Por Hernán Andrés Kruse.-

LA NECESIDAD DE IR A UN PUNTO DE VISTA DE NINGÚN LUGAR

A pesar de este firme rechazo al naturalismo, Nagel no considera de ninguna manera que deberíamos dejar a un lado a la ciencia; por el contrario, es un ilustrado que considera valiosa a la ciencia, y ve algo muy positivo en la metodología científica. La búsqueda de un punto de vista de ningún lugar, la búsqueda de lo verdaderamente universal, es algo que no sólo pertenece a la ciencia, ni siquiera tan sólo a la filosofía occidental, es algo que podemos decir que pertenece a la condición humana. En todo ser humano existe lo que Aristóteles llama el asombro, y Lonergan, el deseo puro de conocer;24 es un movimiento hacia algo irrestricto e incondicional.

Pero existe también para Nagel un cierto movimiento espontáneo a considerar nuestro punto de vista particular como absoluto. Existe, entonces, una tensión: por un lado, un punto de vista verdaderamente universal no puede excluir el nuestro, el que actualmente tenemos como sujetos aquí y ahora; pero, al mismo tiempo, el punto de vista de ningún lugar debería impulsarnos a trascender nuestra mera particularidad, y a su vez poder explicar por qué el mundo nos aparece como nos aparece. Análisis como los de los filósofos de la sospecha, que nos muestran lo dependientes que somos de una visión histórica o ideológica, pueden lastimar nuestro ego, pero cuando nos colocamos en el interés filosófico, los apreciamos, pues están explicándonos por qué el mundo nos aparece como nos aparece.

Quedaríamos insatisfechos si se nos dijera que lo que consideramos verdadero vale en nuestra cultura, pero no para otras. Incluso experimentaríamos este desasosiego si se nos dijera que para los extraterrestres es tonta y absurda nuestra visión de la realidad. Queremos comprender la realidad tal como es, con independencia de nuestra perspectiva particular. Y si bien sabemos que nuestra visión es limitada, tendemos a esta visión de ningún lugar como un ideal regulativo, por ello la objetividad es para Nagel un asunto de gradación. Y hay que reconocer, con Nagel, que las ciencias naturales nos han ayudado poderosamente al crecimiento cognitivo hacia la objetividad.

La ciencia nueva que surgió con Galileo y Newton permitió –por la eliminación de la finalidad en la explicación, así como por la adopción de la inteligibilidad matemática como algo fundamental en la inteligibilidad del universo–, adoptar un punto de vista en tercera persona, que ayuda fuertemente en este descentramiento-ampliación de la mirada local. Hay que reconocer, también, que en muchos casos el avance en el grado de descentramiento objetivo se ha debido a reducciones de visiones de sentido común a explicaciones científicas. Algunos ejemplos de reducciones científicas exitosas serían: el de las cualidades secundarias a cualidades primarias, por ejemplo, el sonido; el de Einstein, al eliminar la aparente inteligibilidad de un movimiento absoluto y reducirlo a la inteligibilidad de los tensores que lo describen. Sin embargo, en el caso de la consciencia no es posible hacer esto, sin perder los hechos mismos que se quieren explicar.

La posición de Nagel no debe entenderse como un rechazo a la cuantificación de las concepciones científicas, en el sentido, por ejemplo, de La crisis de las ciencias europeas de Husserl; ni siquiera debe entenderse como si señalara que el fisicalismo acerca de los estados mentales es falso; lo que Nagel afirma es que el punto de vista de las ciencias naturales tal como actualmente existe es incompleto. Una visión de ningún lugar emplea este famoso argumento: Supongamos un discurso científico completo sobre el ser humano, que valiera para la totalidad de las personas vivientes, que incluyera la totalidad de sus propiedades físicas y mentales. A pesar de que parecería ser omni-abarcante, en realidad estaría dejando fuera el que una de esas personas, Thomas Nagel (hablando en primera persona, podría incluir mi nombre o el lector el suyo) es un punto de vista desde el que se observa el mundo. Y aunque se incluyeran todos los detalles de mi biografía, el hablar en tercera persona está falseando la realidad de la primera persona que escribe esto.

