Por Luis Américo Illuminati.-

Es un mensaje artístico y, a la vez, profundamente religioso, que los dedos de Dios y Adán no se tocan en la famosísima obra de arte de Miguel Ángel en el techo de la Capilla Sixtina del palacio apostólico de la ciudad del Vaticano. En la obra, el dedo de Dios está extendido al máximo, pero el dedo de Adán está con las últimas falanges contraídas. El sentido del arte es explicar que Dios siempre está allí, pero la decisión es del hombre. Si el hombre quiere tocar a Dios necesitará estirar el dedo, pero, al no estirar el dedo, podrá pasar toda su vida sin buscarlo. «La última falange contraída del dedo de Adán representa al libre albedrío».

El cuadro de Miguel Ángel llamado «La Creación de Adán» es una alegoría perfecta del hombre en su relación con Dios. El primer hombre no nació de un repollo. Tiene un alma y tiene un destino. Moisés nos habla en el Génesis de una primera pareja humana que vivían en el Paraíso Terrenal y por haber desobedecido a Dios fueron expulsados. Dios les impuso una sola y simple condición: no comer el fruto del árbol prohibido. No resistieron y lo comieron. Más allá que se cuestione o no este episodio como real o ficticio, lo cierto es que si partimos de la idea de que somos seres «creados» es porque hay un Creador, el mismo que creó a Adán y Eva y que los puso en un lugar maravilloso donde no existía ni el dolor ni la enfermedad. El único «deber» o compromiso que tenían era no comer el fruto prohibido. Dios les concedió un don maravilloso, inestimable: el libre albedrío -la libertad-, don que usaron, pero que usaron mal. Y la consecuencia es la desarmonía. La desarmonía en el mundo reina desde aquel momento. La única condición no la cumplieron. ¿Ser o no ser? ¿Resistir a la tentación o ceder a sus reclamos? Resistir y vencer la tentación es algo que lo hace digno de Dios al hombre. El pecado es una transgresión a un mandato o, en el lenguaje jurídico, un delito penado por la ley. Depende del hombre usar bien o usar mal la libertad. La libertad sin límites no es libertad, es licencia o libertinaje. Cada hombre elige estar del lado de la armonía o de la anarquía. Dios es la pura armonía. Dios oye al hombre que lo busca y le pide su ayuda. Pero hay otros hombres que no lo necesitan a Dios pues se bastan a sí mismos, no les importa Dios, sea porque perdieron la fe o porque nunca la tuvieron; son hombres que tienen su propia religión: la militancia, la lealtad a la doctrina del partido y a sus profetas, maestros de la anomia, amantes de la anarquía, militantes alucinados de la «Patria Piquetera», devotos de un populismo putrefacto que corta calles y pisotea los derechos ajenos. Si una caterva de energúmenos que dicen públicamente: «Quiero que le vaya mal a Milei» o «El que votó a Milei es una mala persona», es evidente que de estos individuos no se puede esperar nada bueno; son sujetos con personalidades psicopáticas, individuos peligrosos, lo mismo que muchos dirigentes gremiales; me refiero a los despreciables agitadores de las masas a las que arrean como si fuera ganado para ocupar la Avenida 9 de Julio, usados como ariete para engrosar manifestaciones que provoquen incidentes y choquen con la policía. ¿Cómo se puede pensar sin equivocarse que esta categoría humana de tan baja ralea admita y crea en un Ser Superior, un Ser Infinito cuya ley universal es el respeto y el amor al prójimo? Para estos individuos deshumanizados «Dios ha muerto». Para ellos no existe ninguna Providencia Divina que les exija algún deber que no sea la satisfacción de sus pasiones en lugar de la abnegación y el sacrificio. Metafóricamente hablando, el dedo de Dios y el del hombre se tocan cuando éste se arrepiente y apela a la Misericordia y Justicia Divina. Teológicamente decir «el dedo de Dios» es una metonimia o metáfora para indicar un castigo ejemplar a un individuo o a un pueblo que se ha depravado.

A estos hombres habría que decirles, si lo tomaran no como una prédica frailuna o como Mester de Moralina sino como sano consejo: ¿No te parece, hermano, que es hora de que aprendas y le enseñes a tu hijo que «no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de boca del Señor»? Así le contestó Jesús al Diablo en el desierto cuando lo tentaba en su ayuno a que convirtiera las piedras en panes para alimentarse, dado que Jesús lo podía hacer porque tenía poderes divinos -tal como lo demostró con la multiplicación de los panes y peces para alimentar toda una multitud después de dar el Sermón de la Montaña- pero nunca utilizó esos poderes en beneficio propio. ¿No es eso una prueba maravillosa de Jesús al sentir hambre y sed como cualquier mortal y pasar por todos los avatares del hombre, incluida la muerte?

Factores de la decadencia argentina

Causa una gran desazón comprobar cómo la Argentina, de ser una gran nación, con su rica y vigorosa tradición y templado espíritu, su antiguo genio y carácter forjado por nuestros grandes próceres como San Martín, Belgrano y Güemes, ha pasado por un eclipse tan triste y sombrío, similar al que cubrió a España durante el reinado de Carlos II, último y decrépito vástago de los Habsburgo o casa de Austria. Todas las vergüenzas de la miseria y de la corrupción parecen haberse dado cita para condensarse sobre la difusa cabeza de Alberto Fernández, de la mano de Cristina -la Gorgona argenta o Gran Madre K- sobre quienes diríase que la providencia hubiera querido pesar el castigo que merecían las tropelías, abusos, torpezas e hipocresía de los fautores de una desgraciada idiosincrasia que comenzó hace 78 años, fanáticos que ejercieron el poder de una manera despótica al socaire de la democracia, profesando una especie de falsa religión que ha convertido a una parte del pueblo en una masa ciega, amorfa, insensible, un leviatán partidario, un gólem populista y piquetero. Una errática marcha liderada por una pervertida mujer que con sus acólitos y corifeos filomontoneros -Madres de Plaza de Mayo y colectivo femenino de pañuelos verdes- ha arrasado con la moral pública, la ética y tergiversado la Historia y todos los fueros de la verdad y dilapidado los fondos públicos hasta la náusea.

Queremos que Argentina, como Lázaro, se levante y camine.

Los que creemos en Dios le pedimos al Señor que expulse a latigazos a los viles mercaderes del templo que hace 20 años corrompen, denigran y amenazan despedazar la Patria. Si hacemos reparación y desagravio a su corazón desgarrado, seguramente no desoirá nuestro pedido. Que el dedo de Dios haga Justicia.

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