Por Hernán Andrés Kruse.-

El “criptogate” sacudió con extrema dureza al gobierno nacional. Luego de que el escándalo tomara estado público en la noche del viernes 14, el presidente de la nación quedó en estado de shock, como si hubiera recibido un directo de derecha de Carlos Monzón. Para la oposición fue un regalo de Navidad, total y absolutamente inesperado. Porque el tiro que recibió el presidente en uno de sus pies no se lo propinó Cristina o Nicolás del Caño, sino él mismo. No hizo otra cosa, en suma, que darle de comer a las fieras.

El sábado 15 Cristina salió con los tapones de punta. Utilizó las redes sociales para publicar el siguiente texto (fuente: Página/12, 15/2/025): “Esta vez el Che Milei no va porque, la verdad, nunca en la historia se vio algo semejante. De Hayek pasaste a Ponzi y te fuiste al pasto mal. Desde tu cuenta oficial de X promocionaste una criptomoneda privada, creada vaya a saber por quién. Inflaste su valor aprovechándote de tu investidura presidencial. Miles confiaron en vos, compraron caro y en cuestión de horas perdieron millones mientras unos pocos (me juego la cabeza que todos libertarios) hicieron fortunas con información privilegiada. Milei… ¡Vos mismo operaste como el gancho de una estafa digital¡ ¡Y, para colmo, después decís que no estabas interiorizado¡ ¿No era que sos “el mejor presidente de la historia”? ¿No era que sos “el genio de la economía”? De autoproclamado “líder global” a crypto estafador. ¡Mirá a donde nos trajiste con tu locura! Convertiste a la Argentina en un casino donde el crupier es el mismísimo Presidente. Esa es tu libertad de mercado… la del casino. Se te cayó la careta. Y pensar que desde el Sillón de Rivadavia tratás de “inútiles”, “incompetentes” y “mandriles” a todos los que no se alinean con lo que decís, cuando en realidad, el que es verdaderamente incompetente para ocupar ese sillón sos vos”.

El presidente aprovechó la entrevista con Jonatan Viale para responder el ataque en duros términos. “Que me lo diga la dos veces condenada, que me lo diga la de la causa Hotesur, la de la causa Vialidad…”. Cristina es “alguien que nunca en su vida ejerció (en el ámbito privado), fue política y tiene una fortuna enorme”. “¿Porqué no explica cómo es que la hija tenía 5 palos verdes en una caja fuerte en el Banco Galicia?” “Que venga esa estafadora, esa verdaderamente chorra, dos veces condenada, a cuestionarme a mí…”. “No hay mayor estafa que el kirchnerismo” (fuente: Infobae 18/2/025).

Lejos estuvo de sorprenderme el ataque de Cristina y el contraataque de Milei. La ex presidente aprovechó el “desliz” del primer mandatario para descerrajar munición gruesa sobre su humanidad. Y Milei recogió el guante y le respondió con su “dulzura” habitual. A lo largo de nuestra historia se han registrado innumerables encontronazos de figuras políticas del máximo nivel, plagados de injurias y golpes bajos. Sin embargo, en el “intercambio epistolar” entre Milei y Cristina hay un aspecto que no dejó de llamarme la atención: su bajo nivel intelectual. Confieso que al leer lo que ambos se dijeron no pude evitar rememorar la histórica polémica (Cartas Quillotanas) entre Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi sobre la manera de organizar el país luego de la defenestración del régimen rosista en 1852. Semejante diferencia no hace más que poner en evidencia la feroz decadencia que venimos sufriendo desde aquella época hasta nuestros días.

A continuación paso a transcribir algunos párrafos de la primera carta de Sarmiento y la respuesta de Alberdi. Saque el lector sus propias conclusiones.

Escribió Sarmiento:

“Mi querido Alberdi: Conságrole a usted estas páginas, en que hallará detallado lo que en abstracto le dije a mi llegada de Río de Janeiro, en tres días de conferencias, cuyo resultado fue quedar usted de acuerdo conmigo en la conveniencia de no mezclarnos en este período de transición pasajera, en que el caudillaje iba a agotarse en esfuerzos inútiles por prolongar un orden de cosas de hoy más imposible en la República Argentina. Esta convicción se la he repetido en veinte cartas, por lo menos, rogándole, por el interés de la patria y el suyo propio que no se precipitase, aconsejándole atenerse al bello rol que “sus Bases” le daban en la regeneración argentina (…).

Como se lo dije a usted en una carta, así comprendo la democracia: ilustrar la opinión y no dejarla extraviarse por ignorar la verdad y no saber medir las consecuencias de sus desaciertos; usted, que tanto habla de política “práctica” para justificar enormidades que repugnan al buen sentido, escuche primero la narración de los hechos “prácticos”, y después de leídas estas páginas llámeme detractor y lo que guste. Su contenido, el tiempo y los sucesos probarán la justicia del cargo o la sinceridad de mis aserciones “motivadas”. ¡Ojalá que usted pueda darle este epíteto a “las suyas”! Con estos antecedentes, mi querido Alberdi, usted me dispensará que no descienda a la polémica que bajo el trasparente anónimo del “Diario” me suscita. No puedo seguirlo en los extravíos de una lógica de posición “semi oficial”, y que no se apoya en los hechos por no conocerlos.

No es usted el primer escritor invencible en esas alturas, y sin querer establecer comparaciones de talento y de moralidad política, que no existen, Emilio Girardin, en la prensa de París, logró probar victoriosamente que el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas era un cuento inventado por los especuladores de la Bolsa, y la Europa entera estuvo por un mes en esta persuasión, que la embajada de Montevideo apenas pudo desmentir ante los tribunales. Mi ánimo, pues, no es persuadirlo ni combatirlo; usted desempeña una misión, y no han de ser argumentos los que le hagan desistir de ella. El público argentino, allá y no aquí, los que sufren y no usted, decidirán de la justicia (…).

