Por Hernán Andrés Kruse.-

EL ASUNTO DE LA FILOSOFÍA CRISTIANA

“Jean-Luc Marion introduce su análisis sobre la filosofía cristiana en Le visible et le révélé con la afirmación de que los conceptos también son mortales, lo que nos sitúa en una reflexión profunda sobre la naturaleza y la duración de las ideas filosóficas. El autor plantea que los conceptos pueden llegar a morir de insignificancia o devenir aporías cuando ya no logran señalar un camino claro para el pensamiento.

La noción de “filosofía cristiana”, según Marion, podría estar sufriendo este destino en la actualidad, lo que lleva a la pregunta de si debemos abandonarla o intentar revitalizarla. Para Marion, la cuestión no es renunciar a la filosofía cristiana, sino reconsiderarla y repensarla a la luz de nuevos enfoques. Este argumento plantea una tensión interesante entre la tradición y la innovación, un dilema central en el debate contemporáneo sobre la filosofía cristiana. Este enfoque inicial de Marion está profundamente arraigado en la fenomenología, ya que invita a considerar cómo los conceptos, al igual que los fenómenos, tienen una vida propia que depende de su manifestación y de la forma en que se “donan” a la experiencia. Si un concepto deja de ser significativo, puede considerarse “muerto” en el sentido fenomenológico, porque ya no “da nada” ni ofrece una estructura comprensible para el pensamiento.

Marion profundiza en el contexto histórico de la filosofía cristiana refiriéndose al debate que tuvo lugar entre 1927 y 1931, desencadenado por las ideas de Émile Bréhier. Según Bréhier, el cristianismo ha utilizado muchas filosofías a lo largo de su historia, pero nunca ha generado una propia debido a una incompatibilidad fundamental entre la razón y el misterio de la revelación cristiana. Este argumento provocativo plantea una cuestión clave: ¿es posible una verdadera “filosofía cristiana” o la razón y la fe están irrevocablemente separadas?. Marion explora esta cuestión desde una perspectiva fenomenológica, sugiriendo que la revelación y la razón no necesariamente se excluyen mutuamente. Para el mismo autor francés, la revelación no se entiende simplemente como un conjunto de verdades a las que la razón debe someterse, sino como un fenómeno que puede manifestarse y ser acogido por la razón, pero que se manifiesta desde sí (de soi). En este sentido, la “filosofía cristiana” podría reinterpretarse como un espacio donde lo revelado se “dona” a la razón, permitiendo una interacción fructífera entre ambos.

Marion destaca que, aunque podría haberse esperado que los pensadores católicos defendieran unánimemente la legitimidad de la filosofía cristiana, la realidad fue mucho más compleja. Algunos filósofos católicos, como los de la escuela de Lovaina, argumentaron que no hay una filosofía específicamente cristiana, en el sentido de que las verdades filosóficas no dependen de la fe. En cambio, defienden un enfoque aristotélico-tomista, donde las verdades filosóficas son universales y no requieren de la revelación cristiana para ser válidas. Aquí, Marion subraya una tensión importante entre la fe y la razón, pero sugiere que no es necesario verlas como antagónicas.

Desde una perspectiva de Marion, se puede argumentar que la razón y la revelación se complementan, pues si bien la razón puede alcanzar ciertas verdades por sí sola, la revelación cristiana puede ofrecer un horizonte adicional de comprensión, permitiendo que la razón se extienda más allá de sus propios límites. Este enfoque no busca subordinar la razón a la fe, bajo la errónea comprensión de Philosophia ancilla theologiae, sino expandir la capacidad de la razón para acoger lo que de otro modo permanecería inaccesible.

Jean-Luc Marion toma la definición de “filosofía cristiana” de Gilson como punto de partida para su reflexión. Según Gilson, en la lectura de Marion, una filosofía cristiana es aquella que distingue entre la razón y la revelación, pero considera que la revelación cristiana es un “auxiliar indispensable” para la razón. Es decir, la revelación no reemplaza a la razón, pero sí le ofrece temas que la razón por sí sola no podría tratar ni sospechar, como el concepto de creación. Marion utiliza esta definición como una base para explorar cómo la revelación cristiana podría servir no solo como un tema para la filosofía, sino como una fuente de nuevas intuiciones fenomenológicas.

