Por Hernán Andrés Kruse.-
“Ahora bien, la forma institucional de la docencia concebida de este modo, supone para Derrida un determinado esquema filosófico. Este esquema de transparencia, borramiento, ausencia de mediación, no es sino el que se encuentra en aquella estructura semiótica criticada desde la noción de escritura. Si se retoman los términos utilizados por el estructuralismo saussureano, se trata de un significado idéntico a sí que tiene una relación de exterioridad con el significante. Dicho de otro modo, un significado trascendental en cuanto se puede sustraer de la cadena de diferencias y no es afectado por su relación con uno u otro significante.
En este esquema un significado, un concepto, no es afectado por su materialización en un significante fónico o escrito, y así atraviesa las mediaciones que son idealmente transparentes para reencontrarse consigo mismo. Para comprender esto es necesario atender a que existe una noción de inmediatez (las ideas o el pensamiento como algo inmediatamente presente a sí mismo) que requiere para su funcionamiento una mediación evanescente, una salida fuera de sí que desaparezca. Por ello, Derrida insiste en que la preeminencia del logos entendido como presencia a sí requiere de la voz: la voz es una dimensión material, una mediación, que desaparece, que no permanece, y por ello restituye la ilusión de un pensamiento que es inmediato. En este sentido, se puede entender cómo una cierta filosofía constituye un modo institucional, aquella figura del docente señalada, formada sobre el presupuesto según el cual la institución ideal es aquella que desaparece, que se borra a sí misma, haciendo presente el pensamiento, las ideas, etc.
En segundo lugar, Derrida señala que esta forma institucional general adquiere un sentido específico en la modernidad tardía. Pues será con Kant que la filosofía al ejercerse bajo la forma de la docencia universitaria (como funcionario), deviene institución estatal. De hecho, la copertenencia en este caso se entiende desde la mutua determinación entre principio de razón e idea de Universidad. Derrida señalará que la constitución filosófica de esa institución política llamada Universidad se asienta en el principio de razón y que la constitución política de esa institución filosófica llamada principio de razón se asienta en la universidad. Por ello, se abandona un esquema que piensa en una relación dentro-fuera el vínculo entre universidad y filosofía, como si la filosofía permaneciera idéntica a sí al desarrollarse en diversos “marcos” institucionales.
Ahora bien, Derrida no dejará de señalar que si existe un lugar privilegiado, “el” lugar, para pensar esto en la modernidad es la filosofía de Kant. Como una especie de punto de condensación al que es necesario volver una y otra vez porque surgirá allí una determinada configuración que todavía sigue constituyendo la práctica filosófica. Este lugar de privilegio se debe al nexo específico trazado entre filosofía y Estado, pues Kant representa esa época, entre finales del XVIII y principios del XIX, donde cambia el espacio filosófico: la filosofía se sitúa en la Universidad estatal y aparece el filósofo funcionario.
Este cambio no es exterior al discurso filosófico mismo. La Universidad es una forma de instituir filosofía, una institución pedagógica, y también una forma del discurso filosófico: “La Universidad occidental es un constructum o un artefacto muy reciente, y nosotros ya lo sentimos terminado: marcado de finitud en la misma instauración de su modelo actual, entre El conflicto de las facultades (1798) y la fundación de la Universidad de Berlín (el 10 de octubre de 1810, al término de la misión confiada a Humboldt), se la creía regulada por una idea de razón, dicho de otro modo por una cierta relación con el infinito. Sobre este modelo, al menos en sus trazos esenciales, todas las grandes universidades occidentales se re-instituyen, en cierta medida, entre 1800 y 1850 aproximadamente” (Derrida).
El privilegio de Kant se debe al trazado de una función pedagógica inmanente a la filosofía, a la definición del filósofo como funcionario y a su función como índice y factor de la época. De la lectura de Derrida quisiera destacar, primero, que en Kant se encuentra una definición de la tarea de la filosofía como quid juris, es decir, fijación de límites. Es el derecho en tanto filosofía, una filosofía que en el conocimiento de la razón por sí misma se instituye como tribunal capaz de juzgar la legitimidad. En este movimiento, segundo, se instituye una clara delimitación entre poder y verdad, una autonomía absoluta del tribunal de la razón que debe auto-constituir sus propios límites. En este sentido, el problema kantiano es la delimitación no sólo del alcance de la razón sino de la construcción de una institución donde verdad y poder permanezcan como dimensiones incontaminadas.
Todo el problema se plantea así en cómo es posible conjugar la autonomía absoluta de la razón con la función legitimante de la Universidad, es decir, la facultad de otorgar títulos desde la autorización de un Estado. Derrida una y otra vez mostrará una tensión constitutiva del discurso kantiano producida por esa necesidad de delimitación, de establecer un adentro y un afuera de la Universidad, un adentro y un afuera de la filosofía, con un constante socavamiento de esos límites. La filosofía debería decir la verdad pero no hacer la ley, por eso mismo reaparece una especie de fantasma que habita el pensamiento kantiano que puede ser pensado como parasitaje de ambas dimensiones.
A partir de estos dos aspectos, el general y el específicamente moderno, pueden indicarse algunas cuestiones generales del modo en que la deconstrucción plantea el vínculo entre filosofía e institución. Pues para Derrida se trata ante todo de cuestionar aquellas perspectivas que sostienen este carácter denegativo de lo institucional, asumiendo entonces que resulta necesario pensar las formas de las mediaciones. Dicho de otro modo, cuestionando el esquema de la transparencia o inmediatez, analizar la forma-filosófica constituida por la institucionalidad moderna. Por ello, la deconstrucción no puede sino entenderse como una intervención. Una intervención que, primero, muestra el modo en que la “denegación institucional” es un proceso de naturalización de un esquema que produce efectos de neutralización. Este efecto de neutralización es una disimulación de la intervención de fuerzas activas y de un determinado aparato, de una institución.
El punto de partida es la problematización de los efectos de neutralización que se encuentran en cierta figura de la docencia, en cierta división entre saber y verdad. Por ello, segundo, la deconstrucción siempre se produce como una intervención situada, esto es, como una intervención estratégica. Pero si la misma no se produce sino desde la copertenencia de filosofía y política, no se trata de una intervención práctica como mera aplicación de una determinada filosofía, sino mostrar cómo el entrelazamiento de ambas dimensiones socava la distinción entre teoría y práctica: “La deconstrucción, por definición, no se limitaba a un contenido teórico, incluso cultural o ideológico. No procedía según las normas establecidas de una actividad teórica. Por más de un rasgo y en momentos estratégicamente definidos, debía recurrir a un «estilo» inadmisible para un cuerpo de lectura universitario (las reacciones “alérgicas” no tardaron en producirse), inaceptable aun en lugares en que uno se piensa ajeno a la universidad” (Derrida).
La apuesta pasa por dar cuenta de las implicancias políticas de toda institución de saber así como de las implicancias filosóficas de toda institución política. Tematizar del modo más claro posible, en el seno de la comunidad académica, cómo las prácticas asociadas a la filosofía suponen siempre un concepto institucional, una imagen de seminario ideal, un contrato firmado y que cierto socius se encuentra allí implicado. Por ello, lo “que se llama «deconstrucción», es también la exposición de esta identidad institucional de la disciplina filosófica: lo que tiene de irreductible debe ser expuesto como tal, es decir mostrado, guardado, reivindicado pero en eso mismo que la abre y la expropia en el momento en que lo propio de su propiedad se aleja de sí mismo para relacionarse consigo mismo. La filosofía, la identidad filosófica, es también el nombre de una experiencia que, en la identificación en general, comienza por exponerse: dicho de otro modo a expatriarse. Tener lugar allí donde no tiene lugar, allí donde el lugar no es ni natural ni originario ni dado”. O, en otro términos: “La deconstrucción es una práctica institucional por la cual el concepto de institución es un problema, pero como no es más una «crítica», por la razón que estamos exponiendo, no destruye más que desacredita la crítica o las instituciones, su gesto transformador es otro, otra responsabilidad, que consiste en seguir con la mayor consecuencia posible lo que llamamos más arriba un gráfico de la iterabilidad” (Derrida).
