Por Hernán Andrés Kruse.-

El 8 de julio se conmemoró el centésimo cuarto aniversario del nacimiento de un distinguido filósofo, sociólogo y político francés. Edgar Morin nació en París el 8 de julio de 1921 Diversos autores de la Ilustración del siglo XVIII le sirvieron de inspiración en materia filosófica. En 1936, en plena guerra civil española, se unió a una organización libertaria, llamada “Solidaridad Internacional Antifascista”. Dos años más tarde se unió a las filas del Partido Frontista, una pequeña fuerza política de izquierda, antifascista y pacifista. En 1941 decidió formar parte de la Resistencia. Al año siguiente, obtuvo una licenciatura en Historia y Geografía y otra en Derecho. Tiempo después se adhirió al movimiento liderado por Michel Cailliau “Movimiento de resistencia para prisioneros de guerra y deportados”. Más tarde se fusionó con el del futuro presidente galo Francois Mitterrand, dando origen al “Movimiento nacional de prisioneros de guerra y deportados”. Fue protagonista de la liberación de París (agosto de 1944) y se incorporó al ejército francés.

Desde 1941 fue miembro del Partido comunista francés pero en 1949 decidió alejarse. A raíz de un artículo publicado en France Observateur la jefatura del partido decidió expulsarlo en 1952. Recomendado por intelectuales de la talla de Maurice Merleau-Ponty, Vladimir Jankélévitch y Pierre George, fue admitido en el Centro Nacional de Investigación Científica. A comienzos de los sesenta inició trabajos y visitas a  Latinoamérica, quedando maravillado por su cultura. Durante el histórico mayo francés de 1968, escribió artículos para Le Monde sobre el sentido y el significado de ese acontecimiento. En 1983 fue condecorado con la Orden de la Legión de Honor y más adelante adquirió conciencia de lo que estaba sucediendo en la URSS bajo el régimen de Gorbachov. En 1994 recibió el Premio Internacional Cataluña por la Generalidad de Cataluña. En julio de 2012, el presidente galo Emmanuel Macron le hizo entrega de la Gran Cruz de la Legión de Honor (fuente: La Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de José Luis Eduardo Uribe Sánchez titulado  “El pensamiento complejo de Edgar Morin, una posible solución a nuestro acontecer político, social y económico” (Espacios Públicos, Vol. 12, Número 26, diciembre, 2009, Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, México). Explica de qué manera Morin toca el tema de lo complejo.

“Lamentablemente, no sabemos por donde atacar la problemática que día a día nos acontece y amenaza. Es suficiente una rápida leída a la información diaria que los noticieros muestran para poder observar que la mayoría de los problemas globales, vitales y cotidianos, no sólo se caracterizan por ser de magnitudes excepcionales, fuera de cualquier estándar normativo conocido, sino que también se caracterizan por sus escalas irreductibles. Pero la característica más importante de estos problemas es que muestran las distintas y muy variadas interconexiones entre las dimensiones de lo real, que a su vez se manifiestan en toda su complejidad. En estos problemas podemos observar emergencias de hechos, objetos y procesos que son multidimensionales, multirreferenciales e interactivos –retroactivos y recursivos– y además, con componentes de aleatoriedad, de azar e indeterminación.

Para Edgar Morin: “la moderna patología de las ideas está en el idealismo, donde la idea oculta la realidad en vez de traducirla, así, esa idea es tomada como única realidad. La enfermedad de la doctrina está en el doctrinarismo y en el dogmatismo, que cierran a la teoría sobre ella misma y la petrifican. Y la patología de la racionalidad en la racionalización, pues encierra a lo real en un sistema coherente de ideas parcial y unilateral, no sabe que una parte de la realidad es irracionalizable, no sabe que la racionalidad tiene por misión dialogar con lo irracionalizable”.

Sabemos que muchas de las operaciones utilizadas por nuestra lógica son comúnmente dirigidas por paradigmas; principios supralógicos de organización que se ocultan del pensamiento y en ocasiones de la conciencia, los cuales determinan nuestra visión del mundo y de las cosas muchas veces sin darnos cuenta de ello. Para Morin, “un paradigma es un tipo de relación lógica; inclusión, conjunción, disyunción, exclusión, entre un cierto número de nociones o categorías maestras, el cual privilegia ciertas relaciones lógicas en detrimento de otras, y es por ello que maneja y dirige la lógica y la semántica del discurso”.

