Por Hernán Andrés Kruse.-

Salvaje atentado de los montoneros

En la madrugada del 18 de junio de 1976 una bomba mató al entonces jefe de la Policía Federal, general Cesáreo Cardozo. En ese momento el militar se encontraba durmiendo. La detonación provocó caos y pánico en el barrio de Belgrano, más específicamente en la calle Zabala a la altura del 1700, residencia del jefe policial. Con el correr de los días se conoció el macabro plan de Montoneros que acabó con la vida del uniformado. La joven Ana María González era una combatiente de la organización armada. Su misión fue la de entablar amistad con la hija de Cardozo, la joven María Graciela. Fue así como logró ganarse la confianza no sólo de la adolescente sino también de la de sus padres. Fue tal la “amistad” que González logró ingresar al departamento donde vivían los Cardozo y en un momento dado colocó una bomba debajo de la cama del jefe policial. Horas más tarde la bomba detonó provocando una masacre.

El crimen conmocionó a la sociedad y a la dictadura militar. Se trató de un accionar canallesco y demencial de Montoneros. Porque lo único que consiguieron con ese atentado fue legitimar el terrorismo de estado. En efecto, el asesinato de Cardozo le permitió a Videla y compañía hacerle ver a la sociedad que la amenaza comunista era real, que la guerrilla estaba a un paso de adueñarse del poder. Nada más alejado de la realidad. Los montoneros no estaban en ese momento en condiciones de luchar contra las fuerzas armadas por el control del país. Sólo podían aspirar a provocar tragedias como la de Cardozo con el objetivo de “profundizar las contradicciones del sistema capitalista”. Para los montoneros “cuanto peor, mejor”. Mesiánicos y criminales, creían que cuanto más endureciera el régimen militar el accionar represivo, mayores serían sus chances (las de Montoneros) de conquistar el corazón del pueblo, de convencerlo de que los acompañe en su aventura revolucionaria. El resultado fue el opuesto: el pueblo, con su silencio cómplice, apoyó a los militares haciendo trizas el sueño del paraíso socialista de Montoneros.

El crimen de Cardozo puso dramáticamente en evidencia la alienación que aquejaba a la cúpula montonera: Firmenich, Perdía, Vaca Narvaja y compañía. Al final terminaron siendo funcionales a Videla, Massera y compañía. ¿Realmente creían que el pueblo los acompañaría en su aventura revolucionaria? Evidentemente, sí lo creían, lo que demuestra su ignorancia de la idiosincracia de los argentinos. En efecto, si hay algo que ha puesto en evidencia la historia es que el pueblo será muchas cosas, menos comunista. Las denominadas “mayorías populares” siempre fueron nacionalistas, populistas y católicas. Ello explica su amor por Perón y Evita, los líderes de masas más relevantes del siglo XX. En los setenta los montoneros entonaban el clásico “si Evita viviera sería montonera”. Nada más alejado de la realidad. Evita odiaba la oligarquía pero jamás se le hubiera ocurrido tocar los cimientos del capitalismo. Por su parte, Perón hablaba de la importancia de la armonía de clases, justamente lo contrario a la lucha clasista pregonada por Carlos Marx.

El crimen de Cardozo no hizo más que darle la razón a la dictadura militar. Los montoneros no sólo legitimaron el terrorismo de estado sino que se ganaron el odio y el desprecio del pueblo. Además, pusieron en evidencia su más absoluto desprecio por los derechos humanos. Porque la voladura de la bomba pudo haber acabado con la vida de los vecinos de Cardozo. Pero ese “detalle” los tenía sin cuidado. Sólo les interesaba sembrar el pánico en la población y demostrarle a la dictadura militar que la lucha continuaba. Pero la lucha había terminado hace rato, más precisamente el 23 de diciembre de 1975 en Monte Chingolo. Pero la soberbia montonera no podía permitirse semejante reconocimiento. Había que continuar derramando sangre. El delirio se manifestó en su máximo esplendor en 1979 cuando tuvo lugar la famosa contraofensiva. La dictadura militar actuó sin misericordia. Un nuevo episodio de barbarie se había agregado al interminable y atroz capítulo de la violencia de los setenta.

