Por Italo Pallotti.-

A nadie, en su sano juicio, se le ocurriría ponerle a un hijo que está intentando dar los primeros pasos mil obstáculos para que el intento por liberarse de la dependencia de un tercero, o simplemente del andador, se vea frustrada. El mismo ejemplo, aunque el expuesto sea rudimentario y simple, cabe para la dirigencia del sindicalismo argentino (CGT, para ser claro). La supuesta causa noble, que alguna vez, con las objeciones que para el caso existen, dejara el peronismo/justicialismo en nombre de su creador, ha fenecido. Sus sucesores, por décadas, algunos enquistados en un poder omnímodo, decadente y carente de representaciones auténticas, han ido sembrando una semilla de egoístas y mediocres comportamientos. Encaramados en la mentira y el embuste, ante la complacencia obligada de pobres y menesterosos, tiraron por la borde apotegmas de Perón, para caer en: “cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca”. Esos supuestos peronistas (camarilla), con mandatos de décadas, muchísimos de ellos, fueron tergiversando los principios iniciáticos para transformarse en verdaderos caudillos; diplomados en lemas y relatos que se fueron acomodando a los tiempos políticos que más sirvieran a sus intereses personal y de grupos (gremios), antes que al bienestar de sus sufridos afiliados.

Hoy esa clase dirigente, poblada de hombres (en mayoría) aferrados a un poder, casi sin límites, han transformado esas especies de “sociedades secretas” en un reservorio de poder absoluto; en una cuna de escollos peligrosos, que en nada benefician a quienes dicen defender. Aquel viejo principio de proponer “la unión nacional, antes que la lucha”, fue revertida de una manera feroz para encontrarnos al día de hoy en las antípodas de tal aseveración. Se decía, además, en la génesis del movimiento obrero que “traía una nueva filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y humanista”. Poco o nada se aprecia de semejante afirmación y postulado. Una dirigencia colmada de miembros que hicieron de la mala praxis en las conducciones de sus entidades una severa práctica de acciones corruptibles; tal como lo demuestran las múltiples denuncias por prácticas reñidas con la legalidad y, además, referenciados en un aluvión de denuncias. Demás está decir que no estuvieron solos en esta cuestión. La complacencia de un empresariado prebendario y de una clase política, no exenta de actos de corrupción, sirvieron para concluir en un coctel explosivo que fue distorsionando de modo casi quirúrgico, el poder que cada uno debía exponer en beneficio de los afiliados. Más aún, éstos, fueron, son y, ojalá no, serán utilizados para encolumnarlos en una masa variopinta de adherentes, piqueteros, fanáticos y referentes de movimientos que en nada benefician a quienes, con sus aportes, “colaboran” para sostener sus arraigados privilegios de “casta”. Como bien los define hoy la ciudadanía en su conjunto; salvo aquellos qué, aunque sea por fanatismo o dádivas, se prenden en la defensa de espurios intereses.

Ante tal escenario, ya ni siquiera se respetan los mandatos populares. La metáfora del principio viene al caso por las trabas que se le ponen al nuevo gobierno. Manifestaciones, paros, expresiones de golpismo, insultos y agravios de los más feroces aúllan en un bosque endiablado e intrincado por sostener la herencia de un régimen qué salido de cauce en la racionalidad política, no acepta que perdió. Que sus privilegios escandalosos se diluyen y su poder se oscurece en una encerrona que un día deberá ponerlos en la picota de la Justicia que por momentos parece despertar, muy de a poco, de un letargo que insinuaba ser eterno. El creer que esto será posible sólo alienta, mediante sacrificios extremos, a una sociedad al límite de bajar los brazos ante tanta humillación y desprecio.

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