Por Hernán Andrés Kruse.-

Infobae publicó el 18 de mayo una entrevista de Diego Iglesias al ministro del Interior, Wado de Pedro, antes de que Cristina bendijera en silencio su precandidatura presidencial. Parte de la misma es la siguiente:

D.I.: “Si Cristina te lo pide, ¿serías candidato a vicepresidente de Sergio Massa?

W. de P.:  Sí

D.I.: Si Cristina te lo pide, ¿serías candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires?

W. de P.: Sí.

D.I.: Si Cristina te lo pide, ¿serías candidato a senador por la provincia de Buenos Aires?

W. de P.: Sí.

D.I.: Si Cristina te lo pide, ¿encabezarías la lista de diputados nacionales?

W. de P.: Sí.

D.I.: ¿Qué no harías si te lo pidiera Cristina?

W. de P.: Pero en lo que tiene que ver con estrategia política es la dirigente de la Argentina con más claridad, con más capacidad, con más inteligencia, con más experiencia. Y como hago política por la misma gente que ella quiere defender, proteger y cuidar, voy a hacer lo que la compañera Cristina diga”.

Luego de leer esta entrevista me acordé de lo que dijo hace un tiempo el actor Dady Brieva respecto al silencio de Cristina sobre su candidatura a presidente. “Cristina, ¿qué mierda?, ¿por qué no hablás? Decí algo, si ladramos o no ladramos, somos perros de Cristina, pero no nos dice ni cáchele ni hágase el muerto”, se quejó con inocultable amargura.

Tanto Wado de Pedro como Brieva han puesto dramáticamente en evidencia la obediencia debida imperante en el cristinismo. Para sus fieles seguidores Cristina siempre tiene razón. Cada decisión que toma debe ser acatada sin chistar porque sus razones habrá tenido. Semejante sumisión no hace más que aplastar lo más sagrado del ser humano: su libertad, su capacidad para actuar de manera autónoma sin obedecer a ningún jefe mesiánico. La obediencia debida no hace más que pulverizar la iniciativa, esa bella cualidad que hace que el hombre sea una persona.

Recordemos lo que decía José Ingenieros sobre la iniciativa en “Las fuerzas morales”. “Cuando se pierde la libre iniciativa, desaparece el carácter, el hombre tórnase parásito de la sociedad, obra por impulso ajeno, se marchita en la penumbra. Deja de ser él mismo. No existe. Y no existiendo no sirve para su pueblo, no contribuye al porvenir. Merece llamarse hombre libre el que tiene capacidad de iniciativa frente a la coerción ajena (…) La dependencia pasiva es incompatible con la dignidad. Los mansos y los ignorantes, por falta de confianza en sus propias fuerzas, entregan su destino a la complicidad de los demás (…) Con tales hombres nada progresa ni se renueva, sino con los que estudian, quieren y hacen (…) Grandes naciones son aquellas cuyos ciudadanos tienen el hábito de la iniciativa libre; ellos crean para los demás vida y cultura y riqueza, en vez de envilecerse en el parasitismo social”.

En efecto, en materia política tanto De Pedro como Brieva dejaron de ser ellos mismos. Incluso el ex Midachi reconoció que los seguidores de Cristina no eran personas sino canes. Al aludir al reportaje mencionado precedentemente Ernesto Tenembaum (¿Ya fue?, Infobae, 25/6/023) aconseja la lectura del capítulo 7 (El mecanismo de la identificación) del clásico libro de Sigmund Freud “Psicología de las Masas y Análisis del Yo”, para tratar de comprender la compleja relación que se establece entre el líder y sus seguidores, en especial la conducta adoptada por éstos quienes no trepidan en perder su personalidad con tal de congraciarse con el Mesías. Se trata del mecanismo de la identificación.

Escribió el creador del psicoanálisis:

“La identificación es conocida al psicoanálisis como la manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona, y desempeña un importante papel en la prehistoria del complejo de Edipo. El niño manifiesta un especial interés por su padre; quisiera ser como él y reemplazarlo en todo. Podemos, pues, decir, que hace, de su padre, su ideal. Esta conducta no representa, en absoluto, una actitud pasiva o femenina con respecto al padre (o al hombre en general), sino que es estrictamente masculina y se concilia muy bien con el complejo de Edipo, a cuya preparación contribuye. Simultáneamente a esta identificación con el padre o algo más tarde, comienza el niño a tomar a su madre como objeto de sus instintos libidinosos. Muestra, pues, dos órdenes de enlaces, psicológicamente diferentes. Uno, francamente sexual a la madre, y una identificación con el padre, al que considera como modelo que imitar. Estos dos enlaces coexisten durante algún tiempo sin influirse ni estorbarse entre sí.

La identificación es, además, desde un principio, ambivalente, y puede concretar, tanto en una exteriorización cariñosa como en el deseo de supresión. Se comporta como una ramificación de la primera fase, la fase oral, de la organización de la libido, durante la cual el sujeto se incorporaba al objeto ansiado y estimado, comiéndoselo, y al hacerlo así, lo destruía. Sabido es que el caníbal ha permanecido en esta fase: ama a sus enemigos, esto es, gusta de ellos o los estima, para comérselos, y no se come sino aquellos a quienes ama desde este punto de vista. Más tarde, perdemos de vista los destinos de esta identificación con el padre. Puede suceder que el complejo de Edipo experimente una inversión, o sea, que adoptando el sujeto una actitud femenina, se convierta el padre en el objeto del cual esperan su satisfacción los instintos sexuales directos, y en este caso, la identificación con el padre constituye la fase preliminar de su conversión en objeto sexual.

