Por Hernán Andrés Kruse.-

“Con el testimonio que le ofrecía constantemente la observación directa de todo lo que sucedía a su alrededor –en los bosques y campos, en la tierra, el agua, el aire y el cielo, en los actos de los hombres y de los animales, de los pájaros, peces e insectos, en las flores, los movimientos del viento, las aguas, los soles y los planetas– llegó a la conclusión muy precisa, que puede ser ilustrada fácilmente con un millar de pasajes tomados de sus escritos, de que en la base de todo existe un genio universal, artístico y constructivo. Si ese genio está por encima de la ley, aunque se expresa a sí mismo por medio de la ley, o existe con independencia del tiempo como una ley vigorizada, con o sin la facultad de descansar, por mucho que pueda cambiar, carece de importancia para él.

Por lo menos Thoreau no aborda ni formula directa y expresamente ese tema en ninguno de los pasajes que conozco. En cambio, se contenta, a través de todos los años de su vida meditativa, con recalcar sus métodos. Y también sus facultades artísticas; y también su misericordia o su crueldad, su justicia o su injusticia, su habilidad y su paciencia infinitas, o a veces, como en un tumulto cósmico, terrestre o material (tormentas, terremotos, explosiones, motines, etc., que producen resultados repentinos y al parecer no muy ordenados) su precipitación o desorden aparente aunque no necesariamente real.

Pues no se relaciona de modo alguno con todo eso su deseo de suponer, digamos admitir, la falta, incluso para cualquier fracción de tiempo, de un control universal y aparentemente benéfico que, por muy oscuros y salvajes que puedan parecernos a veces sus resultados o expresiones, no deja de ser, en un sentido más amplio y más real, la sustancia de algo que en su infinita anchura, totalidad y duración es bueno, y aun más, artísticamente hermoso y satisfactorio y, por lo tanto, aplicable a todo.

Extractemos como ejemplo los siguientes pasajes: “En la naturaleza más salvaje existe no solamente el material de la vida más cultivada y una especie de anticipación del último resultado, sino también un refinamiento mayor que el que alcanza nunca el hombre”. “Supongamos que veo una única manzana verde llevada a la perfección en algún arbusto espinoso, perdido en un pastizal desierto donde no lo ha tocado vaca alguna. Se trata de una sorpresa agradable. ¿Qué es lo que ha hecho allí la química? Me impresiona a la manera de una obra de arte. Veo algunos arbustos que ha ramoneado el ganado durante veinte años, impidiendo su crecimiento y obligándoles a extenderse, hasta que al fin se hacen tan anchos que se convierten en su cerca defensiva y algún retoño interior brota al exterior y produce su fruto. ¡Qué lección para el hombre!”

“Veo en el camino algunos retoños de frambuesa negra cubiertos muy espesamente con esa peculiar pelusilla blanca. Están rosados únicamente en unos pocos lugares de su corteza purpúrea, quizá por el paso de algún podenco. Seguramente es un vestido externo muy singular y delicado para que lo lleve una planta. Descubro que puedo escribir en él mi nombre con un palo aguzado de manera muy clara y que cada rasgo, por fino que sea, se convierte en púrpura. Es una nueva especie de tarjeta esmaltada. ¿Qué es esa pelusilla y para qué sirve? Es el coup de grâce, el último toque y la perfección de cualquier obra, un sutil velo delicioso tendido sobre ella y a través del cual puede ser contemplada. Ha sido creada por el aliento del artista y en adelante su obra no puede ser tocada sin sufrir daño. Es la prueba de una obra madura y completa, en la que el artista no agotado ha infundido su genio superfluo y su obra debe ser vista a través de ese velo. Si se trata de un poema, debe ser investido de una pelusilla similar por la imaginación del lector. Es el asiento de la madurez superflua”.

