Por Carlos Tórtora.-

La salida de la Argentina del default es sin duda el triunfo político más importante alcanzado hasta ahora por Mauricio Macri y sus proyecciones sobre la economía se harán sentir. El problema es que resume toda la tensión de la política nacional es el cuándo. El optimismo oficial sobre un supuesto punto de inflexión hacia arriba de los indicadores económicos a partir del segundo semestre es un pronóstico que la mayor parte de los políticos y los economistas consideran francamente exagerado. Es más, la opinión promedio en estos sectores se inclina   a predecir que el resto del 2016 será tanto o más duro como hasta ahora. Un conocido consultor y encuestador comentó días atrás su sorpresa porque en los sondeos que estaba realizando la baja de la imagen positiva de Macri es moderada pero en cambio hay un fuerte trasfondo de angustia en la mayoría de los consultados acerca de si este gobierno podrá terminar su mandato. Este síndrome de De La Rúa tiene sin duda mucho que ver con una serie de factores que no se parecen a los que determinaron el 2001 pero que sí crean un clima de incertidumbre muy fuerte.

En primer lugar, a nadie se le escapa que, si la recesión se extendiera en el 2017, al gobierno le costaría mucho ganarle, por ejemplo, a Sergio Massa la provincia de Buenos Aires -salvo que CFK también se presentara y dividiera el voto peronista-. Una derrota electoral en una elección legislativa cuando el oficialismo ya es minoría podría ser sencillamente fatal. Tal vez previendo que esto no es imposible, algunas de las primeras figuras del PRO ya piensan en cómo no absorber el eventual impacto de una derrota en Buenos Aires. Por ejemplo, Rodríguez Larreta se está organizando para hacer una gestión estrictamente municipalista, que casi no se vincule con la política nacional. María Eugenia Vidal está en el otro extremo de la cuerda. Realiza retiros espirituales con su gabinete, porque advierte que debe darle un envión a su gestión y preparar un candidato a primer senador nacional que pueda ganar. Ni Elisa Carrió ni Jorge Macri parecen serlo. Vidal logró el mayor éxito de su carrera política enfrentando a un personaje de perfil sórdido como lo es Aníbal Fernández. Pero ahora, la perspectiva es tener que ganarle a un Massa que tal vez siga creciendo, aunque Jesús Cariglino se pasó al PRO asumiendo una subsecretaría de segundo nivel en La Plata y también Graciela Camaño dio el salto. Si por errores de Massa o una estrategia del gobierno éste se debilitara, crecería para senadora la figura de Cristina, sin duda más vulnerable.

Pero hay otros factores que aumentan la incertidumbre, y mucho. Por una decisión corporativa de la justicia federal, la Argentina ha ingresado en un mani pulite tan confuso como fue el original. Es decir, que el grueso de las acusaciones apuntan a los gobiernos de los Kirchner pero también el macrismo empezó a sufrir daños colaterales y no sólo Lázaro Báez y Cristóbal López pueden caer en el campo empresario. De Bulgheroni en adelante son muchos los grupos que pueden verse sacudidos por la tormenta judicial: esto significaría quiebras, despidos y achicamiento de la economía. Los optimistas -que nunca faltan- sostienen que la caída de grupos económicos ligados a la corrupción convencería a los inversores serios de que la Argentina se está reencaminando y que subiríamos en el ranking de transparencia, donde hoy aparecemos hundidos.

En otras palabras, la justicia -para lavar su inacción de doce años- abrió la caja de Pandora y ahora empieza el sálvese quien pueda. Esto con una agravante: la mayor parte del periodismo también busca borrar sus años de obsecuencia al régimen de los Kirchner y lo hace mostrándose bastante crítico con el anterior gobierno y también con éste. Macri, igual que Carlos Menem y Fernando de la Rúa, se enfrenta a un periodismo agresivo, como suele ocurrir con los gobiernos que respetan la libertad de prensa.

En el imaginario colectivo, la conexión entre el hundimiento de la presidencia de Dilma Rousseff y el mani pulite criollo es inevitable. En Brasil, el juez Sergio Moro se llevará puesto el gobierno del partido más poderoso del país. ¿Qué resultados provocará el destape judicial argentino?

Para empezar hay uno inmediato y es que la política se ha virtualmente paralizado. La dirigencia, antes de actuar, quiere saber si CFK irá presa. Porque si esto último ocurre, el escenario político será sin duda distinto. También los políticos dilatan sus movidas a la espera de si la recuperación económica se dará rápida o lentamente. Después de doce años de culto al consumismo y de rechazo a cualquier ajuste, la sociedad sencillamente ha perdido la tolerancia a tener que ajustarse el cinturón.

La antipolítica

De ahí que el Congreso desafíe a Macri con un proyecto de ley antidesempleo, que alarma a los mercados. Desde afuera, los potenciales inversores a la invitación de arriesgar su dinero en el país responden con sentido común: “¿Cuándo vuelven los dólares argentinos que están en el exterior?”, preguntan.

En este punto es donde mueren las palabras y sólo valen los hechos.

El descubrimiento de que Milagro Sala le hacía llegar retornos a Máximo Kirchner por los fondos estatales que recibía es sólo un capítulo más de los muchos que saldrán a la luz pública.

Lo que nadie sabe es hasta cuándo los horrores del kirchnerismo le servirán a Macri para mantener la solidaridad de la opinión pública.

En síntesis, entre las expectativas económicas y las judiciales, consiguieron abrir un compás en la política. Hoy existe un vacío político y la política le tiene horror al vacío, por lo cual lo más probable es que en pocas semanas los actores de primer nivel empiecen a mostrarse más activos.

Mientras tanto, el gobierno cumple con su premisa de privilegiar la gestión y no la política. Una frase que esconde en realidad otra situación. Macri designó un gabinete técnico y ahora empieza a pagar los costos de no contar con ningún político veterano que haga sentir su influencia. Es difícil pensar que una sociedad acostumbrada a generar conflictos por fuera de los cauces institucionales se acomode a los modos de un gobierno centroeuropeo. Lo más probable es que el divorcio entre el PRO y la política clásica termine siendo otro factor de crisis.

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