Por Hernán Andrés Kruse.-

Luego de que el presidente echara a la canciller Mondino por su voto en contra del embargo de Estados Unidos a Cuba, el gobierno dio a conocer un documento que sonó como advertencia: “La República Argentina defenderá los mencionados principios (de la democracia liberal) en todos los foros internacionales en los que participa y el Poder Ejecutivo iniciará una auditoría del personal de carrera de la Cancillería, con el objetivo de identificar impulsores de agendas enemigas de la libertad” (fuente: Infobae, 30/10/024).

Ello significa que de aquí en adelante dicho personal se verá expuesto a una feroz persecución ideológica, propia de todo régimen autocrático, a los que Milei dice aborrecer. La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿de qué parámetros se valdrá Milei y su flamante ministro de relaciones exteriores, Gerardo Whertein, para determinar si los funcionarios de carrera son enemigos de la libertad? Es probable que el parámetro sea el siguiente: el alineamiento incondicional con el anarcocapitalismo, con esa ideología que considera que quienes piensan diferente son “unos zurdos de mierda”. En consecuencia, en esta categoría entran los zurdos propiamente dichos (en el supuesto de que haya zurdos en la Cancillería), los socialdemócratas, los desarrollistas, los liberales moderados, etc. Todos serán barridos de un plumazo, sin misericordia, sin piedad.

Semejante demostración de autoritarismo no hace más que recordar al tristemente célebre senador republicano Joseph McCarthy quien, entre 1950 y 1956, ejecutó un plan sistemático de amedrentamiento y coacción física y psicológica contra “subversivos” e “infiltrados”, basado en acusaciones infundadas, denuncias, interrogatorios y listas negras. Buceando en Google me encontré con un ensayo de Juan Alberto Domingo Bozza titulado “Navegar en la tormenta: El anticomunismo en la historiografía de los Estados Unidos durante la Guerra Fría”-2014-Documento disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la Universidad Nacional de La Plata). Brinda una detallada descripción de la saña con la que McCarthy actuó para “proteger” al sistema universitario norteamericano de “las garras del comunismo”.

RAÍCES PROFUNDAS

“El anticomunismo no puede ser reducido al itinerario biográfico de un individuo ni a la coyuntura en la que tuvo su manifestación más espasmódica. El senador McCarthy explotó con habilidad la sensación de temor ante el avance mundial del comunismo, transmitida a la opinión pública por las elites políticas dirigentes y sus aparatos comunicacionales. Según opiniones expertas, esta creencia encontraba un humus fértil en una tradición nacional contrasubversiva absorbida por gran parte de la población americana, bien dispuesta a observar el peligro en grupos de disidentes políticos, minorías radicales, extranjeros, etc.

Durante el periodo de la Primera Guerra Mundial, organizaciones patronales y empresas periodísticas agitaron un fuerte sentimiento anti radical y anti obrero frente a las huelgas protagonizadas por sindicatos anarquistas, como los International Workers of the World (IWW). En esa coyuntura, los conflictos de clase fueron denunciados como crímenes contra la sociedad, y los activistas como agentes foráneos del comunismo o del maximalismo, como se lo denominaba a comienzos del siglo XX. La tradición reaccionaria nutrió a gran cantidad de grupos de profesionales del anticomunismo que se remontan a aquella época. Líderes de asociaciones de empresarios y hombres de negocios, jerarcas de la Iglesia católica, predicadores evangélicos fundamentalistas y otras organizaciones sobrevivieron al ocaso de McCarthy e infundieron nuevos bríos a los prejuicios y sentimientos anti izquierdistas: las Daughters of the American Revolution, la Legión Americana y la John Birch Society (JBS), entre otros.

Las prácticas anticomunistas fueron acogidas tempranamente por sectores del aparato gubernamental norteamericano. Desde su fundación en 1935, el FBI de J. Edgar Hoover, impulsó dispositivos represivos anticomunistas que incluían la vigilancia ideológica y el encarcelamiento de activistas y librepensadores. Pero el principal espacio institucional de cultivo del anticomunismo fue creado en el Senado, en 1938. Se trataba del Comité de Vigilancia de Actividades Antiamericanas, el HUAC, un ámbito inquisitorial al que debían comparecer individuos sospechados del delito de subversión. Fue impulsado por políticos republicanos conservadores, enemigos de la política social del New Deal. Contó con la colaboración de fisgones y delatores, muchos de ellos ex comunistas, transformados en profesionales del anticomunismo; sus víctimas preferidas fueron funcionarios progresistas, con simpatías de izquierda, que se desempeñaron en el gobierno de Franklin Roosevelt, en las agencias promotoras del New Deal; también activistas sindicales del Congress of Industrial Organizations y, obviamente, a los militantes del CPUSA.

En esa atmósfera de persecución se produjeron punciones coercitivas a los derechos individuales, como el Federal Employee Loyalty Program, destinado a desarraigar toda presencia de comunistas en oficinas del Gobierno Federal. La urdimbre legislativa represiva se completó con la ley Mac Carran, cuyas disposiciones eran propias de un Estado policial inquisitorial. El FBI simplificó la imagen del peligro comunista, asimilando a sus simpatizantes a “marionetas” del régimen soviético. Los matices entre militantes y compañeros de ruta desaparecieron brutalmente, la amplia gama de disidentes y críticos sociales fue equiparada a la de sujetos desleales a la Nación. En una muestra de arrogancia, Hoover solicitó al presidente Truman que, durante la guerra de Corea, suspendiera la práctica de los habeas corpus, para enviar a prisión a 12 mil disidentes de izquierda, con el fin de “proteger al país contra la traición, el espionaje y el sabotaje”.