Desde esta perspectiva, la revelación no se impone como un dogma que la razón debe aceptar, sino que se presenta como una manifestación que la razón puede explorar. Esto tiene implicaciones significativas para la fenomenología, ya que permite que la razón filosófica acoja lo trascendente sin necesidad de subordinarse a él. La revelación, según Gilson y Marion, sugiere temas filosóficos que la razón no podría descubrir por sí sola. Estos incluyen conceptos profundamente cristianos como la creación, la eucaristía y la gracia. Marion señala que la razón, al abordar estos temas, no pierde su autonomía, sino que encuentra nuevos horizontes de reflexión. Un ejemplo claro es el uso del concepto de creación en Descartes y Leibniz, quienes abordan este tema desde una perspectiva racional, pero inspirada en la revelación.

Este enfoque fenomenológico permite que la revelación sea vista como una fuente legítima de nuevos fenómenos. Estos son fenómenos que exceden la capacidad de la razón para comprenderlos plenamente, pero que, sin embargo, se dan y, por tanto, pueden ser pensados. La fenomenología, en este sentido, ofrece una vía para abordar temas revelados de una manera filosófica sin reducirlos a meras categorías racionales. Uno de los ejemplos más significativos de la interacción entre filosofía y revelación es la “metafísica del Éxodo”, donde el concepto filosófico de actus purus essendi (acto puro de ser) se interpreta como equivalente al nombre divino “Yo soy el que soy” (Ex 3,14). Para Marion, este es un ejemplo claro de cómo la revelación puede iluminar un concepto filosófico, dándole un nuevo significado que no estaría disponible para la razón por sí sola.

Desde una perspectiva fenomenológica, este ejemplo muestra cómo lo revelado puede “donarse” a la razón de una manera que transforma su comprensión. La fenomenología de Marion se centra precisamente en este tipo de encuentros, donde lo trascendente se hace presente en la experiencia sin ser reducido a los límites de la razón. En este sentido, la “filosofía cristiana” no es simplemente una interpretación de conceptos filosóficos, sino una ampliación del horizonte fenomenológico de la conciencia. Marion señala que uno de los problemas principales de la filosofía cristiana entendida solo como hermenéutica es que la interpretación cristiana de los conceptos filosóficos puede parecer secundaria o derivada. Si la filosofía cristiana simplemente comenta o reinterpreta los resultados de la filosofía secular, entonces pierde su carácter original y creativo.

Para abordar esta crítica, Marion propone que la filosofía cristiana no debe limitarse a una hermenéutica, sino que debe convertirse en una heurística, una forma de descubrir nuevos fenómenos que no estarían disponibles sin la revelación cristiana. Aquí, Marion se aleja de la mera interpretación para sugerir que la revelación puede generar nuevos fenómenos filosóficos que transforman la comprensión de la razón.

Otra crítica importante a la filosofía cristiana como hermenéutica es su aparente arbitrariedad. Marion menciona que la revelación cristiana ofrece una interpretación particular de los fenómenos, pero esta interpretación podría no ser la única posible. Por ejemplo, la pobreza puede interpretarse como una virtud evangélica o como un fenómeno económico ligado al capitalismo, según la interpretación que se adopte. Desde una perspectiva fenomenológica, esta crítica resuena con las preocupaciones de la hermenéutica contemporánea, que enfatiza que toda interpretación es, en última instancia, una construcción.

Sin embargo, Marion sugiere que la revelación cristiana, en lugar de ser simplemente una interpretación entre muchas, ofrece algo verdaderamente nuevo que transforma la experiencia filosófica. La revelación no es solo una interpretación, sino una apertura hacia fenómenos que de otro modo permanecerían ocultos. En lo que refiere al pensamiento cristiano, Jean-Luc Marion realiza una lectura profunda y sofisticada de Blaise Pascal, integrando su pensamiento dentro del marco de la fenomenología y la teología. Para Marion, Pascal no solo es relevante por su análisis de la condición humana, sino también por su tratamiento de la fe cristiana, la angustia y la caridad, tal como también comprende Falque.

