Por Hernán Andrés Kruse.-

El 19 de mayo se cumplió el ducentésimo sexagésimo segundo aniversario del nacimiento de un emblema del idealismo alemán. En 1780 Johann Gottlieb Fichte se inscribió en la Facultad de Teología de Jena. Luego de abandonar sus estudios de teología, se mudó a Zúrich, donde decidió formar parte de la logia masónica Modestia cum Libertate, que solía ser frecuentada por el eminente Johann Wolfgang von Goethe. En 1791 viajó a Könisberg para conocer a Kant. Si bien al principio don Immanuel no se mostró demasiado entusiasmado con Fichte, luego de leer su escrito titulado “Ensayo de una crítica de toda revelación” cambió radicalmente de postura. De ahí su decisión de solicitarle a su editor que publicara el ensayo de Fichte. A partir de entonces su reputación creció geométricamente, a tal punto que la universidad de Jena lo invitó para que se hiciera cargo de una cátedra de filosofía que había quedado vacante.

Entre 1794 y 1795 dictó una serie de conferencias por demás polémicas que fueron publicadas con el título “Algunas lecciones sobre el destino del sabio”. En 1806, en el Berlín ocupado por Napoleón, escribió los “discursos a la nación alemana”, que dio origen al nacionalismo alemán. En 1910 fue creada la Universidad de Berlín. Ese mismo año fue nombrado profesor ordinario de filosofía y al año siguiente fue elegido rector. Murió en enero de 1914. Tenía tan sólo 51 años (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Vicente Serrano (Universidad Austral de Chile) titulado “Ética y Filosofía de la historia en Fichte” (Pensamiento-2019). Expone con meridiana claridad el complejo pensamiento filosófico de don Johann.

LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA EN EL SISTEMA DE FICHTE

“Y en este sentido conviene recordar que, más allá de alusiones a la historia en distintos momentos, propiamente hablando solo hay dos obras en las que Fichte se ocupa de forma explícita de lo que solemos llamar una filosofía de la historia, si bien en sentido estricto solo una. Nos referimos a los “Discursos a la nación alemana” y a “Los caracteres de la edad contemporánea”, siendo esta última la que realmente es considerada de manera habitual como su filosofía de la historia, pues de manera expresa está dedicada a la misma, aunque como veremos, y tal como recoge el título de la obra, el objetivo de Fichte no es tanto proyectar una consideración especulativa sobre la historia como el de caracterizar el presente, para lo cual se sirve de una concepción acerca de la historia que ha heredado de la Ilustración alemana en la que emerge su obra.

Estos dos escritos pertenecen al periodo de Berlín, por tanto, al habitualmente llamado segundo Fichte, al Fichte más metafísico y especulativo, y a la vez los dos constituyen expresiones de lo que se suele llamar filosofía popular. Si asumiéramos que hay una ruptura entre el primer y el segundo Fichte y que la llamada filosofía popular es una filosofía menor, el hecho de que la filosofía de la historia aparezca en ese periodo y en ese formato permite comprender en parte el escaso interés que ha suscitado y la inadecuada comprensión de la misma. Al aislarla del conjunto de la obra fichteana la famosa distinción en cinco épocas que se recoge en “Los caracteres de la edad contemporánea” aparece desdibujada y endeble frente a la potente concepción hegeliana que se desarrollará apenas un tiempo después. Sólo sacándola de ese contexto resulta posible profundizar en su interpretación de forma más rica y compleja, pero sobre todo más justa y acorde con el espíritu de la filosofía de Fichte, integrándola en el conjunto de la trayectoria fichteana y restando importancia a su carácter de filosofía popular, considerando que esta última cumple una función en su pensamiento.

De este modo accedemos a ella como una pieza en el interior de lo que podemos llamar el sistema fichteano, cuya imagen inicial vino dada por la “Fundamentación” del año 1794, la que tuvo presente Hegel, pero que en realidad es reformulado una y otra vez a lo largo de los años hasta su fallecimiento en el año 1814, y sin distinguir a esos efectos la naturaleza de los escritos considerados como populares o académicos, pues lo que se considera popular no es sino una aplicación práctica y aplicada de principios abstractos contenidos en los llamados académicos. En definitiva, considerando que el sistema fichteano no está como tal encerrado en ninguna de sus obras, sino que se despliega mediante diversos escritos, que en muchos casos son lecciones o conferencias.