Cristina y el sistema de salud

El lunes la vicepresidente de la nación salió a la cancha para tocar un tema harto delicado: el sistema de salud. Se pronunció a favor de la unificación del sistema de salud, es decir, de las prepagas, las obras sociales y la salud pública. Consideró que el coronavirus había efectuado dicha integración “a la fuerza”. La reacción del sector privado de la salud no se hizo esperar: algunos de sus más importantes referentes no dudaron en señalar la intención del gobierno de estatizar las prepagas. Seguramente muchos argentinos creen que se trata de un paso más del gobierno en el proceso de chavización de la Argentina.

Una vez más una cuestión vital para los argentinos se ve sometida a una obscena politización que a nada bueno conduce. Lo cierto es que desde hace décadas la salud en nuestro viene sufriendo un feroz proceso de “oligarquización” que divide a los argentinos en dos categorías bien diferenciadas: de este lado del mostrador están aquellos argentinos que están en condiciones de pagar por un óptimo servicio de salud., mientras que del otro lado se encuentran quienes no están en condiciones de hacerlo. Para quienes pueden pagar, el sistema de salud privado les brinda toda su eficiencia y cuidado. Quienes no pueden pagar quedan a la intemperie. Expresado en otros términos: quienes no pueden costearse una prepaga deben sí o sí atenderse en los hospitales públicos, incapaces de atender como corresponde a los miles y miles que quedaron fuera del sistema.

En la Argentina existen, entonces, dos sistemas de salud: uno para los que pueden pagar y otros para los que no tienen dinero. El sistema privado de salud cuenta con un equipamiento infinitamente superior en comparación con el sistema público. En consecuencia, la atención que el sistema privado le brinda a los pacientes es muy superior a la atención brindada por el sistema público. Ello no significa que los médicos que trabajan en el sector público sean menos capaces que los médicos que trabajan en el sector privado. Significa, lisa y llanamente, que los médicos del sector público juegan en la B Metropolitana mientras que los médicos del sector privado lo hacen en las grandes ligas.

Estas afirmaciones son corroboradas continuamente cada vez que algún político de renombre, por ejemplo, se enferma. Invariablemente se interna en un sanatorio. Sucedió hace poco con el ex gobernador Miguel Lifschitz, miembro de un partido que siempre se jactó de haber reinventado el sistema público de salud santafesino. Afectado por el coronavirus se internó en el Sanatorio Parque de Rosario, un emblema del sistema privado de salud de la ciudad. Lamentablemente, falleció. Hace unos días Florencia Kirchner sufrió una indisposición y se internó en un reconocido sanatorio porteño. Lo mismo cabe decir del ex gobernador santafesino Carlos Reutemann quien se encuentra internado en el sanatorio Santa Fe por haber sufrido una complicada hemorragia interna.

Estos ejemplos no hacen más que poner en evidencia la hipocresía de la clase política cuando pontifica sobre la importancia de tener un sistema de salud público eficiente y confiable. Si realmente los dirigentes políticos confiaran en la salud pública no dudarían un segundo en internarse en un hospital ante la aparición de alguna dolencia de cuidado. La realidad no miente: cada vez que su salud peligró no dudaron en internarse en un sanatorio.

Sinceramente no creo que a la ex presidenta le preocupen estas “minucias”. Lo más probable es que detrás de este “interés” por la salud de los argentinos se esconda la aviesa intención de apropiarse del gigantesco negocio que hay detrás de las prepagas. Si de veras se interesara por el mejoramiento de la salud pública hubiera dado el ejemplo internando a Florencia Kirchner en un hospital. Mientras tanto, sus fieles seguidores siguen vociferando a favor del modelo nacional y popular.

El bombardeo a Plaza de Mayo

El 16 de junio de 1955 aviones navales bombardearon la Plaza de Mayo. Hubo centenares de víctimas y heridos. El objetivo era derrocar a Perón. La antinomia peronismo-antiperonismo había alcanzado su máxima expresión. El 31 de agosto Perón pronunció el discurso más violento de la historia argentina. “¡Por cada uno de nosotros caerán cinco de ellos!”, bramó desde el balcón de la Rosada. El país estaba a punto de estallar. Finalmente, el 16 de septiembre se produjo su derrocamiento. Había comenzado la época del antiperonismo jacobino.

