Por Hernán Andrés Kruse.-

El 6 de junio se cumplió el centésimo décimo sexto aniversario del nacimiento de uno de los más destacados politólogos y filósofos liberales del siglo XX. Isaiah Berlin nació en Riga el 6 de junio de 1909. Con sólo seis años se trasladó, en compañía de su familia, a Petrogrado (Rusia). Allí fue testigo de la revolución liderada por Lenin. En 1921 la familia Berlin emigró a Inglaterra. Don Isaiah se educó en el Saint School de Londres y en el Corpus Christi College de Oxford. Se graduó en “cum laude” y obtuvo el premio John Locke de filosofía. Entre 1957 y 1967 fue profesor de Teoría Social y Política en la Universidad de Oxford. En 1967 ayudó a fundar el Wolfson College de Oxford. En 1971 recibió la Orden de Mérito. Presidió la Academia Británica entre 1974 y 1978. En 1979 fue galardonado con el Premio Jerusalén por sus escritos sobre la libertad individual en la sociedad. Conoció en persona a los poetas rusos Anna Ajmátova, Boris Pasternak y Joseph Brodsky. Además, convenció al dramaturgo británico Tom Stoppard para que escribiera la obra “La costa de Utopía”. Isaiah Berlin falleció en Oxford el 5 de noviembre de 1997 (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de José Francisco Jiménez Díaz (Universidad Pablo de Olavide) titulado “Pluralismo y libertad en el pensamiento de Isaiah Berlin”. Analiza la manera como Berlin trató los problemas centrales de su obra: ¿qué es la libertad?, ¿cómo pueden vivir los seres humanos una vida digna? y ¿es posible conciliar los grandes valores políticos en la vida humana?

LAS PREGUNTAS SOBRE EL SER HUMANO Y LA POLÍTICA EN ISAIAH BERLIN

“Isaiah Berlin nació en Riga (Letonia, 1909) dentro de una familia judía de origen ruso. Su familia pronto tuvo que emigrar debido al desarrollo de la Revolución Rusa; así, la familia se trasladó a la capital británica en 1921, después de haber vivido en varias ciudades rusas. En Inglaterra fue escolarizado en colegios de élite y ya en sus primeros años mostró habilidades notorias para la música, la escritura y la lectura tanto en inglés como en su lengua materna. Tras sus estudios universitarios, fue profesor de filosofía en la Universidad de Oxford y sus primeras inquietudes intelectuales estuvieron marcadas por el estudio de la lógica y de la filosofía de la ciencia. Tales inquietudes le procuraron extensas conversaciones y lazos de amistad con los principales filósofos neopositivistas y empiristas anglosajones de los años 1930. Hacia 1950, desencantado de la visión neopositivista de la ciencia, Berlin empezó a estudiar historia de las ideas políticas como vía para reflexionar sobre los grandes problemas que han preocupado a la humanidad durante todos los tiempos.

Respecto a tales problemas tres preguntas son centrales en su obra: ¿qué es la libertad?, ¿cómo pueden vivir los seres humanos una vida digna?, ¿es posible conciliar los grandes valores políticos en la vida humana? De este modo, la producción intelectual de Isaiah Berlin, normalmente plasmada en originales ensayos sobre pensadores occidentales poco conocidos, se concentrará en responder a tales preguntas, las cuales, a su juicio, no tienen una respuesta única y satisfactoria. Pues, en última instancia, las posibles respuestas dependen de la cultura y de la sociedad en que se haya educado y socializado cada grupo de actores sociales. No obstante, este fue un descubrimiento tardío de algunos pensadores europeos románticos tales como Vico, Herder, Herzen, Hess, Montesquieu, Rousseau y Sorel, que no comulgaban sensu estricto con los principios generales de la Ilustración (Kant) y eran bastante críticos con los mismos.

En efecto, las referidas preguntas no tienen una respuesta definitiva, única y verdadera para los diversos grupos humanos; más bien las respuestas a preguntas tan radicales son provisionales y dependen de las circunstancias socio-históricas, culturales y vitales de cada uno de dichos grupos. Sin embargo, los pensadores más influyentes de la cultura occidental, al menos desde Platón hasta el siglo XX, pasando por Cicerón, Agustín de Hipona, Guillermo de Occam, Hobbes, Kant, Hegel y Marx, constantemente han planteado que dichas preguntas tienen una única y verdadera respuesta, haciendo tabla rasa del pluralismo de valores y, por ende, de la diversidad de concepciones, culturas y socializaciones que han vivido los distintos grupos humanos. Esta es la doctrina del monismo filosófico que ha dominado la tradición de pensamiento occidental, desde la Antigüedad hasta nuestros días, la cual ha llevado a no comprender la complejidad de los asuntos humanos y del “mundo común” que constituye la política (Arendt).

