de la ciencia” (THEORIA-Revista de Teoría, Historia y Fundamentos de la ciencia-2008). Analiza la esencia del pensamiento de Latour: la teoría del actor-red.

I. “La teoría del actor-red (Actor network theory), desarrollada inicialmente por Bruno Latour, Michel Callon y John Law, es un marco teórico destacado y no exento de controversias dentro de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (en adelante CTS). Bruno Latour, filósofo, antropólogo y sociólogo de profesión, ha sido uno de los autores que más se han ocupado de presentar sistemáticamente las bases metodológicas y metafísicas de esta corriente que cuenta ya con una historia de más de dos décadas. Sus dos últimas obras aún no traducidas al español, Politiques de la nature, comment faire rentrer les sciences en démocratie (1999), y Reassembling the social. An introduction to Actor-Network Theory (2005), suponen una reflexión complementaria sobre cómo los propios científicos naturales, los ecologistas, los filósofos de la ciencia y los científicos sociales han errado en su comprensión de qué es la naturaleza y la sociedad. Asimismo, estas obras exponen los principios ontológicos que han de ser tomados en consideración por cualquier enfoque filosófico, político o sociológico que trate de comprender y explicar los componentes de la realidad natural y social y, en consecuencia, actuar sobre dichas realidades.

Basándome fundamentalmente en estas dos obras expondré los artilugios conceptuales que la teoría del actor-red utiliza para llevar a cabo estas maniobras referentes a la correcta interpretación de la naturaleza, por un lado, y a la de la sociedad, por otro. En sus obras, Latour insiste que es necesario replantear el modo de comprender la ontología y, por ello, apuesta por la tesis ontológica de la a-modernidad. Este cambio en la concepción de la realidad permitiría, según este autor, acometer un estudio descriptivo de las prácticas científicas —esta es la vertiente más célebre de la teoría del actor red de Latour— y disponer de un marco de sociología adecuado para poder plantear el tema del vínculo social.

Para los intereses del presente artículo, cabe señalar que es necesario mostrar los elementos en los que se basa esta maniobra para poder apreciar algunas de las limitaciones de los propios principios que Latour invoca. En este artículo se lanza una crítica a los criterios que sirven a Latour para aplicar el principio de simetría generalizada que enlaza con algunas propuestas presentes en los escritos de autoras como Star (1991) y Haraway (1996), y también en los principios de la sociología del compañero de escuela de Latour, Callon (1999). Es preciso atender a dicha crítica ya que ésta permite apreciar mejor cómo se concreta el giro político que experimenta la filosofía de la ciencia de B. Latour, así como señalar algunas vías por las que podría discurrir un modelo normativo para la tecnociencia acorde, en cierta manera, con algunas de las principales aportaciones de este autor al terreno de los estudios CTS, en concreto al tema de la democratización de la ciencia”.

II. “En el terreno de la filosofía de la ciencia, la obra de Latour es conocida por la exigencia de este antropólogo de afrontar el estudio de la actividad científica desde sus prácticas y no desde sus aspectos cognoscitivos. Sin embargo, desde una perspectiva más actual, este autor desarrolla una extensa reflexión ontológica como base para el estudio filosófico, sociológico o antropológico de la actividad científica. Esta exigencia, por lo demás, se ve reflejada igualmente en el terreno de las ciencias sociales. El objetivo de Bruno Latour no es crear una gran narrativa referente a la historia de los errores sobre las nociones de naturaleza y sociedad que permita deconstruir o aniquilar los mitos presentes, a su juicio, en estas concepciones, sino el de ofrecer una comprensión de estas realidades que sea a la vez múltiple o plural.

Para este autor, hay muchas realidades naturales y sociales y no una realidad unitaria que aglutine a la naturaleza por un lado, y a la sociedad por otro. Esta idea se complementa con el proyecto político de la unificación de esta diversidad de realidades en lo que Latour denomina “un mundo común”, al que se accede mediante la acción diplomática o la negociación. Los intereses de este autor no son, en este sentido, coincidentes con los de las posiciones postmodernas, sino muy cercanos a la noción de “cosmopolítica” de Stengers (2005). La comprensión de esta pareja de conceptos conduce, pues, la teoría del actor-red a un compromiso político en un escenario desconocido para los habitantes de las sociedades modernas y para los partidarios de un posicionamiento postmoderno: la ignota ontología no-moderna.

