Por José Luis Milia.-

«Los propios genocidas anunciaron entre muertos y desaparecidos casi 45.000 personas». Estela de Carlotto, “abuela” de Plaza de Mayo.

Lo primero que me viene en mente frente a esta pregunta, viendo lo que fue de la República en manos de algunos de ellos o de sus alcahuetes en estos doce años, es que si fuera cierto hoy tendríamos un gran país. No habríamos vivido en el desastre de la última década ni hubiéramos transitado como bola sin manija treinta y tres años de democracia en manos de ignorantes y ladrones, así en este orden de 1983 en adelante. Ni estaríamos hoy en la incertidumbre de saber que será de la República en los años venideros.

Las cifras de bajas de la guerrilla son imprecisas, pero no mucho. Sí sabemos con exactitud las nuestras porque, tumbas sin consuelo pero sin olvido, nos obligaron, en el afán vengativo de quienes se apoderaron del “curro” de los derechos humanos, a recordar año a año y con fervor a aquellos que estos han querido hacer desaparecer de la historia. Si no hubiera sido por este recuerdo estoico e inmutable, Paula Lambruschini terminaría, en la “memoria” colectiva que querían imponer, muerta atropellada por un ómnibus y Carlos Sacheri desnucado, después de misa, al patinar en las escalinatas de la Catedral de San Isidro.

En la paranoia puesta de manifiesto por los que han usufructuado la guerra que vivimos,  todos los caídos -de ellos- son desaparecidos o ejecutados. Esto conviene al relato de una “juventud maravillosa” que no mató, no persiguió y no torturó y que si en algún momento tuvieron  la necesidad- porque “el pueblo y la patria” lo demandaban- de ejecutar a alguien lo hicieron con el corazón contrito y sin rabia. Mas o menos un “Hansel y Gretel” de los setenta.

Se ha demostrado hasta el cansancio que los desaparecidos- algo inmensamente estúpido que le costó el cargo al General Menéndez ya que él insistía en que hubiera cortes marciales, ejecución y entrega del cuerpo a familiares- no fueron 30.000. Primero por la afirmación de Luis Labraña, ex montonero, que afirma haber inventado esa cifra estando exiliado en Holanda y segundo, porque cualquiera que lea con detención el excelente libro de José D’Angelo, “Mentirás tus muertos” puede ver -hasta el cansancio y la náusea- como se urdió la mentira de los 30.000 desaparecidos y cual era el trasfondo de este número; que sirviera para un espurio negociado que hizo millonario a los buitres- machos o hembras- que manejan las “orgas” de los derechos humanos tira abajo la maravillosa mentira con la que durante años se han dedicado a lavar el cerebro de los argentinos, y eso es algo que no puede permitirse, porque esta fábula épica solo se sustenta en la falacia.

Nada se cuenta en ella de la “venta” de perejiles para salvar el propio resuello, de los “propios” fusilados por traidores, de los que se convirtieron en soldados de un almirante, ni que estos, al entrar por Paso de los Libres en la contraofensiva montonera de 1978, ya venían con el endoso en el cogote y de la mano de quien después fue el general de la democracia entraban a “La Polaca” como etapa de un viaje sin retorno.

Hay algo que con el tiempo se torna peligroso y es dedicar la vida y la mente, más allá de los beneficios obtenidos, a la construcción de una estafa moral. Hoy, la abuela Carlotto ha decidido subir la apuesta y ha aumentado -sólo ella conoce las fuentes- en un 50% los tradicionales “desaparecidos” de la guerrilla, al mismo tiempo que decía sentirse discriminada porque el presidente Macri recibió a las víctimas del Holocausto y no a ella que, convencida de la patraña que usufructuó, ha empezado a creer en una Shoa vernácula.

Los síntomas de la locura senil son variados y aparecen de forma progresiva, la confusión es el primero de ellos.

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