Lo que ya resulta mucho más difícil es construir una representación metapsicológica concreta de esta diferencia. Todo lo que comprobamos es que la identificación aspira a conformar el propio Yo análogamente al otro tomado como modelo. En un síntoma neurótico, la identificación se enlaza a un conjunto más complejo. Supongamos el caso de que la hija contrae el mismo síntoma patológico que atormenta a la madre, por ejemplo una tos pertinaz. Pues bien, esta identificación puede resultar de dos procesos distintos. Puede ser, primeramente, la misma del complejo de Edipo, significando, por lo tanto, el deseo hostil de sustituir a la madre, y entonces, el síntoma expresa la inclinación erótica hacia el padre y realiza la sustitución deseada, pero bajo la influencia directa de la consciencia de la culpabilidad: «¿No querías ser tu madre? Ya lo has conseguido. Por lo menos, ya experimentas sus mismos sufrimientos». Tal es el mecanismo completo de la formación de síntomas histéricos.

Sabemos ya que la identificación representa la forma más temprana y primitiva del enlace afectivo. En las condiciones que presiden la formación de síntomas, y, por lo tanto, la represión, y bajo el régimen de los mecanismos de lo inconsciente, sucede, con frecuencia, que la elección de objeto deviene de nuevo identificación, absorbiendo el Yo las cualidades del objeto. Lo singular es, que en estas identificaciones, copia el Yo unas veces a la persona no amada, y otras en cambio, a la amada. Tiene que parecernos también extraño, que en ambos casos, la identificación no es sino parcial y altamente limitada, contentándose con tomar un solo rasgo de la persona-objeto. En un tercer caso, particularmente frecuente y significativo, de formación de síntomas, la identificación se efectúa independientemente de toda actitud libidinosa con respecto a la persona copiada.

Las enseñanzas extraídas de estas tres fuentes pueden resumirse en la forma que sigue: 1º, la identificación es la forma primitiva del enlace afectivo de un objeto; 2º, siguiendo una dirección regresiva, se convierte en sustitución de un enlace libidinoso a un objeto, como por introyección del objeto en el Yo; y 3º, puede surgir siempre que el sujeto descubre en sí, un rasgo común con otra persona que no es objeto de sus instintos sexuales. Cuanto más importante sea tal comunidad, más perfecta y completa podrá llegar a ser la identificación parcial y constituir así el principio de un nuevo enlace. Sospechamos ya que el enlace recíproco de los individuos de una masa es de la naturaleza de una tal identificación, basada en una amplia comunidad afectiva, y podemos suponer que esta comunidad reposa en la modalidad del enlace con el caudillo”.

No es fácil la lectura de Freud. Sin embargo, me tomo el atrevimiento de intentar sacar provecho de sus enseñanzas para comprender la sumisión de Wado de Pedro y Brieva. Al sentirse identificados con Cristina, el ministro del Interior y el ex Midachi creen casi religiosamente en la infalibilidad de quien fuera dos veces presidenta de la nación. Si la jefa lo ordena, por algo será. Si Cristina dice “negro”, será negro aunque nosotros no nos percatemos de ello. Ello es así porque la jefa se maneja en un nivel superior al nuestro. Si Cristina le ordena a Wado candidatearse a la presidencia de la república, la obedece sin chistar. Si a posteriori le ordena bajarse de la candidatura, la obedece sin chistar. Wado de Pedro actúa de esa manera porque así debe hacerlo, porque es su obligación moral. Aunque la orden de Cristina colisione contra sus convicciones más profundas, debe subordinarlas a la voluntad de la jefa que, conviene recordarlo, siempre tiene razón. Por algo el ministro del Interior es un soldado del Pingüino, tal como lo fueron los montoneros respecto a Juan Domingo Perón (hasta que decidieron dejar de serlo).

La identificación de Wado de Pedro con Cristina explica lo que acaba de suceder dentro de Unión por la Patria. Cristina actuó igual que lo hace el general que manda al frente de batalla a sus soldados. Le ordenó a De Pedro que fuera el precandidato a presidente por el kirchnerismo. Le ordenó que tolerara la precandidatura a vicepresidente de Juan Manzur. Al percatarse de que la presencia del ministro del Interior naufragaba sin remedio, le ordenó que dejara su lugar a Sergio Massa. De Pedro fue sometido a un manoseo gratuito, inmerecido y rayano con la crueldad. Sin embargo, agachó la cabeza. Lo hizo porque esa actitud era la esperada por su jefa, porque debía obedecer sí o sí a las órdenes recibidas. Si se hubiera rebelado se hubiera visto obligado a abandonar al kirchnerismo, a dejar de ser un soldado del Pingüino. Su identificación con Cristina y La Cámpora hubiera estallado en mil pedazos. Era un precio demasiado alto que no estaba dispuesto a pagar. Y no lo hizo, aún sacrificando sus convicciones más profundas.

En su artículo, Tenembaum se pregunta si Cristina sentirá algo frente a la sumisión que les exige a sus subordinados. Me parece que no siente absolutamente nada. Para la vicepresidenta lo único que importa es el poder y si para conservarlo se ve obligada a sacrificar muchos soldados del Pingüino, no dudará un segundo en hacerlo. Para todo líder mesiánico los seguidores son meros números, meros objetos destinados a ser sacrificados en aras de su interés. La historia universal se ha encargado de demostrarlo hasta el cansancio. ¿O acaso Galtieri, por ejemplo, no estuvo dispuesto a sacrificar a decenas de miles de conscriptos sin preparación militar para intentar eternizarse en el poder? Cristina, en definitiva, es un emblema de la realpolitik, de la razón de estado, del maquiavelismo en su máxima pureza.

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