Por Hernán Andrés Kruse.-

El 28 de junio se cumplió el centésimo sexagésimo aniversario del nacimiento de un destacado médico, periodista y político socialista. Juan B. Justo nació en Buenos Aires el 28 de junio de 1865. Estudió medicina en la Universidad de Buenos Aires, recibiéndose en 1888 con diploma de honor. De regreso de un viaje por Europa, donde estudió las ideas socialistas, ingresó en el Hospital de Crónicos, donde se desempeñó como cirujano. Fue premiado con la medalla de oro por la Facultad de Medicina por sus investigaciones. Apenas tenía 23 años. Ejerció, además, la profesión de periodismo. Sus primeros trabajos los realizó en La Prensa. A comienzos de 1890 comenzó a escribir en el periódico “El Obrero”, de ideología socialista. En 1894, en compañía de Augusto Kühn y Esteban Jiménez, fundó “La Vanguardia”. En 1905, se convirtió en diario y en un relevante medio de difusión del socialismo.

Juan B. Justo militó en la Unión Cívica de la Juventud y a posteriori en la Unión cívica (1889). Durante la Revolución del Parque en 1890, se dedicó a atender a los heridos que formaban parte de las fuerzas revolucionarias. En compañía de Esteban Jiménez, Augusto Kühn e Isidoro Salomó, fundó en 1896 el Partido Socialista Argentino. Además, fundó la cooperativa El Hogar Obrero, la Biblioteca Obrera y Sociedad Luz Universidad Popular, que tenía a su cargo la propagación de las ideas socialistas. Fue el primer intelectual en traducir “El Capital” de Marx del alemán al español. Fue elegido diputado en 1912 y en 1924, senador (siempre por la Capital Federal). Como miembro de la Cámara Baja presidió la comisión investigadora de los trusts y participó de los debates que condujeron a la Reforma Universitaria. Escribió varios libros, siendo el más relevante “Teoría y práctica de la historia”. Falleció el 8 de enero de 1928, víctima de un síncope cardíaco (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Lucas Poy (Profesor-Instituto de Investigaciones Gino Germani-UBA) titulado “Juan B. Justo y el socialismo argentino ante la Primera Guerra Mundial (1909-1915)” (Política y Cultura-Número 42-México-2014). Analiza la postura de Justo ante el estallido y el impacto de la Primera Guerra Mundial.

«A priori», y en tiempo de paz, condenamos siempre la guerra. Sabemos que el proletariado nada tiene que ganar con ella […] Producida la guerra, que los socialistas, a pesar de su poder político, no han sabido o podido evitar, las cosas cambian. En tiempo de guerra, no se siente ni se piensa como en tiempo de paz.

Juan B. Justo (mayo de 1915)

INTRODUCCIÓN

“A pesar de que tanto el impacto de la Primera Guerra Mundial entre intelectuales y organizaciones políticas de la época como las elaboraciones teóricas y políticas del socialismo argentino son temas que han atraído la atención de los historiadores, las posiciones del partido conducido por Juan B. Justo ante el estallido de aquella que los contemporáneos llamaron «la guerra del 14» no han sido aún estudiadas en detalle por la historiografía. En realidad, debido a la importancia que tuvo el conflicto bélico —junto con la revolución rusa— en la ruptura de 1917-1918 que dio lugar a la formación del Partido Socialista Internacional (PSI), antecesor del Partido Comunista (PC), el análisis de las interpretaciones desarrolladas por el Partido Socialista (PS) argentino a propósito de la guerra tendió a limitarse a breves introducciones en trabajos dedicados a estudiar el origen del comunismo argentino. Esta perspectiva implicó que se prestase mucha más atención a las posiciones tomadas por la dirección del PS a partir de 1917 que a los planteos de los años previos.

Con base en un análisis de los escritos de Juan B. Justo y de artículos editoriales de La Vanguardia del periodo inmediatamente anterior a la guerra y de los primeros años de la contienda, en este trabajo buscamos aportar un análisis que permita enriquecer nuestro conocimiento sobre las posiciones de la dirección del socialismo argentino acerca del conflicto internacional.

