Por Juan José de Guzmán.-

Coincido con el Sr. D’Onofrio, a quien no le gustó para nada la estatua realizada como tributo al ex técnico del club que él presidió. La estatua de Gallardo es ordinaria, hasta agregaría que “vulgar y grosera”.

La artista que la realizó no debió haber hecho la concesión de aceptar una sugerencia sobre la desmesura que significó esa entrepierna.

Coincido también en parte, con la opinión de un lector del diario Clarín, que opinó sobre el descenso de River y acotó (a modo de consejo) que “del ridículo no se vuelve”.

Del ridículo no, pero del descenso sí, y del Bernabeu, con la Copa también.

Esas son las cosas imperecederas, no la vulgaridad de una bragueta inflada.

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