Es menester que tomemos conciencia de la naturaleza y de las consecuencias de los paradigmas, ya que muchos de ellos desfiguran la realidad y mutilan el conocimiento. Un cambio fundamental y una revolución paradigmática parecen necesarios para evitar continuar nuestro camino con una visión unidimensional, abstracta. De acuerdo con Morin, “vivimos bajo el imperio de los principios de disyunción, de reducción y abstracción, cuyo conjunto constituye el paradigma de la simplificación”. Es decir, hemos aceptado la propuesta de reducir nuestra experiencia a sectores limitados del saber, y de alguna manera, hemos sucumbido a la tentación del pensamiento reduccionista, olvidamos que cada componente forma parte de un todo más grande, que las relaciones y las interconexiones de esos elementos también son importantes, y que los contextos nos hablan de la existencia de realidades diferentes. “La disyunción basada en separaciones y compartimentaciones, ha favorecido la falta de comunicación entre el conocimiento científico y la reflexión filosófica, pero sobre todo, ha privado a la ciencia de toda posibilidad de conocerse, de reflexionarse, incluso de concebirse científicamente a sí misma” (Morin).

Definitivamente, el principio de disyunción ha asistido a la separación de los tres grandes campos del conocimiento científico: la física, la biología y la ciencia del hombre. En términos del conocimiento, nos hemos aproximado a una lamentable mutación sin precedentes, está cada vez menos hecho para reflexionar sobre él mismo y para ser discutido por el espíritu humano, está cada vez más hecho para ser encajado en la memoria informacional, desde luego manipulado por las potencias anónimas, principalmente por muchos jefes de estado. Esta masiva y sorprendente ignorancia es desatendida por los supuestos sabios hombres de ciencia, mismos que en la práctica difícilmente llegan a dominar las consecuencias de sus descubrimientos, muchas veces ni siquiera intelectualmente el sentido y naturaleza de su investigación. Hemos llegado ahí donde nuestros problemas humanos son susceptibles no solamente del oscurantismo científico, sino también de muchas doctrinas políticas que pretenden dirigir la cientificidad y retardar o impedir los acuerdos, ahí donde son vulnerables a las supuestas ideas clave, que siendo tan pobres pretenden tener la llave que abre todas las puertas. Desafortunadamente, la incapacidad para concebir la complejidad de la realidad antropo-social, en su microdimensión –el ser individual– y en su macrodimensión -el conjunto planetario de la humanidad-, nos ha conducido a infinitas tragedias (Morin).

Recordemos que atender los fenómenos humanos con una visión mutilante y unidimensional se paga muy mal. Vivimos un desmedido progreso donde el crecimiento económico está ligado al crecimiento tecnológico. Los individuos y las organizaciones estamos enajenados por los prodigios de la tecnología moderna y creemos erróneamente que nuestros problemas se pueden solucionar siempre a través de ella. El avance tecnológico no sólo es considerado como la solución perfecta a nuestros problemas, sino también como el factor que determina nuestro sistema de vida, nuestra organización social y por tanto y muy a pesar, nuestro sistema de valores. Hemos creado una cantidad brutal de tecnologías que tristemente requieren el uso intensivo, constante y desmedido de nuestros recursos naturales. De tal manera que el incremento de la producción, del consumo y del desecho de enormes cantidades de productos químicos peligrosos como plásticos, fibras sintéticas, fármacos, suplementos alimentarios, pesticidas, no es más que el resultado del irresponsable crecimiento tecnológico y económico.

Aunado a ello, en una práctica también irresponsable las industrias químicas vierten sus desperdicios y desechos en nuestra tierra sin preocuparse de las terribles consecuencias de contaminación y de degradación ambiental. Otro problema de capital importancia está relacionado con la producción de la energía nuclear y la eliminación de sus desechos. Cada año un reactor puede producir toneladas de desechos radiactivos cuya toxicidad se calcula puede llegar a durar cientos de años. La construcción y mantenimiento de las plantas nucleares requiere cada vez más inversiones de capital, mientras que los accidentes nucleares amenazan la salud de millones de personas, y las sustancias radioactivas envenenan nuestro medio ambiente.

