Por Hernán Andrés Kruse.-

“En nombre de los intereses de sus miembros, la Liga persiguió las actividades sindicales, quebró huelgas y reprimió a la izquierda en toda la nación. Su socio en esta tarea fue la Asociación del Trabajo, que se ocupó de la represión de las actividades obreras en la capital. Los enfrentamientos de mayor importancia entre la Liga y el activismo obrero ocurrieron fuera de la ciudad de Buenos Aires, en el vital sector agroexportador de la economía, donde se estaban formando sindicatos. En 1920, se produjo uno de los primeros enfrentamientos, en Las Palmas del Chaco Austral, una enorme compañía agrícola en la esquina nororiental del Chaco. Entre los directores y propietarios de la firma se contaban tanto argentinos como ingleses. Los trabajadores sin tierra eran de origen criollo, brasileño, paraguayo y aborigen: estaban sometidos a continuos abusos de los patrones y a condiciones laborales verdaderamente opresivas, incluyendo el pago de bajos salarios en bonos, amortizables sólo en los comercios de la empresa”.

Para modificar esta grave situación, los trabajadores formaron un sindicato en 1918 y al año siguiente declararon una huelga en reclamo-entre otras mejoras elementales-de un aumento de salarios y que éstos fueran pagados en moneda nacional. Sin embargo, la empresa se empeñó en cobrar una tasa por el pago de sueldos en metálico. Renuente a aceptar la existencia de un sindicato dispuesto a luchar por las reivindicaciones de los trabajadores, la empresa se defendió. A principios de enero de 1920-con la colaboración de la Liga y la Asociación del Trabajo-, Las Palmas contrató mercenarios y delincuentes, enviándolos a sus tierras. Estos matones armados aterrorizaron a los habitantes y provocaron incidentes con los miembros del sindicato.

Para mayo, la empresa había organizado a sus provocadores en una brigada de la Liga, la cual estaba encabezada por Alberto Danzey, uno de los administradores de la firma. En julio, cuando las Palmas rechazó las protestas del sindicato por el accionar de la brigada, el sindicato lanzó una huelga, exigiendo que la compañía se deshiciera de los liguistas y cancelara el cobro de tasas por el pago en metálico de los salarios. La huelga fue prolongada, sangrienta, y su resolución, incierta. Verdaderas batallas se libraron entre los trabajadores, por un lado, y los liguistas, guardias de la compañía y policía, por el otro. El capitán Gregorio Pomar, jefe radical del Noveno Regimiento de infantería, impuso en agosto un cese del fuego y un arreglo favorable a los obreros.

No obstante, cuando las tropas de Pomar se retiraron, la empresa desconoció el acuerdo y la huelga se reanudó. Los liguistas siguieron patrullando las Palmas, mientras que la huelga —con dificultades— se mantuvo hasta junio de 1921. Finalmente, dos años después, el sindicato consiguió que los salarios se pagaran en pesos y sin ninguna retención. Con el objetivo logrado, el movimiento sindical en la zona se diluyó, y las condiciones laborales de los obreros continuaron deteriorándose; no obstante, la brigada de las Palmas sobrevivió por lo menos hasta finales de los años veinte. En definitiva el nacionalismo y los obreros habían llegado a una situación de empate.

Por el contrario, a pesar de las declaraciones nacionalistas de la Liga, había extranjeros y criollos en ambos bandos del conflicto de Las Palmas. Lo mismo puede decirse de los enfrentamientos entre trabajadores y liguistas en Villaguay (Entre Ríos). Hacia 1920, como respuesta a la movilización obrera, se empezaron a formar brigadas de la Liga en el departamento, una zona donde había varias colonias agrícolas judías. En enero de 1921, un sindicato de peones y obreros lanzó una huelga contra chacareros y dueños de máquinas trilladoras. Liguistas, entre los que se contaban policías del lugar, encarcelaron a varios activistas gremiales. El sindicato local, el Partido Socialista de Villaguay la Federación Obrera Comarcal provincial convocaron a una concentración para protestar por estas detenciones; la fecha elegida fue el 11 de febrero. Mientras tanto, la brigada de Villaguay se preparaba para encontrarse con la “horda” judía y maximalista, según su propia definición de la situación.

