Por Luis Américo Illuminati.-

El mundo es hoy un revoltijo de gente loca, medio loca y un reducido número de directores de orquesta que dirigen un des-concierto apocalíptico. Richard Rorty tenía razón cuando decía que llegaría el día en que la verdad sería algo que se construye y no algo que se halla o descubre igual que cuando Dios dejó de ser una verdad indiscutible -«Dios ha muerto» dijo Nietzsche y terminó sus días en un manicomio- hoy llegamos a una época en que ninguna verdad es única o absoluta, sino que hay tantas verdades como seres humanos existen en el planeta, lo que indica que todo es una nebulosa, posiblemente seamos máquinas de Touring descompuestas, como lo postulaba el sabio loco Hillary Putnam, un nombre bastante curioso. Nam puede tener varios significados, dependiendo del contexto. En el budismo, «Nam» es una forma abreviada de «Namu», que significa «dedicar o consagrar la vida», y se usa en varios mantras. Y también fue una historieta norteamericana (cómic) durante la inútil guerra de EEUU contra los comunistas de Vietnam del Norte. Una guerra donde los únicos beneficiarios fueron los fabricantes de armas y los narcotraficantes que embarcaban la mercancía en los aviones.

La droga fungía en ese infierno como una panacea para la angustia que padecía el soldado obligado a combatir. El Dasein (ser-ahí) en su cruda condición de «arrojado», inmerso en el mundo del «das Man», el mundo público de las habladurías, toda la parafernalia envolvente de los medios de difusión masiva (los mass media) que le muestran un mundo falso, irreal, un simulacro. Es el mismo «homo sacer» que describe Giorgio Agamben.

«Sólo se vive dos veces» es el título de la película del agente 007 James Bond de 1967 y se llama así porque, en el contexto de la trama, James Bond finge su propia muerte para poder investigar a fondo una amenaza que involucra el secuestro de naves espaciales. La frase «Sólo se vive dos veces» se refiere a la idea de que Bond está viviendo una segunda vida después de su supuesta muerte, lo que le permite actuar con mayor libertad, sigilo y prudencia.

En la película, cláusula de vivir dos veces se interpreta en clave filosófica: «Una vez cuando naces y otra cuando un hombre enfrenta la muerte», lo que sugiere que Bond está experimentando una especie de renacimiento al enfrentarse a un peligro mortal. La frase se relaciona con la trama, donde una organización criminal (Spectre) intenta provocar una guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética al secuestrar sus naves espaciales, y Bond que todos lo suponían muerto, puede intervenir sin levantar sospechas. En suma, el título «Sólo se vive dos veces» alude a la doble vida de Bond y a su enfrentamiento con la muerte, tanto en el sentido literal como en el metafórico.

Pero más allá del icónico personaje de la película James Bond, con el cual se sentía identificado el hombre medio de los sesenta, igual que antes sucedía con Superman o Clark Kent (Umberto Eco: «El mito de Superman»), la frase sirve para definir desde el punto de vista sociológico una nueva visión o metáfora de una obra dividida en dos etapas o fases. Lo cual vale tanto para la historia de vida de un individuo como para la de un país, en el caso que nos interesa puntualmente, la Argentina.

La primera etapa o ciclo, indudablemente es la del aprendizaje, la apertura de nuestra vida frente a un mundo inhóspito, con el despertar del amor, la fantasía y las utopías ideológicas. Y una segunda etapa, que si bien es una continuación, resulta también un redescubrimiento de la vida y del mundo circundante, ubicados en la cima de la montaña, con la meta de alcanzar la sabiduría o la felicidad que no obtuvimos en la etapa anterior. Esto mismo es lo que parecía haber llegado la Argentina con el kirchnerismo en el poder, esto es, el final de su historia, un ciclo terminal sin posibilidad de salvación de su larga agonía.

Empero, si se analiza el posterior panorama surgido a partir de diciembre de 2023, creemos firmemente que la Argentina hasta ahí ha vivido la primera etapa de su desarrollo histórico. Nuestro país ya ha pasado el tiempo de su infancia, pero como ocurre psicológicamente con las personas que no maduran nunca, individuos que han llegado a la senectud y continúan comportándose con la inmadurez de un adolescente. Lo mismo sucede con nuestro país, donde es un hecho que ni la clase dirigente ni la sociedad salen de la adolescencia, un camino o recorrido circular, efecto calesita, en lugar de avanzar el camino recto que lleve al conjunto de la sociedad a la edad adulta y así vivir su segunda etapa. Casi todas las naciones europeas y asiáticas, mal o bien, están ya en la segunda etapa. Véanse como referentes, EEUU, Canadá, Australia, Alemania, Italia, Francia e Inglaterra, China y Japón.