Nuestra obsesión por el crecimiento económico ha creado un ambiente físico y mental en el que nuestra vida dista mucho de estar sana por el sistema de valores en el que se apoya. La industria alimentaria es un ejemplo notable de los peligros para la salud provocados por intereses comerciales. Sabemos que para que la comida sea un verdadero alimento, debe ser natural, a manera de un compuesto orgánico inalterado e integral, completo y no fragmentado, no refinado, no enriquecido artificialmente, cultivado orgánicamente sin residuos químicos ni aditivos tóxicos, libre de venenos –requisitos casi imposibles de cumplir en el mundo de hoy–, y sin embargo, hoy el más grande consumo de alimentos en el mundo devenido de una manipulación comercial irresponsable es el de la comida artificial; rápida e instantánea, carente de todo nutriente natural y saturada de quién sabe qué sustancias raras, cuyos efectos, si bien nos va, conocemos demasiado tarde al sufrir sus consecuencias. No olvidemos que hemos podido comprobar que los efectos del uso excesivo de químicos en la agricultura son desastrosos para la tierra, para todo el ecosistema de nuestro planeta y por ende, para nuestra salud personal”.

LA ORGANIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO

“Nuestros conocimientos trabajan y se logran a través de la selección y la descalificación de datos significativos y de los que no lo son. Es decir, nuestro conocimiento, o separa, distingue, y desarticula, o une, asocia, e identifica, es decir, jerarquiza lo principal y lo secundario, y centraliza en función de un núcleo de nociones maestras. Pareciera que el único objetivo es el de aislar las variables de las interacciones permanentes en un sistema, y nunca el de considerar con precisión las interacciones permanentes del sistema. Paradójicamente, los estudios en la superficie de los fenómenos son ciertamente mucho más complejos de lo que se piensa.

Es cierto, la visión mecanicista cartesiana ha tenido gran influencia en todas nuestras ciencias y sobre todo en nuestra mentalidad occidental. El racionalista Descartes profundizó en las críticas de Galileo y Bacon sobre los métodos y creencias existentes, pero al contrario de este último, que se inclinaba por la práctica de un método inductivo basado en hechos observados, Descartes hizo de las matemáticas el modelo para toda ciencia al aplicar sus métodos deductivos y analíticos a todo campo del saber, compartió la idea de Bacon en cuanto a que la meta de la ciencia es la de dominar y controlar a la naturaleza; sólo el conocimiento científico nos dará la posibilidad de transformarnos en dueños de ella. Descartes decidió reconstruir el conocimiento humano sobre una base absolutamente certera y rechazó cualquier creencia, incluso la de su propio existir hasta que pudiera probarla como verdadera –escepticismo metodológico–, y fundó la prueba lógica de su propia existencia en el acto de dudar de ella con su famosa afirmación; pienso, luego existo.

Su fundamental separación de mente y cuerpo, conocida como dualismo, hizo plantear el problema de la explicación de cómo dos sustancias tan diferentes como cuerpo y mente pueden afectarse la una a la otra, problema que fue imposible resolver y que ha sido desde entonces motivo prioritario de interés en la filosofía. Descartes formuló el paradigma científico por excelencia, el de la simplificación, que regido por los principios de disyunción-reducción-abstracción, hace separar al sujeto pensante de la cosa extensa, y separa así, a la filosofía de la ciencia. Este paradigma permite los enormes progresos del conocimiento científico a través del dominio de la ciencia. Dicha manera de concebir al universo, ha proporcionado la autorización científica para establecer la manipulación de los recursos naturales, misma que se ha vuelto una constante de nuestra cultura occidental.

