Por Carlos Tórtora.-

Pocas veces se vio en la política nacional un ejercicio de prudencia tan grande como el que están practicando el gobierno y la CGT con la reforma laboral. La Casa Rosada creería que está próxima a contar con los votos suficientes en Diputados mientras negocia en el Senado. Como no pueden cantar victoria, los hermanos Milei van paso a paso, demorando la definición del texto del proyecto de ley mientras tantean si, en el caso de flexibilizarse algo el proyecto, se rompería la unidad de la CGT.

En el marco de esta cautela es que Gerardo Martínez dio el portazo y abandonó su sillón en el Consejo de Mayo. En todo esto el gobierno también despliega un importante juego psicológico. Si la CGT rompiera lanzas y anunciara medidas de fuerza, el gobierno podría captar la adhesión de buena parte de la clase media, que es anti sindical e inclinaría entonces a su favor la balanza de la opinión pública.

La cúpula sindical sería entonces plenamente consciente de que está remando contra la corriente internacional hoy dominante de desregulación de las relaciones laborales.

En los últimos días, hubo un esfuerzo silencioso para evitar el desborde público de los sectores combativos y que no se dijera que el conflicto está escalando.

Un mosaico de intereses

Como contrapartida, del lado del gobierno los temores tampoco son menores. Milei confiaría menos que poco en la consistencia de los compromisos que están asumiendo gobernadores como Raúl Jalil, Osvaldo Jaldo y Gustavo Sáenz. Nadie olvida que en 1984 fue el voto de un senador neoperonista, el neuquino Elías Sapag, el que dio por tierra con la reforma sindical de Raúl Alfonsín, conocida como la ley Mucci.

Por otra parte, la postura ante el tema de las dos figuras mayores de la oposición, Axel Kicillof y Cristina Kirchner, sigue impregnada de incógnitas. El gobernador evita hablar de la reforma laboral, como desconfiando de un probable acuerdo gobierno-CGT. Cristina, por su parte, no se va de boca en lo más mínimo con el tema y de hecho ha reducido al mínimo su perfil público.

Para ser sincero, el conjunto de la dirigencia política del peronismo parece mirar para otro lado. Como dato anecdótico que confirma esto, días atrás la cúpula cegetista cenó con Sergio Massa. Los caudillos gremiales se quedaron con la impresión de que el tigrense es una especie de esfinge y no hace ni un gesto en ningún sentido.

Así las cosas, la reforma laboral es por ahora un juego en el que todos esconden sus cartas y no descartan sorpresas.

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