Por Héctor Sandler.-

La casi totalidad de los argentinos de hoy -dirigentes incluidos- ignoran cuán destructiva es una parte sustantiva del derecho positivo vigente: el destinado a regir la economía social y pública de nuestro país.

Sufrimos una combinación letal en la base de nuestro orden social por obra de dos regímenes legales:

a) el de propiedad privada de la tierra establecido en el Código Civil, que permite a los dueños y ocupantes no legales del suelo beneficiarse con el mayor valor que adquiere por el incremento la demanda social. (El territorio es fijo, pero la población crece a razón de 400.000 niños por año). y

b) el régimen de impuestos al trabajo y a la inversión de capital real implantado a partir de la Ley de Impuesto a los Réditos del año 1932. A igual que la célula cancerosa que devora su propio cuerpo ,el actual cáncer impositivo castiga a los habitantes con más de 90 impuestos al trabajo, la producción y el consumo.

Dos tenazas destructivas (constante aumento del precio de la tierra con más creciente aumento de los impuestos a productores y consumidores) producen, entre muchos otros derivados, esta secuela de daños sociales:

a) Hacinamiento de la población en la CABA, en los partidos del GBA y ciudades como La Plata, Rosario y Córdoba,

b) Despoblamiento en todas las provincias con concentración de su escasa población en sus sendas “capitales” en las que se reproduce el hacinamiento poblacional y el aumento del empleo público;

c) La fractura social (o “grietas”) en la sociedad. Se destacan las que existen entre los que carece de trabajo (unos 3 millones de personas) y otros que lo tienen, pero sin ingresos bastantes como para sufragar su gasto elemental (son alrededor de 12 millones de personas), y finalmente la que existe entre los que por sus mayores ingresos buscan la seguridad y el bienestar que la sociedad no ofrece en sino en los “countries”;

d) alta evasión fiscal;

e) deuda pública impagable;

f) inflación monetaria crónica;

g) carencia de un sistema monetario apto para medir valores económicos, para formar capitales y planificar la producción.

f) Y, finalmente, el peor de todos: la degradación de la conciencia social dominante. Este daño afecta a todos; desde el ciudadano común a los más ilustrados ciudadanos.

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