Por Luis Américo illuminati.-

Existen y existieron a lo largo de la historia argentina hombres prudentes, a quienes los caracterizo como «orejanos de ley»; llamo de este modo a los seres reflexivos que no concuerdan ni marchan con la manada, el ganado humano, la masa manipulable (Das man o el uno, según Heidegger), sino que desde mi punto de vista son los pregoneros o señaleros del peligro, como aquellos antiguos carteles en forma de cruz de San Andrés (que aún están en pie), que dicen: «Pare. Mire. Escuche», con la finalidad de que al transeúnte distraído no lo lleve por delante el tren. Este tipo de argentinos no abundan en nuestro bendito suelo. Pues como dijo el P. Leonardo Castellani, generalmente son ignorados y tratados de locos hasta que la verdad que pregonan se hace triste y dura realidad. El tren de la historia no se detiene y en el cruce con el camino arrolla lo que se le pone por delante. Pero como esta es desgraciadamente una sociedad que no aprende ni que venga un segundo diluvio o caiga fuego del cielo, después del desastre antrópico, vuelve a repetir como un loco los mismos hechos esperando resultados diferentes. Todo pueblo que se vuelve masa pierde la cordura y pierde la brújula que indica el norte y entonces la reemplaza por el horóscopo de la partidocracia, sucedáneo de la democracia cuyos hechiceros, chamanes y punteros le venden a la masa embrutecida baratijas mientras ellos son la elite de una casta o establisment miserable. La Anticopa del simulacro y vaciamiento del Estado se lo lleva el kirchnerismo, que ama tanto a los pobres que los multiplica. Suprimen las barreras o las señales de alerta de la inminencia de un tren en marcha, como sucedió en la tragedia ferroviaria de Once, con el coronavirus o la inundación de Bahía Blanca. Y tantos hechos más de corrupción, desidia y apatía institucional. Así pasa con los hombres que previenen del peligro, quedan igual que los carteles avisadores al costado de las vías, abandonados y cubiertos por la maleza o castigados como Laocoonte por haberle aconsejado a sus compatriotas que no introdujeran como un tributo o regalo de los griegos el caballo de Troya. Los orejanos en el lenguaje filosófico de Heidegger son un Dasein (el ser-ahí). El ser que se preocupa, que pone «cuidado» en todo (Sorge), en su vida, en sus palabras y en la conservación y defensa de la Patria. Y tempranamente avisan como el gallo las primeras luces del día. Por citar sólo un caso: la soledad del Dr. René Favaloro antes de abandonar para siempre este mundo, un gigante viviendo en un pueblo de enanos como Gulliver y los liliputienses, como en el cuento de Jonathan Swift.

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