Desde dicha doctrina se presupone que “toda la realidad y todas las ramas de nuestro conocimiento de ella, forman un todo racional, armonioso, y que hay una unidad última o armonía entre los fines humanos” (Hausheer). Berlin argumenta que debido al predominio de esta doctrina, muy probablemente, el pensamiento filosófico occidental se ha desarrollado, por lo general, mediante una visión errónea que le ha inhabilitado para comprender cabalmente los asuntos humanos. Éstos se han mostrado opacos al conocimiento y a la comprensión de los grandes pensadores porque en ellos ha dominado un espíritu demasiado riguroso y esquemático para conocer algo tan proceloso, mutable e influenciable por las circunstancias socio-históricas como es la condición humana.

Efectivamente, los seres humanos son transformados constantemente por los propios esfuerzos que ellos mismos despliegan para abordar los problemas de su tiempo, lo cual, a su vez, genera “nuevos hombres y nuevos problemas; y que por lo tanto los problemas y necesidades futuras del hombre […] no pueden anticiparse, y menos aún ser previstas” (Hausheer). A este respecto, Berlin expone que: “Las vidas humanas son radicalmente alterables, los seres humanos pueden ser reeducados, condicionados o puestos patas arriba –ésta es la principal lección de los tiempos violentos que vivimos–”.

Si bien, no se contribuye a la comprensión (Verstehen) de la condición humana con un lenguaje deliberadamente ambiguo, la obsesión por precisar hasta el extremo el lenguaje de la política puede volverlo inútil e impreciso (y carente de sentido), puesto que los conceptos sociales y políticos son necesariamente vagos y flexibles (Berlin), en la medida que con ellos se explora acerca de los significados intersubjetivos de los problemas e interacciones sociales que afectan, de diversos modos y en diferentes tiempos, a los seres humanos. A su vez, por si fuera poco, todo ello se entrevera con los juicios normativos que pueden orientar a los individuos en cada tiempo histórico, y que difícilmente pueden ser omitidos de dicho lenguaje. No obstante, como es sabido, Max Weber argumentaba desde su posición científica-empirista y neutral respecto a valoraciones, de la que desconfiará Berlin, que la principal tarea de las ciencias de la acción en general (ciencias sociales) es “comprender, interpretándolas, las acciones orientadas por un sentido”. En último término, sólo puede conocerse el sentido de las acciones humanas si atendemos a los motivos y fines subyacentes de tales acciones, así como a las conexiones de sentidos definidos como reales por los sujetos de la acción social.

Más allá del estudio sistemático del sentido de las acciones humanas, las respuestas -en plural, nunca en singular- que Berlin ofrece a las preguntas radicales y últimas sobre el hombre son complejas, muchas veces paradójicas y, por lo general, se alejan del canon del pensamiento clásico occidental. Ello le lleva al estudio de diversos pensadores occidentales que se salen de los márgenes de las tradiciones y esquemas predominantes en sus respectivas épocas. Las respuestas de Berlin llevan, pues, a situaciones paradójicas y ambiguas, eludidas éstas por las grandes teorías políticas de la historia. Así pues, la teoría política, tal como es concebida por Berlin, consiste en analizar y examinar los múltiples fines de la vida humana o los objetivos colectivos de las sociedades políticas. Según Berlin, la labor de la teoría política -necesariamente normativa- se corresponde con la reflexión acerca de los juicios morales y de los juicios de valor, porque la realidad de lo político constantemente se halla entreverada de los problemas y de los conflictos humanos. Ocultar o desentender tales problemas y conflictos implica no poder comprender el mundo de la política.

Es más, la teoría política se desarrolla de la mano de dichos problemas y conflictos, y en la medida que los mismos son abordados desde diferentes visiones y perspectivas ante la vida humana. Es decir, los fenómenos políticos sólo adquieren el carácter de tales por su significación e implicaciones para las heterogéneas formas de convivencia humana, puesto que los fines humanos (o valores) son múltiples y demasiadas veces están en pugna unos con otros; lo cual obliga a hacer elecciones trágicas entre fines en un mundo carente de sentido, plural, “caótico y abierto a cambios impredecibles” (Hausheer). Por ello, para Berlin es inconcebible una teoría política libre de valoración. La teoría política es inevitablemente normativa y, por ello, ha de “analizar y examinar los fines de la vida humana, los objetivos colectivos de las sociedades humanas [para poder discernir] […] la validez de las formulaciones realizadas en torno a las metas de las sociedades humanas y la validez de los métodos con que se determinan estas metas y se pretende alcanzarlas” (Abellán).

