Por Luis Alejandro Rizzi.-

Al final, el Senado de la Nación rechazó los acuerdos para designar a Manuel García Mansilla y Ariel Lijo como Jueces de la Corte Suprema.

Los que siguieron el poroteo del quórum y de los votos, cuentan que el Dr. Lorenzetti, al pedir una rápida resolución rechazando el recurso de queja interpuesto por Cristina, no hizo más que terminar con las dudas del bloque presidido por José Mayans respecto de Ariel Lijo. La suerte de García Mansilla estuvo sellada, diría desde un principio, por eso cuesta entender el motivo que lo llevó a jurar por una designación en comisión que se sabía que debilitaba a la Corte, justo en los finales de la negociación con el FMI.

Esa asunción temporaria, floja de papeles, sumó un nuevo factor de inseguridad y pone en evidencia que el gobierno podría medir bien en las encuestas, pero está muy lejos de tener consenso político.

Ayer en la sesión se cuestionó el DNU 179 que “aprobó” una negociación futura, cuyos términos aún se desconocen oficialmente, y el bloque justicialista se encargó en destacarlo, con la obvia intención de que el FMI tome nota.

Por otra parte, no se obviaron críticas hacia esa institución.

En lo institucional, Milei recibió un duro golpe. Lo que aún no se sabe es cómo afectará a ese bien intangible que es la confianza, teniendo en cuenta que el gobierno sumó votos en contra de sus presuntos aliados.

Más de una vez he recordado a Santo Tomas, cuando decía que la “verdad en boca del impío, sigue siendo verdad”, pero también es cierto que la hipocresía es un vicio.

El bloque peronista cristinista defendió con argumentos válidos su posición negativa a los acuerdos y puso en evidencia al Dr. García Mansilla cuando por tres veces negó que asumiría en la Corte como Juez en comisión.

Ahora, así como debemos reconocer la legitimidad de sus fundamentos, no se pueden olvidar los desmanejos institucionales cuando tenían mayoría en ambas cámaras, el uso indiscriminado de los DNU y la ley 26.122 que los legitima mediante el voto favorable de una sola de las cámaras.

Todos los bloques hablaron de la necesidad del diálogo, y lo recalcó el senador Juan Carlos Pagotto en su discurso de cierre, pero lo cierto es que el gobierno rehúye el diálogo y la negociación, siendo la prueba más cabal de ello el trámite dado a los pliegos que luego serían rechazados, pese a saber de antemano que no contaban con los votos.

La hipocresía va de la mano de la política y ratificaría aquello que la define como “la lucha por el poder”.

Parece paradojal, pero la moral de la política consistiría en lograr el poder y mantenerlo, dicho de otro modo “el fin impone medios”, que sería una de las conclusiones a la que se podría llegar luego de leer El Príncipe.

En esa línea de pensamiento, “la hipocresía” -un vicio moral- sería una virtud de la política.

Pues bien, la sesión del Senado de ayer fue una lección de alto nivel de hipocresía política sin excepción partidaria alguna.

Es cierto, en política los fines imponen medios, pero medios morales, porque el fin debe ser “el bien común”.

El senador Juan Carlos Romero fue quizás el único que dijo la verdad cuando habló de la obstaculización; es el punto en que la virtud se convierte en hipocresía. Antes se había rechazado su pedido de preferencia para el tratamiento del proyecto de «Ficha limpia», con lo que dejó al descubierto la hipocresía de unidad ciudadana.

Si bien el Senado votó lo que correspondía -el rechazo de los pliegos-, también podría haber votado a favor, por lo menos el de Ariel Lijo, faltó poco.

El objetivo del rechazo estuvo más allá de la ética y la moral; sólo fue el de obstruir.

Fue una fiesta del cinismo político, el rechazo a la preferencia de «ficha limpia», desnudó a muchos.

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