Por último, quisiera destacar que los aspectos señalados previenen contra lo que sería el mayor de los peligros para Derrida: ubicar a la deconstrucción como un lugar pre o post institucional que apuesta por una filosofía pura. Sería en este caso, caer en aquello que ha sido criticado como una posición naturalista que presume de la posibilidad de una filosofía ainstitucional. Frente a ello, Derrida no deja de repetir que se trata de pensar una estrategia doble, cruzada, tanto en relación a la Universidad como en relación al Estado. La cuestión es componer, a la vez, una crítica radical a las implicancias de la forma institucional Universidad y a la forma filosófica del principio de razón, pero también apostar por una dimensión inventiva, que abra nuevas modalidades de la copertenencia.
Dicho de otro modo, la apuesta debe ser doble: defender irrestrictamente el lugar de la filosofía en la Universidad (así como en los colegios secundarios) propiciando cambios desde el análisis de sus implicancias, pero también inventar nuevas instituciones, dar lugar a dimensiones afirmativas: “[…] luchando como siempre en dos frentes, en dos escenarios y según dos alcances, una desconstrucción rigurosa y eficiente debería simultáneamente desarrollar la crítica (práctica) de la institución filosófica actual y emprender una transformación positiva, afirmativa más bien, audaz, extensiva e intensiva, de una enseñanza llamada «filosófica»” (Derrida).
Esto permite pensar dos estrategias institucionales: dislocar esa lógica de apropiación de límites en las formas institucionales hegemónicas (una apuesta incondicional por la Universidad pero que excede sus formas) y la invención de nuevas instituciones como transformación afirmativa de la enseñanza de la filosofía. En este segundo caso resulta ejemplar el caso del College International de Philosophie. Los textos dedicados al mismo, “Titres” y “Coups d’envoi” muestra hasta qué punto se trata de inventar nuevas formas de hacer filosofía: “Libertad, movilidad, inventividad, diversidad, incluso dispersión, tales serían los caracteres de estas nuevas «formaciones» filosóficas” (Derrida). Por ello se trata de un lugar de provocación, de incitación a la investigación, de experimentación y exploración. Lo que lleva a Derrida a pensar en términos de interciencia y limitrofía.
Más allá de la interdisciplinariedad pensar una intersección transversal de saberes, científicos y artísticos, que liberen problemas y lenguajes que las disciplinas constituidas marginalizan o inhiben. Como se indicaba al comienzo, la deconstrucción se juega en los límites de la filosofía. O mejor, se trata de una política de la filosofía que plantea una relación oblicua con sus límites: “Lo que se busca ahora, es quizá otro estilo filosófico y otra relación del lenguaje filosófico con otros discursos (mas horizontal, sin jerarquía, sin recentramiento radical o fundamental, sin arquitectónica y sin totalización imperativa)” (Derrida)”.
“4 Luego del recorrido en torno a la posición de Derrida sobre el vínculo entre instituciones y filosofía, un último aspecto de la copertenencia señalada: la deconstrucción como trabajo de lectura. Pues, cuando se trata de pensar en instituciones, la referencia no se dirige sólo a una determinada estructura académica sino que comprende un esquema de interpretación: “La institución no es solamente los muros y las estructuras exteriores que la rodean, protegen, garantizan o coaccionan la libertad de nuestro trabajo, es también y siempre la estructura de nuestra interpretación” (Derrida).
La cuestión a pensar es cómo existe una filosofía en el modo en que se interpreta y cómo la institución de un modo de lectura constituye una filosofía. Indudablemente es este el aspecto que más discusiones ha despertado, donde la recepción de Derrida ha sido más extensa. Incluso muchas veces se termina reduciendo su pensamiento al esbozo de una metodología de interpretación destinada al campo de la crítica literaria (lo que produce cierta despolitización). Si bien existe un extenso debate al respecto, aquí sólo quisiera destacar aquellos elementos que permiten afirmar que Derrida produce una politización de la lectura, allí cuando política deja de significar un elemento exterior para convertirse en algo inmanente a los procesos de lectura y escritura.
Para decirlo de otro modo, toda lectura y toda escritura conllevan apuestas políticas. Una lectura está atravesada por la inscripción de una topografía, por unas reglas, por un tipo de institución, por una jerarquía. Para poder realizar una interpretación se debe asumir una u otra forma institucional. La noción de lectura, que quisiera distinguir claramente de algunas nociones próximas como análisis o interpretación, condensa un punto significativo de la copertenencia de filosofía y política. La cuestión será en qué sentido la lectura es en sí misma política, y no en la evaluación de sus efectos o de su contexto. Ante todo, como he señalado en el apartado anterior, es posible indicar que una lectura es siempre una intervención estratégica y así tiene ante todo un estatuto performativo: “Las interpretaciones no serán lecturas hermenéuticas o exegéticas sino intervenciones performativas en la rescritura política del texto y su destinación. Desde siempre sucede así. Y de modo siempre singular” (Derrida).
Se trata de cuestionar una posición que produce un borramiento del lector, lo vuelve pasivo, al enfrentarlo a un sentido o una verdad a ser revelada. La cuestión es volver problemática la misma práctica de lectura, pensar qué se juega allí y en última instancia cuál es la apuesta política de las diversas prácticas posibles. Pues, el supuesto fuerte que habita una y otra vez la noción de lectura surge de la estructura semiótica que se ha referido más arriba, pues se trata de un borramiento de la mediación del significante para acceder al significado que no es afectado por esa mediación. Se trata de una lectura trascendente que justamente busca acceder a un sentido previo o posterior.
Para romper con este tipo de lectura, Derrida apuesta por un trabajo sobre la misma estructura significante. Esto supone evitar, de un lado, una lectura que encuentre en el texto un sentido saturado, agotado y, de otro lado, una lectura que reduzca su sentido a un elemento exterior, sean causas psicobiográficas o un contexto histórico. De hecho se trata de pensar cómo estos dos gestos son homólogos entre sí: “La seguridad con que el comentario considera la identidad consigo del texto, la confianza con que recorta su contorno, corre pareja con la tranquila certeza que salta por sobre el texto hacia su presunto contenido, del lado del puro significado” (Derrida).
Por esto mismo, se vuelve necesario trazar una distancia con un comentario duplicante, o mejor, si bien reconoce como paso necesario de la lectura un comentario que repite lo que dice un texto, busca develar o clarificar su sentido sino agotarlo, no basta con este trabajo. Frente a ello, en primer lugar, resulta necesario volver a resaltar que la lectura es en su inmanencia política cuando se da como intervención. Una intervención que debe producir algo entre el sistema de la lengua y lo que impone el escritor: “La lectura siempre debe apuntar a una cierta relación, no percibida por el escritor, entre lo que él impone y lo que no impone de los esquemas de la lengua de que hace uso. Esta relación no es una cierta repartición cuantitativa de sombra y de luz, de debilidad o de fuerza, sino una estructura significante que la lectura crítica debe producir” (Derrida).
Producir aquí no significa relatar el modo en que el escritor de modo consciente establece sus intercambios con una lengua dada, sino mostrar justamente cómo se da allí una relación que no puede ser ni comprendida ni dominada completamente por el escritor. En segundo lugar, una lectura deconstructiva apuesta por la apertura de los textos. Sea el comentario duplicante, sea el referente externo, sea la comprensión cabal, buscan agotar el sentido, clausurarlo, estableciéndolo de modo definitivo. De este modo, se protege un texto, o su sentido, o el gran nombre de su autor. Por el contrario, la tarea para Derrida es ejercer la lectura como apertura de un texto. Al abandonar los esquemas que garantizan la corrección, la precisión, en tanto apuesta es una especie de aventura hacia algo que no puede estar fijado de antemano: “La apertura de esta última, la salida fuera de la clausura de una evidencia, la conmoción de un sistema de oposiciones, todos esos movimientos, necesariamente, tienen la forma del empirismo y del errar. En todo caso no pueden ser descriptos, en cuanto a las normas pasadas, sino bajo esta forma. Ninguna otra huella está disponible, y como esas cuestiones errantes no son de ningún modo comienzos absolutos, se dejan alcanzar efectivamente, sobre toda una superficie de sí mismas, por esa descripción que es también una crítica. Hay que comenzar en cualquier lugar donde estemos” (Derrida).
Esta aventura que busca abrir es, en tercer lugar, una apuesta estratégica. El término estrategia se repite una y otra vez a lo largo de los primeros escritos de Derrida y no deja de señalar que si la tarea de lectura no se piensa desde una serie de principios universales aplicables en todo tiempo y lugar, a cualquier texto en fin, el modo en que se produzca una lectura tendrá que ver con la estrategia que se defina ante él. Leer es definir una estrategia de lectura. De hecho, en “Los fines del hombre” se indica que existen dos apuestas estratégicas posibles ante una tradición que se comprende como clausura metafísica, o bien intentar salir de esta clausura habitando el mismo terreno y develando lo implícito de sus conceptos, o bien cambiar de terreno abruptamente y situarse en una diferencia absoluta.