En este sentido creemos que sigue siendo necesario acudir al periodo de Jena, pues es a comienzos de la última década del siglo XVIII cuando Fichte alcanza lo que Henrich llama urspüngliche Einsicht, su intuición filosófica fundamental, se corresponda o no con lo que Henrich afirma, lo cual es otra cuestión que no constituye nuestro objetivo aquí. Esa idea fundamental está contenida en la expresión “sistema de la libertad”, que Fichte acuñó para referirse a su propia filosofía y tiene que ver con el primado de la razón práctica desde el que inicia su recorrido filosófico, ya incluso antes de sus lecturas kantianas. Poco importa que esta idea fundamental se reelabore a lo largo de los años y que se haga a partir de su salida de Jena con otro lenguaje, como ocurre en las sucesivas presentaciones hasta 1814. Y esa idea es también, como veremos enseguida, la que subyace a la filosofía de la historia contenida en “Los caracteres de la edad contemporánea”.

Pero antes de acudir a esa idea fundamental para analizar el papel que en ella juega la historia, parece necesaria una mínima aproximación al concepto de historia que Fiche hereda y comparte con sus contemporáneos. Y a este respecto no hay duda de que sus referentes son Kant y Herder, es decir, los principales representantes de lo que se conoce como la primera etapa de la filosofía de la historia que, en gran medida, coincide con lo que se ha dado en llamar filosofía especulativa de la historia. De Herder no hay duda que hereda la idea de un plan del universo, así como una determinada comprensión de la humanidad, que da título a la obra principal herderiana sobre la filosofía de la historia, noción repetida hasta la saciedad en los “Caracteres” y en otros escritos, especialmente en las “Lecciones sobre el destino del sabio”.

De ascendencia kantiana son, entre otras, la idea de una pragmática del saber humano y la comprensión de la historia como un ideal regulador de la razón práctica. Pero de la combinación de esos elementos surge una concepción que está lejos de ser metafísica y que se aparta de la senda mediante la que Hegel sancionará la filosofía de la historia y que es la que de hecho ha ocultado, por contaminación, la de Fichte. En efecto, los elementos procedentes de Herder y Kant germinarán de modo particular a partir de la primera formación de Fichte en la Schulpforta, en la que la figura de Lessing y su concepción de la educación del género humano le dejarán una profunda huella, previa a su conocimiento de Kant y que marcará su recepción de este y la importancia que dará a la segunda Crítica, determinando su sistema en un sentido moral. Ello explica que, a pesar de la tendencia especulativa de Fichte, su aproximación a la historia posea una dimensión práctica y ética que está muy lejos del sentido del término filosofía especulativa de la historia. Distancia que le da a Fichte, en nuestra opinión, la actualidad que hoy posee frente a la filosofía especulativa de la historia, ésta última en crisis desde hace ya décadas.

Ahora bien, regresando ya a “Los Caracteres” y a su interpretación a partir de la urspüngliche Einsicht fichteana, hay que recordar que estamos ante una obra de filosofía popular. Y aunque esto no le resta valor en el sentido que pretendía Hegel, sí marca una diferencia decisiva respecto de las presentaciones científicas, pues en la medida en que no es técnica, sino únicamente dirigida a un público culto y está restringida a un objeto específico, como lo es la consideración de un aspecto contingente y empírico como la historia, en esa medida obvia la presentación de las premisas o de los principios y carece de la pretensión de validez de las deducciones transcendentales y genéticas. A ese tipo de demostración ha dedicado la presentación científica de 1804, como señala en “Los Caracteres”, mientras que en estos escritos populares presupone los principios como ya demostrados y los aplica.

Así, ya en la lección primera de “Los Caracteres” afirma que la tarea de la filosofía es la de reducir la pluralidad a un principio explicativo último: «Ahora bien, filosófica sólo puede llamarse aquella visión de las cosas que reduce una multiplicidad dada en la experiencia a la unidad del principio uno y común». Ese principio común es de nuevo una versión del mismo principio que Fichte creyó vislumbrar en el año 1793, que le llevó a la “Doctrina de la Ciencia” del año 1794 y que obtuvo al corregir la Tatsache de Reinhold para obtener su famoso principio entendido como Tathandlung: «… Contradicha no puede ser esta afirmación por ningún otro motivo que, por el motivo del sentimiento personal del yo, cuya existencia como hecho de conciencia nosotros no negamos en modo alguno… Sólo negamos, pero esto con toda seriedad, la validez de este sentimiento allí donde se habla de la verdad y de la verdadera existencia, en la firme convicción de que sobre estas cuestiones debe decidir algo totalmente distinto de los hechos de conciencia…».

Pero ahora el objetivo de Fichte no es explicar genéticamente el principio, sino explicar el juego del principio con respecto al objeto que le ocupa, a saber, la caracterización del presente, y es esto lo que le exige obtener un principio de la totalidad del tiempo y de sus distintas épocas. La respuesta de Fichte, que sin duda tiene ecos de la tesis de Herder sobre el plan de Dios, es la de obtener la idea de unidad mediante un plan del universo que establezca las conexiones entre las distintas épocas. A su vez, el plan del universo tiene que ver con la vida humana: «el plan de la vida de la humanidad sobre la tierra es el de organizar en esta vida todas las relaciones humanas con libertad según la razón». Por tanto, de la posibilidad de una filosofía de la historia entendida como una interpretación filosófica de la totalidad del tiempo y de la evolución del mismo depende a su vez de la posibilidad de establecer un plan que organice la vida humana prácticamente y que lo haga a priori.

