Por Justo J. Watson.-

El credo libertario tiene claras unas pocas cosas, todas espectacularmente contrapuestas a lo que en esta campaña electoral vemos proponer al justicialismo, verdadero lobo lanzado a la caza de idiotas útiles bajo una nueva piel de cordero, esta vez massista.

Porque, ya se sabe, no hay esclavo más dócil que aquel que no sabe que lo es, tal como los que integran la actual masa mendrugo-clientelar del panperonismo pobrista.

En lo impositivo, tras haber establecido que la carga tributaria impacta en forma proporcional sobre la tasa de capitalización (inversiones), el ancap (anarcocapitalismo) reivindica como norte de largo plazo el monto cero.

Siendo que dicha tasa (por teoría y experiencia empírica) es la que define el nivel de bienestar económico de una sociedad y que el libertarismo tiene como objeto dicho bienestar en cabeza de cada individuo que la compone, el objetivo de corto/mediano plazo es entonces que los empleadores se vean obligados a ofrecer salarios más altos y mejores condiciones laborales, tal como ocurre en las economías que menos se endeudan y más avanzan, caracterizadas todas por aceptables tasas de capitalización.

Un punto al que se llega (y que se sobrepasa) con políticas de imposición decrecientes, dejando entre paréntesis el más que interesante debate respecto a si debe finalmente existir un monopolio territorial de coacción tributaria (Estado) a cambio de “servicios” varios prestados a la sociedad-rehén o si hay modos más inteligentes (efectivos) y civilizados de organización social voluntaria.

En modo racional y según la visión libertaria, a menos impuestos más inversiones: en una escala imaginaria de 0 a 100, cuando la presión tributaria tienda al cero, la tasa de capitalización tenderá al cien, arrastrando oferta de empleos, salarios y bienestar general (tanto como ganancias empresarias puntuales) a la suba.

En duro contrapunto, la jerarquía izquierdista se aferra en modo emocional (por una cuestión de manejo electoralista de envidias, complejos de inferioridad y resentimientos disfrazados de ideología), a gravámenes más altos y progresivos. Que sin excepción han frenado la movilidad social ascendente promoviendo, en cambio, la descendente con tasas de capitalización, salarios, ingresos empresarios y bienestar… a la baja. Tal como se ve en nuestra Argentina 2023, devastada por el ladri-fascismo mafioso.

Durante la transición de largo plazo hacia una sociedad puramente voluntaria (contractual en serio) sin impuestos ni extorsiones, dos más dos siempre será cuatro: si alguien gana $ 100, con un impuesto del 35 % pagará $ 35. Pero si ese mismo alguien logra ganar el doble ($ 200) con una alícuota del 25 %, pagará $ 50. El 10 % no retenido por el Estado habrá pasado a incrementar la tasa de capitalización y de ese modo el fisco recaudará más ($ 50 contra $ 35 para el mismo sujeto imponible), habiendo impulsado al empresario a reinvertir para producir mejor y cambiar así de categoría; es decir, progresividad inversa con instituciones inclusivas… en lugar de extractivas.

Se trata, claro, de superar el resentimiento envidioso para hacer crecer al conjunto sin castigar mérito y esfuerzo. De asumir un nuevo paradigma cambiando penalización por motivación, desestimando eventuales desigualdades.

Un planteo que llevado en decurso natural a través del carril provisto por un destino final correcto (libertario) aunque sea de largo o muy largo plazo nos guía, conforme al postulado de la tendencia, hacia una sociedad sin siervos. Una de propietarios; de opciones, oportunidades y optimismos; poderosa en lo económico, competitiva, exenta de pobreza y por tanto de clientelismo estato-esclavista.

Nos guía hacia una comunidad voluntaria, de personas contractualmente relacionadas para todas sus necesidades. Una con escasas chances de corrupción y privilegios malhabidos, con el plus de una solidaridad inteligente (vale decir, no estatal) cuantiosa; garantizada por su propia prosperidad.

Aunque sepamos que todo lo humano es imperfecto y esté sujeto a los vicios de algunas personas de mala entraña, la ética de la libertad y su efectividad no-violenta para fabricar bienestar castigando al ruin siempre será demoledoramente superior a la del estatismo, causante de nuestro colapso ético (sobre todo) y económico (su consecuencia); absoluto responsable de nuestro modo agrietado, vejador e ineficiente de relacionarnos.

El libertarismo no es otra cosa que esa ética llevada a su conclusión práctica: si el ser humano no nació para ser forzado y la libertad es la herramienta natural de sus elecciones individualmente responsables en la búsqueda de felicidad (en acuerdo con lo que Dios quiere, por otra parte), es obviamente la estrella polar a seguir.

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