En su interpretación de Pascal, Marion se concentra en cómo éste aborda la tensión entre la razón y la fe, particularmente en su famosa apuesta y en su comprensión del “orden de la caridad”. Para Pascal, según Marion, la razón tiene un límite claro: no puede llevarnos hasta Dios, pero puede ayudarnos a reconocer la necesidad de tomar una decisión sobre la fe. Aquí es donde entra en juego la apuesta pascaliana, que Marion analiza como un acto radicalmente fenomenológico: un momento en el que el individuo se enfrenta a un fenómeno saturado, el cual excede la capacidad de la razón de comprender plenamente y, por lo tanto, demanda una respuesta que va más allá de la mera lógica. La apuesta, para Marion, no es solo una estrategia racional, sino una apertura hacia lo revelado, hacia el fenómeno de Dios que, aunque no puede ser plenamente captado por la razón, se manifiesta como algo que exige una respuesta existencial y espiritual.

Marion también recupera de Pascal el concepto del “orden de la caridad”, que Pascal contrapone a los órdenes de las grandeurs charnelles (los poderes físicos y políticos) y de los esprits (la razón y el conocimiento). En este sentido, Marion sigue la línea pascaliana al afirmar que la caridad representa un orden superior, uno que no es accesible directamente a la razón ni a los sentidos. El orden de la caridad se dona como un fenómeno que transforma completamente la manera en que el ser humano experimenta la realidad, y solo puede ser acogido desde la fe. Marion utiliza este concepto para sugerir que la revelación cristiana no solo complementa la razón, sino que la trasciende al introducir fenómenos y experiencias que, de otro modo, permanecerían invisibles para la pura racionalidad. La caridad, entonces, se convierte en un horizonte fenomenológico donde la razón y la fe pueden converger sin necesidad de entrar en conflicto.

Uno de los puntos clave de la heurística de la caridad es que introduce fenómenos completamente nuevos en la experiencia filosófica. Marion menciona ejemplos como el concepto de “persona” y el fenómeno del “rostro”, que solo pueden ser plenamente comprendidos a la luz de la revelación cristiana, aunque nunca comprendidos en totalidad. Estos fenómenos no solo amplían el horizonte de la razón, sino que transforman la forma en que comprendemos la realidad humana. En este sentido, la fenomenología de Marion se alinea con la teología, en la medida en que ambos campos exploran fenómenos que exceden la capacidad de la razón para comprenderlos completamente. Sin embargo, Marion no sugiere que estos fenómenos sean irracionales; más bien, son fenómenos que se donan a la razón de una manera que la transforma -en sintonía a su propuesta de la revelación.

El ejemplo más claro de la interacción entre la revelación y la razón en la filosofía cristiana es el fenómeno del rostro. Marion señala que el rostro de una persona solo puede ser plenamente comprendido a la luz de la caridad, ya que la caridad revela la trascendencia del otro. Sin la caridad, el rostro se reduce a un objeto más en el mundo, pero con la caridad se transforma en el “fenómeno absoluto de otro centro del mundo”. Desde una perspectiva fenomenológica, este es un ejemplo claro de un fenómeno saturado: el rostro del otro es un fenómeno que excede la capacidad de la razón para dominarlo o reducirlo a un objeto.

La revelación de la caridad permite que este fenómeno se manifieste plenamente, no como un objeto de conocimiento, sino como una presencia que transforma la comprensión de la razón. Por lo tanto, Marion asume que la filosofía cristiana es existente y tiene un papel fundamental en la filosofía actual. Aunque se enfrenta a críticas y tensiones dentro del pensamiento moderno, Marion demuestra que, a través de la fenomenología, la filosofía cristiana puede ser replanteada como una forma legítima de exploración filosófica que no solo interpreta la revelación, sino que la utiliza para descubrir nuevos fenómenos que transforman la experiencia humana. Este enfoque fenomenológico sugiere que la revelación cristiana no debe ser vista como un obstáculo para la filosofía, sino como una oportunidad para que la razón descubra nuevos horizontes de comprensión.