EL MACARTISMO Y SUS VÍCTIMAS

“La ascendente estrella de McCarthy brilló en los años cincuenta. El triunfo de la revolución china en 1949, la guerra de Corea, al año siguiente, la tenencia de armas nucleares por parte de la URSS fueron acontecimientos que permitieron a la derecha americana denunciar la inminencia de la amenaza roja sobre el “mundo libre”. Si bien los Estados Unidos eran lo suficientemente poderosos para repeler cualquier ataque, McCarthy halló la excusa creíble para infundir una gran dosis de paranoia en la sociedad: los comunistas se infiltraban en diversas actividades e instituciones públicas y practicaban el espionaje a favor de los rusos. Así lo hizo saber en una de sus primeras intervenciones, en Wheeling, Virginia Occidental.

¿Por qué semejante relato conspirativo encontró acogida en sectores significativos de la opinión pública? Los argumentos que siguen pueden esclarecer la cuestión. Al enfrentarse al desafío internacional soviético, el discurso macartista fungía como un escudo protector de las tradiciones nacionales americanas, de las libertades originarias, de los sentimientos de una democracia cristiana, ahora amenazada por el credo subversivo radical, el espantajo rojo (red scare), ateo y soliviantado desde el exterior. La tesis de asimilar al macartismo a una estructura de sentimiento de larga duración fue compartida por figuras prestigiosas de la historiografía norteamericana, como el historiador progresista Richard Hofstadter. El macartismo aprovechaba, sostenía, la veta de desconfianza anti intelectualista latente en el mundo rural americano, un provincianismo receloso del cosmopolitismo y de las ideas foráneas cultivadas en el mundo urbano.

Este basamento, de índole paranoica según Hofstadter, fue receptivo de la prédica conspirativa del senador por Wisconsin. La jerga macartista, nutrida por una perspectiva macroconspirativa, acogía visos de xenofobia. Al señalar al pequeño CPUSA y a sus simpatizantes (fellows traveller) como el primer instrumento de la penetración foránea, sectores de la opinión pública vieron al peligro como una amenaza más real, que se adentraba en pliegues íntimos de la sociedad. Con la receta del complot universalista, la campaña macartista señalaba que la infiltración afectaba a todas las áreas de la vida social. Despertó ciertos niveles de credibilidad cuando algunos de los procesos judiciales, como el incoado contra el oficial del Departamento de Estado Alger Hiss, terminaron con el veredicto de “culpabilidad” del desafortunado funcionario. Además, ciertos comportamientos del CPUSA, avivaban la sospecha en segmentos despolitizados de la población, entre ellos el sectarismo, los controles y la regimentación impuesta a la producción intelectual de algunos de sus miembros, el funcionamiento clandestino, etc.

Al mismo tiempo, las crueles decisiones del estalinismo en la URSS, los campos de deportación, los juicios y fusilamientos perpetrados y los desconcertantes giros de su estrategia internacional fueron la génesis de desilusiones y disidencias internas; de expulsiones y rupturas seguidas de enconos perdurables. Estas amargas experiencias explicaron las bruscas conversiones y las derivas hacia formas feroces de anticomunismo, útiles y funcionales a la prédica de McCarthy. Esta marea de desengaños no fue una vivencia exclusiva de los ex comunistas americanos; se trató de un fenómeno internacional retratado lúcidamente por el historiador marxista polaco Isaac Deutscher en su libro sobre los herejes y renegados. La repulsa hacia el comunismo en la sociedad norteamericana se nutrió también de esta penosa experiencia sufrida por sus ex militantes y simpatizantes. ¡Con cuánta mayor atención la opinión pública acogía las diatribas y alertas contra el comunismo cuando eran pronunciadas por quienes habían padecido sus abusos y desengaños desde el interior del movimiento!

La propaganda que agitaba “el peligro rojo” florecía sobre el cuerpo receptivo de la sociedad. La reconstrucción histórica ha dado pruebas por demás persuasivas sobre la cuestión. Entre estas, a experimentos -impensables hasta para estalinistas como Beria en la URSS-, que propalaron temores truculentos sobre pequeñas aldeas, a la manera de pruebas pilotos de lo que podría significar la instalación de un gobierno comunista en Estados Unidos. La naturalidad con que los habitantes y los medios de comunicación recibieron pantomimas farsescas, como la organizado el 1º de mayo de 1950, en Mosinee (Wisconsin), indicaban la nada despreciable base de aceptación de la que gozaron las alarmas anticomunistas.

El macartismo expresó en forma espasmódica el anticomunismo latente en instituciones y líderes políticos norteamericanos y en asociaciones de la sociedad civil. En su expansión, dio lugar a comportamientos abusivos y brutales que erosionaron gravemente el respeto a los derechos individuales y a las libertades originarias protegidas por la Constitución. Bajo su influjo se marchitaron las virtudes de una sociedad que se pretendía democrática. Sus prácticas, discursos y mentores se parecían a ciertos procedimientos de la Gestapo o a la lógica de las persecuciones de la GPU en la URSS en tiempos de Stalin. Aunque la destitución de McCarthy fue recibida con cierto alivio, otras organizaciones acunaron su legado y propagaron su cosmovisión de la historia y de la sociedad desde los tempranos años sesenta”.

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