Y también: “Nunca podemos cansarnos de la Naturaleza. Necesitamos vivificarnos con la vista de su vigor inagotable, de sus rasgos vastos y titánicos, de las costas marítimas con sus naufragios, el desierto con sus árboles vivos y podridos, las nubes tormentosas y la lluvia que dura tres semanas y hace desbordarse a los ríos. Necesitamos presenciar la transgresión de nuestros propios límites y cierta vida que apacienta libremente donde nunca andamos nosotros. Nos regocijamos cuando observamos al buitre que se alimenta de la carroña que nos disgusta y repugna a nosotros, pero que a él le da salud y fuerza. En un hoyo del sendero que pasa junto a mi casa había un caballo muerto que me obligaba a veces a salirme de mi camino, cuando la atmósfera era pesada, pero me compensaba de ello la seguridad que me proporcionaba ese espectáculo del fuerte apetito y de la salud inviolable de la Naturaleza. Me gusta comprobar que la Naturaleza es tan rica de vida que puede sacrificar miríadas de seres y puede sufrir que los unos devoren a los otros; que los organismos delicados pueden ser aplastados tan serenamente como la pulpa; que las garzotas se engullen a los renacuajos y las tortugas y los sapos pueden ser aplastados en el camino. Debemos darnos cuenta de la poca importancia que debe concederse a ese riesgo de accidentes. La impresión que produce a un hombre prudente es la de la inocencia universal. El veneno no es venenoso en fin de cuentas, ni hay herida alguna fatal. La compasión es un fundamento completamente insostenible. Éste debe ser expeditivo. Sus alegatos no soportan que se los estereotipe”.

“La Naturaleza es lenta pero segura; no trabaja con mayor rapidez que la necesaria; es la tortuga que gana la carrera gracias a su perseverancia; sabe que las semillas sirven para otras muchas cosas más que para reproducir su especie. En el desarrollo de los robles y de los pinos trabaja con una lentitud y una seguridad que corresponden a la edad y la fuerza de los árboles. ¡No importa que sean destruidas todas las bellotas de la cosecha de este año! Cuenta con más años futuros. Así, desde el punto de vista botánico, los cambios mayores en el paisaje se producen más gradualmente que lo que esperábamos. Si la Naturaleza tiene que producir un pino o un roble, no manifiesta apuro al respecto”.

Después de todo eso, lo que más nos impresiona en Thoreau es observar cómo, en uno tras otro de los párrafos en que trata no solamente la vida natural sino también de la vida social que le rodea, de la vida del bosque, del campo y del río tanto como de la de los hombres y las mujeres de Concord, pinta los cuadros más dolorosos de las consecuencias de tantas de las luchas de las criaturas de su universo bien intencionado y artístico, las cuales, siguiendo los instintos o compulsiones de que están provistas, tratan de sobrevivir y de cumplir su destino. Así, de Familiar Letters extraigo los siguientes párrafos de una carta dirigida a Harrison Blake: “Apenas soñáis quién se hallaba en Worcester mientras todos vosotros dormíais. Aquella noche ocurrieron algunas cosas que me aventuraré a decir que no fueron anotadas en el Trasunto. Un gato se apoderó de un ratón en el almacén y lo entregó a sus gatitos para que jugasen con él. Así, esa tragedia universalmente famosa se produce tanto de noche como de día y la Naturaleza es notablemente injusta”.

Y también: “Oh, las ratas almizcleras son las que roen mejor sus propias patas. En cierta ocasión agarré una que acababa de roer su tercera pata; era la tercera vez que caía en la trampa y yacía muerta junto a ésta porque no había podido huir con una sola pata”. O: “Martial Miles habla en su obra de dos marmotas jóvenes cazadas dieciséis días antes, cuando tenían quizá dos semanas de edad. Eran cuatro en total y fueron amamantadas con la ayuda de una perra. La madre arrojó sucesivamente a sus pequeñas para salvarse a sí misma y en una de ellas fue muerta inmediatamente por la perra”.

O: “Justamente dentro del límite de este bosque vi una tortuguita de mar pintada y de espaldas, con la cabeza estirada, como para darse vuelta. Sorprendido por el espectáculo, me acerqué para investigar la causa. Retiró inmediatamente su cabeza, pero advertí que su caparazón estaba parcialmente vacío. Tal como estaba podía ver a través de él de un lado al otro, pues las entrañas habían sido extraídas por medio de grandes brechas abiertas justamente delante de las patas traseras. Las hojas de alrededor estaban aplastadas por un pie y aparecían un poco ensangrentadas… Lo más probable es que se tratase de la obra de algún pájaro de la especie de las garzotas, que posee un pico largo y fuerte… ¡Así es la Naturaleza, que hace que una criatura guste o anhele las entrañas de otra criatura como su bocado favorito!”