El día programado para la manifestación en Villaguay, se produjo un tiroteo entre los asistentes, y la policía y los liguistas. No ha sido aclarado desde qué sector se hicieron los primeros disparos pero, de los aproximadamente 35 heridos, la mayoría eran trabajadores. El encarcelamiento de 76 obreros y socialistas —y ningún liguista— después del grave enfrentamiento armado también demuestra que estos últimos habían sido quienes controlaron la situación. Algunos liguistas, políticos y periódicos-entre ellos, La Nación-caracterizaron los hechos como el enfrentamiento entre revolucionarios judíos y criollos ordenados, basándose en el hecho de que 18 de los prisioneros eran judíos. Sin embargo, la mayoría de los detenidos eran criollos. Pocos días después de su toma de posición en el conflicto, La Nación modificó sus puntos de vista. El diario de los Mitre y otros observadores comprendieron que, en el enfrentamiento de Villaguay, los chacareros judíos superaban en número a los trabajadores judíos sin tierras. Algunos judíos ya formaban parte de la Liga en el momento del enfrentamiento en Villaguay; sin embargo, aunque muchos no pertenecieran a la Liga, los intereses de la mayoría de los colonos judíos coincidían con los de la organización. Tras los incidentes de Villaguay, la Liga recibió —en número creciente— nuevos miembros judíos. En mayo de 1921, 12 de las 30 brigadas de la región de colonización judía tenían oficiales judíos; probablemente, otras contaban también con miembros judíos. La Liga había utilizado convenientemente a los judíos como chivos expiatorios durante el episodio de Villaguay; acabado este, muy provechosamente, la Liga reclutó a estos “extranjeros”.

La Liga continuó con su labor “nacionalista” en la Patagonia. Desde 1918, trabajadores de los territorios del Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego se abocaron a la formación de sindicatos; paralelamente-entre 1920 y 1921-, hombres de negocios, hacendados y capataces organizaron en la región cerca de 75 brigadas. Los choques entre liguistas y trabajadores se sucedieron por toda la zona costera de dichos territorios, en puertos e instalaciones petroleras. Además, cuando el Décimo Regimiento de Caballería mató a 1.500 trabajadores rurales en huelga entre noviembre de 1921 y enero de 1922, brigadas de la Liga proveyeron al Ejército de combustible, vehículos, alojamiento y provisiones, participando también en actividades de patrullaje y delación. Después de que el Ejército diezmó las filas sindicales, los liguistas forzaron a los obreros a incorporarse a las brigadas de “trabajadores libres”. Era evidente que el Ejército y la Liga habían destruido el movimiento obrero en la Patagonia; sin embargo, no estaba claro que lo hubieran hecho para frenar una amenaza “extranjera”.

Carlés, muy consciente del poderío del movimiento obrero en el sur chileno, identificó a los sindicatos patagónicos-muchos de cuyos afiliados eran trabajadores rurales chilenos-con una peligrosa y antinacional ideología importada del vecino país. Sin embargo, también había extranjeros entre los patrones. Los empresarios más importantes del sur argentino eran hacendados nacidos en Europa y representantes de empresas agroexportadoras extranjeras, que, además, eran los miembros más destacados de las brigadas patagónicas. La Liga hizo una excepción para éstos y otros miembros extranjeros: eran extranjeros beneficiosos que contribuían a la prosperidad de la nación. Según la Liga, esta característica los diferenciaba de la clase obrera.

Mientras los liguistas suprimían a quienes consideraban extranjeros perjudiciales, sus colegas femeninas recurrieron a métodos pacíficos para “argentinizar” a los inmigrantes. Las brigadas de señoritas establecieron escuelas libres para mujeres inmigrantes en fábricas del área metropolitana de Buenos Aires. Hacia 1927, funcionaban cerca de diecinueve escuelas, y la Liga declaró que más de cincuenta permanecieron en actividad hasta entrada la década de los cincuenta. Los estudiantes de estas escuelas aprendían a leer y a escribir, aritmética, artes y oficios domésticos, historia argentina, catecismo y valores tan “criollos” como patriotismo, amor al trabajo, puntualidad y obediencia. Los miembros de la Liga esperaban que las alumnas argentinizadas enseñaran a su familia lo que habían aprendido. De este modo, las escuelas fabriles, como otras que la Liga estableció en distintos barrios y ciudades, ayudarían a encuadrar a los extranjeros rebeldes en una fuerza de trabajo flexible y sumisa. Para la Liga, esta meta era sinónimo de nacionalismo.