Parece que no hay espacio para la primera persona en la visión del mundo tal como es, sin un centro: por tanto, no puede ser la meta que estamos buscando. Nagel tampoco pretende caer en la posición opuesta, que nos llevaría a una posición solipsista, o bien a considerar que nuestro yo es algo especial. El punto de vista mío es uno de los tantos puntos de vista desde los que el mundo es visto. Parece, pues, que estamos ante una paradoja, que expresa algo de lo sorprendente del mundo y del ser humano: “Así pues, lo que queda fuera de la concepción que carece de centro –el supuesto hecho de que soy Thomas Nagel– parece ser algo para lo cual no hay sitio en el mundo, más que algo que no puede incluirse en un tipo especial de descripción o concepción del mundo. El mundo no puede contener hechos irreductibles atinentes a la primera persona. Pero si las cosas son así, no se puede decir, después de todo, que la concepción que carece de centro deja algo fuera. Incluye todo y a todos, y no deja fuera lo que no incluye. Lo que queda fuera debe existir, y si el mundo como totalidad realmente no tiene un punto de vista particular, ¿cómo es posible que uno de sus habitantes posea la propiedad especial de ser yo? Parece que tengo en mis manos un hecho sobre el mundo o sobre Thomas Nagel que, al mismo tiempo, debe existir (pues toda descripción de la forma de ser de las cosas quedaría incompleta sin él) y no puede existir (pues ninguna descripción de la forma de ser de las cosas puede incluirlo)” (Nagel).

La realidad consiste entonces de hechos objetivos y subjetivos, y el punto de vista de ningún lugar debe incluir ambos. Claro que el problema de integrar ambos tipos de hechos es sumamente difícil, es tal vez el más difícil que enfrentamos. Tomemos por ejemplo el conocido problema de la libertad. Desde el punto de vista de la primera persona, desde la interioridad, nuestras acciones aparecen como libres y causadas por nosotros; pero si acudimos a una perspectiva objetiva en tercera persona, aparecen causadas por sucesos previos y circunstancias extrínsecas a las razones que nosotros daríamos; incluso podríamos decir que aparecen como azarosas, respecto a lo que nosotros describiríamos como lo necesario de nuestro acto libre, y con todo, aunque no son controladas por nosotros, tendrían que considerarse las determinantes del acto. La supuesta libertad no aparece por ningún lado. Por ello, para Nagel lo importante es mantener la paradoja, y buscar una integración de ambos tipos de hechos: no caer en la fácil tentación de reducir lo subjetivo a lo objetivo, como hacen una gran mayoría de filósofos analíticos, que como hemos dicho reducen lo mental (primera persona) a procesos neurológicos, estados funcionales o disposiciones conductuales; pero tampoco ir en la dirección contraria, hacia una reducción de lo objetivo a las condiciones de posibilidad de la subjetividad.

De lo que se trata es de ampliar. A la ampliación del punto de vista Nagel la llama, simplemente, realismo; y al conocimiento de la realidad, objetividad. La ciencia es un camino hacia la objetividad, pero debe ser ampliado el modo como ésta trabaja. El realismo acerca de la verdad nos lleva a pensar no solamente que hay muchas verdades que aún no conocemos, sino que incluso hay muchas otras que no son accesibles a los seres humanos. Un recurso importante para ampliar nuestro punto de vista particular es la imaginación, pero por mucho que imaginemos, nunca tendremos verdadero acceso a lo que significa ser un murciélago; aunque eso no significa que no exista dicho psiquismo, así como del supuesto de que existieran extraterrestres que no tuvieran acceso al modo de experimentar de los humanos, no se seguiría que no existimos. Pero esto es un tanto contradictorio. ¿Cómo decir que algo es real y no accesible a nosotros y, sin embargo, estamos hablando de ello?

Nagel no quiere caer en las posiciones idealistas, o en un kantismo que lo lleve a afirmar que esto vale sólo para los seres humanos, pero no de modo incondicional. Nagel sostiene que hay algo en nosotros, que nos lleva más allá de lo humano, y eso es la razón. La razón es la capacidad de movernos desde nuestras posiciones particulares hacia un punto de vista incondicionado. “El problema no es sólo la subjetividad del pensamiento, sino su capacidad para trascender la subjetividad y descubrir lo que es objetivo”. Y esta pretensión de incondicionalidad no lo es sólo respecto al conocimiento; Nagel la sostiene también respecto a los juicios sobre el valor moral. Rechaza la postura muy defendida de que dichos juicios sobre el bien y el mal carecen de una perspectiva objetiva. Y argumenta que, en la pretensión de quien hace un juicio moral, siempre se busca esta perspectiva de lo incondicional. El que hace un juicio sobre algo como injusto, no está simplemente diciendo que no le gusta, o que así le parece a él; implícitamente, está apelando a una normatividad que no puede ser otra que la de la razón”.

UN TEMPERAMENTO RELIGIOSO ATEO

“Quiero ocuparme ahora de uno de mis textos favoritos de Nagel, el ensayo primero del libro de 2010, que recopila un conjunto de sus trabajos de la década pasada, y que da el nombre a todo el libro: Secular philosophy and the religious temperament. Nagel es un pensador desconcertante. Postular la visión de ningún lugar como ideal regulativo del quehacer filosófico se podría pensar como una visión “fría” de la filosofía. Por el contrario, del mismo modo que se trataba de ampliar la visión objetivista fisicalista, la visión de ningún lugar pretende reintroducir las cuestiones sustantivas de la filosofía primera, como hacen, según Nagel, muchos de los filósofos de su tradición analítica. Se trata de recuperar la importancia que tiene lo que Nagel llama el temperamento religioso de la filosofía, la memoria activa de la totalidad.

