Por José Luis Milia.-
Si hay una mochila cargada de piedras que la Argentina viene arrastrando desde 2003, debido fundamentalmente, a la cobardía de los políticos, son los circos judiciales montados sobre la ficción de una lesa humanidad retroactiva, nacidos del pacto entre un ladrón con banda presidencial y un terrorista con sed de revancha. Uno robaba tranquilo, bendecido por la izquierda; el otro ajustaba cuentas con quienes combatieron al terrorismo. Desde 1983, la justicia argentina se llenó de comisarios políticos, cobardes e iletrados que, por doctrina, bolsillo o pusilanimidad, se han plegado a un relato viciado de mentiras, convirtiendo a la Constitución Nacional en un pozo séptico.
Hoy, después de veintidós años, muchos de esos hombres que combatieron al terrorismo ya cumplieron dos tercios de su condena y podrían acceder a la libertad condicional. Pero ahí aparece la “justicia”, manipulada por fiscales militantes y querellantes vengativos, para cercenar derechos. El coronel Carnero Sabol lo pidió, cumplía con la ley. El juez subrogante Cardozo se lo negó, obedeciendo a los fiscales Vigay y Rodríguez, simpatizantes de “Justicia Legítima”, que con una sola entrevista lo tacharon de insensible y poco arrepentido. Diagnóstico exprés, condena extendida.
Ahora es el turno del Padre von Wernich. El Padre von Wernich tiene 88 años y lleva 22 años preso, condenado por presuntas violaciones a los derechos humanos cuando era capellán de la policía de la provincia de Buenos Aires. Ha cumplido los dos tercios de su condena y ha pedido una salida transitoria, el Servicio Penitenciario no objetó su salida. Pero la auxiliar fiscal Ana Oberlin- hija de Montoneros, militante de H.I.J.O.S., abogada de Abuelas- quiere repetir la receta: que todo quede en manos de las supuestas “víctimas” y de un equipo interdisciplinario tendencioso que decide libertades con una sola charla.
Cuando von Wernich fue condenado regía la ley 24.660. En 2017 la endurecieron con la 27.375. Y aunque el artículo 373 del nuevo Código Procesal Penal no estaba vigente el 16/09/2025 cuando la auxiliar fiscal elevó su nota, ella ya lo usaba como si fuera ley. ¿El objetivo? Que el padre von Wernich muera en prisión. Sin beneficios, sin derechos, sin voz. Justicia legítima, sí… pero para vengarse.
Esto que estamos contando- el caso del coronel Carnero Sabol, y posiblemente el tratamiento que el pedido del Padre von Wernich- es la injerencia de fiscales y querellantes sectarios que solo buscan venganza y para ello utilizan la ley. Esto nos obliga a estar muy atentos. En Argentina, la ley penal prohíbe aplicar reformas más gravosas a delitos cometidos bajo normas anteriores. Pero eso es teoría. En la práctica, la retroactividad aparece cuando conviene y desaparece cuando estorba. Si el condenado es un perejil, se respeta la ley vieja. Si hay prensa, víctima con micrófono o necesidad de revancha, se aplica la ley nueva, la más dura, la más vengativa, la que “responde a la sociedad”, aunque esa sociedad no sepa qué aplaude.
La Ley 27.375, sancionada en 2017, excluye beneficios penitenciarios para delitos graves. Fue presentada como un avance, pero su aplicación retroactiva convierte la ejecución penal en revancha política. ¿Por qué negar la libertad condicional a quien cometió un presunto delito en la década de los setenta? ¿Por qué ignorar el principio de legalidad?
La justicia se ha vuelto un souvenir: se desempolva para proteger a funcionarios procesados y se esconde cuando el condenado es alguien que combatió al terrorismo. La ley se aplica según el clima, el canal y el hashtag del día. En manos de fiscales mediáticos y vengativos, la Constitución está más en peligro que un florero de Baccarat en manos de un bebé.
La retroactividad selectiva no es justicia: es oportunismo con toga. Es el kirchnerismo defendiendo garantismo para los propios y el mileísmo pidiendo perpetua para los ajenos. Es la Argentina ventajera: una república que aplica las leyes según quién las sufre, no según cuándo se cometió el presunto delito.
14/10/2025 a las 8:17 AM
Kirchnerismo y mileismo, cara y contracara de la Argentina decadente.