Nuestro objetivo es contribuir a los avances historiográficos que han permitido elaborar una visión más compleja de la interpretación programática de Justo en el marco de su relación con las posiciones de las distintas fuerzas que constituían la socialdemocracia internacional. En primer lugar, intentamos mostrar que la interpretación justiana de la guerra no se limitó a copiar líneas de análisis de los socialistas europeos —aunque sin duda incorporó elementos planteados por ellos— sino que constituyó una operación intelectual original, que debe analizarse en el contexto del peculiar y ecléctico cuerpo teórico del líder del socialismo argentino. En segundo término, nos interesa señalar que aquella interpretación fue conociendo una serie de matices y deslizamientos, desde los planteos de Teoría y práctica de la historia a fines de la década de 1900 hasta los posicionamientos de 1914-1915, que ya preparaban política e intelectualmente el terreno para la votación de ruptura de relaciones con Alemania que los parlamentarios socialistas votarían algunos años más tarde.

En la primera sección analizamos los planteos programáticos y políticos que sostenía el Partido Socialista argentino en el periodo inmediatamente anterior a la guerra: lo hacemos prestando atención a las caracterizaciones y debates que cruzaban a la Segunda Internacional, de la cual el partido argentino era una parte activa, pero también a las elaboraciones peculiares de Juan B. Justo y a las tensiones existentes al interior del PS. En la segunda parte nos enfocamos en la interpretación desarrollada por Justo en las páginas de La Vanguardia a partir del estallido del conflicto, con el objetivo de apreciar no sólo el impacto producido por la guerra mundial sobre la interpretación justiana sino también los modos en que estas transformaciones fueron procesadas para ser adaptadas al marco conceptual del principal dirigente del socialismo argentino”.

EL SOCIALISMO ARGENTINO Y LA LUCHA CONTRA EL MILITARISMO. ENTRE LA SEGUNDA INTERNACIONAL Y LAS «HIPÓTESIS DE JUSTO» (1909-1914).

BAJO EL SIGNO DE LA INTERNACIONAL

“Aunque los pronunciamientos en oposición a la guerra y al militarismo ocuparon un lugar central en las discusiones de la socialdemocracia internacional desde la segunda mitad de la década de 1900, las investigaciones más recientes pusieron de manifiesto que existían una serie de contradicciones al interior del movimiento socialista que hacen difícil caracterizar simplemente como una «traición» el posicionamiento de los principales partidos europeos en el bando de sus respectivas burguesías en el verano de 1914. Analizando en detalle las posturas de la Segunda Internacional ante el problema del militarismo y la guerra en los años inmediatamente anteriores al estallido de la conflagración, Georges Haupt señaló que había predominado una política que combinaba planteamientos genéricos sobre la necesidad de utilizar todos los medios para «evitar» el inicio de la conflagración con una completa ausencia de medidas prácticas a tomar llegado el caso de un conflicto bélico.

En efecto, el énfasis puesto en las «medidas preventivas» —caracterizadas en primer lugar por la denuncia del militarismo y los gastos en armamentos— encubría en realidad una serie de posiciones ambiguas tras las cuales germinaban todas las contradicciones que estallarían en 1914. En el congreso de Copenhague, realizado en 1910, el tema de la guerra y el militarismo se convirtió en el centro de los debates, en un contexto en el cual el armamentismo y la competencia entre las potencias se incrementaban peligrosamente en la forma de múltiples «incidentes coloniales». Si bien encontró apoyo la idea de impulsar un arbitraje internacional entre los Estados como medio para evitar la guerra, así como promover campañas por la reducción de los armamentos, surgió una polémica en torno a una propuesta presentada por el inglés Keir Hardie y el francés Édouard Vaillant que proponía la huelga general de los trabajadores de las ramas bélicas como medida eficaz para enfrentar un eventual conflicto armado. Ante el rechazo de los dirigentes alemanes, que consideraban que en el congreso de Stuttgart de 1907 ya se había zanjado la discusión y planteaban que una moción de estas características iba a provocar un incremento de la represión gubernamental contra los socialistas, se decidió, a propuesta del belga Emile Vandervelde, postergar la discusión de la moción Hardie-Vaillant hasta el siguiente congreso. La resolución sobre la guerra que finalmente fue aprobada en Copenhague ponía un fuerte énfasis en la acción de los parlamentarios socialistas, en la línea de votar en contra de los gastos militares y navales, reclamar el arbitraje y el fin de la diplomacia secreta.