Sin embargo, esta tarea política contrasta con los estudios iniciales de la teoría del actor-red en los que se entendía la política como una fuerza transformadora de la realidad. Por ejemplo los microbios de Pasteur poseían fuerza política ya que redefinían el espacio en el que vivían humanos, veterinarios, científicos, el ganado afectado de ántrax, etc. Con la fuerza política de los hechos científicos se aprendía a responder a las preguntas “quiénes somos” y “qué queremos”. En efecto, la teoría del actor-red de Latour aúna en su estudio, al menos, dos intereses fundamentales: en primer lugar, este autor destaca por sus investigaciones respecto de las relaciones que se establecen entre los elementos ontológicos heterogéneos que co-participan en la construcción de todo hecho tecnocientífico. En segundo lugar, desde las premisas de la antropología de la ciencia y la tecnología de Latour se combate la idea de que puedan ser distinguidos elementos de carácter objetivo y neutro, por un lado, de elementos de carácter subjetivo que no son susceptibles de evaluaciones unánimes, por otro.

La realidad de la ciencia, la tecnología y cualquier otra dimensión social y cultural responde, según Latour, a una ontología híbrida de humanos y no-humanos. Así pues, los hechos y los valores, la ciencia y la política, la naturaleza y la cultura participan en la fabricación de toda la realidad. En consonancia con esta idea, la política se entiende, para Latour, no sólo como la capacidad de transformación de la realidad. Los hechos de la ciencia y los artefactos tecnológicos disponen de la fuerza política más sobresaliente dentro de la cultura moderna. La política implica, en la actualidad, un compromiso con la a-modernidad y con la idea de que se pueden reunificar las diferentes ontologías que funcionan en los distintos campos de la actividad humana —las ciencias, las culturas, etc.— con el fin de proporcionar mecanismos políticos de representación para que todas estas realidades se puedan unificar en un “mundo común”, del que no se especifica su forma, pero al que se accede mediante negociación y del que se excluye la opresión.

Estas nuevas ideas de Latour, que aparecieron en el periodo finisecular y se están desarrollando en lo que llevamos de siglo, contrastan con las imágenes frías, con tintes maquiavélicos y a veces hobbesianos, con los que la teoría del actor-red cumplía con su tarea de describir fielmente la construcción de hechos científicos. De las imágenes del científico como un capitalista de la credibilidad se ha pasado a la necesidad de usar la reflexión y los estudios de la ciencia y la tecnología para dibujar respuestas de carácter teórico sobre algunos de los problemas de las sociedades tecnocientíficas. Esta evolución de la obra de Latour, sin embargo, deja al descubierto un problema presente en las posiciones teóricas, como la suya, que se basan exclusivamente en la descripción de fenómenos como mecanismo explicativo. Estas posiciones teóricas se enfrentan a una serie de problemas desde el momento en que el investigador o la escuela sociológica entera se preocupan seriamente no sólo por el modo en el que se crean los fenómenos científicos y sociales, sino también por la forma que adquieren y por cómo deberían relacionarse con otras esferas sociales y culturales.

Las preguntas que emergen en estos casos son, más bien, de carácter político. El interés político de este autor enlaza, además, con un posicionamiento teórico que pretende describir e interpretar los logros más idiosincrásicos de la cultura occidental, a saber, el desarrollo de la ciencia y la tecnología como actividades centrales en la organización, funcionamiento y autocomprensión de dicha cultura. En Latour se encuentran, pues, los siguientes elementos: una crítica a la cultura occidental por el énfasis en un tipo de discurso positivista que vertebra su autocomprensión cultural; y un interés teórico por defender que la teoría del actor-red utiliza una metodología y unos principios teóricos que permite tanto describir e interpretar los procesos de construcción de un hecho científico o dispositivo técnico, como mostrar que las diferentes culturas, hayan entrado o no en la vía del desarrollo tecnocientífico, disponen de la misma legitimidad para interpretar y comprender qué es la naturaleza.

La evolución de la obra de Latour acentúa la vertiente política de su pensamiento y su interés crítico por comprender cualquier actividad cultural, como la tecnociencia, desde premisas no etnocéntricas. La teoría del actor-red investiga los procesos de fabricación de la ciencia y la tecnología con un principio metodológico de simetría. La antropología de la ciencia hereda de la sociología del conocimiento científico dicho principio, pero lo redefine de modo tal que permita a la antropología ofrecer descripciones, y no explicaciones causales, de las prácticas científicas y de los procesos de construcción de los hechos científicos y las tecnologías.

David Bloor estableció en su obra Conocimiento e imaginario social los cuatro postulados del programa fuerte entre los que se encuentra el principio de simetría, según el cual la explicación de la ciencia: 3. Debe ser simétrica en su estilo de explicación. Los mismos tipos de causas deben explicar, digamos, las creencias falsas y las verdaderas. Ahora bien, el principio de indeterminación radical hace referencia a la idea de que la teoría del actor red trabaja sin una teoría estable sobre los actores, cuántos son, cuáles son sus motivaciones o características, etc. (Callon 1999). Se trata de investigar empíricamente a estos actores, de seguirlos y rastrearlos para poder describir sus conductas. La denominación común de este principio es de “principio de simetría generalizado”.