Confirmando el carácter nacionalista del plan de estudios-como lo definía la Liga-, Carlés anunció orgullosamente que las escuelas de señoritas eran de naturaleza “exclusivamente argentina”. Los hombres y mujeres de la Liga tenían ciertos sentimientos nacionalistas que trascendían el objetivo de refrenar al proletariado. Desde 1920 hasta por lo menos fines de los años treinta, las señoras de la Liga organizaron exposiciones anuales y ventas de textiles confeccionados por mujeres criollas y aborígenes del interior. Su intención era ayudar a un grupo desposeído cuyos orígenes eran genuinamente autóctonos. Por otra parte, las ferias de textiles ponían de manifiesto la convicción liguista sobre el estímulo y protección de las industrias nacionales -particularmente las más antiguas-que utilizaban insumos locales.31

Un tema de fundamental importancia que se discutió en los congresos anuales de la Liga fue la cuestión de la dependencia económica del país. Aunque algunos liguistas eran empresarios extranjeros o trabajaban para compañías foráneas, distintos oradores advirtieron sobre los peligros que entrañaba el capital extranjero. Los oradores liguistas observaron que la economía local funcionaba en beneficio de otros países, en lugar de hacerlo en beneficio propio. Sostenían que la nación debía reafirmar el control sobre sus recursos naturales y sobre el sistema económico. Luis Zuberbühler-importante hombre de negocios, oficial liguista y presidente de la influyente organización patronal Confederación Argentina del Comercio, la Industria y la Producción (CACIP)- pedía a los argentinos que invirtieran fondos y capacidad en la industria, para que los nacidos en el país controlaran más empresas. Otros miembros de la Liga proponían establecer aranceles más altos para los productos importados, una marina mercante nacional, restricciones a los capitales extranjeros, más inversión pública y esfuerzos oficiales para reducir la deuda externa.

La liga vinculó el problema del nacionalismo económico a la cuestión obrera. Por ejemplo, entendía que la industrialización era un medio eficaz para pacificar el mundo del trabajo. Los liguistas creían que con industrias prósperas crecería el nivel de empleo y así se reduciría el descontento obrero. También-según los liguistas-, podrían calmar el descontento de los trabajadores con un sistema de seguridad social, participación en las ganancias de las empresas, una reforma agraria y otros proyectos similares. Además, algunos miembros de la Liga recurrieron al concepto de lucha de clases para explicar el subdesarrollo. Optaron por responsabilizar a los obreros de las deficiencias de la industria nacional, desviando la atención del problema central: el dominio ejercido por el capital externo. Varios expositores en los congresos de la Liga sugirieron que, en realidad, los obreros en los países subdesarrollados compartían un interés con sus patrones: el de fortalecer la economía y aumentar el bienestar de todos. Las exigencias de los obreros y las huelgas impedían el funcionamiento de las empresas nacionales y por lo tanto eran antinacionalistas.

Carlés estableció una conexión entre el capitalismo extranjero-que sometía al país a directivas provenientes del exterior- y los izquierdistas, que también explotaban a la Argentina en provecho de una ideología foránea. Desde su punto de vista, el capitalismo y la amenaza izquierdista estaban unidos en contra de la autonomía nacional. Carlés admitía que en el pasado la Argentina había adoptado-por conveniencia-algunas ideas extranjeras en el terreno científico y en política económica. También reconocía su propia deuda-y la de la Liga-con el positivismo europeo, y la doctrina católica. No obstante, Carlés creía que la izquierda era extranjera y la Liga argentina. Su organización respetaba a la patria y su estructura social basadas en la familia, la propiedad y la autoridad, que la izquierda buscaba destruir.

En lugar de la tradición argentina de progreso en orden, los extremistas querían instalar una ideología basada en el conflicto de clases. Carlés la definía como extranjera porque era un conjunto de ideas surgido en el ámbito de la Europa industrial. Según el líder de la Liga, dicha ideología no era representativa de la realidad social de un país subdesarrollado como la Argentina, donde en su opinión no había un proletariado ni una clase capitalista fuerte; la izquierda, por supuesto, discrepaba de esta visión. Para la Liga por el contrario, sus ideas eran autóctonas, no obstante haber incorporado en su visión algunas corrientes de pensamiento europeo del siglo XIX.

¿Había influido la derecha europea contemporánea en las ideas de la Liga? La misma crisis de posguerra había influido tanto en la formación de la Liga como en la de grupos europeos afines. La Liga surgió a comienzos de 1919, antes que el fascismo en Italia o el régimen de Primo de Rivera en España, y aproximadamente al mismo tiempo que el Partido de los Trabajadores alemán, núcleo del nacionalsocialismo. La fecha de estos sucesos muestra que estos movimientos no influyeron en la etapa formativa de la Liga; la Liga tampoco reconocía haberse inspirado en Charles Maurras, el contrarrevolucionario francés más importante de comienzos del siglo XX. Las actas de los Congresos y el material de propaganda y difusión de la Liga contenían pocas referencias a los movimientos europeos. Durante una discusión sobre reforma agraria, Carlés citó laudatoriamente el programa fascista italiano de distribución de tierras, destacando que se hacía improbable que los campesinos, convertidos en pequeños terratenientes se hicieran bolcheviques. En otro discurso, Carlés comparó a la Liga con las fuerzas tradicionalistas europeas que se habían unido bajo el estandarte de la nación para combatir y derrotar al “peligro rojo”.

