Por Hernán Andrés Kruse.-

El pasado 12 de julio se conmemoró el centésimo vigésimo tercer aniversario del nacimiento de un relevante filósofo germano-austríaco de origen judío. Günther Anders nació en Breslau (actual Breslavia) el 12 de julio de 1902. Con 16 años fue soldado en la Primera Guerra Mundial. Se doctoró en filosofía con Husserl y tuvo como docentes nada más y nada menos que a Heidegger y Cassirer. Fue compañero de estudios de Hannah Arendt. En esa época publicó su primer libro de filosofía titulado “Sobre el tener. Siete capítulos sobre la ontología del conocimiento”. Además, se hizo tiempo para publicar novelas de género literario como “La marcha del hambre”, que le permitió obtener, en 1935, el premio a la novela corta de la emigración. A comienzos de esa década publicó “Las catacumbas molusias”, una novela en la que describía un país imaginario sometido al totalitarismo. Anders y Arendt se vieron obligados a abandonar Alemania en 1933. Luego de divorciarse de su esposa emigró a Estados Unidos. Las experiencias recogidas durante su estadía en ese país le permitieron elaborar su obra más relevante: “La obsolescencia del hombre”.

Anders estudió de qué manera la técnica iba ganando más poder sobre el ser humano. Luego de Auschwitz, visitó Hiroshima. Consideró que el ataque atómico fue el lógico paso posterior del tristemente célebre campo de exterminio nazi. Más poder, más capacidad para hacer daño. Para Anders la sociedad de consumo dividía al mundo en sociedades opulentas y sociedades pobres. Consideraba que luego de Auschwitz, que implicó la destrucción sistemática y anónima del ser humano, e Hiroshima, que demostró que el hombre estaba en condiciones de provocar una catástrofe con sólo apretar un botón, emergía Chernobyl como la última etapa de la destrucción de la humanidad ya que el hombre perdió todo dominio sobre el poder-violencia. En las décadas del sesenta y el setenta, en compañía de Heinrich Böll, el obispo Scharf, el teólogo Gollwitzer, el filósofo Ernst Bloch y otros, encabezó un gran movimiento pacifista alemán contra el estacionamiento, en suelo germano, de cohetes atómicos de Estados Unidos. En 1983 recibió el premio “Theodor Adorno”, el más alto galardón de la filosofía alemana. Nueve años más tarde recibió el premio Sigmund-Freud-Press für wissenschaftliche Prosa de la Academia Alemana de la Lengua y la Poesía. Falleció a los 90 años el 17 de diciembre de 1992 en Viena, Austria (fuente: Wikipedia, La Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Anna Verena Nosthoff (Universidad de Princeton) y Félix Maschewski (Universidad de Basel) titulado “Hacia una teoría crítica de la digitalidad. Günther Anders en la era del capitalismo de plataformas y las tecnocracias inteligentes” (Constelaciones-Revista de Teoría Crítica-2022). Analiza de qué manera Anders critica la tecnificación y la tecnocracia, las que conducen a un deletéreo conformismo cibernético. De esa manera, la sociedad o el mundo se verán reemplazados por la técnica como “reino milenario del totalitarismo técnico”.

“En su ensayo “La obsolescencia de la privacidad”, Günther Anders expone una tesis tan sugerente como acertada en su diagnóstico del presente: “Allí donde se utilizan dispositivos de escucha de modo naturalizado, se crea la principal condición de posibilidad del totalitarismo; y con ella, el propio totalitarismo”. Anteriormente ya decía: “que toda sociedad que se permite hacer uso de tales dispositivos [de escucha], asume e incluso tiene que asumir la práctica de considerar al hombre como alguien que puede ser totalmente entregado, incluso como alguien cuya entrega está permitida, y corre así el riesgo de deslizarse también hacia un totalitarismo político. Este peligro es tan grande porque las invenciones técnicas nunca son sólo invenciones técnicas. Nada es más engañoso que aquella […] ‘filosofía de la técnica’, que pretende que los dispositivos son, de entrada, ‘moralmente neutros’: es decir, que están disponibles libremente para cualquier uso”.