El futuro nunca llega decía Oscar Wilde, con ironía pesimista. Si bien es cierto que el futuro no ha llegado, hay que vislumbrarlo como una posibilidad, a diferencia del pasado que ya ha sido y del presente que lo estamos haciendo. La vida hay que verla como un velero navegando en medio del mar. Un viento favorable lo hace avanzar, y una tempestad lo puede hacer naufragar. Si no hay viento, tal vez con algo de suerte los marineros de a bordo lleguen a una isla desierta, como Ulises y sus compañeros o como Robinson Crusoe, y los rescaten o permanezcan como San Juan en la isla de Patmos. Todo en la vida de los hombres tiene sus riesgos. Pero no es heroísmo arriesgar la vida por nada. De lo que se trata es de no desesperar y aceptar resignadamente el destino que a cada individuo le ha tocado o, por el contrario, el Dasein puede cambiar el rumbo que lleva ciento ochenta grados.

El Dasein (ser-ahí) es el sujeto de inherencia que está en el mundo en situación de «arrojado». Está en un «afuera» que le es adverso. Es la desazón de no estar en la propia casa. La religión nos informa que venimos al mundo para perpetuación de la especie -creced y multiplicaos-, pero la ciencia tiene otras conclusiones. Lo cierto y concreto es no elegimos a nuestros padres, y éstos nos dan todo lo bueno o malo que ellos recibieron. El puente de oro entre el desierto y el oasis se construye con el diálogo sincero, la solidaridad, los sentimientos nobles y la ética a rajatabla, el perfeccionamiento del hombre para lograr la paz y la armonía en un mundo en ruinas, pero más que avanzar, retrocedemos. Heidegger nos habla de la temporalidad de la vida del hombre sobre la Tierra: con tres momentos cruciales: futuro, pasado y presente. Pero hay que tener cuidado de no quedar atrapado en el pasado o en un falso futuro, que son laberintos sin salida; al presente lo podemos variar. Si bien el futuro aún no existe, lo proyectamos desde los deseos, la imaginación y el pensamiento. Es un asunto primordial priorizar lo que Heidegger denomina «Sorge» (cuidado), que es un preservarse de los peligros que acechan al Dasein por todos lados, pero al mismo tiempo exhibe su solidaridad con el resto del mundo. Uno de los peligros de la vida acelerada y de la prisa es la fácil caída en el marasmo que, concretamente es la disgregación de la identidad del individuo y la colectividad en trance de fuga o huida de los valores para ir a caer en el vacío.

Porque la vida humana no es un silogismo o algo mostrenco. No hay que distinguir entre la realidad y la apariencia diciendo que una cosa es esto y la otra lo contrario. Pues si mi punto de vista que yo creo una verdad inamovible y la discuto con quien tiene una postura opuesta, si nadie cede, ni yo ni el otro, cada uno encasillado en su postura, entonces mi punto de vista o discurso frente al adversario es una «petición de principio» igual que el suyo, lo cual desemboca indefectiblemente en una aporía, un callejón sin salida.

Nos debe interesar primordialmente la posibilidad de un reexamen, la metanoia, para evaluar las cosas más detenidamente. Hacia finales del siglo XIX y durante el transcurso del subsiguiente siglo se hicieron habilidosas prestidigitaciones seudo filosóficas para distracción y evasión de la angustia existencial de la humanidad. Por eso creemos que sería conveniente concebir un nuevo léxico de la filosofía y las ciencias políticas, algo que no sea un vil instrumento para distorsionar la realidad sino simplemente un léxico más acorde con ella, un proyecto humano coherente. Es improbable que sin las metáforas de Freud hubiésemos sido capaces de comprender y asimilar las metáforas de Nietzsche, William James, Wittgenstein o Heidegger. Todas las metáforas se ayudan las unas a las otras si son un espejo o reflejo de la realidad. Un léxico nuevo aclararía muchas cosas que hoy son confusas y ambiguas, sería un giro copernicano de la conciencia colectiva que haría marchar el mundo hacia una consciencia más clara de sí misma, como la amplitud de la mente del hombre que gradualmente llegue a encajar con la del universo. Pero toda esta caracterización traicionaría la búsqueda de uno mismo y del camino perdido si el espíritu que nos guía no es el resultado de la reflexión. Un cambio de meta es posible sólo en la medida en que el mundo y el yo no estén hipostasiados. Los dos tienen un poder nefasto sobre nosotros; por ejemplo, el hacernos callar y matarnos. El mundo puede aplastarnos ciega y calladamente, la muda desesperación, la aflicción mental intensa, el miedo y la depresión que pueden causar nuestra rápida anulación.