O: “Caminando por el pantano agrícola de Lee, a unos doce o más metros del río, encontré una gran trampa cerrada. La abrí y encontré dentro los restos de un conejo gris, piel, huesos y mantillo, fuertemente adheridos al rincón rectangular de uno de los lados. El conejo era completamente inofensivo, y debía estar muerto desde hacía años. No se conservaba ninguno de los accesorios de la trampa, salvo la misma caja, con una tapa que giraba sobre dos clavos mohosos; la varilla que sostenía el cebo, la cuerda, etc., habían desaparecido. La caja tenía la apariencia de haber sido arrastrada a flote por una crecida. Había sido la tumba viviente de un conejo. En ella se había ido muriendo aquél poco a poco de hambre”. “Los pájaros temen ciertamente al hombre. Permiten a todas las demás criaturas –vacas, caballos, etc. –con excepción de una o de dos especies, pájaros o animales de presa, que se les acerquen, pero no se lo permiten al hombre. ¿Qué significa ese hecho? ¿No significa que el hombre es también un animal de presa para ellos? Entonces, ¿es el hombre un verdadero señor de la creación cuyos súbditos le temen y con razón? Ellos saben muy bien que no es humano, como pretende serlo”.

Cito extensamente estos diversos comentarios porque demuestran con mayor claridad que lo que pudieran hacerlo mis propias palabras la respuesta amplia y poética de Thoreau al principio creador que, como puede ver el lector, considera como algo por encima de nuestra comprensión y hasta del bien y del mal, de la compasión o de la crueldad, del arte o de la falta de arte, como algo distinto de esas cosas fuera de las cuales se originan todos ellos. Pues en otro lugar escribe: “La agricultura y la edificación y la industria y la navegación (y podía haber añadido la construcción de ferrocarriles y de aviones, la preparación de las comidas y la radio, T. D.) son las diversiones más grandes y saludables que se inventaron nunca (pues las inventó Dios) y supongo que los agricultores y los ingenieros lo saben, sólo que, a mi parecer, se entregan a ellas excesivamente y así lo que estaba destinado a producir alegría se convierte en causa de sudor y fatiga”.

En suma, aunque censura en tantos lugares las obras de los hombres, si no las de los animales, y les atribuye en un lugar el libre albedrío y en otro se lo niega, siempre hay en él la conciencia de esa súper-alma o energía que él describe y que lo conoce todo, lo hace todo y es todo. Y, no obstante, pensando en esa esencia o fuerza tan omnipresente como omnipotente que existe en sus planes y que los hace – sus pobres hormiguitas que riñen sus batallas, sus patéticas ratas que roen sus propias patas cuando caen en la trampa para poder escaparse de ella, su medrosa madre de las marmotas que entrega sus hijos a los perros para salvarse a sí misma, sus conejos que mueren dramáticamente en las trampas arrastradas por las crecidas – él, Thoreau, como el profeta Job, puede exclamar, y lo hace indirectamente: “Aunque Él me mata, no obstante quiero confiar en Él”. Ésta es una manera de filosofar muy distinta de la corriente, mi querido lector. Hay en ella algo del celo del profeta y del santo, pero de una manera más enfática y al mismo tiempo hay también el investigador de los hechos que insiste en reunir pruebas y en contemplarse a sí mismo antes de afirmar que quiere “confiar en Él”.

Entre los muchos problemas que plantea en sus numerosas notas, gracias a sus veintitrés años de investigaciones y de meditación, he escogido aquí, para destacarlos, solamente tres o cuatro, ya que me parecen fundamentales en todas las filosofías o, para decirlo mejor, en la filosofía. En las páginas que siguen a este prefacio encontrará el lector los otros problemas: la Voluntad, las Emociones, la Moral, el Bien y el Mal, la Belleza, la Forma en la Naturaleza, el Tiempo, la Sociedad, el Gobierno, la Religión, el Arte, la Música, el Genio, la Muerte; y en todos ellos los diversos aspectos de la esencia que lo penetra todo, sea la energía u otra cosa. Pero será mucho mejor leer los dieciocho volúmenes que componen sus escritos y recorrer con esa naturaleza aguda, artística y poética las diversas fases del mundo y del universo de que trata en esos escritos. Si lo hacéis, os espera no solamente un gran placer, sino una verdadera revelación.

