Por Máximo Luppino.-

En este universo fenoménico de claros y oscuros, todo es muy fugaz. Desde la alegría pronunciada hasta el dolor más profundo, lo único permanente es la transitoriedad. Esto bien se aprecia en el “mundo de las noticias”. No llegamos a procesar una crónica que sobre el pucho nos llega otro informe, nos comunican de otros acontecimientos ocurridos en otras latitudes. En esta superabundancia de información, corremos el riesgo de olvidar el valor de lo que significa la pérdida de la vida de un semejante. No tenemos tiempo para desarrollar empatía alguna. El aturdimiento de noticias nos deja sordos y con el corazón demasiado ausente ante tanto dolor.

La metralla informativa no se detiene y en ese hemisferio quedamos todos heridos por la falta de profundidad y perspectiva que sólo nos la puede brindar la reflexión adecuada sobre lo que nos informan.

Olvidamos tan rápido la pérdida de una vida humana que no dimensionamos el dolor que esto significa. Todo suena muy igual. El aturdimiento por la vorágine de datos nos deja un sabor amargo hacia nosotros mismos.

Debemos honrar la vida de los servidores públicos con el esfuerzo sostenido de siempre recordarlos.

Maribel Zalazar encontró la muerte en la estación de subterráneos de la línea C intentando calmar una discusión entre un trabajador de subte y el que sería segundos después su asesino. Oscar Gustavo Valdez le quitó el arma reglamentaria a Zalazar mientras ella trataba de ayudarlo, efectuando 4 disparos con la pistola reglamentaria en cuestión. Dos de esos disparos fueron a impactar en el cuello y tórax de la servidora pública. Quien fallecería, minutos más tarde, en el quirófano del hospital Churruca.

Pero no estamos recordando a Maribel la policía solamente. Evocamos a la mamá de dos hijos; una joven adolescente y un niño de 5 años de edad. Entonces, el dolor trepa en intensidad y el sufrimiento se hace carne en nosotros.

Le enseñaron el lema: “Proteger y servir”. Maribel Zalazar cumplió con esa sagrada sentencia. Un desquiciado la mató sin miramientos, sin tapujos, sin respeto a la vida.

Nos quedan muchas preguntas ¿Por qué actuó sola? ¿No contaba con un compañero de acción que la ayudara a cumplir su función, tal cual lo indica el protocolo vigente? En la ciudad más rica del país parece que faltó el recurso solidario de sus superiores. En una urbe muy poblada, en una zona demasiado álgida por un vertiginoso tránsito de personas, Maribel se encontró sola ante un hecho violento.

Zalazar se marchó. Familia, hijos, amigos, compañeros de trabajo, sólo leyeron un Twitter de condolencias del jefe de la Ciudad. Maribel entregó su vida a los 35 años de edad en manos de un desequilibrado homicida, en “la ciudad más segura” según Larreta.

Nuestro homenaje consta de no olvidarla, de recordar su sacrificio, de evocar su esfuerzo para cumplir con su misión.

Dios bendiga a Maribel Zalazar, una mujer policía que falleció en la línea del deber, cumpliendo su obligación de cuidar al prójimo y establecer orden en el espacio público.

Los individuos elegimos nuestro destino con nuestros pensamientos. Seremos mañana según pensemos hoy. Eduquemos nuestros corazones para saber sentir empatía y agradecimiento por los que brindan su existencia en servicio de una comunidad.

¡No olvidemos tan fácilmente a aquellos hombres y mujeres que brindan generosamente su vida para que podamos vivir en sociedad!

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