Con este telón de fondo, no es de extrañar que en tiempos en los que los gadgets inteligentes, que al menos en principio son dispositivos de escucha e impregnan la vida cotidiana con placentera naturalidad, vuelva a circular el vocablo “totalitarismo”, tanto político como tecnológico. Si además se plantea la pregunta inspirada por Anders: “¿Son los teléfonos inteligentes sólo teléfonos inteligentes, las plataformas sociales sólo plataformas sociales, los algoritmos sólo algoritmos, los wearables sólo wearables?”, queda claro que las observaciones de Anders despliegan una nueva relevancia especialmente en un presente digitalmente interconectado. En el transcurso de este ensayo –en el espíritu de Anders, no sistemático y guiado por lo ocasional– quisiéramos enlazar con este punto de partida; quisiéramos entrar primero en la niebla discursiva de un presente de post-privacy para luego no sólo acentuar la actualidad de Anders, sino también –con Anders– problematizar el papel de instancia anticipadora de las tecnologías digitales.

Tras unas cuantas clasificaciones conceptuales necesarias, que hacen comprensible a Anders como intérprete de una cibernetización integral con el que se puede enlazar en la era digital, se describirán los desarrollos críticos de la relación entre la política contemporánea y la tecnificación cibernético-digital y se hará plausible la tesis de Anders de una inminente suspensión técnica de lo político. En una sección final, se cuestionará el lugar del crítico en general “en el país de Jauja post-ideológico”–y el lugar de Anders en particular–: Lo que habla aquí, ¿es realmente el “incesante olvido de la técnica” del “sujeto inadaptable” que “reacciona contra la técnica”? ¿O no se formula más bien una crítica que siempre reflexiona sobre sus propias limitaciones y sólo es capaz de trascenderlas de esta manera –especialmente a la vista de (como Anders reconoció tempranamente) una tecnología ambientalmente integral?

La problematización que hace Anders de la dominación tecnológica y, sobre todo, su complejo concepto de tecnología, que trasciende el carácter instrumental de la tecnología que dominó la primera y la segunda generación de la teoría crítica, resultan especialmente aptos para una teoría crítica del presente digital.

LA RELEVANCIA CONTEMPORÁNEA DE G. ANDERS: SOBRE EL DEBATE ACTUAL DE LA NEUTRALIDAD TÉCNICA

“El mismo título del ensayo citado al principio de este artículo aparece hoy en muchas charlas TED [tecnología, entretenimiento y diseño] o conferencias sobre lo digital, aunque bajo otro signo. Hace unos años, Michal Kosinski, psicólogo del comportamiento y profesor de Stanford, impresionó con su conferencia “El fin de la privacidad” en el CEBIT, cuyas tesis provocan un contraste enfático en relación con las reflexiones de Anders sobre el dispositivo de escucha. El especialista en datos ha investigado no sólo que con 150 likes en Facebook se conoce a una persona mejor que sus familiares cercanos, con 300 incluso mejor que su pareja. El año pasado, según sus propias declaraciones, “tan sólo” ha demostrado además “que la bomba existe”, con lo que se refería a los métodos de selección psicométrica que había desarrollado y que la empresa de datos Cambridge Analytica utilizó en la primera campaña electoral de Donald Trump para espiar millones de perfiles de votantes, analizarlos y atiborrarlos con mensajes seductores.

En una mesa redonda que siguió a la conferencia de Kosinski, éste no sólo dijo que la privacidad ya no es una opción hoy en día en vista de los poderes casi grandiosos de la digitalización, que por lo tanto es egoísta no “compartir los propios datos”; también explicó que la tecnología digital –con la excepción del aprendizaje automático– es en principio “tan neutral […] como un cuchillo”. Lo interesante aquí no es tanto que la tesis de la neutralidad sea diametralmente opuesta a las explicaciones de Anders, sino que las opiniones de Kosinski forman parte del sentir común en Silicon Valley –un lugar no necesariamente conocido por reforzar la autodeterminación informativa–, una especie de credo al que se adhiere todo programador que se sienta medianamente ducho en los negocios.