En este contexto, el Partido Socialista argentino, que era un miembro reconocido y con participación en los organismos internacionales de la socialdemocracia, desarrolló una actividad que se colocaba dentro de los marcos de lo establecido por la Segunda Internacional. En un congreso realizado después de la reunión internacional de Copenhague, los socialistas argentinos aprobaron la moción Vaillant-Keir Hardie, y durante los años inmediatamente anteriores a la guerra dieron un lugar destacado, en su actividad política, a la denuncia del gasto armamentista que tenía lugar en el país. En buena medida esta actividad antimilitarista tenía lugar en el plano parlamentario, del mismo modo que sucedía en Europa: es importante recordar, en este sentido, que el proceso de debate sobre el militarismo se daba en un contexto de creciente éxito electoral del PS en la Capital Federal. Richard Walter ha señalado que una de las primeras intervenciones en la Cámara del joven diputado Mario Bravo, en julio de 1913, fue para proponer una ley de amnistía para aquellos que habían violado la ley de servicio militar obligatorio, que diera una segunda oportunidad para enrolarse sin pagar ninguna penalización.

Pero la denuncia contra los gastos militares no se limitó al campo parlamentario. A fines de 1912, la juventud del partido había comenzado a organizar actividades callejeras en contra del militarismo, con motivo de la incorporación a filas de la clase de 1892. Un artículo de La Vanguardia ponía de manifiesto, en esa ocasión, la profunda tensión —si bien todavía velada— existente al interior del partido entre el equipo redactor del periódico y una juventud que sería eventualmente el eje de reagrupamiento de la oposición internacionalista. En efecto, luego de apuntar que «la agitación de los jóvenes socialistas debe ser mirada con interés» en tanto «la guerra es un crimen y el militarismo un verdadero flagelo», el artículo se apresuraba a marcar ciertos límites que no debían superarse: “Una campaña de agitación contra el militarismo debe guardar una relación estricta con el aspecto y la importancia local del fenómeno que combate. Entre nosotros podrían parecer excesivas ciertas actitudes que hayan fácil explicación en otros países, donde el militarismo ha alcanzado proporciones de verdadera calamidad nacional […] La agitación antimilitarista exige de nosotros mucho tino y mucha discreción. En ningún asunto necesitamos, tanto como en éste, de un equilibrado espíritu de ponderación para asignar a la campaña las justas proporciones que debe revestir. La más mínima transgresión a estos principios, puede sustraernos muchas simpatías, despertar recelos y estancar nuestro desarrollo de partido político nacional”.

Cuando, en enero de 1913, las Juventudes Socialistas lanzaron una campaña por el indulto de un conscripto que había sido sancionado, desde las páginas de “La Vanguardia” volvía a observarse la mirada controladora que permitía notar un dejo de preocupación: “Hemos seguido muy de cerca el desarrollo de la agitación antimilitarista realizada como acto previo al mitin del último domingo, y debemos declarar con la mayor satisfacción que en todo momento esa campaña se ha distinguido por el sano entusiasmo, por el ardor juvenil y, sobre todo, por el criterio elevado y sereno con que han sido tratados los temas relacionados a la siempre ardua y escabrosa cuestión militar”.

El artículo destacaba que las juventudes habían diferenciado el reclamo en dos niveles, en la línea de los planteos «máximos» y «mínimos» que caracterizaban al socialismo de la época: “Han afirmado primero, como una aspiración lejana, la necesidad de suprimir el servicio militar obligatorio para establecer, en cambio, la milicia ciudadana, o la organización democrática de las fuerzas defensivas de la nación. Pero, concretando aspiraciones susceptibles de realización inmediata, las Juventudes Socialistas reclaman la reforma de la ley orgánica militar, en el sentido de abolir los consejos de guerra para ser reemplazados por la justicia civil ordinaria”.