Se reprocha a la filosofía analítica que, como movimiento, no haya hecho mucho para ser “una alternativa al consuelo religioso”. En la filosofía continental, el gran público suele encontrar más que esto. Los analíticos suelen responder, dice Nagel, que ellos están en sintonía con la gran tradición filosófica de Occidente, en la que el núcleo de metafísica, lógica, ética y epistemología, muestran que el papel de la filosofía es comprender y explicar, y no “edificar”. Sin embargo, Nagel reconoce que la crítica en cierto modo es justa, pues aunque la respuesta sea formalmente correcta, falla en reconocer el impulso hacia una “reconciliación cósmica”.

Nagel reconoce que la manera como emplea el término “temperamento religioso” puede parecer incorrecta para las personas religiosas, e inapropiada para muchos filósofos hoy en día; pero le gusta para caracterizar la idea de que la visión del mundo puede jugar cierto rol en la vida interior de las personas, papel que tradicionalmente ha sido ocupado por la religión, pero que según Nagel estuvo presente en el surgir mismo de la filosofía. El mejor ejemplo de tal temperamento —advierte— es Platón, quien no sólo se ocupó del cuidado de su alma “sino de su relación con el universo en el más profundo nivel”. Este deseo de no quedar fragmentado, de aspirar a la integración o la completitud, tiene según Nagel que ver con la religión, y las creencias religiosas son una manera de satisfacerlo.

Aunque él no lo menciona, nosotros podemos recordar el sentido de la re-ligación al que alude la palabra. Nagel quiere analizar y discutir qué queda de tal deseo si alguien considera que la respuesta religiosa “no está disponible”; o por lo menos analizar si la filosofía puede responder de otra manera. ¿Qué puede ofrecer una filosofía secular al lugar que alguna vez ocupó la religión? No se trata de un mero deseo de entender el universo, en el sentido de una curiosidad intelectual, por vasta que sea, sino de buscar cierta “armonía” con él. “Without God, it is unclear what we should aspire to harmony with. But still, the aspiration can remain, to live not merely the life of the creature one is, but in some sense to participate through it in the life of the universe as a whole. To be gripped by this desire is what I mean by the religious temperamento”.

Nagel señala que la pregunta se puede traslapar con la del sentido de la vida, pero hay una diferencia: no se trata del sentido de la vida para mí, sino del sentido del todo. El temperamento religioso es la implicación existencial de la visión de ningún lugar, en el sentido que impulso al desapego, a ir más allá, por lo menos en la búsqueda, del “interés específico en la propia salvación”: “Outrageous as it sounds, the religious temperament regards a merely human life as insufficient, as a partial blindness to or rejection of the terms of our existence. It asks for something more encompassing”.

Nagel analiza tres posiciones filosóficas seculares contemporáneas con las que no simpatiza. La primera de ellas es la de su gran rival, el naturalismo fisicalista. El reproche ya no es aquí ninguno de los tres anteriormente mencionados: ahora se añade el de la banalización del misterio (término mío). Nagel denuncia el traje nuevo del emperador en términos de una ceguera inexplicable, y de un rechazo inaceptable. Al asumirse la física y la química como la visión última de la realidad, se considera que el conocimiento sólo tiene un papel descriptivo de los hechos brutos, y que el universo es ajeno por completo a la cuestión del sentido. Y aunque en esta visión se trata de explicar la aparición del ser humano, esto no se piensa que revista mayor significatividad, o que de alguna manera modifique “the big picture”, la cual sólo tiene un interés teórico, en el sentido estrecho del término.

“The point of the resolutely secular view is that there is nothing missing from this picture. When we look beyond the human world at the universe that contains it and has somehow given rise to it, we are not looking into the abyss. There is no need to carry on about the loneliness of man in the face of the vast impersonality of the universe, no need for the courage to forge a new destiny for ourselves after the death of God. That’s just pretentious hand-wringing”. Ésta, como se nos ha dicho una y otra vez, es la posición dominante de nuestra época, es el punto de partida (punto cero) para el que Nagel quiere encontrar alternativas; lo llama ahora ateísmo sin corazón (affectless atheism) y ateísmo testarudo (hardheaded atheism), y aunque a muchos les parezca una postura “seductora”, “confortable”, e “intelectualmente irresistible”, para Nagel se trata tan sólo de una evasión. Y no es que a Nagel le parezca insostenible el ateísmo; al contrario, como mencioné, él es un ateo, e incluso dice que desearía que Dios no existiera; pero le parece insostenible que el naturalismo niegue validez a la pregunta por la relación del ser humano con el universo.