El 16 de junio de 1955 quedó dramáticamente en evidencia el odio del antiperonismo al peronismo. Hoy, 66 años después, el peronismo recuerda esta jornada con dolor y profundo resentimiento. Nadie duda de que se trató de una barbarie incalificable, de un acto demencial que costó la vida de numerosos argentinos inocentes. Pero también cabe reconocer que la decisión de bombardear la Plaza de Mayo no fue tomada por unos dementes sino que los responsables eran miembros de unas fuerzas armadas, especialmente la Marina, que estaban duramente enfrentadas con Perón. Además, conviene no olvidarlo, los sectores militares antiperonistas eran respaldados por un sector importante de la sociedad. Seguramente ese 16 de junio a la noche dicho sector no se lamentó por la pérdida de vidas de argentinos sino porque el golpe contra Perón falló.

¿Por qué se llegó a semejante extremo? Para responder a dicha pregunta habría que analizar un tema tan complejo como es la naturaleza del peronismo. Mucho se ha escrito sobre esta cuestión. En consecuencia, en este espacio me limitaré a señalar algunas ideas. La presencia de Perón en la Rosada jamás fue tolerada por amplias capas sociales. Para millones de argentinos Perón era un nazi que tenía en mente imponer un sistema totalitario. Apenas se sentó en el sillón de Rivadavia el líder de los descamisados demostró que su concepción política nada tenía que ver con los valores consagrados en la constitución de 1853. Las universidades nacionales sufrieron severas purgas que le costaron el puesto a miles de docentes que no comulgaban con el peronismo. La Corte Suprema fue sometida a juicio político y los medios de comunicación tradicionales comenzaron a sufrir todo tipo de hostigamientos. Perón estaba en contra de la democracia liberal y, por ende, de sus principios fundamentales: división de poderes, tolerancia ideológica y religiosa, respeto a los derechos humanos, etc.

Nadie discute las políticas de Perón que elevaron el nivel de vida de la clase obrera y que dieron gran empuja a la industria nacional. Lo que se discute es que no fue un presidente democrático, si por tal entendemos un presidente que respeta al otro por más que piense de manera diferente. Perón fue un extraordinario líder de masas, poseía un carisma inigualable, pero también fue un megalómano, un intolerante y un violento. Su concepción condensada en el libro “La comunidad organizada” nada tenía que ver con la clásica doctrina de la democracia como filosofía de vida consagrada por la tradición anglosajona. Para él su voluntad estaba por encima de todo cuerpo legal vigente, incluida la constitución de 1853. Encarnaba el espíritu de la nación y quien se le oponía pasaba a la categoría de traidor a la patria.

Para Perón no había término medio: o se estaba con él o se estaba en su contra. El antiperonismo fue producto del estilo de conducción de Perón. El bombardeo a Plaza de Mayo fue la situación límite a la que condujo el mesianismo de Perón. La antinomia peronismo-antiperonismo no podía terminar más que con su derrocamiento. Pudo haber sido peor si Eva hubiera estado con vida en septiembre de 1955 o si las fuerzas armadas le hubieran hecho caso a Rojas (quería fusilar a Perón).

El 16 de junio de 1955 el odio a Perón quedó a la vista de todos. Más adelante el odio de los peronistas a los antiperonistas también quedará a la vista de todos. Ese odio produjo el atroz hecho que significó el secuestro y posterior ejecución de Aramburu. Lamentablemente, en pleno siglo XXI un importante sector de la clase política aún sigue apostando por el odio entre argentinos por míseras apetencias electorales.

Rendición

El 14 de junio de 1982 las tropas argentinas al mando del general Mario Benjamín Menéndez se rindieron ante las tropas inglesas al mando del general Jeremy Moore. La noticia conmocionó a la opinión pública. Nos conmocionó. Fue la crónica de una derrota anunciada. La abismal diferencia tecnológica y profesional jugó a favor de Gran Bretaña. Fue el principio del fin de la dictadura militar. La primera reacción de la Junta Militar fue declarar su disolución. A partir de ese momento el gobierno quedó en manos del ejército, que designó presidente de facto al general Bignone para que organizara el difícil proceso de transición a la democracia.