Este hombre es un genio mundial, como Shakspeare, como Platón, como Whitman, y está mucho más relacionado con toda naturaleza y tiempo y cambio que con Concord o los Estados Unidos. En este aspecto, no encontraréis nada más vivificante o estimulante en la Biblia, o en Shakspeare, o en toda la esfera de actividad de la filosofía. Con toda seguridad sus propias notas son inmensamente más importantes que cualquier libro como éste, que cualquiera de los volúmenes o selecciones de sus obras, que cualquiera biografía o historia de Thoreau o de su época. ¡Su época! No puedo menos de sonreír al recordarla. No supo nada de él. Nada.

Han dicho de Thoreau algunos a quienes preocupó mucho la importancia de sus veintitrés años de correteos naturalistas, de sus pacientes, silenciosas y constantes asechanzas en los bosques, los cambios y alrededor de los lagos y ríos y espesuras de su región, para sorprender y captar, por decirlo así, la Naturaleza y sus labores secretas en apariencia aunque no en realidad, que evidentemente proyectaba una obra muy grande y comprensiva. Algunos creen que proyectaba hacer un examen completo del hombre en relación con los alrededores de Concord, y de Concord en relación con el hombre. Los numerosos datos sobre la historia natural de la región, los datos sobre la llegada y la partida de los pájaros, las anotaciones sobre la época en que brotan las flores, el catálogo de los árboles, las plantas, los insectos y los animales que se dan en la región, los informes, etc., son considerados como una prueba de ese propósito.

Thoreau encaró uno por uno el estudio de todos los medios naturales que le rodeaban. Se ha advertido que lo que se proponía emprender inmediatamente en la época de su muerte prematura era el estudio de las rosas y de los minerales de la región. La tesis en que basaba todos esos estudiosos era que el hombre, como individuo, se relaciona con el resto de la Naturaleza, y puesto que aborrecía la teoría que liga a los hombres con las instituciones, o con cualquier fase de la Naturaleza, estaba decidido a demostrar que sucede de otro modo, y eligió arbitrariamente a Concord como centro de sus trabajos, ya que había nacido allí y por razones económicas se veía obligado a vivir y a trabajar en aquella región.

Thoreau creyó que el estudio digno de su meditación era el hombre, como un instrumento o mecanismo identificado directamente con el universo, el hombre en el universo extendido a su alrededor. En otras palabras, el universo o la Naturaleza se extiende en oleadas alrededor de un hombre en una concentración tan estrecha como los diversos fenómenos que le rodean, como la tierra, los árboles, los hombres, las flores, los pájaros, las plantas, etc., fuera de la atmósfera más rara de las nubes, la luna, las estrellas y el espacio-tiempo. Thoreau no se preocupó de la especialización o información técnica que no se conformaba con las posiciones relativas de los hombres y de los fenómenos naturales tales como él los veía; y no puede llamar demasiado la atención que no considerase el hombre como un organismo social o como parte de tal organismo.

Para él, el hombre es un organismo universal. No es simplemente algo que se relaciona con los otros hombres, no es simplemente un miembro de la Iglesia, un padre, un esposo, un comerciante, un americano, un soldado, un miembro de la logia o un votante. Estas cosas, de acuerdo con el sistema de Thoreau, son incidentes triviales de una relación mucho mayor y más intensa, puesto que el hombre es un producto de la evolución, un fruto de la tierra, un comedor de vegetales y de carne, un habitante de las riberas de los ríos y de las orillas de los océanos, un domador de animales, bruñido por el sol, un respirador de aire, azotado por los vientos, un observador de la luna y de las estrellas, un miembro del universo. Y eran las relaciones de esta última clase las que trataba de relatar en su historia de Concord o del hombre en Concord.

Aunque los fenómenos pueden ser generales, podía decir que es lo local lo que hace lo individual, y las variaciones locales de las fuerzas universales eran las que interesaban a Thoreau. En los capítulos siguientes, que se refieren específicamente a los problemas humanos, como el de la sociedad, el de la moneda, etc., verán los lectores que Thoreau cree en el optimismo, que el sentimiento de la justificación evidente de las cosas tales como son y tales como él las siente en la Naturaleza, fuera del hombre, debe ser también cualidad de la vida humana. La vida no debe vivirse anticipando o no una recompensa, o soportándola con paciencia o algo por el estilo, sino que debe gozársela hasta en los menores detalles. Para vivir así la vida es necesario que esté de acuerdo con el instinto, que obedezca a todos los reflejos más auténticos de cualquier especie o variedad y con las perspectivas más amplias posibles.