La segunda postura que analiza Nagel es la que considera que la pregunta es legítima, pero que somos incapaces de contestarla, y que el asunto de fondo es ocuparnos de nosotros mismos y de nuestro destino. Esta postura desengancha al ser humano del universo; el sentido de lo humano no tiene que ver con él, bien sea porque no hay sentido alguno del universo, o bien porque escapa a nuestras posibilidades; y lo importante es tomar en las manos nuestra incapacidad de remitirnos a un sentido cósmico. En esta segunda postura Nagel analiza dos variantes: la postura existencialista, referida sobre todo a Albert Camus, y a su obra El mito de Sísifo, en la que Camus propone desafiar lo absurdo y asumir activamente la cuestión del sentido.

La otra variante es la propuesta que Nagel llama “humanista”, que aísla al individuo del universo, y trata de llenar el vacío de la muerte de Dios poniendo a la humanidad en ese lugar. Es una trascendencia desde dentro, pues se trata de ir más allá de la mera individualidad, al asumir como sentido la tarea en la colaboración y formación de la humanidad. El individuo no importa en sí mismo sino en cuanto representante de la humanidad. Un “análogo abstracto” de esta postura lo encuentra Nagel en la filosofía moral de Kant, pues se trata no sólo de la humanidad sino del conjunto de los seres racionales, y una versión más humanista de Kant la encuentra en su admirado maestro John Rawls, en la evocación final que hace en su Teoría de la Justicia de ver el sentido en la visión sub specie aeternitatis. También encuentra este impulso de trascendencia en el filósofo utilitarista Henry Sidwick, pues él también nos anima a buscar un bien más universal.

Como vemos, Nagel valora mucho esta capacidad del ser humano de apertura a algún tipo de trascendencia, y por ello se nota el tono entusiasta con el que analiza esta postura; pero, con todo, no le parece adecuada, pues finalmente se desconecta al ser humano del universo, y con ello muestra una “ambición cósmica limitada”, que no responde cabalmente al espíritu humano: pues, como sabemos, para Nagel una vida meramente humana es insuficiente.

Una tercera postura, que busca reinsertar al ser humano en el orden natural del universo, la ofrece el naturalismo evolucionista, al que sería mejor denominar evolucionismo, ya que aquí Nagel introduce un matiz nuevo: no se trata de una postura meramente descriptiva, sino que pretende encontrar el puesto del hombre en el cosmos en términos evolutivos. Nagel acaba centrando el análisis de esta postura en Nietzsche, y la diferencia que encuentra Nagel con Darwin y con otras visiones naturalistas, es que en Nietzsche hay una conexión entre la evolución y la voluntad de poder “como el principio universal explicativo que hace del darwinismo algo más que una forma de autocomprensión”.

Nietzsche asume las raíces evolutivas cósmicas, ve al ser humano en conexión con el conjunto de la vida, especialmente la vida animal, pero se pregunta por el sentido mismo de esa evolución, o cómo podría asumirse éste. Con la idea del eterno retorno, y la del ultra-hombre, se apunta a un sentido de trascendencia sin recurrir a Dios, y aunque Nietzsche hace su planteamiento en términos individuales, Nagel considera que apunta a cierta ejemplaridad que otros podrían asumir. Se trataría de llevar adelante la evolución en la intensidad de la propia vida. Nada de esto se encuentra en la versión estándar dominante de la teoría de la evolución. La diferencia no radica tan solo en el carácter puramente descriptivo del naturalismo; es sobre todo la renuncia a toda posición teleológica lo que abre un abismo con toda posición que busca un sentido.

Darwin no pretendió propiamente esto, pues él partió de la existencia de los seres vivos, y no pretendió jamás reducirlos a lo físico. Pero el naturalismo fisicalista que pretende que lo vivo se explique también desde lo físico, aunque no tenga realmente una explicación de cómo ocurre esto, acaba disolviendo de forma ácida la cuestión del sentido de la vida humana y de la vida en general. El ensayo que comento termina en forma pesimista. Las alternativas parecerían ser una especie de vuelta a Platón y algún tipo de posición religiosa. Al ser estas decididamente rechazadas, sólo nos quedan las tres opciones contemporáneas: el ateísmo terco, el humanismo y el absurdo. Pero como la primera se desentiende de la pregunta cósmica, “y el humanismo es una respuesta demasiado limitada, un sentido del absurdo es lo único que parece quedarnos”.

(*) Francisco Galán Vélez (Universidad Iberoamericana-México): “¿Es adecuado hacer antropología filosófica desde una visión de ningún lugar?” (Metafísica y Persona. Filosofía, conocimiento y vida-Año 8-Número 16-2016).

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