En síntesis, para Berlin el punto de partida de la teoría política normativa es el siguiente: “La teoría política es una rama de la filosofía moral que tiene su origen en el descubrimiento, o aplicación, de ideas morales en la esfera de las relaciones políticas. No quiero decir, como creo que han pensado algunos filósofos idealistas, que todos los movimientos o conflictos históricos entre seres humanos sean reducibles a movimientos o conflictos de ideas o fuerzas espirituales, ni siquiera que sean consecuencia (o aspectos) de ellas. Lo que quiero decir es que entender tales movimientos o conflictos es, ante todo, entender las ideas o actitudes hacia la vida que llevan implícitos, pues esto es lo único que hace que tales movimientos sean parte de la historia humana y no meros sucesos naturales”.

PLURALISMO RADICAL DE VALORES, LIBERALISMO Y DEMOCRACIA

“El enfoque teórico desarrollado por Berlin es el pluralismo de valores, desde el cual apuesta por el liberalismo. No obstante, el pluralismo, tal y como lo entiende Berlin, no es equivalente al liberalismo, pues pueden existir teorías liberales que no sean pluralistas; esto es, teorías liberales que persigan un ideal exclusivo tomándolo como absoluto e interpretándolo como el más valioso y único merecedor de esfuerzos para la vida humana. Pero esta sería la citada doctrina monista, idealista y determinista ante la vida, la cual contradice el enfoque teórico defendido por Berlin. Tal doctrina, asentada en la creencia de que es posible la consecución de un mundo perfecto y armonioso, es la que ha llevado históricamente a la justificación de las tiranías, los despotismos y los movimientos más abyectos de la historia.

En cualquier caso, el pluralismo de valores liberal tiene varias implicaciones para el autor británico. En primer lugar, que no existen respuestas únicas, satisfactorias y definitivas para las aludidas preguntas radicales de la vida humana; es más pueden existir variadas repuestas para tales preguntas y que, además, sean incompatibles entre sí. Esto es tanto como refutar el monismo filosófico que supone que sólo existe una respuesta para las preguntas fundamentales de la vida; es decir, creer que la verdad o la salvación del hombre, en este mundo imperfecto y lleno de sufrimientos, tiene un solo camino. Desde luego, los relatos de las grandes religiones monoteístas, pero también de algunas influyentes filosofías (platonismo, iluminismo, marxismo), han difundido por doquier esta noción de la verdad y de la vida humana. En cambio, si se acepta el pluralismo radical de valores se admite, a la vez, el conflicto ineludible entre los diversos grupos o sociedades humanas, con diferentes concepciones de la vida y del ser humano; esto es, la verdad y la salvación del hombre tienen varios caminos, los cuales dependen de las culturas, de las sociedades y de los procesos de socialización que emprenden tales culturas y sociedades, entendiendo que éstas son construcciones socio-históricas.

Solo es posible minimizar el conflicto, nunca suprimirlo, llegando a ciertos compromisos y aplicando “un mínimo grado de tolerancia” (Abellán). De hecho, el principal propósito de la política es la regulación de los conflictos en una comunidad conformada por seres humanos que disponen de diferentes tradiciones, intereses, costumbres, ideales, etcétera. En consecuencia, una sociedad será pluralista, en sentido normativo, en la medida que se oriente por varios valores últimos, dejando cabida a distintas opciones de vida en una misma comunidad. Por el contrario, una sociedad no será pluralista, sino monista, en el supuesto de que exclusivamente se guíe por un solo valor o ideal, y se olviden otros valores en liza y, por tanto, también se excluyan y menosprecien otras opciones de vida. Sin lugar a dudas, la actitud monista llevaría a no comprender a los diferentes (otros) y a su exclusión sociopolítica, en tanto que la actitud pluralista llevaría a la práctica de la tolerancia entre personas con procedencias y valores diversos.