Estamos lejos del territorio de una descripción al estilo de la que hará Schelling en las Weltalter o Hegel en su tratamiento de la filosofía de la historia. La libertad en Fichte es la libertad kantiana, es decir, aquella de la que no hay conocimiento posible y la idea del tiempo histórico se organiza a partir de ella. Su concepción de la filosofía de la historia se inicia por tanto en el mismo lugar en el que se inicia su filosofía sin más: mediante un principio que haga posible la libertad. Tanto la presentación que ofrece en la Grundlage como en la nova methodo se corresponden con esta misma idea, aunque mediante aproximaciones metódicas y sistemáticas diferentes. De hecho, su acceso a la “Doctrina de la Ciencia” mantendrá siempre el carácter práctico, tal como fue esbozado en la reseña de Enesidemo y la corrección que hace allí del carácter teórico del primer principio de Reinhold: o es un principio práctico, en el sentido moral kantiano, o no es principio. Este es el mismo esquema que aplica a la mirada sobre la historia. O por decirlo de otro modo, la historia en Fichte se presenta como un objeto subordinado a la libertad y su aproximación a la filosofía de la historia no es entonces descriptiva sino prescriptiva y vinculada al deber, como en Kant, y no al ser ni al devenir de los hechos”.

LA DIMENSIÓN ÉTICA DE LA HISTORIA

“Pero si la historia y la filosofía de la historia son una expresión de la razón práctica, entonces la pregunta por la historia debe seguir el mismo criterio que la pregunta por la filosofía en general: ¿cómo es posible pensar la historia regida por el principio de la libertad? Sólo desde esa pregunta tiene sentido la idea del plan del universo. Conviene aquí recordar que en sus primeros esbozos Fichte había señalado que hay dos tipos de representaciones posibles, aquellas que van acompañadas del sentimiento de libertad y aquellas que van acompañadas del sentimiento de necesidad. El territorio de la historia es situado por Fichte entre las primeras y por tanto también la idea del plan del universo, como un a priori, debe considerarse como incluida en la razón práctica. Pero ese concepto de liberad no opera únicamente en el sentido de que las acciones humanas, que se acumulan en el tiempo y que constituyen esa contingencia que llamamos historia, sean producto de la libertad, sino más bien y sobre todo en el sentido de que la idea misma de la temporalidad humana se somete a una representación acompañada de libertad, que es lo que según Fichte define la filosofía y la noción de humanidad desde sus primeros escritos.

A este respecto resulta notable que la primera distinción histórica que hace Fichte en “Los Caracteres” divida la historia únicamente en dos épocas, cuya criterio de determinación depende del modo de entender la libertad. La primera época es aquella en la que la razón humana no actúa aún mediante libertad, es decir, en la que la humanidad no ha tomado conciencia de su condición humana definida por la libertad o no actúa a partir de sus representaciones acompañadas por la libertad, y la segunda aquella en la que ha tomado conciencia de la misma. Teniendo en cuenta el carácter decisivo que esa noción de libertad tiene en la génesis y el desarrollo de su pensamiento cabe interpretar esa clasificación inicial como una proyección a la historia y a la temporalidad histórica de los dos posibles modos de aproximarse a la filosofía, tan característico de su concepción de la filosofía: dogmatismo y criticismo.

A partir de esa primera división, mediante un razonamiento que expresa el tránsito de la una a la otra a través de miembros intermedios, es como obtiene Fichte las cinco épocas en las que suele resumirse su filosofía de la historia y que expresa como sigue: «1 La época del dominio incondicional de la razón por medio del instinto o época: el estado de inocencia de la especie humana […] 2. La edad de los sistemas positivos de la teoría y de la vida que exigen fe ciega y se imponen de forma incondicional […] 3 La época de la liberación directamente del imperio de la autoridad, indirectamente de la servidumbre y del instinto racional en todas sus formas: el estado de la acabada pecaminosidad. 4 La época de la ciencia racional […]: el estado de la justificación incipiente. 5 La época del arte racional […] estado de la acabada justificación y salvación».

Si consideramos esas cinco épocas desde la visión consagrada por Hegel y por su filosofía de la historia, podemos entonces afirmar que, en efecto, estamos en el caso de Fichte ante una filosofía de la historia menos rica, como afirma Gaos en la Introducción a su traducción española. Si, en cambio, comprendemos que de lo que habla Fichte ante esa primera caracterización es de la contraposición entre las dos principales opciones morales de los humanos, la que asume la libertad como principio y la que no lo asume, es decir, la vieja distinción entre dogmatismo y criticismo, entonces la comprensión de su filosofía de la historia es otra. Se trata de una aproximación literalmente crítica, muy alejada de una consideración especulativa consistente en una ontología del devenir. Frente a eso, la caracterización fichteana se muestra como una opción moral que afecta colectivamente a esa abstracción llamada humanidad considerada desde el punto de vista moral que Fichte adopta.

