Por Ovidio Winter.-

Muchos gobiernos tienen y han tenido, en el mundo, funcionarios y/o presidentes que han robado dineros del pueblo y han abierto cuentas en paraísos fiscales para poder disponer de ellos cuando ya no tuvieran poder.

Prueba de ello es que se les han detectado cuentas en paraísos fiscales, disfrazadas entre una maraña de sociedades con nombres de fantasía, haciendo triangulaciones con otras sociedades en otros países para no ser descubiertos, aunque finalmente terminan siéndolo (Husseim, Kadaffi, Correa, Maduro, Chávez, Sha de Persia, etc., etc.).

Todos recordamos aquella “parada técnica” entre Hanoi-Seychelles (paraíso fiscal) de aquel viaje de regreso a la Argentina (2013) para cargar combustible.

En nuestro país, entre los pedidos de nulidades, apelaciones, amparos, revisiones, quejas, reclamaciones recusaciones y el sinnúmero de razones que llevan a la detención de la acción de justicia buscando la demora en la decisión final que es la condena (siempre y cuando no se quede en alguna de esas instancias perdida en un cajón de juez olvidadizo) muy pocas veces se llega a ella, y así estamos como estamos.

Causas que no avanzan como la Ruta del dinero K (Fariña), Vialidad, Cuadernos (Centeno, fotocopias, Manzanares y el Liquid Paper en los libros societarios), están tramitando en el fuero penal y sufriendo todos esos tropiezos en cada instancia a la que llegan tras superar los obstáculos de la instancias anteriores.

A pesar de ser un país con altísimos niveles de corrupción, la Argentina se ha caracterizado, desde siempre, por la cantidad de personajes brillantes cuyos nombres recorrieron el mundo en tapas de diarios, varios obtuvieron títulos ecuménicos como lo son aquellos que ganaron premios Nobel, o escritores reconocidos como Sábato, Borges, Cortázar y muchos más. U otros como Fangio, De Vicenzo, Maradona, Messi, Monzón, la Scaloneta, Favaloro o la rutilante aparición en el mundo del ajedrez del pequeño genio Faustino Oro, y tantos otros que podría consumir todo el espacio de mi carta.

Pero lo trágico es que en ese mismo país, ya devastado, se robaron, blanquearon y fugaron cuantiosos dineros que pertenecían al Estado utilizando una especie de “línea de montaje del robo”, tanto que, tras la muerte de su inventor seguía funcionando de manera aceitada y automática (licitaciones con sobreprecios excesivos adjudicadas a empresas que devolvían en bolsos cargados de dólares) ese “podríamos llamarlo AFANODUCTO” y sólo cuando alguien alertó a la viuda que un ex socio estaba depositando grandes sumas en bancos extranjeros provocó que ésta lo llamara y le reclamara, con cara de pocos amigos, en una reunión a solas, “dónde está la mía”.

Por ello, cuando escucho o leo a ciertos personajes (algunos integraron esa maquinaria perfecta de exacción al Estado (casi todos libres) o a quienes, integrantes de costosísimos bufets que los defienden proclamar su inocencia amparándose en la palabra “Lawfare” con caras de “yo no fui”, siento una profunda indignación (y algo de frustración) porque en nuestro decadente país se ha robado muchas veces, como ocurre en muchas otras partes pero aquí, las investigaciones no avanzan o lo hacen a paso de hormiga, buscando la prescripción por el paso del tiempo.

“Señores jueces, éste es el momento. Es corrupción o justicia. Y ustedes tienen la decisión”, dijo el Fiscal Luciani en el final de su histórico alegato, en 2022.

No más palabras… queremos hechos, exigimos condenas.

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