Sin embargo, la deconstrucción no es ni una ni la otra: “Es evidente también que entre estas dos formas de deconstrucción la elección no puede ser simple y única. Una nueva escritura debe tejer y entrelazar los dos motivos. Lo que viene a decir de nuevo que es necesario hablar varias lenguas y producir varios textos a la vez” (Derrida). Por este mismo motivo no tiene demasiado sentido enumerar las estrategias empleadas por el mismo Derrida, como si esto pudiera dar cuenta de cómo llevar a cabo la deconstrucción de un texto. En tal caso, por cierto, se la terminaría por convertir en una metodología. Por el contrario, los aspectos que he señalado, la intervención performativa, la apertura como aventura, el trazado de una estrategia singular, buscan circunscribir un modo de lectura que es política desde que vuelve constitutivamente inestable el sentido de un texto, o mejor, en tanto en un trabajo minucioso da cuenta de cómo está habitado por fuerzas en disputa, por significados que colisionan.
Incluso más, este trabajo acentúa aquellos puntos donde un texto se vuelve radicalmente inestable, esto es, allí donde una categoría, un concepto, un término se vuelve indecidible. Esto no supone, como muchas veces se insiste, apostar por una especie de deriva infinita, sino justamente mostrar a partir de esos lugares indecidibles como se van estableciendo decisiones en un texto que configuran su significación desde determinadas jerarquías. Dado que un texto en última instancia es indecidible, que no posee un sentido último a develar, puede ser leído. Si se pudiera develar o clarificar el sentido verdadero o cabal de un texto, de un autor, de un pensamiento, la lectura pierde su sentido, es algo finalizado. En tanto no existe sentido último, la lectura es inagotable y puede realizarse al infinito. Un texto, entonces, no es algo idéntico a sí, no puede presentarse como tal, es una especie de ausencia que permite mostrar cómo ciertas formas institucionales diseñan una lectura específica (se trata del carácter imperceptible que es indicado en La diseminación).
Es en este sentido que la lectura resulta inseparable de la escritura. Leer no es sino escribir, en tanto producción de esa diferencia interna a todo texto: “Sería necesario a la vez, por análisis conceptuales rigurosos, filosóficamente inflexibles, y por la inscripción de marcas que ya no pertenecen al espacio filosófico, ni siquiera a la vecindad de su otro, desplazar el encuadre, por la filosofía, de sus propios tipos. Escribir de otra manera…Determinar, completamente en contra del filosofema, lo inflexible que le impide calcular su margen, por una violencia limítrofe impresa según nuevos tipos” (Derrida).
De cierto modo la deconstrucción puede ser definida por ese sintagma: escribir de otra manera. Donde escritura no deja ser un trabajo riguroso de lectura, pero que al asumirse como parcial da cuenta de su carácter infinito. Un texto no se agota no por una cuestión empirista en la que todavía falten lecturas posibles o una gran lectura total, sino porque un texto es divisible a priori, porque está habitado por un vacío estructural que no puede ser colmado. Es esta misma divisibilidad que hace de la lectura un trabajo de herencia. Tal como Derrida destaca en Espectros de Marx porque bajo un nombre propio habitan una multiplicidad de discursos, muchas veces contradictorios entre sí, es que la herencia se transforma en una tarea, en un trabajo que exige una reescritura de aquello que se lee.
En respuesta a ciertas críticas recibidas por esta lectura de Marx, Derrida va a indicar que un trabajo de herencia se juega siempre en la relación entre fidelidad e infidelidad a un autor, o mejor, en la infidelidad por fidelidad. Es en esta misma lectura de Marx que Derrida señala que una de las maneras de producir un efecto de neutralización es aquella de la lectura académica. Desde la figura del scholar como aquel que no concibe la posibilidad de dirigirse a espectros puesto que organiza su saber desde oposiciones estables (lo real y lo no-real, lo vivo y lo no-vivo, etc.), se organiza un trabajo filológico que despolitiza la lectura: “[…] insistiré más en lo que exige hoy en día que, sin demora, se haga todo lo posible por evitar la anestesia neutralizante de un nuevo teoricismo y por impedir que prevalezca una vuelta filosófico-filológica a Marx. Precisemos, insistamos: hacer todo lo posible para que no prevalezca pero no evitar que tenga lugar, ya que también sigue siendo necesaria” (Derrida).
Esto no deja de despertar sospechas, pues nuestra cultura académica, diría ante todo filosófica, se construye desde una práctica típicamente moderna. Con ello me refiero a que se funda en la necesidad de su “legitimación”, pues una lectura será válida si puede dar cuenta mediante el mecanismo de la cita de su adecuación al pensamiento de un autor. Por ello mismo debe ser juzgada, de allí la necesidad de establecer buenas o malas lecturas, a partir de su atención exegética o filológica. Los guardianes de la tradición sólo consideran legítima una lectura que repite estérilmente, no en aquella conversación con los antiguos, propia de la tradición clásica, sino en la inserción en un mecanismo de reproducción. Escribir de otra manera, esto es, intervenir estratégicamente para abrir un texto, es arrojarse a un riesgo, a la misma posibilidad de decir. Esto supone no sólo cuestionar el sometimiento de la lectura a la forma del juicio, incluso abordando cómo las prácticas académicas son estructuradas por la necesidad de juzgar, sino entender la lectura como un lugar donde la apuesta está en lo que sea capaz de abrir, en su potencia”.
(*) Emmanuel Biset (Universidad Nacional de Córdoba-Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas): “Política de la filosofía en Jacques Derrida” (AGORA-Papeles de Filosofía-2016).
10/09/2025 a las 11:11 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Elecciones en PBA: del empate técnico que pronosticó Milei a una derrota aplastante
Marcos Novaro
Fuente: TN
(*) Notiar.com.ar
8/9/025
Axel Kicillof fue el gran ganador de este domingo. Ante todo, porque se plantó frente a Cristina Kirchner y los suyos, se negó a hacer por ellos lo que Vidal hizo en 2019 por Macri, y gracias a lo cual el propio Kicillof se convirtió en gobernador: someter su distrito a las necesidades de su líder nacional. Y desdobló los comicios distritales, para que pesaran lo más posible las gestiones locales de sus más de 80 intendentes, y sus respectivos aparatos políticos, no los temas nacionales en que sus adversarios, los libertarios, llevaban ventaja.
Ganó también porque se negó a hacer campaña con la consigna “Cristina Libre”, asumiendo muy sensatamente que eso no le interesaba a casi ningún bonaerense, ni siquiera a los votantes peronistas. Y sabiendo que correr a la expresidenta de la escena sería más un problema para el mileísmo que para él. Porque sin ella en el centro de la atención, se liberaba de un lastre al peronismo y de una bandera anticorrupción y anticasta al gobierno nacional.
Fue gracias a eso, finalmente, que las revelaciones sobre corrupción en el entorno del actual presidente se volvieron tan potentes: los más corruptos parecieron estar ahora en la Rosada, no en La Plata.
Y Kicillof también acertó en darle un tono relativamente “civilizado” a sus planteos frente a la política libertaria, por más que fue lapidaria su descalificación del plan de estabilización y magnificó todo el tiempo sus costos sociales. Frente al siempre altisonante y frecuentemente violento discurso del mileísmo, el gobernador ganó así credenciales de moderado, aunque el contenido de sus planteos no lo haya sido nunca. Cuando Milei prometió dejar de insultar a sus adversarios, recordemos, lo siguió haciendo con Kicillof, aclarando que en su caso “se lo merecía”. Por más que después militantes kichneristas le tiraron piedras en varios actos, quién era el violento y quién el civilizado fue otro terreno en que el líder kirchnerista sacó ventaja.
Mientras tanto, Milei no dejó ni un momento de meter la pata. Y no solo en lo referido a esta campaña electoral, no solo por el mal manejo de las candidaturas locales, ni por el escándalo de corrupción en Discapacidad, justo cuando se estaban negando más recursos para esa área, sino también en todo lo demás.