LA LECTURA FILOSÓFICA DE MARION

Como planteamos anteriormente, uno de los enfoques críticos más interesantes a su trabajo es el de Emmanuel Falque, quien en Phénoménologie de l’extraordinaire, afirma que las referencias de Marion a la historia de la filosofía tienen como única finalidad prescindir de ella. Según Falque, Marion parece operar en un terreno donde la tradición filosófica se descarta en favor de una aproximación novedosa que, en lugar de dialogar con el pasado, lo desecha. Esta interpretación, sin embargo, puede ser considerada como reductiva y simplista, ignorando la profundidad con la que Marion interactúa con la historia de la filosofía, no para rechazarla, sino para replantearla desde nuevas perspectivas fenomenológicas, sobre todo a partir del concepto de la donación.

Marion no solo no prescinde de la historia de la filosofía, sino que, al contrario, reconoce su importancia fundamental. Para Marion, la filosofía debe ser capaz de enfrentarse a su propio pasado de manera crítica, reelaborando sus preguntas fundamentales y explorando nuevos fenómenos que no habían sido considerados previamente. En este sentido, Marion sigue la tradición crítica de filósofos como Heidegger, quien sostenía que la filosofía no puede limitarse a una acumulación de conocimientos, sino que debe mantenerse en un constante diálogo con la esencia del ser. Marion, sin embargo, lleva esta concepción un paso más allá, introduciendo la fenomenología de la donación como una forma de ir más allá de los límites tradicionales de la filosofía.

El concepto de “donación” juega un papel central en la obra de Marion, y es aquí donde su filosofía se diferencia de la simple hermenéutica o el comentario filosófico. La donación no es un mero acto de interpretación; es la experiencia de un fenómeno que se manifiesta más allá de las estructuras tradicionales de comprensión. En este sentido, la filosofía en Marion no se limita a comentar lo que ya ha sido dicho, sino que se convierte en una heurística, un proceso de descubrimiento constante de nuevos fenómenos. Esta heurística se basa en la capacidad de la filosofía para abrirse a lo que está más allá de su propio horizonte, lo que Marion denomina “fenómenos saturados”, aquellos fenómenos que exceden la capacidad de la razón para aprehenderlos por completo, pero que, sin embargo, se donan a la experiencia -y que, tal como él señala, es la explotación de una propuesta husserliana.

Además de sus libros dedicados a la historia de la filosofía de Descartes, Jean Luc Marion aborda las propuestas filosóficas anteriores a él de manera crítica, seleccionando aspectos clave de la tradición filosófica para desarrollar su fenomenología de la donación. En Étant donné, Marion se involucra con la obra de Heidegger, en particular con el concepto de Ereignis (acontecimiento). Marion critica que Heidegger no logró radicalizar suficientemente su análisis de la donación, subordinando el Ereignis a la ontología y dejando sin explorar plenamente la donación como fenómeno autónomo. Marion destaca que Heidegger, aunque abrió la vía para una fenomenología que escapa a la mera objetivación, no fue capaz de liberarse completamente de la primacía del ser.

En esta crítica, Marion también discute cómo Heidegger reduce el fenómeno del mundo a la ontología, sin dar cabida a la fenomenalidad del don. Heidegger influyó en la crítica de Marion a la fenomenología intencional de Husserl, proponiendo que la fenomenalidad del mundo no puede reducirse a la intencionalidad de un objeto. Marion, por tanto, parte del análisis heideggeriano, pero lo lleva más allá, proponiendo una fenomenología de la donación que excede el horizonte del ser.

En el mismo texto, aparte de sus ya mencionadas historias de la filosofía cartesiana, Marion se involucra profundamente con Descartes, particularmente con su cogito y las implicaciones de la filosofía cartesiana para la fenomenología. Marion retoma y critica la dicotomía cartesiana entre res cogitans y res extensa, argumentando que esta separación, aunque útil en el contexto de la ciencia moderna, deja fuera aspectos esenciales de la fenomenalidad, como la donación. Para Marion, el cogito cartesiano está limitado por su enfoque en la certeza del pensamiento, lo que conduce a una visión restringida del ser y del mundo. En este sentido, Marion rechaza la separación cartesiana entre el sujeto y el objeto, proponiendo que el sujeto no es el centro de la fenomenalidad, sino que es el adonado, es decir, el que recibe lo dado. Esta noción del adonado es crucial en la filosofía de Marion, ya que marca una ruptura con la tradición cartesiana y kantiana, y permite una fenomenología más radical, centrada en la recepción pasiva del fenómeno y no en su constitución por parte del sujeto.