Esto quiere decir que, en opinión de Thoreau, los sentidos, los instintos y las posibilidades de cada cosa deben agotarse, pero no los de una cosa a expensas de los de las otras. Según Thoreau, los animales, los árboles y los pájaros deben ser felices mientras viven y están ocupados en la tarea de mantenerse mediante los procesos naturales corrientes. El hombre es superior o diferente de las otras especies por su facultad y su posibilidad de gozar de la Naturaleza más que los otros animales, y también porque tiene el poder de caer más fácilmente en error, o de permanecer inerte e insensible, tal como Thoreau describe generalmente al hombre en sus equivocaciones. Al mismo tiempo, si Thoreau hubiera comprendido tan poco a los hombres como comprendió a los peces y pájaros; en otras palabras, si hubiera podido contemplar realmente a los hombres tal como éstos se le hubieran aparecido sin su comprensión de los mismos, y tal como él mismo estaba obligado, siendo él mismo un hombre, a contemplar a los peces y a los pájaros, hubiera tenido cosas mejores que decir sobre ellos.

Pues en todas las ocasiones en que se aísla a sí mismo y observa al hombre en la Naturaleza, por ejemplo a un hombre pescando o cazando o como un animal, tiene mejores cosas que decir de él. Pero cuando se ve obligado a investigar y a comprender los motivos de los hombres y especialmente sus acciones recíprocas, como en la sociedad, muestra siempre desprecio, raramente compasión. Parece haberse despreocupado muy pronto de todo lo que es necesario en este mundo para cada uno de los hombres, y despreciaba otros fines y otros medios, por estimar fútiles los fines e insuficientes los medios. Para Thoreau eran indispensables ante todo la pobreza, el ascetismo material. La riqueza, el exceso de alimentación, el ambiente demasiado lujoso y cómodo, constituyen un obstáculo para la felicidad. Según él, un hombre debe contar con bastante alimento para mantenerse, pero no con una alimentación rica y costosa. Y mejor con algo que él mismo haya cultivado y que pueda conservar por sí mismo. Un hombre debe poseer también vestidos, pero no precisa vestidos estilizados o demasiados vestidos. Éstos deben servir más bien para mantenerle caliente y seco, de acuerdo con la ocasión. Y el hombre debe disponer de una casa, pero de una casa como su Walden. No una casa llena de comodidades y con muchas habitaciones.

Además, el hombre debe vivir solo. No debe depender de la sociedad. Debe bastarse a sí mismo mental y emocionalmente, de tal modo que sea capaz de superar todas las crisis de su vida sin tener que andar de aquí para allá en busca de comodidades y de conversaciones ridículas para él, de tertulias, diversiones, etc. Un hombre debe tener amigos, por supuesto, y Thoreau dedica a este asunto bastantes párrafos como para formar con ellos un buen volumen. Pero también a este respecto se vio siempre decepcionado. Y hacia el final de su vida pensó en cierta especie de comunicación con otro o con otros que le respondiesen como le respondía la Naturaleza, algo sin esfuerzo e inconsciente. En cuanto al matrimonio y a la vida familiar, Thoreau pensaba que la vida más elevada para un hombre es aquella en que puede prescindir de esas cosas. Él mismo estaba atado a sus padres y parientes, pero probablemente evitaba toda otra responsabilidad, porque temía que ello pudiera estorbar sus trabajos, sus viajes interminables y sus meditaciones solitarias.

Y también, debe suponerse, su independencia de toda compañía física y material. Pues si se hubiera casado, su esposa hubiera tenido que contentarse con lo poco que él necesitaba, y si él necesitaba tan poco, ¿por qué hubiera tenido que ocurrir lo mismo a ella? En cuanto a los hijos y a la responsabilidad de mirar por ellos, no hubiera podido reconciliar sus ideas sobre sí mismo como filósofo, que no había sucumbido a las tentaciones de la vida corriente, con sus deberes de padre de familia responsable. Pero en lo que se refería a los demás hombres, pensaba que éstos debían ser ante todo buenos animales, y ello involucraba a los hijos y al mantenimiento de la casa. Hablaba siempre de la Naturaleza como de una madre y observaba cómo cuidan de su prole las raposas y las ratas. Y sin duda, si alguna vez se hubiera negado a sí misma como cónyuge y madre, hubiera simpatizado con ella. No obstante, dijo de una manera precisa que las grandes cosas de la vida humana están por encima del sexo y de las instituciones materiales y sociales aceptadas corrientemente.