Hace meses que es evidente que su apuesta por inmovilizar el Congreso y gobernar solo le estaba saliendo más cara que todo el ahorro que pretendió lograr con ella. Al ponerle así un candado a las ventanillas de negociación con los gobernadores y los partidos moderados, bajó el gasto. Pero dada la cantidad de recursos que se gastaron para sostener el dólar cuando el Congreso le empezó a votar todo en contra, y el crecimiento que se sacrificó a continuación, al llevar las tasas de interés a las nubes, es indudable que al gobierno le hubiera resultado mucho más conveniente seguir con los aliados que había conseguido en 2024, y atender aunque más no sea mínimamente sus necesidades.
Porque además LLA insistió en deglutirse a quienes le quedaron a tiro: Macri, los radicales peluca, los peronistas disidentes que logró capturar. Y al hacerlo, en vez de sumar votos, sumó solo unas pocas figuras encima devaluadas, por haber aceptado dócilmente su deglución. Una coalición heterogénea siempre tiene sus inconvenientes porque es difícil disciplinarla, pero tiene también ventajas: permite captar distintos electorados. El mileísmo quiso disciplinar su base de apoyo para construir una mayoría propia, monocolor. Y en cambio lo que logró fue alambrar un corralito muy pequeño, el del 30% que lo acompaña desde la primera vuelta de 2023. Ese 30% es lo que consiguió este domingo. Mucho menos que lo que necesita para sobrevivir. La elección bonaerense le mostró su error.
¿Está a tiempo de corregir esa estrategia? Deberá hacerlo ahora desde una posición de más debilidad. Pero es la única opción si quiere sortear el 2025 y llegar al 2027. Porque en octubre no se puede saber ya qué le espera: si no asume el error y hace correcciones importantes en los próximos días, se podría repetir algo parecido a nivel nacional a lo que sucedió con los bonaerenses, aunque con otros adversarios. Ahí están los gobernadores moderados esperándolo.
Y estos gobernadores son su mejor opción a esta altura: siguen tendiéndole la mano, quieren negociar con él, no hacerle juicio político. Debería haberlos escuchado antes. Pero al menos puede hacerlo ahora.
Si Milei cree en cambio que puede sostener su apuesta, porque Buenos Aires es difícil pero en el interior le va a ir mejor, y lo único que tiene que cambiar es algunas caras y elegir un cabeza de turco por el traspié de este domingo, va a tener problemas aún más serios que los que ya tiene.
10/09/2025 a las 11:17 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Los gobernadores condicionan el diálogo con Milei a que no vete la ley de más fondos a las provincias
Walter Schmidt
Fuente: Clarín
(*) Notiar.com.ar
9/9/025
La señal que dio este lunes el Gobierno de acercarse a los gobernadores con más diálogo a modo de reacción a la contundente derrota en la elección legislativa bonaerense a manos del peronismo, por ahora es sólo una expresión de deseo o parte de una estrategia de distracción para mostrar activo al presidente Javier Milei.
Hasta este mediodía, no había registro de ningún contacto desde la Casa Rosada con los mandatarios provinciales para reunirse o iniciar algún tipo de conversaciones. Pese a que ayer la iniciativa de “convocar a una mesa de diálogo federal con los gobernadores”. Más de uno de ellos recuerda la iniciativa del Pacto de Mayo, que se firmó en junio y que nunca prosperó.
El grupo al que apunta el oficialismo es el de los gobernadores que anunciaron la creación de un frente electoral, Provincias Unidas, que debutará en la elección nacional de octubre. Allí se alinean Martín Llaryora (Córdoba), Maximiliano Pullaro (Santa Fe), Ignacio Torres (Chubut), Gustavo Valdés (Corrientes), Carlos Sadir (Jujuy) y Claudio Vidal (Santa Cruz). Aunque también incluye a los peronistas Raúl Jalil (Catamarca), Osvaldo Jaldo (Tucumán) y Gustavo Sáenz (Salta); además de los radicales Alfredo Cornejo (Mendoza) y Leandro Zdero (Chaco)
Entre el lunes y este martes, las provincias fueron poniendo sus reparos. “El Gobierno sigue sin escuchar y está paralizado”, afirmó Pullaro; “es muy difícil que los gobernadores acompañen cuando no hay reciprocidad, me cagaron con las obras”, sumó Sáenz.
No obstante podría haber una posibilidad de acercamiento del Gobierno a las provincias: este viernes vence el plazo para que Milei pueda vetar la ley que obliga al Ejecutivo a repartir de manera automática y diaria los ATN (Fondo de Aportes del Tesoro Nacional).
La ley fue aprobada por la Cámara de Diputados el 20 de agosto pasado, y si el Presidente no decide este miércoles vetarla, quedará promulgada y deberá ser implementada. En aquél entonces, la iniciativa fue sancionada por 143 votos positivos, 90 negativos y 12 abstenciones. Si bien el número fue contundente, no garantiza los dos tercios necesarios en caso de que Milei decida vetarla.
Pero de tomar esa decisión, gran parte de los gobernadores irán a la pelea electoral contra La Libertad Avanza en sus provincias -para una elección para la que todavía faltan unos 50 días-, además de hacer volar por los aires la anunciada mesa federal.
Según cálculos de las provincias, la aplicación de la ley significaría unos $250 mil millones, aunque sostienen que no es un gasto extra sino que es dinero que ya pertenece a las provincias, pero que se las queda la Nación. La norma establece que al tesoro nacional le correspondería el 41,2% de lo recaudado por ATN mientras que el 58,8% iría a las provincias utilizando los coeficientes de coparticipación federal.
Desde los ’90, los ATN han sido utilizados discrecionalmente por el Gobierno de turno. Hay una larga lista de casos en los que las distintas administraciones premiaban a los gobernadores afines con fondos de los ATN. La administración de Milei, no es la excepción.
A tono con el clima confrontativo entre Milei y los mandatarios provinciales, el sector de Provincias Unidas podría ensayar una demostración de poder a través de una foto, el próximo viernes en Río Cuarto. Todo dependerá de cuánto escale la pelea con el Gobierno.
«Veremos cómo juega el gobierno y cuánto hay de cierto en mantener una relación en serio con los gobernadores o si se trata de una declaración de guerra», deslizó un funcionario de una de las provincias en cuestión.
En las últimas horas trascendió que este martes Milei podría definir de qué manera convoca a los gobernadores. Lo cierto es que, además de la falta de un llamado hasta el momento, «no hay interlocutor y hay una lógica desconfianza», aseguran.
10/09/2025 a las 11:20 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
A Milei le urge entender cuál fue su error
Jorge Fernández Díaz
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
9/9/025
Alguien dijo alguna vez que el verdadero error es aquél del que no aprendemos nada. Las razones de la paliza electoral que dejó grogui a la escuadra libertaria son múltiples y bastante conocidas, pero si el oficialismo no las analiza detenidamente y sin prejuicios de secta, y no encuentra el núcleo del malestar, es probable que equivoque su diagnóstico, punto crucial de esta hora dramática.
Séneca advertía que el médico no puede curar bien sin tener presente al enfermo. Aludía a lo que luego el padre de la medicina moderna, William Osler, traducía de este modo: “El buen médico trata la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad”. Concentrarse únicamente en las planillas de Excel y en los más extravagantes libros de teoría económica sin atender las secuelas devastadoras de la economía real (recesión, enfriamiento, desempleo) y sin plantearse una reconversión cuidadosa y planificada de los damnificados por el cambio para que logren atravesar el puente de la dura coyuntura, asimila al Presidente de la Nación y al “mejor equipo económico de la historia” con entusiastas gamers de videojuegos, sordos a todo y en medio de estragos y escombros humeantes.
La búsqueda del equilibrio fiscal y la baja de la inflación es, aquí y en cualquier país, una condición necesaria pero insuficiente, y un objetivo virtuoso siempre y cuando la operación no se haga sin planificación y sin anestesia, o incluso bajo la idea de que esa variable por sí sola garantiza la felicidad terrenal. Pero aquí había triunfado la cultura del shock y se miraba con desprecio cualquier clase de gradualismo, de manera que todo había que hacerlo rápido, a lo guapo y sin mirar por nadie: se ganó la batalla cultural, la gente modificó su cabeza, ya lo entendería; tengamos superávit, lo demás no importa. La obra pública, la industria, las pymes, la agricultura, los jubilados y el bolsillo de los ciudadanos de a pie padecieron las consecuencias de esa frívola desaprensión, y los médicos discutían la enfermedad en un ateneo erudito mientras el paciente se retorcía en el quirófano.