En De surcroît, Marion retoma la fenomenología de Husserl, pero la redefine de manera significativa. Mientras que Husserl establece la fenomenología a través de la intencionalidad y la constitución de los objetos por parte de la conciencia, Marion sostiene que ciertos fenómenos saturados exceden esta capacidad intencional. Husserl, según Marion, no llega a una fenomenología completa porque se limita a analizar la relación entre el sujeto y el objeto, dejando fuera fenómenos que no pueden ser constituidos, sino que se dan más allá de la capacidad del sujeto para captarlos. Así, Marion lleva la fenomenología husserliana a sus límites y más allá, proponiendo una fenomenología de la donación, donde el fenómeno se da sin estar mediado por las estructuras intencionales de la conciencia.

Levinas es otro filósofo clave en el desarrollo de la fenomenología de Marion. También en De surcroît y en Prolégomènes a la charité, Marion toma la noción de Levinas sobre la primacía de la ética sobre la ontología, en particular la idea de que la relación con el otro es más fundamental que cualquier consideración ontológica. Marion reconoce la importancia de la ética de Levinas, especialmente en su análisis del rostro como lugar de la revelación ética. Sin embargo, Marion también toma distancia de Levinas al proponer que la relación con el otro no es únicamente ética, sino que también implica una fenomenalidad saturada que excede los límites de la ética tal como la concibe Levinas. Para Marion, la revelación del otro es un fenómeno saturado, que se da más allá de la capacidad de la ética para captarlo. Así, aunque Marion retoma a Levinas, lo lleva más allá al proponer que la fenomenalidad del otro no se limita a la ética, sino que pertenece al ámbito de lo saturado, de lo que excede cualquier categorización o concepto.

Por otro lado, en Reprise du donné, Marion discute cómo Aristóteles considera la jerarquía entre las ciencias, con la física subordinada a la matemática. Marion utiliza este concepto aristotélico para aplicarlo a la relación entre la teología revelada y la filosofía. Según Marion, la teología revelada tiene prioridad sobre la filosofía en tanto que la revelación trasciende las capacidades de la razón humana. Sin embargo, Marion también critica a Aristóteles en ciertos aspectos, argumentando que la visión aristotélica del tiempo, por ejemplo, como medida del movimiento, es insuficiente para captar la experiencia temporal en toda su complejidad. Marion contrasta esta visión con la de Agustín, quien sostiene que el tiempo está más relacionado con la experiencia interior del alma que con el movimiento físico. Esta crítica a Aristóteles permite a Marion desarrollar su noción del tiempo como un fenómeno, que excede la medición objetiva y se experimenta de manera más directa en la vida del sujeto.

En su relación con Nietzsche, Marion examina la voluntad de poder y cómo Nietzsche intenta imponer el “sello del ser” al devenir. En Reprise du donné, Marion argumenta que, aunque Nietzsche busca superar la metafísica tradicional, su pensamiento sigue estando atrapado en las categorías metafísicas que intenta dejar atrás -del mismo modo que lo señala en L’idole et la distance. Nietzsche, según Marion, sigue operando dentro de un marco metafísico que busca dominar el devenir, mientras que Marion propone la fenomenología de la donación que no busca imponer ninguna estructura, sino que se deja dar desde lo dado, sin embargo, la muerte de Dios será primordial en toda su propuesta sobre el pensamiento cristiano y la teología.

Tomás de Aquino es otro filósofo central en la obra de Marion. En De surcroît y en Dieu sans l’être, Marion retoma a Tomás para discutir la relación entre la razón humana y la revelación divina. Tomás sostiene que la revelación tiene prioridad sobre la razón, ya que Dios trasciende las capacidades del conocimiento humano. Marion está de acuerdo con esta premisa, pero la lleva más allá al proponer que la revelación no puede ser tratada como una ciencia, como lo hace Tomás. Según Marion, la revelación no es algo que pueda ser conocido mediante las categorías del pensamiento humano, sino que es aquello que posibilita al fenómeno saturado. Marion utiliza a Tomás para desarrollar su crítica de la fenomenología intencional, argumentando que la revelación es un don que no puede ser constituido por el sujeto, sino que este acontece de soi, como también para cuestionar las pruebas de la existencia de Dios.

