Por Luis Alejandro Rizzi.-

Hacía tiempo que tenía abandonada esta saga y algunos de mis seguidores me solicitaron que la continuara y hasta me sugirieron el tema que abordaré hoy.

Esta saga nació como un título para una “miniserie” de notas, sobre un tema de la vida y se me independizó, tiene su vida.

Días pasados, también en una reunión de amigos y conocidos, nos habíamos hecho esta tan obvia pregunta: “¿Por qué nos volvimos impacientes?”. Los más viejos de este grupo de viejos, decían, “antes no era así”.

La verdad, no lo sé, más bien diría que éramos impacientes con otros modos y formas. En todo caso, era una impaciencia sana.

Un ejemplo, el correo.

Mandar una carta a un amigo, a un hijo o pariente, si moraba a más de cien kilómetros, podía demorar en su modo más simple y barato, 48 horas en llegar, y muy probablemente la respuesta la recibiríamos a las 72 horas, es decir, entre el envío y la recepción pasaban como mínimo 96 horas.

En ese lapso teníamos impaciencia y nos preguntábamos ¿habrá recibido el correo?, ¿nos habrá contestado?, ¿se habrá extraviado la carta?, o ¿le habrá pasado algo?

Cuando teníamos planeado un viaje, la fecha de partida no nos llegaba nunca y descontábamos los días faltantes, o al revés, la fecha de inicio de las clases siempre nos llegaba más rápido que las de las vacaciones.

Todo eso era y es impaciencia, que la vivíamos con otra paciencia, quizás “antes” sabíamos esperar, más que ahora.

Lo que puede ser verdad es que hoy se vive más rápido.

Eso significa que valorizamos más el tiempo; cabría preguntarse, ¿o es que no sabemos cómo ocuparlo o llenarlo y por eso caemos en la banalidad del “apuro”?

Vivimos apurados; es un modo de ocupar el espacio del tiempo; tenemos que estar haciendo “algo”, no importa qué; nos convertimos en adictos a la acción y esa adicción nos “infesta”, el medio es la tecnología, desde las tablet para niños con su interminable saga de “jueguitos”, a los celulares que paradojalmente nos aleja de la conversación y el diálogo, por el intercambio de “mensajitos”, el modo moderno de la “comunicación”.

El mensaje manía, nos consume y se da esa particularidad, de no poder dejar el celular ni en los 10 o 20 segundos que demora un viaje en ascensor.

La cuestión de fondo es el tiempo libre; “antes” teníamos contenidos, desde los encuentros de amigos, en un café o bar, las reuniones familiares mucho más frecuentes, los domingos eran días de encuentro, el almuerzo y la cena eran verdaderas ceremonias familiares. Esa forma de vida, que para la época era valiosa, hoy se convirtió en un vacío o en una excepción. La mayoría hemos perdido esos buenos hábitos del “encuentro”.

Hay una falla en los sistemas educativos; fuimos más “educados” para el “nec-otium”, que para el ocio o buen uso del tiempo.

La educación “desculturizó”, se focalizó en la especialidad y hoy, en definitiva, vivimos “impacientes”, porque estamos perdidos en la vida.

Así, perdimos el sentido de la “buena fe”, de la confianza en el otro y vivimos en modo “conflicto”, en definitiva, nos quedamos sin creencias, sin ideas, vivimos en una suerte de selva y el bien y el mal ahora dependen de la agonalidad.

Sabemos que algunos delitos se purgan con dinero y nos parece una nueva conquista del derecho…

El concepto de justicia se oligarquizó, porque sólo los ricos, los que robaron mucho, pueden pagar con parte de lo mal habido. El que robó poco, debe pagar con su libertad.

El arrepentimiento tiene precio; dejó de ser una cuestión de conciencia.

La tecnología nos “ayuda” en los efectos de la impaciencia, pero a su vez agrava la enfermedad.

Por suerte empezamos a darnos cuenta de que la “impaciencia” de “hoy” es nociva, no quiere decir que sepamos cuál es la terapéutica correcta.

Hay, para ser optimista, la idea de vivir en las afueras, con más verde y espacio natural, es un buen síntoma.

La impaciencia en sí no es buena ni mala; como todo en la vida, depende de cómo se la administre.

Un dato: a medida que avanzamos en la vida, se aprende a ser más paciente, porque un minuto es más valioso que un dólar.

Bueno, bien viene una aclaración: depende del funcionamiento del reloj humano y el tipo de cambio…, todo tiene que ver con un poco.

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