Por Luis Tonelli.-

Hace más de una década, un grupo de personas cumplían su sueño juvenil de hacerse del poder político. Ciertamente, no lo hacían con las verdades que emanaban de la punta del fusil, tal como lo habían intentado desastrosamente para ellos y para el país en su fase imberbe, sino a través del pacífico dispositivo burgués-electoral.

Estos setentistas llegaban a la Casa Rosada en circunstancias dramáticas: con una cosecha de votos muy magra, y con todavía menos optimismo respecto a una recuperación vigorosa de la economía luego de la Gran Crisis del 2001. A lo sumo, las expectativas más ditirámbicas auspiciaban que la Argentina reptaría por años, con la “buena” noticia de que difícilmente podía caerse de ese bajísimo piso en la que la había colocado el overshooting de honestidad brutal de Eduardo Duhalde.

Y sucedió lo inesperado -en realidad lo esperado años antes por los diseñadores de la globalización, Larry Summers y Stan Fisher, tal como trataban de esperanzar a los atribulados miembros del equipo económico de la ALIANZA-: las commodities, impulsadas por el hiperconsumo estadounidense y la hiperproducción china, crecían balísticamente tanto en previo como en volumen. La suerte internacional, tal como había favorecido a la denostada “generación del 80”, bendecía a la “generación de los 70” (aunque en el poder en el 2003).

Todos los planes ambiciosos de reforma política, en respuesta clara al huracán del que se vayan todos comenzaron a ser rápidamente archivados por el Presidente Kirchner. Ese “grado cero” de la política que eran los gobernadores provincianos y los torvos intendentes del conurbano, le resultó un andamiaje suficiente y barato como para consolidar su poder presidencial. Cristina Fernández corregiría y aumentaría la fórmula: más consumo fogoneado por el gasto público y más desprecio hacia los que, paradójicamente, la sustentaban territorialmente en el poder.

Pese a los “avisos” de la clase media del 2009 y del 2013, primó el “economicismo” kirchnerista, revestido con una mitológica militancia de aclamación, pero con muy poco de construcción política electoral, la única que vale a la hora de la confirmación popular. Subsidios y empleo público para todos y todas se comieron en su imposibilidad macroeconómica de atraer dólares las reservas y con un timing cínico perfecto, la Presidenta entregará a Mauricio Macri la banda presidencial y una montaña de facturas impagas (y quizás ni siquiera la banda!).

Como dijo el premio nobel de física Ernest Rutheford, “Nos hemos quedado sin dinero. Es hora de comenzar a pensar”. O, dadas las peculiares maneras que tiene la Argentina de hacerse de dólares, de “mostrar un gabinete de gente que piensa”, o sea: tecnócratas welcome back! Me explico, dada la famélica productividad del argentino promedio, para conseguir el verde papel o se expolia al C.A.M.P.O. cuando una devaluación importante abarata los precios internos no transables, o bien se busca inversiones y endeudamiento. Agotada la fase del “populismo de la soja”, no le queda otra a la Argentina que “mendigar” dólares en los mercados financieros, y la lombriz con la que se encarna en anzuelo no pueden ser otros que los Golden Boys, welleducated en las afamadas universidades del exterior que pueden ser interlocutores confiables para los celosos evaluadores de crédito internacional.

Claro que, por experiencia anterior, sabemos que el dinero que proviene de afuera también puede ser malgastado sin generar mayor productividad y competitvidad. No está escrito en el cielo que el “populismo de la soja” no pueda ser reemplazado por el “populismo de la deuda”, como sucedió en los “noventas”. Lo que conseguían los tecnócratas era reenviados a los feudos que sustentaban el armazón político del menemismo. Es cierto que se pasaron gastos enormes a las provincias -como los educativos-, pero también es cierto que recibieron ingentes sumas de dinero y la venía libre para endeudarse contra coparticipación.

Dos cuestiones fundamentales diferencian al gobierno de los noventas de esta experiencia que se larga: en primer lugar, y esto es clave, la coalición electoral es diferente: la de Menem, era una que se basaba en las provincias interiores en arreglo distributivo con el conurbano. La de Macri, es una amplia coalición de clase media con sustento en las grandes ciudades. La otra cuestión es un gabinete mucho más homogéneo, formateado en términos de una gerencia general con personalidades muy capaces y conocedores de sus temáticas como Rogelio Frigerio, Alfonso Prat Gay, Gustavo Lopetegui, Jorge Triaca y Ricardo Buryaille.

Pero estas personalidades con capacidad técnica se caracterizan también por tener una extensa carrera política, incluso habiendo la mayoría de ellos pasado por el Congreso. La eficacia en la gestión pública es la sumatoria de la eficacia en la gestión de los bienes públicos sumada a la eficacia en la gestión política (conseguir los apoyos políticos para llevar adelante la política pública planificada).

El peligro siempre latente es en el que cayó Néstor Kirchner: que siendo la coalición electoral de clase media muy cara en términos de sus demandas sea reemplazada por una coalición de bajo mantenimiento como la menemista. Todo dependerá del éxito de las primeras medidas de la Presidencia Macri. Falta muy poco para que empecemos a constatar la efectividad del experimento. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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