Los libertarios, por otra parte, invirtieron tiempo y dinero en una narrativa que no usaron para comprar paciencia y contener a la población sino para agredir a los disidentes y para fanfarronear con los goles que todavía no habían anotado: contaban plata delante de los pobres. La falta de cuidado, el no reconocimiento de las angustias concretas que provocaba la motosierra, muestra el encapsulamiento de un grupo que se reía del dolor, como si fuera una evidencia del buen rumbo, y nunca condescendía a la sensibilidad social; más bien la consideraba una tara demagógica de “los zurdos”. Ese espíritu sacrificial que demandaba para la calle no cundía en el palacio, donde se acumulaban sospechas de venalidad, y esos detalles tampoco pasaban inadvertidos.
El rencor servía cuando hace dos años la sociedad estaba indignada con la “casta” y cuando Javier Milei aprendió a encarnarlo con sinceridad y vehemencia. Pero hoy esos mismos sectores acusan penurias equivalentes y el León no se hace cargo de ese nuevo sentimiento desgarrador, más bien lo ignora. Menem decía, en medio de su ajuste, “estamos mal, pero vamos bien” para que la base social no pensara que vivía en un tupper y que no comprendía la dimensión de sus desdichas. Kirchner aseveraba que habían dejado atrás el infierno, pero a continuación siempre agregaba que seguíamos en el purgatorio y que faltaba mucho para llegar al paraíso. Milei se autopromocionaba como el mejor gobierno de la historia, merecedor del premio Nobel y factótum de un modelo maravilloso que venía a destruir el Estado: los que padecían, los que no llegaban a fin de mes, sólo podían ver en esos gestos ampulosos traición y negacionismo.
El círculo que se formó es perfecto, un perro que se muerde la cola: furia, sonrisa, mueca, lágrima y de nuevo ira. Primero vieron que Milei estaba tan enojado como ellos, luego sonrieron con esperanza, a poco de andar sintieron en carne propia el filo injusto de la motosierra y esbozaron una mueca de espanto; más tarde se abandonaron a las lágrimas y al final retornaron a la bronca, que demostraron quedándose en casa y dándole la espalda en las urnas: al peronismo le bastó con movilizar su aparato y recoger a sus víctimas. El que las hace las paga.
La aplicación de un modelo dogmático, con buenas intenciones aunque mal instrumentado, es un asunto nodal y quedó fuera del discurso que Milei pronunció al cabo de su noche más negra. Se habían cometido, según él, sólo algunos errores en el “plano político”. Pero esta derrota aplastante y de consecuencias impredecibles, no sólo refiere a la equivocada estrategia de Karina y de los Menem, la formación de listas donde cunden filibusteros con ínfulas o la vana imposición de la consigna “violeta o nada”, que terminó aislándolos y dejando al Gobierno sin gobernabilidad. También se conecta con la mishiadura generalizada, y con que los mileístas no abrieron su presupuesto nacional a discusión y se guardaron para sí, con altivez insólita, la prerrogativa de elegir en exclusividad dónde y cómo cortar del gasto público para alcanzar las metas fiscales. Los genios son así.
Sería fácil decir que naufragaron en la provincia de Buenos Aires por la estrategia de Sebastián Pareja, e ignorar que fracasaron por la gestión: la micro fue mala y la macro, aunque tuvo principios loables, no ayudó, fue deficientemente ejecutada y se les fue de las manos. También faltaron afecto y credibilidad: las formas, y no solo las republicanas. No se han dejado querer, más bien se han hecho aborrecer porque fueron odiosos con actores sensibles como los discapacitados, los médicos del Garrahan, la ciencia y la educación. Hoy el oficialismo enfrenta no el “riesgo kuka” sino el riesgo Milei, que provocó una crisis endógena, inherente a su praxis y a su amateurismo. Y el desastre electoral bonaerense pone en tela de juicio varias supersticiones de toda esta época: el outsider está preparado para gobernar, no se necesitan profesionales de la administración ni de la política, lo central ocurre en las redes sociales, el ajuste puede ser brutal e indiscriminado y aun así tener consenso, y el encumbramiento de esos líderes solitarios es una tendencia irreductible que proviene fatalmente de la revolución tecnológica.
Cuando, en verdad, todo es transitorio en la viña del Señor, y así como la única cultura imperante es la emoción personal, el único rasgo imperturbable es la volatilidad: el ciudadano usa el voto (efectivo o en blanco) como un gatillo caliente. Hoy te levanto y mañana te entierro. Y no hay outsider que valga. Nadie tiene la vaca atada, y eso lo saben más que nadie los peronistas, que no se atrevieron a mostrar euforia porque, con este esquema, el que ríe un domingo puede llorar un lunes.
Milei quiso meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, pero se clavó un pie al hacer algo imprevisto: nacionalizar unos comicios municipales. Cristina Kirchner intentó convencer a Axel Kicillof de que no desdoblara las elecciones precisamente por el peligro de que se discutiera la temática local: admisión implícita de que el conurbano es la obra maestra de terror del justicialismo. Pero el León, en lugar de hacer lo que dañaba a su enemigo, le dio una mano inesperada y planteó la contienda como un plebiscito de su modelo económico.
El resultado fue demoledor en el territorio con más población de la Argentina y donde más víctimas puras y duras tienen las políticas libertarias. Asimismo, sus tuiteros e influencers, que responden a Santiago Caputo y son liderados por el Gordo Dan, se presentaban anoche indignados con los “terrenales”, que habían conducido la perdidosa campaña mientras ellos habían sido marginados. También esta es toda una paradoja, puesto que el Mago del Kremlin (Pagni dixit) pretendía más aliados y Karina solo quería “violetas”, pero resulta que la tropa de la hermanísima era menos belicosa y corrosiva, mientras que los guerreros digitales del gran asesor protagonizaron una verdadera carnicería en redes.
Un gran ejemplo piantavotos tuvo precisamente como actor principal al doctor Parisini, que escupió un tuit soez y vergonzoso de gran repercusión contra el senador Luis Juez, emulando a Herminio Iglesias y a horas del sufragio. Los “celestiales” no fueron funcionales a los acuerdos soñados por el Mago del Kremlin; más bien fueron una repugnante maquinaria de intimidación y una factoría de enemistades innecesarias.
Kicillof, que aprovechó todos estos yerros e inexperiencias, fue hábil al admitir que el kirchnerismo viene de un gobierno decepcionante y haber sugerido alguna vez que debía cambiar su canción (será creíble sólo cuando se autocritique y modere su ideología); también al insinuar que se librará de la tutela de la arquitecta egipcia y al proponer “unidad de todos” más alianzas con segmentos no peronistas: la Gran Lula. Pero no resultó verosímil al asegurar que el peronismo amó siempre la paz y la democracia, puesto que varias veces la fuerza de Perón integró el Club del Helicóptero y algunos de sus herederos, en estos mismos días, amagan ya en el Congreso de la Nación con tácticas destituyentes. No deberían hacerse los rulos: todavía las mayorías sociales no parecen estar preparadas para regresar a una experiencia que fue objetivamente calamitosa. Pero, dado el cariz y la velocidad de los acontecimientos, habrá que ver si los actuales estropicios no fabrican una nueva amnesia colectiva.
Milei tienen poco tiempo para detectar el error fundamental y aprender de la experiencia. Y se demostrará en unos días si puede ser un gran médico –es decir, si arribará a un buen diagnóstico y será capaz de dejar de pensar sólo en la enfermedad y tendrá en cuenta también al paciente-, y luego si la dinámica argenta le permitirá rehacerse en octubre.
Es difícil imaginar una salida para su laberinto como no sea abandonar el aislamiento y abrir su gabinete a la liga de gobernadores, única entidad de tercera posición que podría ser un escudo contra los embates de los conjurados de siempre. Séneca también decía: “La adversidad es ocasión de virtud”. Veremos.
10/09/2025 a las 11:23 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Otro paso en el camino a lo desconocido
Carlos Pagni
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
Era una elección provincial, parecida a la que sucedió en la ciudad de Buenos Aires. Fueron comicios que se adelantaron. En principio, era algo totalmente anodino. Se elegían cargos, sobre todo, para la Legislatura provincial, una zona misteriosa de la política. Tiene que haber un escándalo del estilo “Chocolate” Rigau para que sea noticia.
El Gobierno empezó a nacionalizar esa elección, con un gran involucramiento de Javier Milei y una interna que se desató dentro del propio oficialismo -entre “El Mago de Kremlin”, Santiago Caputo, y Karina Milei- por la confección de las listas. De esta manera, se le otorgó una magnitud que no tenía. Sin embargo, la nacionalización se terminó produciendo por un factor inesperado: la dimensión de la derrota del Gobierno. Fueron 14 puntos de diferencia no previstos por ningún encuestador y en detrimento de la alianza de La Libertad Avanza y el Pro. Es inevitable ver los comicios de este domingo como un resultado que viene a resetear todo el panorama.
