Por Italo Pallotti.-

Hemos cometido tantos desatinos en nuestra Nación que ya no se pueden disimular a la hora de pasar revista a los hechos que, desde décadas y a hoy, nos cachetean con una realidad que preocupa. La dirigencia política parece empecinada en no entender, o no le preocupa demasiado, que el país como un todo los involucra. A los primeros, porque los eligen para gobernar; al resto de los ciudadanos, porque una vez emitido el voto ya no pueden manejar nada. Los pioneros en el arte de sembrar populismo, con Perón a la cabeza y hasta los Fernández en nuestros días, no han tenido, como merecen, el castigo que deberían haber tenido. Unos por incapaces, otros por cómplices de esos y una mayoría por corruptos; que poco o nada les interesó el buen desempeño de la función para la que fueron elegidos. Un repaso de la historia nos muestra a millones de seres que tras la promesa de un bienestar fueron impulsados a las grandes urbes; tras la quimera de un falso progreso individual y colectivo. En esta “aventura” demagógica los han arrastrado a las villas, que sin una adecuada planificación las transformaron en verdaderos ghettos criollos donde la superpoblación, la falta de estructuras para generarles trabajo, educación, vivienda digna, sanidad y seguridad los hundieron en la más desastrosa marginalidad.

Con el correr del tiempo la catarata de promesas incumplidas para mejorar su situación fue cayendo en saco roto. Un ejército de víctimas ha engrosado las estadísticas de grandes y niños que, carentes de lo más elemental, entraron paulatinamente en la más desgarrante pobreza. Ya todo se precarizó para ellos. El trabajo, cuando lo hubo, fue de mala calidad por la falta de organismos que a través de las artes y los oficios le dieran una mínima preparación. La educación, aun mucho antes que lo primero, fue entrando en una debacle que se acentuó día a día. Los argumentos esgrimidos para justificar ese estado de cosas no admiten otra visión que no sea el rechazo y la condena. Y así es como el hambre, término muy de moda y que pareció para los gobiernos recién en vías de conocimiento y preocupación, se ha instalado ya no sólo en esos sectores, sino como una mancha de aceite expandida peligrosamente en casi todo el cuerpo social. Las pésimas políticas y otros factores actuales (inflación, inseguridad, narcotráfico, hacinamiento) han desencadenado números que por miles se suman a la estadística. En actitud hipócrita y perversa, nadie pareció darse por enterado. Organismos como la Mesa del Hambre en su momento (con figuras notorias) sólo han servido para traer más confusión y olvido. Todo un engendro, como tantos, que para nada sirvieron. De más está aclarar que sus miembros, a no dudarlo, nunca sufrieron ese flagelo; ni nunca aún menos chapotearon en el barro para salir de sus hogares. Un 57% (UCA) de pobreza es la respuesta trágica que debemos soportar. Ni hablemos de la mortalidad infantil y de jóvenes entre los habitantes de las villas (desnutrición, droga, inseguridad, etc.) y de la desaparición de niñas, según trascendidos, para destinos que no es difícil imaginar. Todo se tapó; cada día más. Los organismos de defensa (carísimos en presupuestos), se mantuvieron en silencio cómplice porque sus miembros, en muchos casos, vía la corrupción y el desinterés, miraron para otro lado; pues estas calamidades no eran su impronta.

¿Cómo pudo la política y el pueblo soportar a quienes nos llevaron a esta desgracia? Una respuesta que la historia develará un día. Todos tienen nombres y apellidos. No es difícil juzgarlos. Están con los dedos marcados en cada institución del Estado. Inútiles y corruptos en grado superlativo. Cada puerta que se abre salta el oprobio de la mala praxis y la ignominia de las conductas desleales, infames. Es tal el nivel de grosería en el accionar que supera toda racionalidad. El barranco para la caída final está latente a la vuelta de la esquina. El pueblo, con una carga infinita de ignorantes cívicos, tiene un grado importante de responsabilidad de lo que nos pasó. La Justicia, otro más importante aún. El nuevo gobierno, al que en 82 días se le intentan endilgar los trágicos males heredados y descaradamente se lo golpea (práctica habitual de golpistas profesionales) deberá imponerse férreamente, sin miramientos, para eliminar esa montaña de basura producto del populismo y su hermana la demagogia.

En el barco (nación) estamos todos (desde Milei, hasta quien esto escribe). En el medio, una mayoría silenciosa (excepción de los corruptos) que nos parieron distinto. Quiero decir, para que no se malinterprete, con valores sustanciales de todo ser humano: moral, conducta, principios, voluntad y la mira puesta en el país que nos incluya a todos y no a una minoría de sabandijas; esos que priorizan el egoísmo sobre el altruismo. Síntesis: no debe haber partidistas del que gobierna. Sólo ciudadanos (incluido el Sr. Presidente) que comprendan que aquella Argentina (que tuvo patriotas en serio) quiere sobrevivir después de la crucifixión a la que la sometieron (y quieren seguirlo haciendo), vándalos antipatrias en décadas de historia. Córtenla con echarle siempre la culpa al otro, hagan silencio y agradezcan estar sueltos. Ahora, la figura del Pacto Cordobés del 25/5. Una nueva alquimia que ojalá logre la panacea que cure la eterna grieta.

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