Finalmente, el hombre debe seguir sus impulsos. No debe pedir consejos, sino dejar que sus necesidades íntimas actúen para él como objetivos que deben ser satisfechos. Thoreau estaba muy seguro de que un hombre puede decir cuáles son esos objetivos y conducirse de acuerdo. Por estas razones ridiculizó la visión convencional de la vida, el éxito y la estimación populares, la riqueza, la envidia de lo que poseen los otros, la adhesión a las ideas aceptadas sobre la verdad y el error, el punto de vista cortés. Sentía que únicamente como individuos parecen respetables los hombres. Confundidos en la masa, se ponen en evidencia sus rasgos peores y más destructores. Nunca pudo percibir en la masa de los hombres el genio constructivo y estético que se manifiesta por doquiera en la Naturaleza. Por esta razón, odiaba las instituciones populares: los diarios, las iglesias, las revistas y las diversiones públicas, que le parecían insípidas y destructoras.

Ante todo parece haber deseado que todos los hombres se diesen cuenta como él de la falsedad de esas cosas, ya que en su opinión esas instituciones defendían algo que terminaría por destruir a los hombres. Incluso la educación nunca fue para él una necesidad. En tanto que el hombre pueda mantenerse con la satisfacción interna, nada significa su conocimiento consciente. La educación en sí misma no es más o menos que una broma y, tal como él observaba que era administrada, no puede tener valor real para nadie, no puede ayudar a los hombres a vivir, pero en cambio puede convertirles en observadores llenos de prejuicios. Llegaba hasta a admirar la ignorancia, puesto que sentía que el gran conocimiento de este mundo es una propiedad inherente a cada cosa en diverso grado y de acuerdo con su relación con el todo, y nunca puede adquirirse como se adquiere el contenido de un libro, pues más bien debe sentirse y, por lo tanto, debe actuar de una manera inconsciente.

Lo más importante para todos los hombres, y para cada uno de los hombres, tal como él lo veía, es dejar a un lado todo lo que les ha sido impuesto, todo lo que no ha sido verificado por su propia existencia, y vivir libres de los prejuicios que implican las teorías sociales. Además, quería que los hombres fuesen sensuales, fuesen animales, para que pudieran contemplar un mundo no corrompido por un sistema que no ofrece garantías a los supuestos ganadores o perdedores. Por estas razones odiaba los negocios, el gobierno y la religión. Esas cosas eran para él mortales, venenosas para la clase de vida que él vivía e idealizaba. Se deba cuenta de que por grande que fuese el principio que encarnaba supuestamente una institución, y cualquiera que fuese el tiempo durante el cual inspirase a ésta, terminaba por decaer y degradarse y se hacía pequeño, estrecho y sórdido, y en comparación con el universo exterior a ella y para el cual trataba de hacer la ley, positivamente criminal.

Hoy día contamos con diversas teorías para hacer mejor la vida humana. Reducidas a los objetos comunes comprensibles, significan que podremos vivir una vida material mejor, que tendremos más comodidades, que nos beneficiaremos como masa humana con las investigaciones de la ciencia y que en conjunto podremos vivir una vida más fácil. Thoreau se oponía a semejantes reformas. No creía en esos fines. Creía que en realidad si la vida exterior pudiese ser reformada, la interior lo sería también y que la comodidad material que entonces prevalecería tendría su reflejo en la emoción. No obstante, tenía la impresión de que nunca se podría realizar esa reforma material si antes no se realizase una reforma interior e individual, y de que si esta última se realizase, entonces la primera resultaría superflua.

Thoreau se oponía a un gobierno por representación, al gobierno de la masa. Según él la justicia no es un asunto de la masa, sino un asunto de cada uno de los hombres. La virtud del gobierno de la masa es inexistente. En el gobierno de la masa solamente se manifiesta la fuerza de la masa, y esto tiene muy poco que ver con la decisión moral de cada hombre, que es materia de intuición. Un hombre que se preocupase de que la masa autorice sus decisiones no se preocuparía por la justicia. Como pueden ver los lectores, Thoreau rechazaba el principio de autoridad en todos los terrenos, desde el de la religión hasta el del gobierno. La Naturaleza, y no el hombre, es para él el gran maestro y el hombre apenas puede hablar en nombre de ella.

