Por Luis Tonelli.-

Hacer todo al revés de lo que se ha hecho en la Argentina dado que todo lo anterior ha fracasado, para así “pegarla”, se sabe, es un error de razonamiento conocido como falacia lógica del antecedente: que no se haga lo que salió mal no significa que lo que se hace salga necesariamente bien, ya que puede salir también mal.

Pero se sabe que en política poco importan las contradicciones lógicas si ellas despiertan esperanzas: finalmente, gobernar es hacer creer, como decía Maquiavelo, y no necesariamente en el sentido de engañar al vulgo. Una sociedad es un amasijo inercial de acciones individuales que solo puede ser cambiado si se rompe con la eterna sospecha del fracaso. En sí, las promesas tienen un status “literario” ya que no son ni verdaderas ni falsas. Ellas no son la verdad que hoy no son pero pueden ser la verdad a futuro, siendo el más puro ejemplo de ese tertius orbis tan inquietante que es la in-formación (ni materia ni espíritu). Medio informe en el que vivimos gran parte de nuestras pulsares vidas actuales, ya que nos la pasamos apretando botones cuando antes nos la pasábamos agarrando cosas.

Y si algo hay que reconocerle al Presidente Macri es su promesa de cambiar el modelo económico sin pasar por la cruel experiencia del estallido de una crisis terminal. Los que aún permanecen en el bunker kirchnerista dirán cínica o estúpidamente que el problema de este gobierno consiste precisamente en querer cambiar un modelo exitoso. Pero lo cierto es que el modelo anterior, basado en su sustentabilidad externa exclusivamente en el ingreso de dólares por las commodities, simplemente (y como en otras tantas experiencias populistas) se agotó sin haberse logrado -y tampoco intentado en todos estos años de crecimiento- cambiar las bases productivas del país.

Lo mismo le está sucediendo al resto de las experiencias populistas en América Latina que, al no haber tenido la casualidad del timing que tuvo la Argentina, tuvieron reelecciones de un “modelo” que ahora les estalla en las manos a quienes no puede creérseles que pretendan cambiarlo.

Se trata de un hecho inédito en la democracia argentina: nadie antes había votado un cambio de tal magnitud, sino que simplemente que la crisis lo había así determinado de antemano. En 1989, fue la crisis la que enterró el modelo estatista y abrió la oportunidad para las reformas de mercado de Carlos Menem, quien fue votado en cambio para que diera el “salariazo”. Fue, como le gusta decir a Pablo Gerchunoff, una situación de corner: solo se podía patear en una dirección. En el 2002, nadie votó a Eduardo Duhalde para que saliera de la convertibilidad. Es más, las encuestas todavía apoyaban mayoritariamente “el uno a uno” (la gente no es estúpida, lo que sucede es que a todos nos cuesta irnos temprano de las fiestas). La “convertibilidad” estalló por sí misma, más allá de que el modo de ser de ella haya tenido el refinamiento de un oftalmólogo operando de cataratas con una motosierra, en una de las operaciones de redistribución más regresiva en la historia argentina.

La cuestión es que indudablemente la crisis autoriza al gobernante tomar medidas drásticas que en una situación normal no podría. En vez del diktum de Carl Schmitt, “Soberano es el que decide en el Estado de Excepción”, en la Argentina “el Estado de Excepción permite que el Soberano decida”. Sin embargo, las consecuencias para la sociedad de una crisis terminal han sido tremendas, especialmente para los estratos populares. Los de arriba fugan a los paraísos fiscales, los del medio invierten en ladrillos y los de abajo se quedan sin nada. Para peor, al quedar allí estacionados por décadas, aunque se les ponga luego unos pesos en el bolsillo, no pueden salir de la marginalidad.

El país, viviendo su vía crucis fue siempre gobernado vía crisis: para salir de ella o para no volver a caer en ella. Y, el ciclo político se ha manifestado fatalmente simple: el estallido de la crisis hace que la clase media baja, que es la que swinguea (políticamente hablando) entre un polo y otro, se convenza de que “solo el peronismo puede gobernar la Argentina” -dado que en ese amplio movimiento se enlistan los torvos intendentes conurbanos, patrones de la movilización, los sindicatos y los gobernadores provincianos-. El peronismo “disfruta” en el poder de la capacidad ociosa y el abaratamiento de los precios internos por la crisis y abre el grifo populista hasta que el consumo se come todos los dólares que pueden ingresar al país. Al comenzar a experimentarse la crisis, la clase media baja ahora se convence de que el “problema es que han robado todo”, y en un republican attack le pasa al cetro a la oposición “institucional”. De esta manera, si el peronismo es el “partido de la crisis”, el radicalismo ha sido, hegelianamente, el “partido de la crisis del partido de la crisis”.

Claro qué en el pasado, el radicalismo en el poder se encontró con enormes dificultades para cambiar el modelo (Alfonsín padeciendo la crisis de la deuda, pre Plan Baker; De la Rúa, enfrentándose a las rigideces de la Convertibilidad, más allá de lo que no supieron, no pudieron o no quisieron hacer). Hoy en día Cambiemos enfrenta, afortunadamente, una situación bastante distinta: el contexto para tomar decisiones no enfrenta las rigideces institucionales de otrora (aunque la situación social es explosiva) y por el otro lado, el kirchnerismo por vocación, oportunismo y currículum, no pudo hacer uso de la White House Credit Card, como sí lo puede hacer este Gobierno.

Ahora, se sabe que una cosa es que le presten al país y otra que inviertan: el Gobierno pareciera salir del sueño dogmático de que a sola firma y con mostrar la camiseta iban a llover dólares. Si fuera así, no se estaría planteando un blanqueo que siempre es traumático y suena a bala de plata. Por eso, la administración Macri está preocupada por la sub-ejecución que exhiben algunos ministerios y apunta fuerte a un Plan de Obra Pública dinamizador del trabajo y también a ponerle dinero en el bolsillo a los jubilados que, se sabe, automáticamente salen a malcriar a los nietos y lo vuelcan todo al consumo.

¡Elemental Watson!: es más difícil que las inversiones vuelen a una economía estancada para ponerla en marcha (iría contra la ley física del fly to quality) que vengan esos dinerillos para consolidar el crecimiento de una economía que empieza a dar muestras de estar rebotando luego de haber tocado fondo. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

Share