Por Carlos Tórtora.-

El relanzamiento de la candidatura presidencial de Daniel Scioli, luego de los últimos tropiezos que sufriera, se ha convertido en todo un enigma de la política nacional. Ayer, el gobernador bonaerense fue informado en detalle de que la presidente estaría a punto de tomar la iniciativa enviando al Congreso de la Nación un proyecto de ley interviniendo los tres poderes de la Provincia de Tucumán, para luego llamar a elecciones en 180 días. El escándalo que se inició en el feudo de José Alperovich con la tumultuosa elección del 23 pasado se convirtió en un verdadero cáncer para el gobierno, que estaría dispuesto a retomar la iniciativa política aplicando una solución semejante a la que se utilizara en otra época en Santiago del Estero. Claro está que la intervención, en caso de resolverse, sería exhibida por la Casa Rosada como un gesto de mando de CFK sin ninguna participación de Scioli. El problema de éste sigue siendo insoluble: si se relanza levantando un perfil diferenciado del cristinismo y mostrando ideas propias, recuperaría espacio en la clase media pero sería atacado duramente por la presidente. Y si opta por encarar la campaña como el más ortodoxo de los kirchneristas, su caudal de votantes independientes será ínfimo.

Infinitas desventuras del viaje a Italia

El caso es que las desventuras del ex motonauta no parecen tener fin. Es que trascendió que, durante el transcurso de su tan criticado viaje a Italia, éste habría intentado que el Papa le concediera una audiencia privada. Pero la respuesta no sólo fue negativa sino que sus motivos fueron aún más graves. Un emisario de Francisco le recordó a Scioli que aquél esperaba de su parte una defensa más firme de la candidatura de Julián Domínguez a la gobernación de Buenos Aires, que perdiera en las PASO ante Aníbal Fernández. En otras palabras, que el jefe de la Santa Sede consideraría que CFK lo traicionó apostando a Aníbal F. y que Scioli optó una vez más por cruzarse de brazos, dejando a Domínguez librado a su suerte. La indefinición y la ambigüedad, dos condiciones dominantes en la conducta del candidato del Frente para la Victoria, empiezan a costarle cada vez más caras. Es que no es lo mismo ser un aspirante más a la presidencia, que ser el candidato oficial del gobierno, posiblemente a cuatro meses de asumir el poder. De este último todos esperan definiciones. Y nadie las consigue.

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