Los hombres deben trabajar todos los días. El lujo y la ociosidad significan la muerte, que un hombre no sigue su intuición al respecto. Todos deben realizar un trabajo físico. Cada trabajador debe participar en alguna empresa creadora. Thoreau despreciaba la máquina, que convierte al hombre en una parte de la misma. El trabajo físico es no solamente un deber, sino también el verdadero método para refinar el pensamiento y para alcanzar esa disposición de ánimo descansada que hace posible la vida superior o comunión con la Naturaleza. Pero el trabajo físico no debe ser excesivo. Los hombres no deben trabajar hasta quedar exhaustos. El mundo es un lugar demasiado fértil y superabundante, y si cada hombre siguiese únicamente los requerimientos de su cuerpo, y no los fines meretricios que le propone la sociedad, un pequeño trabajo cada día proporcionaría a cada uno de los hombres lo bastante para vivir.

Thoreau se complacía en el fracaso de los negocios, en los tiempos difíciles, en cuanto éstos afectaban a la industria, al comercio, a la fabricación y la distribución. Pues éstas son precisamente las instituciones que en su opinión deben dejarse de lado, porque no solamente destruyen a los hombres que son dueños de ellas, sino también a los que están empleados en ellas. Thoreau miraba también con frialdad a las virtudes tal como las comprendemos. Tenía la impresión de que con nuestra compasión y nuestra caridad no solamente nos destruimos a nosotros mismos, sino también destruimos a aquellos a quienes las aplicamos. Impiden que las personas que son objeto de las mismas hagan lo que pueden hacer por sí mismas, de acuerdo con sus propias capacidades, con respecto a su manera de vivir, de comer o de vestirse. Creía que nadie debe pedir limosna, ni dársela a los mendigos. Cada uno debe obrar por sí mismo y no debe pedir ayuda a nadie. El que da es tan malo como el que recibe, porque se engríe con un sentimiento exagerado de su poder, cuando, si se interrogase sinceramente a sí mismo, vería que nunca ha llegado a poseer aquello que puede dar.

Finalmente, tampoco tenía en cuenta el arrepentimiento y el propósito de vivir una vida mejor. Le repugnaban semejantes virtudes, como la de hacer el bien, y en realidad todo el sistema cristiano de obediencia a un Dios personal. Y en verdad, el arrepentimiento, como él dice, quita más de lo que da a cada uno, pues toda la virtud de obrar mal se invierte en arrepentirse en vez de en hacer algo diferente si no mejor. Al mismo tiempo, el propio Thoreau no era un impenitente. Tenía la impresión de que era un mal hombre, se consideraba indigno y se llamaba egoísta. Pero no concebía un ser viviente que no pudiera hacer esas mismas reflexiones. Pues una y otra vez vuelve Thoreau a lo inconsciente, lo afirmativo, lo indiscutible, lo incognoscible como lo más elevado, aquello en lo que no existe la moral tal y como la conocemos. “¡Ah! He penetrado en estas vegas muchas mañanas de la temprana primavera, saltando de colina en colina, de una raíz de sauce en otra, cuando el silvestre valle del río y los bosques se hallaban bañados en una luz tan pura y tan brillante que hubiera despertado a los muertos como si hubieran dormitado en sus sepulcros, como algunos suponen. No se precisa una prueba más convincente de la inmortalidad. Todas las cosas deben vivir en una luz semejante”.

Thoreau nunca aspiró a una vida futura que fuese fácil, armoniosa o en escala menor, en la que los hombres careciesen de penas y en la que no existiese más que lo que llamamos bueno; amaba las luchas, las peleas, la guerra, la batalla de una criatura en su esfuerzo para salvar su vida altamente personalizada, altamente individualizada, instintiva, luchas como las que libran las ratas o los castores, o John Brown. Pero hubiera desaprobado y despreciado nuestra reciente guerra mundial como una empresa comercial y, en realidad, todo nuestro arte militar mecánico de hoy en día, basado en instituciones sociales que él hubiese abominado a priori. Pero hubiera presenciado con regocijo una disputa entre dos tribus indias por la posesión de un terreno de caza”.

(*)Theodore Dreiser: “El pensamiento vivo de Thoreau (se trata de la introducción que el autor hace a su compilación de Thoreau, traducida por Luis Echávarri, en El Pensamiento Vivo de Thoreau, Losada, Buenos Aires, 1944).

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