En Au lieu de soi, Marion también retoma a Agustín para desarrollar su concepción del tiempo y la subjetividad. Marion explora la idea de la distentio animi de Agustín, según la cual el tiempo no es una medida externa del movimiento, sino una experiencia interna del alma. Esta noción le permite a Marion desarrollar una fenomenología del tiempo que no se limita a la medición objetiva, sino que capta la temporalidad como un fenómeno saturado que desborda la capacidad del sujeto para medirlo o comprenderlo. Marion utiliza esta noción agustiniana para criticar la visión aristotélica del tiempo como mera medida del movimiento, argumentando que el tiempo es, en última instancia, una experiencia que se da en la vida del sujeto, más que un fenómeno físico medible.

En su obra, The Reason of the Gift, Marion retoma a Kierkegaard para explorar el concepto de la fe y la donación. Marion se apoya en la noción de Kierkegaard de la fe como un salto, para argumentar que la experiencia de la donación es similar a la experiencia de la fe: es un fenómeno que no puede ser comprendido a través de las categorías del conocimiento racional, sino que se da más allá de ellas. Al igual que la fe, la donación es un exceso que desborda las estructuras conceptuales, lo que lleva a Marion a desarrollar una fenomenología de la donación basada en la pasividad y la receptividad, en lugar de la actividad del sujeto.

En La rigueur des choses, Marion menciona a Dionisio Areopagita en su discusión sobre la teología apofática y la trascendencia divina. Dionisio es clave para la concepción de Marion sobre lo invisible, ya que sostiene que Dios trasciende cualquier conocimiento humano y solo puede ser conocido a través de la negación. Marion retoma esta idea de Dionisio para desarrollar su fenomenología de la donación, argumentando que lo que no se muestra revela más sobre lo divino que lo que es dado en la intuición. Según Marion, la donación es siempre un exceso que desborda cualquier intento de captarla, y esta idea está profundamente influenciada por la teología apofática de Dionisio, tal como presenta de excelente modo Matías Pizzi.

Dentro de la obra de Marion, las referencias a Kant son variadas, al punto de señalar que su obra es una inversión a la filosofía kantiana. Sin embargo, en Retomando lo dado, Marion retoma la crítica de Kant al principio de razón suficiente, señalando cómo Kant limita la fenomenalidad al campo de la intuición sensorial. Marion critica esta visión kantiana al proponer que la donación excede las estructuras del conocimiento racional, lo que lleva a una fenomenología que no se basa en la intuición sensorial, sino en la recepción pasiva de lo dado.

Marion también menciona a Schopenhauer en este contexto, señalando cómo Schopenhauer intenta ir más allá del principio kantiano de razón suficiente al proponer una base metafísica para la voluntad. Sin embargo, Marion critica a Schopenhauer por no llevar su análisis lo suficientemente lejos, argumentando que la voluntad, tal como la concibe Schopenhauer, sigue estando atrapada en las estructuras del ser y no puede captar plenamente la fenomenalidad del don. En esta misma obra, Marion también dialoga con la filosofía de McDowell sobre el Mito de lo dado y con la hermenéutica de Ricoeur.

Finalmente, Wittgenstein es mencionado, nuevamente, en The Reason of the Gift, donde Marion discute la fenomenalidad del mundo y cómo el lenguaje estructura la experiencia religiosa. Marion retoma a Wittgenstein, especialmente en sus Investigaciones Filosóficas, para argumentar que el lenguaje no es suficiente para captar la fenomenalidad de lo sagrado, ya que lo divino excede cualquier descripción. Marion utiliza a Wittgenstein para desarrollar su noción de lo invisible, argumentando que la donación es un fenómeno que escapa al lenguaje y a las estructuras descriptivas tradicionales”.

(*) Francisco Novoa Rojas (Universidad Católica de la Santísima Concepción-Región del Bío Bío-Chile): “El replanteamiento de la filosofía según Jean-Luc Marion” (Mutatis Mutandis: Revista Internacional de Filosofía-Volumen 11-2024).

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