Por Luis Alejandro Rizzi.-

Vi por el canal de la Cámara de Diputados gran parte del debate, por darle un nombre piadoso, y pensé que, si Ortega hubiera estado en una de las bandejas presenciando la sesión, en algún momento se hubiera puesto de pie y les hubiera dicho: “Por favor, basta de eufemismos, vayan a las cosas…”, tal como lo escribió el 28 de diciembre de 1928.

Nos hemos quedado en el tiempo.

En los dos primeros debates, sobre la discapacidad y los incrementos para los jubilados, la mayoría de los diputados divagaron sobre responsabilidades de los gobiernos precedentes, lo que hicieron mal y lo que dejaron de hacer y algunos que presumían de “ir a las cosas” vomitaban números con puntos y comas, queriendo demostrar que sabían de qué estaban hablando y quedaba en evidencia su orfandad.

Uno habló del “derecho al acceso a la discapacidad”, llevado por su sentimiento tanguero, cuando en verdad quiso decir otra cosa, que no la supo hilvanar.

No hubo un solo diputado que hablara con conocimiento de causa, de un tema tan serio que hoy es página de la prensa por presuntos actos de corrupción que involucrarían a funcionarios del gobierno, que habría decidido la intervención del ANDIS. Por lo pronto se separó preventivamente a su director Diego Spagnuolo.

Cuando se debatió sobre el tema jubilatorio, para darle el toque de “humanidad”, se hablaba de los viejos; lo soy, como si fuéramos objeto de lástima y pena, meros deshechos humanos, con lo que se ponía de manifiesto una cínica hipocresía. Fue agraviante e irrespetuosa.

Acá aparecieron también supuestos “técnicos”, como la diputada Giudici, que sólo pusieron en evidencia su obsecuencia gratuita al servicio de una economía de excel, que sólo mostraba la furia del ignorante.

Algunos diputados hicieron pie en la falta de presupuesto, sin asumir que también les cabe alguna responsabilidad por tremenda anomalía.

Ninguno de los dos temas fue objeto de tratamiento serio y quedó en evidencia que el debate se filibusterizó al final, a eso de las 19.45, con el objeto de finiquitar “patéticas transas” de último momento.

Estos dos temas, discapacidad y jubilaciones, exigen políticas muy serias y rigurosas y deben ser ubicados en lugares prioritarios, por su propia naturaleza.

No se pueden ponderar desde un resultado fiscal ni desde un PBI que se supone estacionario. Por la sencilla razón de que un punto del PBI actual se convertiría en un porcentaje menor, con un PBI en crecimiento.

Esta perspectiva no estuvo presente en el triste debate del miércoles.

El tema previsional es grave, pero debemos terminar con la ficción de que se financia con los aportes de los trabajadores en actividad y de los empleadores. Digo esto porque ese sistema de “reparto” fue propio de una época en que ese modo de financiación era viable.

Hoy no lo es, por una razón obvia, la expectativa de vida aumenta en progresión geométrica y los recursos -aportes- en progresión aritmética.

No hay relación entre la reforma laboral y previsional, en todo caso se trata de una cuestión fiscal.

Lo primero que debe resolver la política es sobre el futuro del sistema previsional y si se trata de un servicio que debe proporcionar el estado.

Si la decisión fuera en ese sentido, se debería financiar con impuestos y las prestaciones debieran ser iguales para todos; es un principio de justicia elemental.

Lo mismo se debe pensar para la asistencia médica de las personas jubiladas. Si se decidiera que el estado también debe prestar ese servicio, también se debería financiar con impuestos.

Los aportes de los “trabajadores” y de los empleadores deben desaparecer y el financiamiento, reitero, será de acuerdo a la capacidad contributiva de cada uno.

Esa capacidad determinara el monto posible de cada prestación jubilatoria.

Es decir, dependerá de la riqueza y productividad de cada sociedad.

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