En segundo lugar, el hecho de reconocer el pluralismo de valores permite comprender el papel profundo y creador que cada valor y/o ideal puede desempeñar en la vida humana. Así la opción liberal-pluralista está predispuesta a desarrollar una vida social fundada en el reconocimiento de que los diversos valores (y opciones de vida) poseen un sentido humano, digno y legítimo, siempre y cuando dichos valores no impidan el libre desarrollo de otras opciones de vida. Y, de esta manera, el pluralismo de valores, no es sólo una opción normativa deseable, sino que es también una experiencia real en las sociedades multiculturales que hay que reconocer como punto de partida de las mismas. En otras palabras, el conflicto de valores -que se traduce en múltiples, pero limitadas, opciones de vida en liza en cualquier comunidad política- es un hecho inevitable y, por consiguiente, nos vemos obligados a elegir entre ellos para poder definir nuestros cursos de acción vitales. En consecuencia, se necesita una organización sociopolítica que permita guiarse/orientarse por valores diversos, para que no aparezcan situaciones “tiránicas” que obliguen a los diferentes seres humanos a contradecir sus convicciones morales más profundas. Este sería el objetivo que perseguiría una sociedad de tipo liberal pluralista.

Sin embargo, Berlin también es plenamente consciente de que no es posible armonizar el conjunto de valores últimos, ya que elegir una opción vital (y consigo un ideal) implica sacrificar otros valores y opciones vitales. Así daba cuenta de esta realidad, en una de sus obras principales: “El mundo que nos encontramos en nuestra experiencia cotidiana se caracteriza por enfrentarnos con elecciones entre fines últimos y exigencias absolutas, en el que la realización de nuestras elecciones implica el sacrificio de las opciones descartadas. De hecho, tan es así la situación, que los hombres conceden un valor inmenso a la libertad de elección”. En definitiva, quien como Berlin defiende el pluralismo de valores apuesta por la existencia de diversas prioridades humanas centrales y objetivas, entendiendo por ello que tales prioridades “representan algo valioso en sí mismo, con independencia del estatus que les concedan los individuos o sus sociedades […]” (Abellán); y, que, a la vez, no existe un denominador o criterio común para establecer una clasificación científica y racional entre los diversos valores que puedan orientar la vida humana.

Esto es, no es posible justificar la jerarquización científica y racional entre los múltiples valores morales y políticos, puesto que estos, en última instancia, son construcciones socioculturales. Así, por ejemplo, no es posible hallar una explicación científica-racional que nos permitan discernir que la equidad absoluta es un valor superior a la libertad absoluta, y viceversa. Respecto al ideal de democracia, imperante en las sociedades contemporáneas avanzadas, Berlin muestra ciertas críticas, aunque él comulga claramente con la democracia liberal-pluralista o poliarquía contemporánea (Dahl). El profesor de Oxford argumenta que una sociedad democrática puede convertirse en un mecanismo tiránico, pues de hecho en la democracia la mayoría puede hacer lo que quiera, amparada por la ley, incluso cometiendo variadas injusticias, crueldades y crímenes. Es decir, Berlin advierte, como ya hiciera Alexis de Tocqueville, que la imposición de la lógica de la igualdad de condiciones (o igualitarismo) puede legitimar tiranías amparadas por mayorías sociales.

En este sentido, no puede olvidarse que Hitler fue elegido en unas elecciones democráticas, cuando el pueblo alemán sufría las graves consecuencias de la crisis social y económica de los años veinte. Incluso, en muchas dictaduras se celebran elecciones periódicas y plebiscitos, y no por ello dejan de ser tiranías adornadas de pasajeros y manipulados elementos democráticos. Para Berlin, una democracia pluralista requiere la consulta del pueblo y el compromiso con los diversos valores en liza, al tiempo que debe reconocer y respetar las demandas de los individuos y de los grupos minoritarios, a los que no se puede apartar de las decisiones políticas, salvo en situaciones de extrema gravedad (Abellán). En suma, Berlin es plenamente consciente de la fragilidad de la democracia liberal-pluralista en la medida que ésta puede derivar hacia otras formas de gobierno menos deseables por quienes defienden en serio el pluralismo radical de valores, tal y como él comprobó en su vida. De hecho, el citado profesor vivió conscientemente la época de la quiebra de las democracias liberales en el siglo XX y las dos guerras mundiales que la produjeron. Asimismo, dicha quiebra también representaba el ocaso y contradicción de los valores de progreso social y avance continuado de la humanidad que habían defendido los pensadores más prominentes de la Ilustración”.

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