Por Álvaro Vargas Llosa.-

Nadie en su sano juicio pensó nunca, a lo largo de la última y turbulenta década, que Bagdad, la capital de Irak, podría caer en manos del terrorismo islámico.

Hoy, con lo sucedido en las últimas semanas, esa es una posibilidad creciente si el gobierno iraquí de Al Abadi no logra revertir o al menos detener el avance impresionante del Estado Islámico, la organización terrorista sunita que quiere instaurar un califato de inspiración medieval.

A pesar de que Estados Unidos y una coalición internacional llevan meses atacando al Estado Islámico por aire y de que Al Abadi sucedió a Al Maliki como líder de Irak bajo presión de Washington precisamente para acabar con esta organización, ella ha logrado cosas hasta hace poco impensables. Especialmente, hace pocos días, la toma de Ramadi, la capital de la provincia de Anbar, que domina la parte occidental del país y tiene conexión con Siria. Ramadi está a sólo 70 millas de Bagdad. Además, Al Qaeda y el propio Estado Islámico (la frontera que las separa no siempre es clara) tienen bajo su poder Faluja, situada entre Ramadi y la capital iraquí.

La ofensiva del gobierno iraquí con apoyo aéreo internacional logró hace varias semanas arrebatar Tikrit al Estado Islámico pero el entusiasmo con el que eso fue celebrado resultó prematuro. Desde entonces la organización terrorista que dirige Al Baghdadi también ha avanzado mucho en Siria, donde hace poco tomó la histórica Palmira, en el corazón del país.

Para Obama, que hizo campaña electoral contra la ocupación de Irak ordenada por George W. Bush, esta es la peor noticia posible. Porque ahora tiene que decidir entre seguir delegando el grueso de la responsabilidad de combatir contra Al Baghdadi en Irak en manos del gobierno de Al Abadi o involucrar a su país mucho más a fondo, con las implicaciones que ello tiene (y las imprevisibles consecuencias: en parte puede decirse que el surgimiento y desarrollo del Estado Islámico en Irak fue una secuela de la ocupación).

Gran parte de la esperanza de Washington y los propios iraquíes estaba en replicar hoy lo que se conoció como el “Despertar de Anbar”, esa movilización de las tribus sunitas contra Al Qaeda entre 2006 y 2008 que derrotó a las huestes terroristas. Ocurre, sin embargo, que esta vez las tribus sunitas no están colaborando en el esfuerzo contra el Estado Islámico porque desconfían del gobierno chiita y sus milicias aliadas, de inspiración iraní.

Aunque las tribus sunitas no están, en su mayoría, con el Estado Islámico, que también es sunita, tampoco están con Bagdad, al que consideran otro enemigo. En parte esto es por cortesía de Al Maliki, el defenestrado gobernante iraquí que practicó el sectarismo. Ahora su sucesor, Al Abadi, que entiende muy bien lo débiles que son sus tropas, se ha apoyado en milicias chiitas a las que las tribus sunitas de Anbar consideran aun más sectarias.

Desde Washington, Obama, que tiene toda esta información minuciosamente detallada por sus servicios secretos, intenta evitar por todos los medios lo que ya le exigen los halcones republicanos, los “duros” del Pentágono y la prensa de derecha: entrar a saco en Irak.

Su única opción alternativa a esa es aumentar el bombardeo contra el Estado Islámico, dejar el esfuerzo de tierra en manos de Al Abadi y las milicias chiitas y rezar intensamente. Esto último, por cierto, implica el riesgo de que el chiismo radical proiraní, que ya jugó el papel clave en la recaptura de Tikrit, pase a ser el garante del Estado iraquí y la única defensa contra Al Baghdadi.

Terrorífico por donde se lo vea.

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