Por Carlos Tórtora.-

Alberto Fernández parece haber encontrado en la lucha contra el coronavirus la palanca para levantar una plataforma política propia. Para empezar, la magnitud del descalabro económico que dejará la pandemia hace que la crisis del endeudamiento argentino quede minimizada largamente y que la Argentina ya no sea vista tanto como la oveja negra del rebaño. En segundo lugar, ayer el presidente remarcó tres veces que el haberse anticipado con la imposición de la cuarentena total convierte a la Argentina en un modelo original para el combate de la enfermedad. Es difícil establecer con precisión -es más lo que se ignora que lo que se sabe- sobre cuáles son exactamente las causas por las cuales el coronavirus se propaga menos en unas regiones que en otras. Basta citar la ausencia de cifras importantes de contagio en los países asiáticos. Pero los hechos mandan. Si en la próxima quincena la curva de la enfermedad en la Argentina sigue amesetada, el gobierno capitalizará políticamente estos resultados. De hecho, el presidente ya comenzó a hacerlo en el discurso de ayer.

Una gran oportunidad

Es muy temprano para medir efectos en esta consolidación de la figura presidencial. Pero parece obvio que, si Alberto se instala como un vencedor del coronavirus, su relación societaria con el kirchnerismo cambiará significativamente. Hasta antes de la pandemia, él y Cristina Kirchner aparecían como una ecuación de poder equilibrada en la cual ella hacía valer su carisma y el control del aparato político del oficialismo. Esto puede cambiar radicalmente a partir de ahora si se instala un liderazgo presidencial respaldado por el éxito en la crisis sanitaria.

Ayer Alberto consiguió el apoyo unánime de los gobernadores consolidando un frente político que lo respalda. Simultáneamente, la situación creada por la pandemia hace que en la oposición también haya movimientos favorables a la Casa Rosada. Horacio Rodríguez Larreta asumió un mayor protagonismo por su rol de gobernar el distrito con más contagios del país y paralelamente Mauricio Macri no encontró el espacio para plantarse como líder opositor. Todo esto favorece al gobierno, que cuenta con la política colaborativa del larretismo.

En el 2003, Néstor Kirchner pudo construir su imperio político gracias a la enorme suba del precio internacional de la soja. Dos décadas después, Alberto encuentra el resquicio para construir poder propio a través de conducir con éxito en medio de una crisis internacional sin precedentes.

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