El método de reducir fenómenos complejos ha quedado tan arraigado en nuestra cultura que común y equívocamente es identificado como el único método científico. Es cierto que tiene mucho éxito, especialmente en el campo de la física y la biología, pero también que ha limitado otros posibles caminos para la investigación científica. “Desafortunadamente, la única manera en que hemos solucionado el problema de la disyunción en las ciencias ha sido a través de otras simplificaciones: la reducción de lo complejo a lo simple; la reducción de lo biológico a lo físico, la reducción de lo humano a lo biológico. Así, la hiperespecialización ha desecho y fragmentado el tejido complejo de las realidades, al mismo tiempo que el ideal del conocimiento científico clásico ha sido descubrir detrás de la aparente complejidad de los fenómenos, un orden perfecto, rector del cosmos, hecho de micro-componentes, átomos, diversamente reunidos en objetos y sistemas. Tal conocimiento sostiene su rigor y su funcionalidad sobre lo medible y lo calculable, pero la matematización y la formalización han desintegrado cada vez más a los seres y a los componentes por considerar solamente como realidades a las fórmulas y a las ecuaciones que dirigen a las entidades cuantificadas. El pensamiento simplificante es incapaz de concebir la conjunción de lo uno y lo múltiple, ya que, o unifica abstractamente anulando la diversidad, o por el contrario, yuxtapone la diversidad sin concebir la unidad” (Mor).

Definitivamente, para Morin estamos ciegos ante el problema de la complejidad, sin embargo, esa ceguera es parte de los efectos de nuestras ideas no evolucionadas, y es sólo a través de un pensamiento complejo que podremos civilizar nuestro conocimiento. Debemos concientizarnos, las hiperespecializaciones nos impiden ver tanto lo global como lo esencial, tratar correctamente los problemas particulares que sólo pueden ser planteados y pensados en relación a un contexto. La causa profunda del error no está en el error de hecho, a manera de una falsa percepción, ni en el error lógico como incoherencia, sino en el modo en que organizamos nuestro saber, es decir, en sistemas de ideas; teorías e ideologías. Esos errores, ignorancias, cegueras, peligros, etc., tienen un carácter común, ya que son el resultado de un modo de organización mutilante del conocimiento que es al mismo tiempo incapaz de reconocer y de aprehender la complejidad de la realidad.

Carlos Maldonado considera que existe en nuestra actual realidad, una clara evidencia de las categorías fundamentales que caracterizan a nuestra humanidad y sobre todo a nuestra racionalidad occidental. Sabemos que la geometría es una de las primeras ciencias que nace en occidente como una ciencia axiomática y con un método deductivo propio. También podemos advertir que nuestro pensamiento occidental es un saber predominantemente del espacio, donde el tiempo permanece como un motivo o circunstancia, casi siempre, extralógica. De ahí que mucha de la ciencia y de la filosofía occidental esté fundada en la geometría, se derive de ella y, por lo tanto, la suponga de forma imprescindible. Así nuestra racionalidad occidental es eminentemente deductiva o hipotético-deductiva. Por tanto, ser occidental significa ser una persona o individuo cargado de pre-juicios, de pre-conceptos.

Para él las ciencias de la complejidad son el nuevo tipo de racionalidad científica que corresponde a nuestra actualidad y a nuestro futuro, y en relación con la ciencia y la filosofía tradicionales se vuelven referentes básicos para la comprensión y explicación del dinamismo existente en nuestro mundo actual. Existen afortunadamente, nos dice Morin, filósofos como Bachelard, quienes sostienen que lo simple no existe, sólo existe lo simplificado, donde la ciencia construye su objeto extrayéndolo de su ambiente complejo para ponerlo en situaciones experimentales no complejas. La ciencia por tanto, se ha fundamentado sobre una simplificación necesaria para extraer las leyes y propiedades de un universo simple. Es cierto, nos ha hecho falta examinar lo complejo como tal, para pasar luego de lo complejo a sus componentes y procesos más elementales”.

RACIONALIDAD, RACIONALIZACIÓN

“Ambos aspectos de naturaleza racional merecen ser tratados a través de una autocrítica compleja de su noción, cuya base indiscutiblemente lógica está sustentada en la coherencia de las cosas y los fenómenos del universo. La racionalidad es el juego, el diálogo incesante entre nuestro espíritu que crea las estructuras lógicas, que las aplica al mundo, y que dialoga con ese mundo de verdad. Aunque nuestra racionalidad no tiene la pretensión de englobar la totalidad de la realidad dentro de un sistema lógico, sin embargo, siempre tiene la voluntad de dialogar con aquello que lo resiste. El universo es más rico que las estructuras de nuestro cerebro, por más desarrolladas que estén. La racionalización por su lado, ha sido y es una palabra empleada apropiadamente para hablar de una patología, especialmente en la psiquiatría. Ella consiste en querer encerrar la realidad dentro de un sistema coherente. Y todo aquello que contradice al sistema es descartado, olvidado, puesto al margen como algo ilusorio (Morin).