No es el único dato importante. Hay otro indicio eminente sobre el significado nacional que tiene esta elección, y es que el Gobierno asumió esa dimensión. Milei dijo este domingo, a poco tiempo de conocer el resultado, que había que trabajar para revertir en octubre la derrota. Esto quiere decir que el Presidente ve una línea recta entre la elección provincial y la nacional. El vocero presidencial, Manuel Adorni, anunció que el Ejecutivo, frente a lo sucedido, armará una mesa política. Como veremos, bastante curiosa.
Hay que detenerse en las cifras para entender mejor qué pasó. El jesuita Rodrigo Zarazaga, uno de los expertos que se dedican a mirar los números finos en la provincia de Buenos Aires, decía ayer que recién iba a poder sacar conclusiones sobre la migración de los electores de una opción a otra cuando mire mesa por mesa, voto por voto. Aun así, con la información con la que se cuenta hasta ahora, es posible empezar a pensar algunas cuestiones.
Un gráfico elaborado por Federico Aurelio, titular de la consultora Aresco, compara las elecciones de medio término del 2017 y 2021 con las provinciales de este año. Hay que subrayar un punto que quizá el mismo Gobierno no subraya, y debería hacerlo en favor de sí mismo: cuidado que no se entiende muy bien qué es lo que se discutía este domingo. Lo mismo ocurrió en la ciudad de Buenos Aires. Es muy raro que a la gente se la llame a votar por elecciones locales en la provincia de Buenos Aires, territorio que carece incluso de una agenda política propia.
Si nos detenemos en el PJ, cosechó 3.383.114 votos en 2017, 3.444.446 en 2021 y 3.820.119 en 2025. La diferencia respecto de 2021 fue de 375.673 votos. Aun cuando es un escenario de mejora, podría decirse que mantuvo aquello con lo que ya contaba. No es cuestión tampoco de desmerecer el resultado, ya que hablamos del mismo partido que viene del gobierno de Alberto Fernández y que dejó un país con una inflación del 200%. Que el desenlace electoral en su principal distrito haya sido aumentar su caudal de votos podría ser visto también como una hazaña.
En relación a La Libertad Avanza y el Pro, lograron 3.930.406 votos en 2017, 4.220.186 en 2021 y 2.73.710 en 2025. La caída en cantidad de votos, si se tiene en cuenta el antecedente más reciente, fue de 1.496.476 votos.
Otro grupo interesante de observar es el de los ausentes. En 2017, fueron 2.587.531. En 2021 alcanzaron los 3.513.340 y en 2025 ascendieron a 5.608.309, un incremento de 2.092.696. Hay que remarcar que, si bien la abstención fue muy alta, no superó a la que hubo en Santa Fe durante las elecciones constituyentes y en los comicios legislativos porteños del pasado 18 de mayo. El rubro “votos en blanco y anulados” también sufrió un aumento notable: 339.327 en 2017, 262.578 en 2021 y 688.967 en 2025 -una suba de 426.389-.
Habría que preguntarse, como primera hipótesis, si hubo un pasaje de los votos de La Libertad Avanza y el Pro hacia la abstención. Podría ser la lectura de un peronista, que tendría derecho a decir que en la Argentina hay una crisis de representación pero no a nivel general. Hay una zona de la política donde el vínculo entre dirigentes y dirigidos sigue anudado: el peronismo”. Mientras tanto, hay otra zona de la política, que se va erosionando con distintos colapsos como el del radicalismo en el 2001, el del Pro en 2023, cuando buena parte del electorado eligió a Javier Milei por sobre Mauricio Macri y Patricia Bullrich, y el de este domingo. Es el mundo del no-peronismo.
Uno se podría preguntar también: ¿Quiénes son los que dejaron La Libertad Avanza y el Pro para irse a la abstención y en qué condición social se encuentran? Hoy contamos con un ejemplo claro de la Capital, que tal vez adelantaba algo de lo que pasó en la provincia de Buenos Aires.
La Libertad Avanza, en 2021 y 2023, había tenido en territorio porteño un arraigo llamativo para un discurso de derecha, ortodoxo y ajustador, en los barrios más populares del sur de la ciudad de Buenos Aires. El pasado mes de mayo, perdió esos votos y consolidó una tendencia parecida a la del Pro, con mejores números en la zona norte de la Ciudad y Puerto Madero, donde llegó al 50%. ¿Qué pasó en los barrios más populares? La Libertad Avanza bajó y aumentó la abstención. ¿Pasó algo así en la provincia? Habrá que seguir estudiando.
El voto de Milei perdió a los sectores de clase media baja y baja que antes había tenido y que le daban una característica muy particular. Es crucial entenderlo por la fisonomía que tiene el Gobierno y por la relación entre política y economía, que puede explicar el por qué del fracaso del oficialismo.
Hay otro dato para mirar: en principio, las cifras hablan de un pasaje de La Libertad Avanza y del PRO a la abstención. No aparece todavía una tercera fuerza capaz de seducir al desencantado de Milei. Ese fenómeno ya venía haciéndose evidente. Un trabajo realizado el pasado agosto por Pablo Semán, que viene estudiando el fenómeno de la derechización de los sectores populares en el conurbano, advertía sobre dos movimientos en la política argentina en los sectores populares del conurbano. Por un lado sigue habiendo un rechazo a todo lo anterior, un repudio a la política en general, que hace juego con el discurso anticasta de Milei. Pero, por otro lado, empieza a haber un desencanto con Milei que podría materializarse en la abstención.
No existe un espacio que pueda capitalizar ese sentimiento en la actualidad. Ese voto no parece ir al kirchnerismo y tampoco se queda en el medio, en ninguna otra fuerza. Este es un mensaje importante y algo sobre lo que tendrían que reflexionar los gobernadores de Provincias Unidas, que pretenden ser una tercera vía entre el “polo Milei” y el “polo Kicillof”, que aparece como novedoso.
En términos de largo plazo, si se mirara la historia como desde una nube, hay una señal importante para el Presidente. Cuando el 30% del electorado le dijo a Macri, Bullrich y Larreta que se corrieran porque preferían lo desconocido -rareza absoluta en términos políticos-, lo que le estaban diciendo a Milei era “regenerá la política”. Le pedían restaurar la confianza y reducir el nivel de abstención. Significa entonces que el pasaje de LLA y el Pro hacia el ausentismo y el voto en blanco es un mensaje inquietante en términos de mandato político para Milei. Da la impresión, si se confirman las tendencias de la elección bonaerense, de que no logró la magia que le pedían.
Había otros estudios que anticipaban este fenómeno. Si retomamos un gráfico elaborado en agosto por Hugo Haime sobre la percepción de las medidas adoptadas por Javier Milei, el 35% de los encuestados estaban seguros de que servirían para que el país saliera adelante. Pero el 54% de esa muestra coincidía en que no servirían porque la gente iba a empobrecer.
¿Cómo evolucionó ese número? En febrero, quienes opinaban que no servirían representaban al 46%. En marzo y mayo, alcanzaron el 49%. En junio descendió un poco, pero en julio retomó con un 50%. Hay un cambio en las expectativas. Los consultores remarcan que la clave del gobierno de Milei está en la gente que absorbe el sacrificio que impone la política económica pensando que en el futuro va a estar mejor. Ese grupo empieza a ser cada vez menor. Son cada vez más quienes creen que no vale la pena el sacrificio porque en el futuro habrá más pobreza.
No es el único trabajo que advertía sobre lo ocurrido este domingo. La Universidad Di Tella produce dos índices todos los meses: uno de confianza del consumidor y otro de confianza en el Gobierno. En ambos, el Gobierno cayó 14 puntos de julio a agosto.
La imagen de Milei se precipitó a raíz de los desmanejos en el Congreso y, sobre todo, los escándalos de corrupción ligados a los audios del director de la Agencia Nacional de Discapacidad, Diego Spagnuolo. Cayó ocho puntos en dos semanas. ¿Quiénes lo dejaron a Milei? ¿De dónde son esos ocho puntos? ¿Dónde cayó? Esos son números que tenía el Gobierno antes de esta elección. Si pensamos, en cifras muy gruesas, que Milei es sostenido por un 50% de la opinión pública, y ese 50% está dividido en dos fracciones de 25% entre quienes lo adoran y quienes no lo quieren pero confían en que las cosas iban a mejorar, es en este segundo grupo donde que cayó. Y con el resultado en la provincia esto se agudiza, acelera y precipita.
