Por Alberto Buela.-

Hace cinco o seis días que ganó Trump las elecciones a presidente en los Estados Unidos, y no hay periodista o analista político que no deje de preguntarse: ¿y ahora qué?

Ahora nada. Primero, habrá que esperar hasta enero a que asuma, si es que no lo matan antes. Y en este sentido los gringos no andan con vueltas: muerto el perro se acabó la rabia.

Ya se pronunció abiertamente sobre lo que ellos llaman the deep State = el Estado profundo y la agenda woke = progresista.

La expresión Estado profundo es una perífrasis para no llamar a las cosas por su nombre. Está constituido por aquellos que manejan el poder real en los Estados Unidos y que están unidos por una visión de Dios, del hombre, del mundo y sus problemas.

Todo ello coincide con las manifestaciones exteriores y mediáticas de la cultura progresista o woke: globalistas, abortistas, indigenistas, izquierdistas, ocultistas, antifamilia, y cuanta viaraza aparece.

Y así como con Milei en Argentina, donde los políticos, los curas, los sindicalistas, los empresarios y, sobre todo los periodistas no saben cómo ponerse ni dónde ubicarse, de igual manera, pero con mayor resonancia, sucede con Trump.

Pero, ¿por qué sucede esto? Porque los dos personajes son directos, no andan con tapujos ni reservas de conciencia. Dicen directamente lo que piensan y desean realizar. No tienen miedo ni reparos morales.

Los dos son, abiertamente, projudíos y al mismo tiempo defensores de la familia tradicional cristiana. Los dos se jactan de su enfrentamiento al Occidente progresista y decadente posterior a la segunda guerra mundial. Los dos tienen los mismos enemigos: Rusia y China, Cuba, Venezuela y Nicaragua.

La tercera pregunta del filósofo Kant era: ¿qué nos está permitido esperar? Que en el mejor de los casos termine Trump con la guerra de Ucrania y que recupere la economía norteamericana.

Que Milei acomode la desquiciada economía argentina y venda todos los activos del Estado argentino; para eso lo puso a Eduardo Elztain, el hombre que se enriqueció con los bienes del Estado. Después, Dios dirá.

Es interesante notar que ambos son hombres sin ninguna formación filosófica; sólo tienen preceptos o mandamientos: la economía privada es superior a la pública; la propiedad privada es mejor que la propiedad cooperativa; el hombre es lo que tiene y no lo que hace; la justicia social es un robo; el mundo es un gran supermercado; Dios es un sujeto pasivo que no interviene en el curso del mundo; la supervivencia después de la muerte, un cuento de hadas: Su lema en criollo es: yo me llamo Juan Palomo, yo me lo gano y yo me lo como.

Europa está jodida, porque con Trump Norteamérica va a tomar un camino opuesto al progresista socialdemócrata que la gobierna.

Rusia, India y Malasia estarán más cómodas y China más incómoda.

Inglaterra y sus colonias, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica, se mantendrán indiferentes haciendo cuenta que no pasa nada.

El resto del mundo, nosotros incluidos, no existe política, cultural y económicamente. Creer lo contrario es una de las tantas estulticias que nos metieron en la cabeza.

Milei es un muñeco pintoresco que sólo sabe decir “carajo”. Tienen que ver, en Internet, la cara de asombro de Trump cuando pronunció esa palabra.

Seguro que los gringos, cuyo norte es el nec-otium = el no ocio = el negocio, no dejarán títere con cabeza en estas pampas del fin del mundo.

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