Es esta la tercera vez que estamos en desacuerdo de opiniones, Alberdi. Una vez disentimos sobre el “Congreso Americano”, que en despecho de sus lúcidas frases, le salió una solemne patarata. Otra sobre lo que era “honesto y permitido” en un extranjero en América, y “sus Bases” le han servido de respuesta. Hoy, sobre el Pacto y Urquiza, y como el tiempo no se para donde lo deseamos, Urquiza y su pacto serán refutados, lo espero, por su propia nulidad: y al día siguiente quedaremos usted y yo tan amigos como cuando el “Congreso Americano”, y lo que era “honesto” para un extranjero. Para entonces, y desde ahora, me suscribo su amigo (Quillota, enero de 1853).

Escribió Alberdi:

“Quiero hablar de la prensa, de su nuevo rol, de los nuevos deberes que le impone la época nueva que se abre para nuestro país desde la caída de Rosas, a propósito de usted y de sus recientes escritos (…).

Hablar de la prensa es hablar de la política, del gobierno, de la vida misma de la República Argentina, pues la prensa es su expresión, su agente, su órgano. Si la prensa es un poder público, la causa de la libertad se interesa en que ese poder sea contrapesado por sí mismo. Toda dictadura, todo despotismo, aunque sea el de la prensa, son aciagos a la prosperidad de la República. Importa saber qué pedía antes la política a la prensa, y qué le pide hoy desde la caída de Rosas. Desconocer que ha empezado una época enteramente nueva para la República Argentina, después y con motivo de la caída de Rosas, es desconocer lo que ha sido ese hombre, confundir las cosas más opuestas y dar prueba de un escepticismo sin altura. Sin dictadura omnímoda, sin mazorca; representado el país por un congreso que se ocupa de dar una constitución a la República; cambiados casi todos los gobiernos locales en un sentido ventajoso para su libertad; abiertos los ríos interiores al libre tráfico de la Europa, que Rosas detestó; abolidos los lemas de muerte; devueltos los bienes secuestrados por motivos políticos; en paz la República con todo el mundo, ¿se ocuparía hoy la prensa de lo mismo que se ocupó durante los últimos quince años? No, ciertamente: eso sería ir contra el país y contra el interés nuevo y actual del país (…).

Por más de diez años la política argentina ha pedido a la prensa una sola cosa: guerra al tirano Rosas. Eso pidió al soldado, al publicista, al escritor; porque eso constituía el bien supremo de la República Argentina por entonces. Esa exigencia de guerra ha sido servida por muchos; usted es uno de ellos, no el único. Una generación entera de hombres jóvenes se ha consumido en esa lucha. Por diez años usted ha sido un soldado de la prensa; un escritor de guerra, de combate. En sus manos la pluma fue una espada, no una antorcha. La luz de su pluma era la luz del acero que brilla desnudo en la batalla. Las doctrinas eran armas, instrumentos, medios de combate, no fines (…).

Desgraciadamente, la tiranía que hizo necesaria una prensa de guerra ha durado tanto que ha tenido tiempo de formar una educación entera en sus sostenedores y en sus enemigos. Los que han peleado por diez y quince años han acabado por no saber hacer otra cosa que pelear. Por fin ha concluido la guerra por la caída del tirano Rosas, y la política ha dejado de pedir a la prensa una polémica que ya no tiene objeto. Hoy le pide la paz, la constitución, la verdad práctica de lo que antes era una esperanza. Eso pide al publicista, al ciudadano, al escritor. ¿Le dan ustedes eso? ¿Sus escritos modernos responden a esa exigencia? ¿Representan ustedes los nuevos intereses de la República Argentina en sus publicaciones posteriores al 3 de febrero? (…).

Ocupados largos años en destruir, es menester aprender a edificar. Destruir es fácil, no requiere estudio; todo el mundo sabe destruir en política como en arquitectura. Edificar es obra de arte, que requiere aprendizaje. En política, en legislación, en administración no se puede edificar sin poseer estas ciencias (porque estas cosas son ciencias), y estas ciencias no se aprenden escribiendo periódicos, ni son infusas. La nueva posición del obrero de la prensa es penosa y difícil como en todo aprendizaje, como en todo camino nuevo y desconocido. En la paz, en la era de organización en que entra el país, se trata ya no de persona, sino de instituciones: se trata de Constitución, de leyes orgánicas, de reglamentos de administración política y económica; de código civil, de código de comercio, de código penal, de derecho marítimo, de derecho administrativo. La prensa de combate, que no ha estudiado ni necesitado estudiar estas cosas en tiempos de tiranía, se presenta enana delante de estos deberes (…).

Toda postergación de la Constitución es un crimen de lesa patria; una traición a la República. Con “caudillos”, con “unitarios”, con federales, y con cuanto contiene y forma la desgraciada República, se debe proceder a su organización, sin excluir ni aun a los malos porque también forman parte de la familia. Si establecéis la exclusión de ellos, la establecéis para todos, incluso para vosotros. Toda exclusión es división y anarquía. ¿Diréis que con los malos es imposible tener libertad perfecta? Pues sabed que no hay otro remedio que tenerla imperfecta y en la medida que es posible al país, tal cual es y no tal cual no es. Si porque es incapaz de orden constitucional una parte de nuestro país, queremos anonadarla, mañana diréis que es mejor anonadarla toda y traer en su lugar poblaciones de fuera, acostumbradas a vivir en orden y libertad (…).

(*) Fuente: Juan Bautista Alberdi: Cartas Quillotanas, Buenos Aires, Ediciones Estrada, 1957.

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