Hay una pregunta clave para seguir viendo el proceso político argentino: ¿esto es un anticipo de lo que puede suceder en octubre? Milei cree que sí. Por eso dijo este domingo que tenía que reformar cosas en el gobierno nacional. Podría haber montado un discurso ficticio de “solo pasó algo entre los bonaerenses, que no afecta la dimensión nacional de la política”.
¿Cuál es el problema que impacta de lleno en octubre? Hasta ahora todo el mundo que miraba la política partía de la premisa de que las legislativas nacionales iban a ganar -como dicen las encuestas- los candidatos de Milei. Se creía que el Gobierno iba a hacer una elección de razonable a exitosa ¿Cuánto? Alrededor del 42%, si se suman los votos de La Libertad Avanza y sus aliados.
¿De dónde se obtienen estos datos? ¿De dónde el Gobierno obtiene su optimismo para mirar las elecciones de octubre? De las mismas encuestas que decían que el domingo perdía por cinco puntos. Cuando la diferencia se verificó en 14 puntos, el interrogante cambió: ¿Las mismas encuestas no la estarán pifiando también respecto de octubre? ¿No habrá que revisar todo ahora? ¿No hay que resetear la visión que tenemos del futuro?
Los primeros que se hacen esa pregunta son los agentes económicos, que salieron a comprar dólares. Tenían una perspectiva exitosa para octubre, alimentada en que la derrota del Gobierno iba a ser de solo cinco puntos e iba a poder sostener su política cambiaria; con un costo enorme a nivel productivo porque las tasas de interés son de 100% o más, que con una inflación del 25% dan un 75% real. Exorbitante.
Eso se iba a sostener porque el Gobierno tiene una expectativa de triunfo que hace que los agentes económicos piensen: no le juguemos en contra a este esquema porque Milei va a ganar las elecciones en octubre y va a poder hacer una reforma razonable de su propio sistema económico, basado en contener el tipo de cambio a costa de un gran ajuste productivo para que no haya un traslado de la devaluación a los precios, se reponga la inflación y pierda en octubre el principal trofeo electoral con el que puede ir a la elección. Lo que está sacralizado en el oficialismo, lo dijo de nuevo Milei, es la lucha contra la inflación.
¿Cuál es la pregunta ahora? Una pregunta muy inquietante: ¿podrá? ¿O acá todo se adelanta y va a haber una corrida contra el peso a favor del dólar antes de la elección de octubre? ¿Qué pasó este lunes? El dólar cerró en $1435. Hubo un aumento respecto de la cotización del viernes de $45. Todavía está por debajo del techo de la banda cambiaria, que hoy debería ser de 1468. Cerró en $1435, pero ya empieza a aproximarse.
¿El Gobierno tiene poder de fuego para intervenir y que el valor del dólar no toque el techo de la banda o va a necesitar un auxilio externo? Aquel que prometió el secretario del Tesoro de los Estados Unidos cuando dijo: “Si hay un ataque externo contra el peso, el Tesoro va a salir a poner la plata”. ¿Se mantendrá esa promesa? Son preguntas que empiezan a plantear un adelanto de las inquietudes en el tiempo, una anticipación de lo que preocupaba para después de octubre.
El Gobierno, por supuesto, sale a decir lo que tiene que decir, y es que esto no se toca. Lo dijo el Presidente este domingo, lo ratificó el ministro de Economía, Luis Caputo. Si no ocurre lo que ellos piensan y ocurre lo que sucedió en el mercado, el seguir subiendo la tasa es un instrumento que está vedado para el Gobierno.
Entonces, lo que hay que pensar es que puede haber un movimiento con el dólar. Difícil que se traslade a los precios por el nivel de contracción productiva que hay. No hay demanda como para que un comerciante pueda trasladar el nivel de devaluación al precio de su mercadería, porque no se la compran. Entonces se empieza a ver un malestar que probablemente ya esté instalado y esté detrás del problema electoral.
Todo esto se vuelve preocupante, porque si uno habla con banqueros, comentan que en las últimas reuniones que mantuvieron con el equipo económico, sobre todo con Luis Caputo, cuando le preguntan si están seguros de lo que están haciendo con el esquema que han montado de mantener el precio del dólar con una tasa de interés tan asfixiante, Caputo mira para arriba, y sugiere que son instrucciones que emite el Presidente y que no tienen todo el consenso que deberían tener por parte del equipo económico.
Es Milei el que dice: “Las elecciones se pierden porque se mueve el dólar, no porque haya una tasa de interés exorbitante”. ¿Será verdad? Habría que mirar de nuevo los resultados de este domingo y preguntarse si no tienen algo que ver con el malestar que hay en la gente por la contracción productiva, que de acá a octubre seguirá siendo muy importante.
En este panorama aparece un dato que manejan algunas personas relevantes del sistema financiero y es que por primera vez hubo, hace 15 días, una discusión entre Milei y Luis Caputo, el ministro de Economía, respecto de este esquema cambiario y monetario que se está convirtiendo en una especie de cárcel para el Gobierno y del cual va a ser difícil salir, sobre todo si las elecciones de octubre no son las que se esperaban. Ahora todo el mundo está un poco a ciegas respecto de octubre, porque las encuestas que pronosticaban el resultado de 42-43% son las mismas que pronosticaban, como dijimos, 5% de derrota en la elección de la provincia.
En la base de todo este problema, hay algo que es la gran incógnita: cómo mira Milei este fenómeno de la derrota. Existe un concepto, tal vez una cultura, una creencia, muy habitual entre los empresarios, mucho más entre los financistas, y es que gobernar es aplicar una receta científica con independencia de las condiciones sociales en que esa receta se debe ir asimilando. Este domingo, Milei dijo eso. “Vamos a cambiar todo, menos la receta. La receta no se toca”. ¿Por qué? Porque es la verdad, es una verdad de la ciencia. Claro, pero la gente a lo mejor no lo entiende. O a lo mejor no aguanta.
Empiezan a haber huelgas, por ejemplo, en el sector siderúrgico, de empleados de la construcción que trabajan en empresas siderúrgicas, que van a la huelga casi sin que la convoque el gremio. Uno interrogan a los empresarios del sector a qué se debe esa conducta, y explican: “A que no llegan a fin de mes”. Entonces, para el que no llega a fin de mes, la veracidad científica de la receta es absolutamente indiferente.
¿Cuál es el problema que está detrás de todo esto? Que para que un plan económico sea bueno, en el contexto de una democracia, debe también ganar las elecciones. No hay buen plan económico que pierda elecciones. No hay receta sagrada si pierde las elecciones.
Este lunes hubo un comentario muy interesante, que está circulando en las redes, de Ernesto Tenembaum. Un poco enardecido estaba Ernesto por un comentario de Federico Sturzenegger. El ministro dijo algo así como que “un gobierno como el nuestro, que bajó la inflación, redujo la pobreza, produce crecimiento -más allá de la veracidad de esos números-, debería ser votado con los ojos cerrados, lo que pasa es que en Argentina esas cosas no se valoran”. Es decir, somos un gran gobierno con una sociedad de porquería, que se equivoca cuando vota. Algo parecido sugirió Macri cuando perdió las primarias en agosto de 2019: “La gente votó cosas equivocadas”. Bueno, es un fracaso del Gobierno, no de la gente.
Esto es importante porque Milei tiene un mandato político, que es, en términos muy sintetizados, reducir la abstención. Que la ciudadanía vuelva a confiar en la política y vuelva a querer participar. Desde el punto de vista económico, tiene otro mandato, que es evitar el sino trágico de Menem y, sobre todo, el sino trágico de Macri. Es decir, gestionar un plan de estabilización que no termine en una recesión, lo que provoca que una parte muy importante de la sociedad recuerde que cada vez que consume capitalismo su cuñado pierde el trabajo.