EL LUGAR DE LA GUERRA EN LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA DE JUAN B. JUSTO

“Las posturas desarrolladas por el Partido Socialista argentino frente a la cuestión de la guerra —aunque deben ser contextualizadas en el marco de las elaboraciones del socialismo internacional, del cual Justo era habitual lector e interlocutor— no pueden sin embargo considerarse como un simple reflejo de las posturas surgidas en Europa ni logran ser encasilladas en la línea de alguna de las interpretaciones que enfrentaban en ese entonces a los socialistas europeos. Cuando, a fines de noviembre de 1912, la prensa socialista argentina celebraba las resoluciones del Congreso internacional realizado en Basilea —en el cual el movimiento socialista había declarado la «guerra a la guerra»—, La Vanguardia observaba con satisfacción el desenlace del congreso con un artículo que podía colocarse en la línea de oposición genérica al militarismo y la guerra que caracterizaba al movimiento socialista internacional pero incluía también elementos propios de la peculiar «versión argentina» del socialismo:

“Los trabajadores políticamente organizados de los principales países de Europa, es decir, unos diez millones de hombres inteligentes, enérgicos y conscientes, han manifestado resueltamente, por intermedio de sus representantes, el propósito inquebrantable de evitar a todo trance el abominable crimen de la guerra entre países cuya actual misión histórica no es ni puede ser otra que la de realizar y propulsar el progreso dentro de los grandes ideales humanos que agitan a los pueblos modernos. La tranquilidad y el bienestar del mundo peligrarán mucho menos cuando la paz o la guerra dependan sólo del pueblo. En los países civilizados el pueblo la considera ya como un crimen, cada vez más peligroso y difícil de consumar. Y si muestra a veces alguna indulgencia para juzgarla, es que «le parece reconocer en ella algún objetivo legítimo «, alguna finalidad civilizadora que no puede realizarse sin esfuerzos, debido «a la desigual aceleración del movimiento histórico».

En efecto, los señalamientos finales correspondían a la caracterización desarrollada por Juan B. Justo en los años previos, particularmente en su trabajo Teoría y práctica de la historia, aparecido en 1909. Ahí, Justo desarrollaba todo un análisis del proceso histórico e incluía un capítulo especial dedicado al problema de «la guerra». Las ideas ahí expuestas —reproducidas en La Vanguardia—son de fundamental importancia para comprender cómo se constituía el pensamiento del principal dirigente del socialismo argentino en los años previos a la guerra, y al mismo tiempo para comprender sobre qué bases se iba a procesar su reinterpretación una vez comenzado el conflicto bélico.

Para Justo, en las etapas primitivas de la historia de la humanidad las guerras desempeñaban un papel necesario e incluso progresivo históricamente, en tanto constituían un «riguroso proceso de selección natural». Incluso en estadios más desarrollados, «a medida que progresa la técnica y que la división del trabajo y el cambio de productos se extienden entre los hombres», las guerras conservaban un elemento progresivo, aun cuando cambiaban de carácter: éstas ya no implicaban el simple exterminio sino «la absorción o asimilación de unos grupos humanos por otros, en una relación de dependencia permanente y división del trabajo». Así es que Justo reivindicaba el papel desempeñado por las guerras que habían contribuido «a extender la división del trabajo y el comercio entre los pueblos»: tanto las conquistas de los romanos en el Mediterráneo antiguo como las de los Incas sobre otros pueblos andinos aparecían en la interpretación justiana como guerras que habían tenido «un gran factor de progreso histórico y de pacificación», en tanto abrían «el camino para otras relaciones, más altas, entre los pueblos».

En la perspectiva evolucionista de Justo, de todas maneras, el desarrollo de la sociedad y el progreso de la técnica y los intercambios convertía a las guerras en un fenómeno cada vez menos necesario, y por lo tanto tendiente a desaparecer:. “A medida que las relaciones comerciales se desarrollan, la guerra es más ruinosa para los pueblos que la sostienen, y por eso menos frecuente y prolongada […] Entre dos sociedades de avanzado desarrollo la paz está cada día más garantizada, no sólo por las relaciones comerciales que las unen, sino también por las que ligan a cada una de ellas con otros pueblos y que serían perturbadas por un conflicto […] Con la creciente solidaridad económica de los pueblos, las guerras internacionales toman cada vez más el carácter de contiendas intestinas y éstas, con el progreso histórico, tienden también a desaparecer”.