Pero una adecuada comprensión de “Los Caracteres” y, por tanto, de la filosofía de la historia de Fichte en relación con el conjunto de su obra, exige acudir a dos escritos coetáneos como son la “Exhortación a la vida bienaventurada” y la nueva versión que por las mismas fechas nos ofrece de las lecciones sobre el “Destino del Sabio” que había ya ofrecido en el año 1794. En el Prólogo de la Exhortación nos propone una importante clave interpretativa en ese sentido al reunir estas tres obras como resultado de su trayectoria: «Estas lecciones junto con aquellas que con el título de los Caracteres de la Edad Contemporánea acaban de aparecer en la misma editorial y junto con el Destino del Sabio… constituyen la totalidad de una doctrina popular […] y son en total el resultado de mi autoformación proseguida de forma ininterrumpida en la intuición filosófica que me fue comunicada hacer ya trece años y que no ha variado en nada durante este tiempo».

Publicadas cada una de estas tres obras con apenas unos meses de separación entre sí, habitualmente se las trata por separado como obedeciendo a problemas diferentes y como aproximaciones populares al tema de la religión, al de la historia y al viejo problema del papel del intelectual en la sociedad, al que ya se había dedicado Fichte en su obra “Sobre el destino del sabio” del año 1794. Sin negar el valor que cada uno de ellas tengan consideradas de forma aislada, esas palabras de Fichte obligan a considerarlas como una totalidad orgánica, que, a su vez, en la medida en que él mismo hace referencia a su carácter popular, hay que entender conectadas y dependientes de sus presentaciones científicas, a las que nos hemos referido genéricamente más arriba.

Una adecuada integración de los principales contenidos de las tres, evita una interpretación simple y simplista de las cinco épocas de “Los Caracteres”, más atenta a la huella hegeliana que a lo pensado por Fichte, y permite una comprensión más precisa de lo pensado por Fichte en torno a la historia y su lugar en la filosofía. El nexo fundamental para emprender esa integración nos lo ofrece la primera lección de “Los Caracteres”, al afirmar que «diversas edades pueden perfectamente en uno y el mismo tiempo cronológico entrecruzarse y correr paralelas en muchos individuos». Hay implícita en esa frase una distinción entre lo que llama tiempo cronológico y otro tiempo al que no da nombre y que podemos sin duda llamar tiempo moral. Es obvio que a Fichte no le interesa solo el tiempo cronológico, sino sobre todo el tiempo moral y que este es el marco en el que se despliega su filosofía de la historia, algo que en realidad estaba ya presente en sus escritos sobre la Revolución Francesa.

Desde esa perspectiva resulta posible considerar las cinco épocas, más allá de esa condición epocal, fundamentalmente como elementos teóricos para comprender lo que hemos llamado el tiempo moral o más bien la dimensión moral de la temporalidad, pero a la vez nos permite comprender por qué su filosofía de la historia es en realidad una caracterización del presente tal como reza el título de las conferencias: «Un cuadro filosófico de la edad contemporánea es lo que prometen estas conferencias». No casaría con el espíritu de Fichte y de su filosofía una simple especulación acerca del pasado o de una proyección hacia el futuro. El foco de sus intereses es esa aproximación al presente desde una perspectiva moral. Ahora bien, ese presente lo sitúa Fichte en la tercera época y tal posición central del presente en una división de cinco épocas no puede ser casual ni arbitraria. Obedece a una nueva versión de la síntesis quíntuple, ahora aplicada a la comprensión del presente y desde la perspectiva del papel que la historia juega en ese problema.

Es el mismo tipo de síntesis que ha venido realizando desde el año 1794 y que se expresa igualmente en los cinco puntos de vista que Fichte desarrolló también en forma de conferencia, en su conocida filosofía de la religión: la ya citada Exhortación a la vida bienaventurada. Estos los resume Fichte en la quinta conferencia de esta obra. En el primero domina lo sensible y lo que procede de los sentidos se toma sin más como verdadero. En el segundo se comprende ya que hay un orden abstracto, y ese orden se expresa como ley que es tenida como principal. El tercero es el que denomina de la moralidad superior y verdadera que no domina ya, como en el anterior sobre lo presente, sino también sobre «lo nuevo y absolutamente no presente». El cuarto es el de la religión en el que se alcanza la visión de Dios o el Ser mediante la fe. El quinto es esa misma visión alcanzada genéticamente y que contiene todos los demás en su interior”.

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