Decíamos que Milei interpretó que hay un mensaje nacional en las elecciones bonaerenses y este lunes Adorni anunció, por orden de Milei obviamente, la creación de una mesa política. Es una salida muy de Macri, que armaba mesas todo el tiempo. Había un gracioso que decía que el Gobierno era una especie de mueblería: la mesa productiva, la mesa judicial, etcétera. Se armó una mesa política que integran Javier Milei, el presidente; su hermana, Karina Milei; Guillermo Francos, Santiago Caputo, Patricia Bullrich, Martín Menem y Manuel Adorni. ¿Hay alguien distinto de los que ya formaban el grupo político, pero sin mesa? No. No hay una novedad acá. No se entiende cuál es la novedad que anuncia Adorni. Nada más que la palabra mesa. Porque, que uno sepa, esta es la gente que venía manejando la política dentro del Gobierno.
Ahora le dan otra dimensión, ya no es un triángulo de hierro, son más. Daría la impresión de que son más para disolver el conflicto desatado entre facciones dentro del Gobierno, sobre todo entre Santiago Caputo y Karina Milei. Caputo, que es prudente, no es tonto, no va a decir que es con Karina Milei, que es incuestionable, intocable. Es con Lule Menem, con Martín Menem. Pero es una pelea feroz en la que ahora también involucraron a Guillermo Francos, que es, probablemente con Luis Caputo y con Patricia Bullrich, el que aporta una visión política y de equilibrio dentro del Gobierno.
El otro día Daniel Parisini, conocido como Gordo Dan, prácticamente insultó a Francos después de haber dicho barbaridades de Luis Juez. Y cuando Francos salió a defenderse, el que termina atacando subliminalmente es Santiago Caputo. Esto sucedió este fin de semana, 48 horas antes de la elección. A las dos de la mañana, Santiago Caputo emitió este mensaje por la red X: “Nos chupa un huevo lo que opinen los que arruinaron el país. Nuestro compromiso es con la sociedad” […] “vamos a destruir la inflación a cualquier precio, es la única variable que importa” […] “El Estado no debe ser gestionado sino desmantelado” […] “el diálogo solo es un valor si conduce a un país más libre”. Es decir, el diálogo es un valor si conduce a donde yo quiero ir; si conduce a donde quiere ir el otro, que supuestamente es el que dialoga conmigo, deja de ser un valor. “La política debe discutir ideas, no perseguir al adversario. El que a hierro mata, a hierro muere”, agrega. ¿Cómo es que no hay que perseguir a nadie y al minuto, en la oración siguiente, habló de la muerte? Es anecdótico esto, no importa detenerse en la solidez conceptual que pueda haber detrás de estas pavadas. Lo que importa es que es un mensaje de una agresividad que la pagan en las urnas. Esta agresividad no se vuelca primero sobre los adversarios, sino sobre las propias facciones del Gobierno. En este contexto el Presidente decide armar un grupo más grande para disolver o disimular estas contradicciones internas.
Con el resultado de este domingo, a lo mejor adquieren otra dimensión algunas frivolidades. ¿Dónde está Victoria Villarruel? ¿Alguien la vio? ¿En qué consiste la pelea con la vicepresidenta? ¿Cuáles son los conflictos que vale la pena desatar dentro de un Gobierno con una política económica muy exigente y frente a desafíos económicos muy importantes? ¿Este es el discurso que corresponde? ¿Este es el tono con el que hay que gobernar?
Es probable que, en una visión autocomplaciente, mucha gente del Gobierno, sobre todo Caputo, entienda que lo que pasó este domingo, contra Pareja, contra Karina Milei, contra los Menem, deriva de cómo se armó la oferta electoral: candidatos de baja calidad, menosprecio a algunos aliados que armaron sus propias listas y les quitaron votos. Daría la impresión de que hay otro problema detrás de todo esto que tiene que ver con el nivel de aceptación que tiene la política económica por parte de la sociedad y, sobre todo, de los sectores más castigados.
Hay un pasaje de Juan Carlos Torre en su fantástico libro Una temporada en el quinto piso, las memorias de su paso por la gestión de Juan Sourrouille en el gobierno de Alfonsín, que habla de las condiciones de un plan de estabilización. Y la tercera condición indispensable, señala Torre ahí, es la empatía de quienes llevan adelante ese plan con las víctimas del plan. Es decir, el nivel de sensibilidad política y social que tengan los que ejecutan una receta científicamente correcta, al menos para ellos.
¿En qué quedó Pro, arrastrado a todo esto? Probablemente Macri se debe estar preguntando si tenía que dejarse llevar por Ritondo y por Santilli en esta alianza con La Libertad Avanza. El mapa de la provincia quedó este domingo pintado de celeste, un poco de violeta, pero cuando se buscan los votos de Santilli y de Ritondo no aparecen. Más aún, en distritos ligados a ellos -por ejemplo, Arrecifes o Zárate- donde hay dos intendentes cercanos a Ritondo, perdieron. Yen Campana, cuyo intendente está ligado a Santilli, salió empatado. ¿Cuál es el negocio que hizo el PRO en esta alianza? Una pregunta para hacerse también hacia el futuro: ¿qué nivel de autonomía le convenía tener al Pro de Macri frente a la expansión del experimento de Milei?
De todo el panorama que surge, aparece este domingo una novedad de primera magnitud. Se llama Axel Kicillof. Es importante porque por primera vez enfrenta a Cristina Kirchner y le gana. ¿En qué le gana? En el método. Fíjense lo que decía la expresidenta cuando se adelantaron los comicios: “Hoy, 14 de abril, sigo creyendo, junto a otros compañeros y compañeras, que en las próximas elecciones parlamentarias en la provincia de Buenos Aires, tanto nacionales como provinciales, lo mejor para los bonaerenses en general, y para el peronismo en particular, es votar una sola vez el 26 de octubre”. Ella dijo, entonces: esto que propone Kicillof, que es adelantar la elección, nos va a llevar a la derrota. Y los llevó a una victoria impresionante.
Por primera vez Cristina tiene un desafío a su liderazgo, nada menos que de alguien al que inventó ella, que es Kicillof, cuya habilidad habrá que ir chequeando, porque demostró ser más habilidoso de lo que se suponía, frente a Cristina Kirchner, a quien le ganó en esta partida de ajedrez, y sobre todo frente a La Cámpora y a Máximo Kirchner.
Todo el conflicto empezó, hay que recordar, con el malestar que produjo en La Cámpora y, sobre todo, en Máximo Kirchner, en septiembre de 2023, antes del balotaje, antes de las elecciones generales, que Kicillof dijera: “En este movimiento tiene que haber canciones nuevas, no repetir las viejas canciones”. En septiembre de 2024, el año pasado, se burlaron de él en el Club Atenas de La Plata, toda La Cámpora diciendo: “Si querés canciones nuevas, acá te presto la mía”.
¿Empezaron las canciones nuevas en el peronismo de la provincia de Buenos Aires? ¿Kicillof tiene alguna capacidad de convertir el triunfo de este domingo en algún proyecto de liderazgo nacional, o es demasiado rígido, demasiado dogmático? Es la misma pregunta que uno se haría respecto de Milei: ¿qué plasticidad tiene frente a una escena desafiante y novedosa? Todo esto es importante porque reorganizaría el mapa peronista.
Alguien debe estar sufriendo tremendamente: se llama Sergio Massa. Ya vio pasar por al lado a Alberto Fernández, que le ganó la candidatura presidencial. Después lo vio a Milei, que también lo pasó con el auto. Desde este domingo empieza a mirar que Kicillof le gana al él, que es el más vivo de todos, el más profesional de todos. Pero es una anécdota. Lo que importa es que si en el horizonte se empieza a dibujar Kicillof -que, hasta nuevo aviso, es más populista que Cristina-, si eso es lo que viene, ese futuro modifica el presente.
Volvemos a hablar de expectativas. El gobierno de Alfonsín, que ya venía complicado, se terminó de dañar cuando lo que venían eran las patillas de Menem. Entonces, los agentes económicos apuestan rápido en contra del que está porque tienen miedo del que viene. Para el final de Macri fue fatal que las internas de agosto del 19 las ganara Alberto con Cristina al lado. Ahora Milei tiene que lidiar con un nuevo problema: hay gente que piensa así: “Ojo que puede venir Kicillof. hasta nuevo aviso no apuesto, quiero ver que aquello no se produzca’.
Paul Valéry, en 1937, en un libro titulado Mirada sobre el mundo, instituyó una frase que popularizó entre nosotros Julio María Sanguinetti, el expresidente del Uruguay, y también la adoptó como propia Felipe González, el expresidente del gobierno español. Valéry, con el eco de Sanguinetti y de González, dijo: “El futuro ya no es lo que era”. A partir de los resultados de este domingo, octubre, con todo lo que se juega en octubre, ya no es lo que era.