Para Justo el desarrollo de los intercambios comerciales entre las naciones, considerado un factor fundamental de progreso, hacía cada vez más difícil la posibilidad de una guerra, en tanto un eventual conflicto bélico entraba en contradicción con los intereses de la burguesía misma. El autor de Teoría y práctica de la historia iba aún más allá y consideraba que los movimientos armados y la violencia en general estaban en contradicción con el desarrollo de la sociedad: se hacían «cada vez menos necesarios para la evolución política» y constituían por lo tanto resabios de un pasado pronto a desaparecer. En la época actual, sostenía Justo, las guerras perdían cada vez más su razón de ser histórica y por lo tanto estaban condenadas a su desaparición. Eso no le impedía, de todas formas, reivindicar un tipo de guerra que a su juicio aún desempeñaba un papel positivo en la perspectiva del progreso histórico. El señalamiento agregado en el artículo sobre el congreso de Basilea ponía de manifiesto, en efecto, el único escenario en el cual los trabajadores y los socialistas podían considerar un conflicto armado como progresivo para los intereses de la sociedad: según el autor, el pueblo trabajador «no puede reconocer a la guerra sino un objetivo legítimo, el de abrir nuevas zonas del medio físico-biológico para la vida inteligente».

De esta manera, al incluirlas en su esquema dentro de las guerras que apuntaban a un desarrollo del progreso histórico, Justo consideraba que los trabajadores debían apoyar las incursiones coloniales de los países europeos, y sentaba su posición sobre la ocupación militar del territorio indígena en Argentina: “Con un esfuerzo militar que no compromete la vida ni el desarrollo de la masa del pueblo superior, esas guerras franquean a la civilización territorios inmensos. ¿Puede reprocharse a los europeos su penetración en África porque se acompaña de crueldades? Los africanos no han vivido ni viven entre sí en una paz idílica […] Crimen hubiera sido una guerra entre Chile y la Argentina por el dominio político de algunos valles de los Andes, cuya población y cultivo se harán lo mismo bajo uno u otro gobierno. ¿Pero vamos a reprocharnos el haber quitado a los caciques indios el dominio de la Pampa?”

Con este tipo de planteos Justo se colocaba en la línea de la argumentación de Eduard Bernstein, quien en el marco de la controversia revisionista había sostenido una postura favorable a la colonización europea. En un trabajo de 1900 llamado «El socialismo y la cuestión colonial», Bernstein había reivindicado las ventajas de la colonización y planteado que «si todas las demás condiciones se mantienen iguales, la cultura más elevada siempre tiene más derechos frente a la más atrasada; si es necesario tiene el derecho histórico, e incluso la responsabilidad, de subyugarla». Dos años antes de que Justo publicara su Teoría y práctica, cuando volvió a recrudecer el debate sobre la cuestión colonial —luego del retroceso electoral sufrido por el SPD en 1907 en un contexto de creciente euforia nacionalista—, Bernstein profundizó esta línea: “La humanidad aún no ha avanzado lo suficiente como para evitar el uso de la fuerza en todas las circunstancias. Cuando dos civilizaciones chocan, la menos desarrollada debe dejar paso a la más avanzada. No podemos pasar por alto esta ley de la evolución, sólo podemos humanizar su acción. Oponernos a ella implicaría postergar el progreso social”.

En suma, la filosofía de la historia de Justo —alineándose en este punto con los planteos evolucionistas de Bernstein— consideraba que si bien podía reivindicarse la utilización de la fuerza en aquellos casos en que contribuía a acelerar el camino de la civilización, el desarrollo del progreso histórico transformaba a las guerras en un fenómeno cada vez menos necesario. Para que desaparecieran por completo, de todas formas, era indispensable que «los pueblos marchen a la par por el camino de la historia»: desde su perspectiva, las guerras eran consecuencia precisamente de esas desigualdades en el progreso y en la evolución de las sociedades. ¿Cómo reaccionó la dirección del Partido Socialista argentino ante el estallido de la guerra, que ponía en cuestión todo un marco interpretativo elaborado en más de una década?”

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