Por Luis Alejandro Rizzi.-
Los primeros serían valores culturales muy conservadores (sic) y superados; los segundos serían sus opuestos progresistas, modernos y diría obligatorios.
Puestos en términos de “dilema”, o falso dilema, es difícil convertirlos en materia de diálogo o debate, porque el progresismo suprime o niega uno de los opuestos y sólo nos queda una sola opción; la otra implica una suerte de destierro, por lo menos cultural y quizás político.
Viene a cuento porque se banaliza la dimensión religiosa de las personas y agradecer a Dios se convierte cuando menos en una falta de respeto y no así lo contrario, negarlo, que sería meritorio.
Desde mi agnosticismo, creo que no hay argumentos ni para confirmar la existencia de Dios, pero tampoco para negarlo y mucho menos para agraviar a quienes creen.
Pienso que ni el “conservadorismo” o si se prefiere, en lenguaje antiguo, la “derecha”, ni el progresismo o izquierdismo se pueden suprimir o descalificar, porque las “creencias” son actos privados y cuando se pretende absolutizarlas, lesionamos, cuando menos, el ejercicio de la “libertad”.
Podría decir que uno podría “creer bien” o “creer mal”; en ese punto juegan la “persuasión y el diálogo” y es muy posible que cada uno no acepte o no pueda ser “persuadido”.
Pero lo último y no menos importante, no hay “juez terrenal” que pueda juzgar o diferenciar a quien cree bien del que cree mal.
Por cierto, hay un límite; es cuando se pretende resolver ese disenso de modo agonal, es decir agresivo o por medios ajenos a la razón. No hay azote legítimo para castigar lo que consideremos “mala creencia”.
Sin embargo, vemos en la vida diaria y en especial en este momento argentino, que contra el que se considera que “cree mal” o piensa mal, lo debemos excluir, como le respondió Santilli, en una incalificable muestra de la sordidez propia de toda obsecuencia, al funcionario de la provincia de Buenos Aires que le solicitó una entrevista. “Tomo nota”, le dijo.
¿Quién carajo sos? le hubiera respondido.
El peligro de esta época que nos toca vivir es el de la exclusión.
En esta Argentina fragmentada, sólo se intenta componer los fragmentos de modo selectivo, unos cuantos se desechan, de donde el todo siempre nos quedará manco o deforme.
Es el mal de la “hegemonía”, quizás sólo De la Rúa estuvo excluido de esa enfermedad, pero incluso Raul Alfonsín pensó en el “movimiento histórico hegemónico”, Carlos Menem, el kirchnerismo, lo sigue pensando y ahora el mileísmo.
Son formas de exclusión.
Hay, sin embargo, un segmento social que se autoexcluye; es el que directamente no vota.
No cree ni en unos ni en otros, sus temas no son Dios, la familia, el aborto el populismo ni la libertad, es exclusivamente su bronca, porque lentamente se empobrece y la palabra “privación” se repite a diario.
Es gente que vive absorbida por el presente y el pasado se convierte en un espejo nostalgioso de una supuesta y perdida abundancia.
Milei vio, no creo que entienda esa realidad, pero la sabe interpretar, y la ilusiona señalando a la “casta” como responsable de su mal momento.
En verdad LLA es el “partido de la gente” -frustrada- agregaría, como parece serlo en Chile, con su Milei propio, Franco Parisi, que se ubicó tercero con casi el 20% de votos, a sólo 7 puntos de Jeannette Jara y 4 de José Antonio Kast.
En verdad, lo que se da en llamar “derechas”, más bien parecen izquierdas, vienen a cambiar el orden vigente, expresan la “contrademocracia”.
Es el resultado de la “Rebelión de las masas”.
Es lo que hay, es lo que pasa.
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