Por Julián Licastro.-

Encrucijada cultural y salida del laberinto

Nuestra nación se encuentra en una encrucijada que, por la compleja relación entre muchos factores, condensa una crisis cultural, no aislada, en un mundo agónico de todos los principios y valores conocidos. Esa axiología no ha sido sustituida ni actualizada para un orden más humano, reparando la brecha entre evolución técnica e involución social causada por una mística inversa. Una anti-ética que endiosa el poder del dinero a expensas del olvido del “ser” en los extremos crecientes de opulencia y miseria.

Hace falta el auxilio de una actitud filosófica, no teórica ni académica, para aunar percepciones, intuiciones y sentimientos en busca del sentido profundo de la vida, y su significado práctico en los hechos cotidianos. Hechos que nos duelen y preocupan cuando vemos agravarse la tentación individual y grupal de “salvarse”, bajo formas facciosas o corporativas. Una patología que disuelve el pacto constitutivo de la sociedad y fractura la comunidad de pertenencia territorial y lazos solidarios.

Por esta razón, repensar nuestros problemas principales es una obra común exenta de egocentrismo, requiriendo ámbitos flexibles a la libertad, la diversidad y la expresividad. Claves para aprovechar el talento neutralizado por la arrogancia y el resentimiento, la prepotencia y el traslado de culpas, y las antinomias de un desencuentro constante. Las luchas del pasado no pueden olvidarse porque son parte inseparable de la historia, pero deben superarse en sus prejuicios y rencores para acceder al porvenir. La condición humana tiene este privilegio de poder transformarse para alcanzar un nivel superior de la cultura propia.

Hay que salir por arriba del laberinto ciclotímico que nos aqueja y de una marcha en círculo como defecto impuesto desde antiguo por antagonismos ancestrales. Y que al saturarse ahora en el presente por la acumulación de conflictos irresueltos por desidia, afecta la conciencia de nuestra identidad y amaga instalar un futuro absurdo. Tal como lo vemos en países de configuración inestable y regionalismos secesionistas.

El destino es tendencia, no determinismo

El divisionismo arrebatado y destructor, o la “unidad” impuesta por la brutalidad no es unión sino dominio y termina en opresión y la resistencia consecuente. Así lo vimos en las dictaduras cívico-militares que planteaban la desaparición forzada de un bando. Pero el destino es tendencia, no determinismo, y puede modificarse como lo hicieron otros pueblos con valentía civil y heroísmo social.

No es un camino adecuado ignorar el mal en sus “causas” para declamar la desgracia en sus “efectos”. Sino ahondar en su análisis con honestidad y realismo, para formular un diagnóstico veraz, y un tratamiento aceptado por su comprensión de los problemas con amplitud de espíritu. Sabiendo explicar los fundamentos del plan propuesto y las bases del modelo elegido, como impulsores de la decisión colectiva de cumplirlos.

¿Sabemos pensar?, ¿sabemos hablar? ¿sabemos escuchar? Porque no hay comunidad sin lenguaje coherente y propensión al diálogo. Con estas herramientas hay que indagar, preguntar y dudar para luego afirmar con solvencia, sin vulgaridad ni oscurantismo. Aproximaciones sucesivas a un rumbo firme que persiga la meta soñada: lograr la síntesis de objetivos que expresen los intereses de la conciencia nacional. Porque sin conciencia no hay proyecto y sin proyecto no hay esperanza.

El ser argentino necesita integrarse con la coordinación del “hombre económico” promotor de riqueza, el “hombre social” defensor de justicia y el “hombre político”, vigía de un potencial apropiado para persistir en nuestra rica geografía, y en la historia de los pueblos protagonistas. Cambiar no es pasar de mano la llave de la impunidad, ni atestiguar el desfalco pasado mientras se perpetran quizás otros mayores. Porque el designio circular se acelera en cada etapa, con la complicidad de una trama mediática y jurídica que naturaliza y aumenta la extorsión, el despilfarro y el robo.

La autoestima estratégica como fuerza interior

Hay que equilibrar el rango de los esfuerzos y beneficios, eliminando el sacrificio inhumano y los círculos de concentración perturbadores de un estado de dignidad posible. Ésta rechaza el elitismo de las clases impiadosas; la exclusión agobiante de los más vulnerables; y la inseguridad provocada por desesperación, delincuencia y vandalismo. Cuestiones graves que nos recuerdan que “crear trabajo”, la asignatura principal del desafío de gobernar, está pendiente.

Sepamos reconocer estos defectos evidentes sin perder nuestra estima estratégica, como fuerza interior para corregirnos y realizarnos plenamente. Porque los valores esenciales son imprescindibles cuando se ha prometido eficacia con ética. No más pues de lo mismo, maquillando formas para no variar el fondo. Viejo truco de los liderazgos de apariencia que se corrompen prematuramente, sin alcanzar la categoría del estadismo, que es el arte de lograr la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.

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