Por Luis Orea Campos.-

“UCR, levántate y anda” sería el slogan apropiado al momento aciago que vive el centenario partido de Alem, Yrigoyen y Alfonsín, perdido en una neblina ideológica creada por legisladores y dirigentes anodinos que prefieren surfear la ola libertaria mirándose el ombligo antes de buscar la manera de adaptar los principios y valores de sus próceres siempre vigentes al mundo actual.

La parálisis y el desteñido que afectan a la UCR como una verdadera institución del ámbito político no tiene explicación desde el análisis racional. Siendo una agrupación que cuenta con alrededor de 500 intendentes en todo el país –según las cuentas de los órganos de difusión partidarios– cinco gobernadores y fuerte anclaje estructural en todos los ámbitos y en todo el territorio del país, su performance en los últimos cotejos está lejos de reflejar su poderío político potencial.

Pero poner en acto ese poderío requiere en primer lugar que su dirigencia, su militancia y sus simpatizantes superen ese sentimiento de capitis deminutio que se expandió en los últimos tiempos como una mancha venenosa paralizante que llevó a divisiones internas y transfugueadas inadmisibles al grito de sálvese quien pueda del naufragio fogoneado por un personaje amateur salido de los potreros políticos a competir con jugadores profesionales sindicándolos como “la casta”.

Luego, es necesario que quienes se pongan la tarea al hombro encaren el proceso de RPC (Resucitación) desde una visión objetiva que inventaríe los recursos humanos y partidarios disponibles a fin de articularlos y no se detenga en inútiles disquisiciones sobre qué cosa o quiénes son los responsables de la evaporación del capital político del radicalismo y su práctica desaparición como factor gravitante en el orden nacional.

Ello porque hay muy poco tiempo para recuperar la vitalidad partidaria con vistas a acometer la odisea de competir con chance en 2027, tiempo que el radicalismo no puede perder mirando por el espejo retrovisor y que debe emplear tejiendo alianzas incluso con el peronismo no contaminado basadas en el interés común de terminar con los experimentos de un aprendiz de brujo y sentar de verdad las bases para un país solidario y próspero.

A aquellos dirigentes cuyo gorilismo les impide ver el cuadro completo habría que recordarles que desde el año 2001 en Corrientes una visión aperturista que condujo a la fórmula exitosa de un gobernador radical con un vice peronista en dos oportunidades sustentó no solo 24 años de gobierno radical sino la deglución irreversible del centenario poder conservador que dominó la política provincial durante varias décadas.

Y no se trata del ridículo y desacertado concepto de “tábula rasa” sino de acordar metas y parámetros comunes con todos los actores que compartan una visión de país federal cuyo desarrollo contemple integralmente la problemática de cada una de las regiones y aporte respuestas adecuadas a ellas.

Es importante por consiguiente que la dirigencia de la UCR asuma que no se trata solo de cambiar el rumbo –errático por cierto– como postulan algunos de sus cuadros sino fundamentalmente de cambiar de actitud frente al desafío y la oportunidad que presenta el acontecer político en la actualidad como se señaló en esta columna hace meses (https://www.informadorpublico.com/la-mesa-esta-servida).

Las elecciones internas de diciembre cantarán si existe en los dirigentes más pesados una seria decisión de tomar el toro por las astas para reagrupar las fuerzas del radicalismo y volver a ser un jugador gravitante en la arena política o van a continuar con los devaneos que condujo al partido a la caminata por el desierto que está atravesando espoleada por alguien que decretó desde su Olimpo particular la muerte de la idea social demócrata que nutre los principios de la biblia ideológica radical. Y de gran parte del peronismo.

Además del desafío hercúleo que supone poner de pie un partido fatigado, le espera a la dirigencia nacional como parte sustancial de su estrategia la no menos trascendental tarea de recuperar el espíritu y la funcionalidad de la institución partido político como ordenador social, en cuyo seno se debaten todas las ideas pero una vez dirimidas democráticamente lleva hacia afuera una sola voz y una sola propuesta, no como ocurre ahora que cada cual se cree el mejor pastor del rebaño y solo produce confusión y desorden.

Desde esta columna se ha insistido reiteradamente que la mayoría de los males del país proviene del destartalamiento de los partidos políticos reducidos por maquinaciones perversas y dirigentes ignorantes a una agencia de colocaciones en detrimento de su rol natural de foro de aglutinación de ideas, de vehículo para llevar al poder concepciones y programas políticos y de control de la gestión de gobierno.

En este sentido la UCR tiene una misión que cumplir –dada la diáspora peronista– y es de esperar que el sentido común vuelva a inspirar las acciones de la dirigencia política para que la oportunidad que puede abrir para los partidos tradicionales el fracaso de los experimentos de arribistas con nula preparación en materia política para enfrentar sin andadores suministrados por extranjeros los problemas del país no sea desaprovechada por la miopía política que puso a la Argentina en manos de aprendices que terminaron subordinando la gestión a las indicaciones del país del Norte.

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