Puede verse que, si bien las ideas europeas no determinaron programas o doctrinas específicas de la Liga, Carlés tenía conocimiento de la existencia de grupos antiizquierdistas similares en el exterior. La Liga se puso en contacto con representantes extranjeros, en parte para iniciar relaciones con grupos afines allende las fronteras del país. Funcionarios portugueses y suizos en la Argentina visitaron la sede de la Liga, así como una delegación del gobierno francés. Antes del centenario de la independencia brasileña, Carlés felicitó al gobierno de Brasil y envió a la legación brasileña un folleto donde describía a su organización en portugués; la Liga también tenía preparados folletos tanto en inglés y alemán como en español. Pedro de Toledo, integrante de la legación, agradeció a Carlés el envío del material y lo invitó a la celebración de la independencia en Río de Janeiro. El funcionario diplomático agregaba que, con su asistencia, la Liga fortalecería la amistad entre los dos países y los lazos con grupos similares en Brasil.

En octubre de 1920, Carlés envió una carta, un folleto y otras publicaciones al embajador norteamericano Frederic J. Stimson. El presidente de la Liga pidió a Stimson que lo pusiera en contacto con organizaciones similares en Estados Unidos para una posible acción conjunta contra el anarquismo. Según Carlés, era imperioso iniciar esta lucha, porque “si todos los hombres defensores del orden se unieran”, podrían derrotar los esfuerzos de quienes no “respetan el patriotismo” y buscaban destruir el orden social. La carta de Carlés y las publicaciones llegaron a manos del ministro de Justicia A. Mitchell Palmer —conocido por su papel en el “Miedo Rojo”—, quien confeccionó para la Liga una lista de organizaciones antiizquierdistas.

Estos ejemplos revelaban la intención de la Liga de fortalecer vínculos tanto con grupos análogos como con los gobiernos que, de hecho, eran afines a la Liga y sus colegas. Con el tiempo, la Liga estableció vínculos con grupos antiizquierdistas en Estados Unidos, Uruguay, Chile, Bolivia, Brasil, Perú, Alemania, Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Dinamarca y, posiblemente; Suiza y Portugal. Por ejemplo, delegados de la Liga visitaron la Ligue Civique en Francia y National Propaganda en Gran Bretaña; la Liga Patriótica Militar (LPM) de Chile incluso, envió representantes ante la Liga. Así, un delegado de la LPM fue incorporado a la Junta Central. Carlés declaraba el anhelo de fortalecer la “fraternidad internacional” para justificar esta medida, haciendo hincapié en que ambas instituciones se necesitaban y tenían tareas comunes, como fortalecer la “nacionalidad” y el respeto a las instituciones. La única evidencia clara de la concreción de tal colaboración fue una ceremonia de la LPM en Santiago de Chile —en julio de 1922— para homenajear a la Liga. No obstante, tanto para la Liga como para la LPM, la nacionalidad transcendía, evidentemente, las fronteras.

A pesar de sus relaciones con la LPM y otros grupos del exterior, la Liga no creó una “internacional nacionalista”. La movilización obrera de pos guerra, que había estimulado la formación de la Liga y organizaciones similares en otras partes de América Latina, fue efímera. Hacia 1922, los intereses patronales en la región habían sofocado la amenaza obrera, haciendo innecesarias medidas de largo alcance, como una red internacional de milicias antiizquierdistas. No obstante, los esfuerzos de la Liga en esta dirección y su protección de las compañías extranjeras demostraban su débil nacionalismo aunque, en realidad, se evidenciaba alguna preocupación por la independencia económica del país y por sus tradiciones nativas. Incluso “La visión de patria”, como se denominó una película de su campaña contra la subversión, simbolizaba el punto de vista de las clases altas criollas y extranjeras, no de la nación en su conjunto. Para derrotar lo que interpretaba como una amenaza internacional, la Liga estaba dispuesta a cruzar los límites nacionales. En su vocabulario, la nacionalidad no significaba per se el pueblo argentino, sino una concepción idealizada de las relaciones obrero-patronales que, según la Liga, habían existido en el pasado en la Argentina y otros países. Esta definición de nacionalismo influiría en los grupos derechistas de la década y también en los grupos surgidos en los años posteriores”.

(*) Sandra McGee Deutsch: “La derecha durante los primeros gobiernos radicales, 1916-1930” (Texto. La Derecha Argentina-Nacionalista, Neoliberales, Militares y Clericales”-Untref Virtual).

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