Mark Zuckerberg, por ejemplo, declaró en el debate sobre las llamadas fake-news que era una “locura” suponer que su empresa Facebook había influido en las elecciones de Estados Unidos; al fin y al cabo, su plataforma no es una empresa de medios de comunicación cargada de contenido, sino simplemente una empresa tecnológica neutral. Eric Schmidt, ex director general de Google, y Jared Cohen, fundador de Google Ideas, también escribieron hace unos años que la posición básica de Silicon Valley era “que la tecnología es neutral, pero las personas no. Este lema siempre se perderá en el ruido. Pero nuestro progreso colectivo como ciudadanos de la era digital dependerá de que lo recordemos una y otra vez”.

El hecho de que los productores de tecnologías digitales no estén afectados por ninguna vergüenza prometeica y sigan sintonizando con la melodía de la “ideología californiana” no parece sorprendente si se considera la lógica de explotación rentable de sus productos, pero esta desvergüenza tiene sobre todo consecuencias programáticas desde el punto de vista político. Así pues, las tecnologías calificadas de neutras, que escrutan, perfilan y cuantifican al individuo y a la sociedad cada vez más, están estrechamente relacionadas con una dinámica consciente de la desvinculación, más exactamente: una retórica de la sospecha.

En este sentido, Schmidt y Cohen escriben de forma bastante profética que incluso en una era de la post-privacidad siempre habrá personas “que rechazan la tecnología y no quieren tener nada que ver con los perfiles virtuales, el almacenamiento de datos y los smartphones. Pero las autoridades pueden sospechar que las personas que se apartan completamente del mundo virtual tienen algo que ocultar y son más propensas a comportarse de forma ilegal. En el contexto de la lucha contra el terrorismo, podrían crear un fichero de ‘personas invisibles’. Es difícil encontrar a alguien que no pertenezca a una red social o que no tenga un teléfono móvil y que pueda ser candidato a un fichero de este tipo. Podría estar sujeto a nuevas regulaciones y tendría que enfrentarse a controles más estrictos en el aeropuerto, por ejemplo, o quizás incluso a restricciones de viaje”.

Que el espíritu capitalista está íntimamente asociado a esta lógica de control ya fue descrito por Günther Anders en el ensayo anteriormente citado. Reconoció no sólo que “los poderes interesados en controlar a la población, tanto políticos como económicos, son tremendamente fuertes” y que las fuerzas contrarias son más bien débiles, sino también que el “no tengo nada que ocultar”, que últimamente se ha escuchado con demasiada frecuencia, especialmente en el caso Snowden, en última instancia sólo corrobora que “la esfera privada no es más que el pretexto para la ocultación de actos prohibidos”.

La criminalización o el desprecio de la privacidad, que también está implícito en Schmidt y Cohen y que se vende en Silicon Valley como una condición necesaria para la eficacia liberadora y cómoda de la tecnología digital, no sólo remite a una ética ingenieril de la viabilidad, en la que lo técnicamente posible además se va a llevar a efecto. Sobre todo, recuerda a Jacques Rancière cuando habla del “desastre de la promesa de emancipación”, que sólo nos saca del “sueño de la vida consumista para sumergirnos en las utopías fatales del totalitarismo”. Pues lo que implica aquí lo planteado por Schmidt es la implantación de un régimen tecnológico que ya no conoce nada fuera y que, con los medios de la ingeniería social, aplica a la sociedad la “imitatio instrumentorum”, que Anders ya atribuyó al individuo.

Günther Anders probablemente habría atribuido la visión de Schmidt a la lógica inmanente de la propia tecnología, es decir, a una dinámica inherente que está anclada ya en las aplicaciones técnicas, inscrita en ellas. Posiblemente habría puesto en el punto de mira la lógica de control del propio algoritmo –después de todo, esa instrucción matemática para la acción está definida por la fórmula de cálculo sacada de “lógica + control”. Después de todo, aplicada a lo social, la cláusula algorítmica ‘si – entonces’ fuerza mucho más sutilmente lo que los experimentos de ingeniería humana ya insinuaban en la época de Anders: un poder integral.