Sin embargo, he optado por la fórmula de Callon para incidir en el hecho de que la simetría implica una indeterminación respecto de quiénes son los actores que llevan a cabo acciones. Las dos últimas obras de Latour mencionadas, brindan la oportunidad de observar cómo los focos de interés de la teoría del actor-red, además de haber sufrido una diáspora y dispersarse en innumerables campos y temáticas más allá de la ciencia y la tecnología (Law 1999), han adquirido una especial sensibilidad por una evaluación y valoración, y no sólo descripción de la actividad tecnocientífica. A esta evolución, por lo demás, parece haberse sumado también otros autores que clásicamente se encuadraban en el panorama de los estudios CTS dentro del giro descriptivo, como es el caso de H.M. Collins, aunque con postulados bastantes diferentes a los de Latour. Todas estas evoluciones, por lo demás, conllevan importantes consecuencias para los modelos de filosofía de la ciencia naturalizada”.

III. “En la obra Politiques de la nature, Latour se concentra en el papel de los científicos y los activistas políticos que elaboran estrategias de participación política y de crítica social de las prácticas relacionadas con el cuidado y destrucción de nuestro entorno natural. Ahora bien, la ecología no puede enfrentarse al reto que supone la participación política a favor de la defensa y la preservación del medio ambiente sin afrontar primero, según Latour, una mejor comprensión de la noción de naturaleza. Con el lema “La Naturaleza ya no es lo que era”, que da título al primer volumen de la revista teórica de ecología Cosmopolitiques y en la que Latour participa, se podría resumir la tesis que desarrolla su obra. La idea principal del libro es que desde una comprensión diferente de nuestra cultura moderna —desde una cultura a-moderna— se reconocería que no existe una única noción de naturaleza sobre la cual investigan los científicos y los filósofos de la ciencia, están instalados los ecosistemas y se ve amenazado el medioambiente. La noción de naturaleza o universo se sustituye, pues, por la de cosmopolíticas (tomada de la obra de Isabelle Stengers) o de pluriverso (William James), las cuales hacen referencia a las distintas concepciones ontológicas sobre la naturaleza que cohabitan en el seno de una misma cultura y en distintos universos culturales.

Es más, desde la cultura no-moderna se excluye la posibilidad de que alguna noción de naturaleza sea considerada como indiscutiblemente válida y se imponga sobre las concepciones rivales. Se trata, bien al contrario, de cimentar las bases filosóficas de un proyecto de ecología política que trabaje en la construcción negociada de un mundo común para las diferentes “naturalezas”. Es decir, Latour pretende poner en pie de igualdad las diferentes representaciones sobre la naturaleza y pensar, desde la cultura a-moderna, mecanismos de negociación para mediar entre las mismas. La democracia como sistema político se comprende en este contexto como: el reconocimiento de todas las voces de los actores que pueblan los distintos cosmos, naturalezas o pluriversos y su capacidad de representación, en tanto que portavoces, de estas naturalezas plurales.

La tarea política que postula la teoría del actor-red se entiende como la construcción de un mundo común para todos esos pluriversos, cosmos o naturalezas —en el caso de la sociedad se tratarían de distintos grupos sociales. El medio para obtener tal mundo común sería la negociación diplomática. En el caso de la teoría sociológica y de la noción de sociedad, la obra Reassembling the social postula nuevamente las bases filosóficas y metodológicas con las que la teoría del actor-red investiga los vínculos sociales. De forma sintética, la teoría social de Latour concibe la sociedad como un entramado de asociaciones de elementos heterogéneos que se pueden estudiar mediante una investigación empírica bajo el principio de la indeterminación radical respecto de quiénes son los actores (o actantes en terminología semiótica de la que se hace acopio esta teoría) que interactúan y forman los nodos de los que se compone la red socio-técnica a la que pertenecen.

Este principio de indeterminación radical nos pone en guardia ante cualquier intento de prescripción del número y características de los actantes en cuestión. Se trata, parafraseando la segunda parte del título de la obra de Latour Ciencia en Acción, de seguir a todos los posibles actantes a través de sus múltiples circulaciones en las redes, formando asociaciones cada vez más sólidas y estables y sobrepasando las existentes para configurar otras asociaciones nuevas. La noción de sociedad que funciona en esta teoría rompe, pues, con la concepción tradicional de sociedad como “materia” de naturaleza sui generis que se superpone a las realidades naturales, económicas, psicológicas, etc. La sociedad no se entiende como un tejido o como fuerzas de orden diverso a las fuerzas naturales o religiosas. La sociedad no son las prácticas, instituciones y productos de orden cultural que se contraponen a la naturaleza. La sociedad no se identifica con modos de organización grupal que poseen un carácter aprendido frente al carácter innato que se atribuyen a otras formas de organización animal. La sociedad tampoco se refiere al medio o al ambiente de los humanos, frente a los ecosistemas de otros seres vivos.

