Por Italo Pallotti.-

Muchas veces en esta Argentina nuestra nos vemos obligados por las circunstancias, a revolver, por decirlo de una manera elegante, los resquicios de una historia que no es precisamente la que nos pueda enorgullecer. Por allá en septiembre de 1947, el fundador del populismo e incentivador de la demagogia doméstica, Juan Domingo Perón, en uno de esos discursos fulmíneos, decía “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a nuestros opositores”; lo que un poco más duro en agosto de 1951 le agregaría: “el alambre de enfardar (con el mismo objetivo -colgar-), para nuestros enemigos”. Esa misma virulencia discursiva, traída a nuestros tiempos, aunque parezca la resultante de mentes afiebradas de rencor y con “jubiloso” odio, marca una impronta que cada día sorprende más al ciudadano común. Siguiendo el hilo del discurso peronista, el mismo personaje atemperaba el mensaje (año 1973) cambiando el “para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista”, por el más angelical, diríamos, de “para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino”. Tarde, absolutamente tarde.

En estos días, como una reminiscencia de aquella antigua oratoria, marcada por la agresión en una verba grosera y chabacana, un periodista de esos que buscan en la basura del mensaje agradar al mundo del kirchnerismo y algún socio opositor, muy afecto a este tipo de expresiones, sostenía en su editorial: “Es difícil no calificar al gobierno de pendencieros, canallas y violentos”. Como en una carrera de obsecuencia militante, Juan Grabois, conspicuo amigo y adherente visitante de SS. el Papa, sostenía que “su misión es destruir a Milei y a su gobierno de facto, que rompió todas las reglas constitucionales y enfermó a la sociedad con maldad”. Agregando otras “perlitas”, como que el Presidente “transita el barro de la indignidad”, o es un “inhábil moral”; para rematarla con que “Milei no puede ser más presidente”. Aquella virulencia feroz del Gral. de antaño se regodea en otros lenguajes más sofisticados; pero tan agresivos como aquellos. Si estos oscuros e insignificantes, como tantos del mundo de la política y el periodismo, pretenden con eso llevar paz y concordia al pueblo o en todo caso ganar votos para sus “lideres”, más vale que lo cambien rápido o generarán el efecto contrario; salvo en algún residual del mundo fanático, afecto a este tipo de conductas reprochables. Aunque nadie tiene derecho a condenar, salvo sus propias conciencias.

Dicho esto, por el otro lado, hemos asistido, no con sorpresa, nuevamente, al desencuentro de la cúpula presidencial. Actos separados en los actos por Malvinas. Discursos distintos. Secuencias informativas que los encuentra, según la opinión de entendidos y de los propios del riñón del gobierno, como en veredas opuestas. Imagen repetida, por desgracia, de viejas antinomias entre los presidentes de turno y sus vices. Nombrarlos resulta inútil, pues todos, salvo alguna mínima excepción transitaron el mismo vergonzoso camino. Los desmentidos, cuando se intentan, ya aburren. Hay un pueblo, ya en el hartazgo de las cosas que duelen y abochornan, vengan del lado que sea, que lo llevan a preguntarse lo del título “¿Piensan seguir así?”

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