No importa que la programación algorítmica sea bastante variable debido a las posibilidades de ampliación de las fórmulas y a la flexibilidad de los parámetros; el propio algoritmo, como serie de pasos de acción predeterminados secuencialmente, sigue dependiendo de la ausencia de ambigüedad y de asignaciones claras. Como explica el científico de los medios de comunicación Roberto Simanowski para los algoritmos de personalización, estos obligan a un “narcisismo de distinción”, a un juego de diferencias de sí o no, de todo o nada, de persona visible o invisible. Por lo tanto, es fundamentalmente incapaz de ambigüedad, de un pero, de una vacilación o indecisión. Excluye al tercero y se basa en una totalidad que le es esencial, que se entiende a sí misma como un momento de exclusión inclusiva.

El establecimiento de esta perspectiva refleja las reflexiones de Anders sobre el “papel de instancia anticipadora” de la tecnología, mediante el que se señala el hecho de que el aparato nunca es neutral, siempre es ya su uso, y que nosotros, “no importa dentro de qué sistema político-económico hagamos uso de él, siempre estamos ya marcados”. Esto parece desarrollarse a una nueva escala debido a una infraestructura mediática troquelada por un capitalismo de vigilancia y a la “penetración constante e imperceptible de los canales de difusión en la carne social”. Simultáneamente, en el contexto de la ‘internet de todo y de todos’, se hace cada vez más evidente, por un lado, que el cuchillo no es un cuchillo –o en la expresión de Anders, que “ningún medio es […] solo un medio”. Y, además, se pone de manifiesto que la tecnología digital se explica más que nunca por su carácter sistémico.

Por último, el estatus en el que la tecnología “predispone” o “establece” las máximas de la acción” –y no tanto máximas que determinan socialmente el uso de la tecnología– condujo a un verdadero auge del pensamiento de Anders. Por un lado, el paradigma de una “máquina total” se reformula en el dogma del “solucionismo” –desde las fantasías engañosas de un “Master Algorithms” basado en la IA hasta las muy reales Social Credit Scores introducidas en China. Por otro lado, se intensifica el discurso sobre una necesaria “imaginación moral”, especialmente en relación con problemáticas tecno-políticas como el targeting algorítmico de votantes, la creciente influencia de las corporaciones tecnológicas particulares en la política, la minería de datos de los servicios de inteligencia o las distorsiones políticas cada vez más evidentes –Fake-News, Dark Ads, algorithmic biases y mensajería masiva son solo algunas palabras clave al respecto–, aunque la referencia directa a Anders es más bien rara. La matemática Cathy O’Neil reclama una “imaginación moral” para anticipar las consecuencias del uso de algoritmos, y la investigadora de IA Kate Crawford habla de un mapeo basado en la ética de efectos no deseados al tratar con Big Data, algoritmos e IA.

Sin embargo, no es sólo la actualidad del pensamiento de Anders lo que es relevante, sino que también en la era digital es posible conectar desde un punto de vista sistemático con la crítica de Anders a la técnica, que todavía estaba referida a la segunda y tercera revolución industrial. De esta manera se puede descodificar en el idiolecto concentrado de los apologetas de Silicon Valley un movimiento cuya eficacia Günther Anders constató de manera más bien implícita y rara vez explícitamente. Sus inicios pueden determinarse en la década de 1940, mientras que su punto álgido discursivo coincide aproximadamente con la publicación del primer volumen de La obsolescencia del hombre. “La cibernética”, escribe Simanowski, “en esto ni siquiera los dientes y las garras pueden ayudar, ha sido siempre la palabra para enmascarar el control, al que internet –de las personas y las cosas– pone a disposición cada vez más ámbitos de la vida humana”. Como se explicará a continuación, la crítica de Anders a la tecnificación y a la tecnocracia debe leerse en este contexto sobre todo como una crítica a la cibernetización, o más exactamente: a un conformismo cibernético”.