Aunque ambos términos tienen la misma fuente, al desarrollarse se vuelven antagonistas. Es muy difícil saber en qué momento pasamos de una a otra situación, pues propiamente no existen fronteras o señales de alarma que nos lo indiquen. De hecho, inconscientemente todos tenemos cierta tendencia a descartar de nuestro espíritu aquello que lo puede contradecir, de esta manera minimizamos y repudiamos los argumentos contrarios, tenemos una atención selectiva hacia lo que favorece nuestras ideas y una inatención también selectiva hacia aquello que la desfavorece. Lamentablemente y muy a menudo, la racionalización se desarrolla cada vez más en el espíritu mismo de quienes se dedican a la ciencia, se cree racional porque construye todo un sistema lógico perfecto, pero se fundamenta en bases parceladas, mutiladas, incluso falsas, consecuentemente se niega a la discusión de argumentos y a la comprobación empírica.

La racionalización constituye una de las fuentes de errores y de ilusiones más poderosas, así, aquella doctrina que obedezca al modelo mecanicista y determinista para estudiar al mundo será completamente racionalizadora y no racional, ya que pretende encerrar la realidad dentro de un sistema coherente, descartando desde luego, todo lo que le contradice. “El racionalismo que ignora a los seres, a la subjetividad, a la afectividad y a la vida, es pura irracionalidad. La racionalidad debe reconocer el lado del afecto, del amor, del sentimiento. Comenzamos a ser verdaderamente racionales cuando reconocemos la racionalización en nuestra racionalidad y cuando reconocemos nuestros propios mitos, entre los cuales se encuentran el mito de nuestra razón todopoderosa, razón providencial, y el mito del progreso garantizado” (Morin).

“La paranoia es una forma clásica de racionalización delirante. En tanto nuestro espíritu agitado así nos lo indica, suponemos cosas que no son ni existen. De hecho no hay fronteras netas entre la paranoia, la racionalización, y la racionalidad. En nombre de la lógica, una visión poco racional acerca de los mitos y las religiones, hemos descuidado la realidad y profundidad de la fuerza religiosa y mitológica en el ser humano. Debemos luchar sin cesar contra el engrandecimiento y la exaltación de lo racional que es, sin embargo, nuestro único instrumento confiable de conocimiento, a condición de no ser solamente crítico, sino también autocrítico” (Cameron). Tenemos entonces, una necesidad de una racionalidad autocrítica, único corrector del delirio lógico. “El hombre tiene dos tipos de delirio. Uno bien visible es el de la incoherencia absoluta, el de las onomatopeyas, de las palabras enunciadas en la eventualidad. El otro, mucho menos visible, el delirio de la coherencia absoluta. El recurso contra este segundo delirio es la racionalidad autocrítica y la utilización de la experiencia” (Cameron).

Tenemos entonces, necesidad de un diálogo permanente con el descubrimiento. La virtud de la ciencia se fundamenta en los nuevos datos que llegan asiduamente y que además, la llevan a modificar sus posiciones e ideas. Ciertamente, nos dice José Rozo Gauta, “nuestra lógica nos es indispensable para verificar y controlar, sin embargo, el pensamiento finalmente opera de la trasgresión a esa lógica. La racionalidad no se reduce a la lógica, sino que esta última se utiliza como un instrumento. Además, toda vez que nos ha resultado fallida la promesa de un progreso infaliblemente predicho por las leyes de la historia o por el desarrollo ineluctable de la ciencia y la razón, es necesario pensar y trabajar en la incertidumbre, porque nadie puede prever lo que pasará mañana o después de mañana. Vivimos una situación donde también debemos tomar conciencia de las necesidades de vinculación y de solidaridad”.

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