En fin, la sociedad no es más que asociaciones que dan lugar a colectivos de actores humanos y no humanos que conviven con otros colectivos de manera no siempre pacífica y entre los cuales se dan diferentes mecanismos de relación. La noción de sociedad de las teorías sociológicas aparece diluida en la teoría del actor-red y sustituida por la noción de “colectivo”. En este sentido, Latour distingue entre sociología de lo social, las teorías sociológicas tradicionales, y la sociología de los colectivos o la teoría del actor-red. En el caso de Reassembling the social Latour se enfrenta con la tarea de redefinir el concepto de “sociedad”, el reverso de la tarea emprendida en Politiques de la nature, donde el polo de la “naturaleza” era el protagonista”.

IV. “En estas dos obras complementarias, como se observa, Latour trata de ofrecernos una comprensión más adecuada de las bases ontológicas de la “naturaleza” y de la “sociedad”. Para ello, este autor emplea una estrategia teórica, que podría ser caracterizada siguiendo a Isabelle Stengers de especulativa, cuyos fines son ampliar la comprensión de nuestro mundo y reflexionar sobre las posibilidades políticas de esta nueva ontología, que podría, por lo demás, abrirnos las puertas para pensar sobre unos mecanismos de relación negociados o sobre bases diplomáticas, y no mediante la opresión, entre los distintos mundos o colectivos. De este modo, la cultura occidental sobrepasaría el prejuicio etnocéntrico presente en la auto-comprensión moderna según el cual los occidentales cuentan con las respuestas más cercanas a la verdad y con las técnicas más avanzadas y eficaces para hacer frente a los retos que impone la naturaleza.

Si se acepta la a-modernidad, pronostica Latour, se ponen las bases para tomar en consideración que todos los grupos sociales y culturales han de estar implicados en la construcción de qué es la naturaleza y qué es la sociedad, qué problemas presentan estas realidades y qué vías son las más deseables para solventar sus problemáticas. El proyecto político de Latour no se alimenta, explícitamente, de ningún planteamiento concreto de filosofía política. Como se comentará, se siente heredero del pragmatismo de James y Dewey, pero no aplica ningún esquema de filosofía política para encontrar una legitimación de la extrapolación de algunos principios de la teoría de Latour sobre la tecnociencia a otras esferas sociales o propiamente políticas.

La teoría del actor-red emprende su estudio de una red socio-técnica sin definición que sirva de principio guía de la investigación, sin caracterizaciones o imposiciones apriorísticas sobre el número de actores y la posible preponderancia de ciertos conjuntos de actores sobre otros. Cual antropóloga u antropólogo que viajara a los trópicos para investigar las comunidades de indígenas y comprender su cosmología, la socióloga o el sociólogo de la teoría del actor-red estudia las asociaciones de actantes y traza las redes que éstos configuran como si estudiasen a unos nativos con los que no se hubiera entablado ningún contacto anterior y de los que se desconociera absolutamente todo.

El objetivo de la investigación es la descripción del funcionamiento de dichos colectivos. La restricción más importante que debe estar presente durante todo el curso del estudio es, precisamente, la de no incorporar nociones o definiciones preestablecidas sobre: quiénes son los actores, qué principios e intereses les dirigen y cuáles son sus objetivos. Las respuestas a estos interrogantes han de poder ofrecerse, tras haber aplicado los principios del método de esta teoría, como consecuencia o resultado de la investigación sobre la dinámica de los colectivos, pero nunca han de aparecer como premisas del estudio. Tal requisito, por lo demás, tiene una historia que se remonta a los mismos orígenes de la obra de Latour. Michel Callon, quien define la teoría del actor-red desde hace dos décadas como “sociología de la traducción”, caracteriza esta regla del método que se enuncia en Ciencia en Acción como el principio general de toda investigación sobre la práctica científica.

Este principio es, en el caso de Politiques de la nature, la base de la reflexión teórica sobre la naturaleza y, en Reassembling the social, la base sobre la que ha de fundarse la ciencia de la sociedad. Con el principio de indeterminación radical estos autores pretenden asegurarse un trabajo descriptivo de las prácticas científicas, de la ontología híbrida de las naturalezas y de las sociedades, colectivos en sentido estricto. Sin embargo, el principio de indeterminación radical opera antes de que se hayan perfilado los elementos que vayan a ser objeto de estudio. Así pues, el principio de indeterminación radical opta por un tipo de descripción particular de los fenómenos frente a otros tipos posibles. Dicho principio se aplica con posterioridad a una selección previa de los materiales que merecen ser estudiados y a partir de los cuales se rastrean las asociaciones. Pero este principio de indeterminación radical nos conduce a una descripción única que Yearley, por ejemplo, ha caracterizado como la descripción del “mejor de los mundos posibles”.

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