Pero ese poder no es algo de lo que podamos apropiarnos adoptando y utilizando su lenguaje, identificándonos y sometiéndolo a nuestro libre arbitrio. Porque nuestra relación con el mundo (y con el Estado en descomposición) con el poder brutal y el simple dolor no es igual a la que voluntaria o forzosamente mantenemos con nuestros semejantes. El infierno son los otros, decía Sartre. Si frente a lo no humano y lo no razonable, la contingencia y la aflicción, el hombre no tiene un apoyo o una contención, no cabe duda que el paso siguiente es la desesperación que lleva a la autodisgregación de la personalidad que lleva al delito y a la locura individual y colectiva.

Por eso de ninguna manera resulta descabellado sugerir que la poesía sea aceptada y difundida junto con la filosofía, esto dentro de una cultura en la que el reconocimiento de la ética sea prioridad número uno. Hay que cancelar la biopolítica. Resulta difícil imaginar una cultura dominada por la exuberante ironía y jocosidad de Nietzsche o imaginar el reino de los filósofos reyes o la supresión del Estado. También es difícil imaginar una vida humana que se sienta completa, un ser humano que muera satisfecho porque ha alcanzado todo lo que deseaba en la vida. Aun cuando prescindamos del ideal filosófico y coloquemos en su lugar el puro materialismo, el ateísmo y el más crudo hedonismo, sigue siendo cierto que esa voluntad será siempre un placebo, un ilusorio sucedáneo, un proyecto de vida que dura poco tiempo para colmar todas las expectativas.

El temor que experimenta el intelectual, es el temor a la incompletitud y trata de sortearla en base a metáforas nuevas y palabras que no sean cantos de sirena, a diferencia del político miembro de la casta que es un sofista que sólo busca su propia conveniencia, su lenguaje es pura cháchara, una cáscara, una retórica que no es un lenguaje propiamente dicho sino una engañifa para incautos e invitados a la cena de los tontos.

Nabokov tiene una frase: «La vida del hombre es el comentario de un abstruso poema inacabado.» Esa frase sirve de resumen a la afirmación de Freud de que toda vida humana es la elaboración de una fantasía personal y la certeza de que ninguna obra humana concluye porque la muerte la interrumpe. Pero es un error afirmar que no hay nada por completar, y que sólo hay una trama de relaciones por volver a urdir, una trama que el tiempo prolonga cada día. Pero si la autocreación puede ser tan completa y autónoma como, según pensaba Platón, podía serlo la vida contemplativa- entonces nos limitaremos a pensar que la vida humana no es una pasión inútil o una vana ilusión. Por eso el filósofo trata de demostrar que su objetivo es la búsqueda de la verdad, con la ciega marca que el azar le ha dado, confirmando esa marca en términos que, aunque sólo sea marginalmente, son suyos.

Así como no podemos abrazar una parte de una idea, sino que abrazamos el todo, así tampoco podemos entender a un filósofo sin leer la totalidad de su obra. La idea de que un lenguaje podría derivar de la creencia de que las palabras podrían tener un significado sin conexión con otras palabras. Ese anhelo deriva, a su vez, de un anhelo más amplio, diagnosticado por Sartre, de convertirse en un «ser en sí», volverse una máquina humana autosuficiente. La descripción sartreana del antisemita como «el hombre que desea ser una roca sin piedad, un torrente furioso, un rayo devastador; en pocas palabras, cualquier cosa menos un hombre», es una crítica formulada por Nietzsche por boca de Zaratustra.

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