“ADAPTADO A ADAPTARSE”: GÜNTHER ANDERS COMO INTÉRPRETE DE UNA CIBERNETIZACIÓN INTEGRAL

“Aunque los cibernéticos, así como la propia cibernética, sólo rara vez se mencionan explícitamente en la obra de Anders, la terminología de la crítica de Anders a la técnica parece estar impregnada de un vocabulario cibernético: así, el filósofo no sólo escribe que “las sociedades conformistas funcionan como sistemas armónicos preestabilizados”, sino que toda su crítica al comportamiento adaptativo puede entenderse como la preocupación central de La obsolescencia del ser humano. En esta óptica, Anders ya anticipa el avance de los procesos de retroalimentación cibernética en el primer volumen: Se habla de la “sustitución de la ‘responsibility’ por una ‘response’ mecánica”; de “máquinas informáticas cibernéticas” que “transforman lo debido en algo meramente ‘correcto’ en términos ajedrecísticos y lo prohibido en algo incorrecto en términos ajedrecísticos”; controlado sobre todo por el “círculo o proceso en espiral que sostiene a la sociedad conformista”. En la tecnosfera de Anders, las máquinas entran en relación unas con otras, por lo que se trata ya de entornos técnicos, de un “ecosistema”, o como él mismo señaló en otro lugar, de una “comunidad nacional de aparatos”. También predice que los aparatos individuales, dotados de un impulso esencial de expansión, se unirán y conectarán en red. Al fin y al cabo, el “sueño de las máquinas” es crecer juntas hasta convertirse en un sistema integral y sin fisuras, una “máquina total”.

Konrad Paul Liessmann, tomando como referencia la interpretación de la información acuñada por el cibernético social Gregory Bateson, define el concepto de “mensaje” de Anders como una “diferencia que en un evento posterior marca la diferencia”. El “dominio silencioso” señalado por Anders va acompañado cada vez más de un ruido informativo permanente, un “ruido de un millón de voces”, que constituye la condición de existencia de la máquina social: Pues “su maquinaria [nunca] funciona de manera completamente impecable […] porque está constantemente en peligro de perder de nuevo la forma que ya ha ganado, su coeficiente de conformidad, porque está constantemente necesitada de mejorar y es capaz de ello, –porque tiene, por tanto, que emplear constantemente medios para mantenerse y corregirse”.

De esta manera, Anders explica el programa de autoaprendizaje y autorregulación ya en términos de cibernética de segundo orden, la “cyibernetics of cybernetics”. En este proceso, la sociedad o el mundo serían sucesivamente sustituidos por la técnica como “reino milenario del totalitarismo técnico”. En este sentido, Anders se muestra como un diagnosticador crítico de un régimen de “naturaleza cibernética” inminente, como lo describiría Serge Moscovici unos años más tarde. También puede leerse como un analista de una gubernamentalidad cibernética que se refleja actualmente en la cuantificación generalizada tanto de lo social como de lo político, es decir, que culmina en ideas que pretenden traducir o sustituir la primacía de la política por los suaves murmullos de los sistemas.

Bajo esta óptica, una de las pocas declaraciones de La obsolescencia del hombre que recurre explícitamente a la cibernética puede descifrarse como una tendencia general que irrumpe con nueva vehemencia, especialmente en la era digital. Así pues, como dice Anders en el capítulo Sobre la bomba, con el ordenador “se han construido criaturas a las que se puede trasladar la responsabilidad, por tanto, máquinas oraculares, es decir, autómatas electrónicos de conciencia –pues no otra cosa son las máquinas de computación cibernética, que ahora, en cuanto encarnaciones de la ciencia (y con ello del progreso y de lo moral en cualquier circunstancia), asumen susurrantemente la responsabilidad mientras el ser humano se mantiene al margen y, medio agradecido y medio triunfante, se lava las manos”.

En el transcurso de este movimiento, según Anders en el segundo volumen de La obsolescencia, los ordenadores cibernéticos se volverían a continuación cada vez más pequeños, más silenciosos, más conectados en red y discretos, casi invisibles, y precisamente por ello más influyentes, más eficaces y, de manera fatal, más poderosos. Junto a esta desaparición superficial de los aparatos, que se hace especialmente “patente” en el presente configurado mediáticamente, se establece otro penetrante mecanismo que Anders ya describió antes de la “silenciosa revolución” digital: la retroalimentación socio-cibernética. Porque “no se dice”, escribe Anders, “que nuestra existencia actual sea exclusivamente un sistema de procesos de aprovisionamiento o incluso un único aprovisionamiento monstruoso. […] hay un proceso complementario que configura nuestra existencia de forma no menos decisiva que el ‘aprovisionamiento’, a saber, la ‘entrega del hombre al mundo’”.

Hoy en día, la relación de entrega recíproca de las “máquinas oraculares” cibernéticas –un término especialmente adecuado para la plataforma ‘social’ Facebook, donde lo pos-fáctico se impone a veces, sobre todo en los ‘closed groups”– se traduce principalmente en un modo de estandarización algorítmica: En el caso de las redes ‘sociales’, aunque la persona singular sea perfilada individualmente, sin embargo, es comisariado algorítmicamente, abastecido ininterrumpidamente y “cebado” a través del newsfeed, para que la máquina pueda saturarse provechosamente de los likes preinstalados, las reacciones y emociones (emoticons) predefinidas y los datos individuales. Es precisamente aquí donde cristaliza el punto descrito por Anders, en el que “nuestro manejo de la máquina y el funcionamiento de la máquina forman un único proceso”. Finalmente, un proceso en el que “la existencia de la conformización”, es decir, el mecanismo de ser adaptado en su “forma circular (o […] espiral)” cibernética, se vuelve él mismo invisible, de modo que el individuo, adaptado a adaptarse, se sabe no sólo dichosamente cortejado sino también técnicamente atrapado.

Las observaciones de Anders sobre la mecánica de retroalimentación del conformismo pueden leerse fácilmente como el signo de una estructura cibernética de control. Apuntan a un cambio sistémico; una lógica de gobierno que circula de forma recursiva y cerrada en sí misma, reflejada en la doble función del consumidor como productor, del exhibicionista como informante o del abastecerse como entregase. El propio Anders describe esta lógica como una “pérdida de categorías” o como un sistema de “diferencias que desaparecen”, que se presenta sobre todo como una programática totalitaria. Sin embargo, no debe leerse como una machine à gouverner unidireccional que mueve masas con sólo pulsar un botón. Porque Anders reconoce ciertamente que, junto a los mecanismos de acción masificadores de la radio o la televisión, en el “capitalismo cibernético” se hacen palpables reflejos de control más sutiles, más suaves, más agradables, pero más amplios; mecanismos, en otras palabras, que están casi necesariamente ligados a las promesas publicitarias liberales, a la “pasividad bajo el disfraz de la actividad”, a la “ilusión de libertad”.

En una época en la que uno se asoma a los mismos constructos inteligentes en casi todos los rincones del mundo, en la que sigue los mismos esquemas de presentación del yo ‘individual’ y participa en el murmullo conformista de las valoraciones en las omnipresentes plataformas sociales, las promesas de eficiencia total parecen instalar un instrumento de poder más eficaz que cualquier uniformización del pensamiento, lo que se concreta con Anders a partir de los recientes desarrollos tecnopolíticos. En un presente formalizado por el capitalismo de vigilancia, en el que la “brecha entre participación y democracia, participación e igualdad” es cada vez más evidente y en el que el solucionismo marca cada vez más profundamente el imaginario político, se perfila finalmente un movimiento que reclasifica al Estado como red social y (mal) entiende la política como mera logística. Además, pretende someter lo político mismo a tratamiento a través del pensamiento calculador, es decir, cancelarlo; en él se refleja, en última instancia, una concisa observación de Anders: que la significación de las aplicaciones técnicas, una vez que comienzan a colonizar lo político, “aumenta de tal manera que los acontecimientos políticos acaban teniendo lugar en su marco”.

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