La rendición sepultó el deseo del partido militar de permanecer en el poder un largo tiempo más. A comienzos de 1982 la situación social y económica del país era harto delicada. En diciembre del año anterior el mediocre general Viola había sido reemplazado por el general Leopoldo Fortunato Galtieri, quien al poco tiempo de asumir exclamó que las urnas estaban bien guardadas. El ministerio de Economía fue ocupado por el ortodoxo Roberto Alemann y el de Relaciones exteriores por el conservador Nicanor Costa Méndez. El objetivo de las fuerzas armadas era darle bríos a un proceso militar que languidecía a pasos agigantados.

El 30 de marzo de 1982 la CGT organizó una multitudinaria marcha de protesta en la Plaza de Mayo. La represión fue durísima. La debilidad del gobierno era evidente. El 2 de abril el escenario cambió radical y dramáticamente. Por la mañana el pueblo se enteró de algo sorprendente: un comando había reconquistado las Islas Malvinas sin disparar un solo tiro. Inmediatamente las calles de los princípiales centros urbanos se llenaron de manifestantes y automovilistas agitando la bandera celeste y blanca. El humor social había cambiado por completo. Ahora todo era algarabía, júbilo, entusiasmo. ¡Habíamos recuperado las Malvinas!

En ese momento muy pocos se preocuparon por un tema fundamental: la reacción del gobierno de la premier Thatcher. ¿Aceptaría la orgullosa Gran Bretaña que una dictadura militar reconquistase un territorio que había usurpado en 1833? Pasaron los días y finalmente la duda se disipó por completo: Gran Bretaña envió al Atlántico sur una poderosa flota con la misión de recuperar las islas a sangre y fuego. Mientras tanto, el secretario de Estado de Reagan, el general Alexander Haig, intentó vanamente evitar la guerra. Primó el espíritu beligerante de ambos gobiernos. “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”, arengó Galtieri desde el histórico balcón.

La guerra comenzó el 1 de mayo y se extendió hasta el 14 de junio. En ese lapso hubo de parte de los argentinos actos heroicos que merecieron el reconocimiento y el respeto de los ingleses. Mientras duró el conflicto la prensa, especialmente ATC (Argentina Televisora Color), no hacía más que manipularnos. En un momento llegamos a creer que la victoria estaba cerca. Por eso la rendición golpeó con tanta fuerza en nuestro espíritu. Nos tomó por sorpresa, con la guardia baja. Qué duda cabe que pecamos de una ingenuidad asombrosa.

La rendición acabó con la dictadura militar. A partir de ese momento los militares no tuvieron más remedio que negociar con la clase política el retorno a la democracia. No es cierto que los argentinos recuperamos la democracia. Nosotros no hicimos nada para que ello ocurriera. Votamos el 30 de octubre de 1983 porque Thatcher le ganó a Galtieri. Si hubiera sucedido lo contrario Galtieri hubiera permanecido en el poder por muchos años. Luego de la rendición todos expresamos nuestro enojo y desilusión. ¡Cuánta hipocresía! La reconquista momentánea de Malvinas tuvo un apoyo impresionante del pueblo y de la casi totalidad de la clase dirigente. Luego vino el enojo y la frustración. El pueblo se indignó no porque Galtieri fuera un genocida sino porque perdió la guerra. Por eso se tuvo que ir del gobierno. Sólo porque perdió. Debemos recordar siempre esto.

Horas después de la rendición comenzaba el mundial de fútbol en España. El partido inaugural lo disputaron Bélgica y la Argentina, campeona del mundo. Pegados al televisor nos olvidamos rápidamente de la tragedia que había tenido lugar en Malvinas.

El lanzamiento del Plan Austral

Al comenzar su presidencia Raúl Alfonsín apostó por el keynesianismo en materia económica. Ello explica la designación como ministro de Economía de su amigo Bernardo Grinspun. Lamentablemente, su gestión fracasó. El gran problema económico de aquel momento, la inflación, se agudizó con el correr de los meses lo que obligó a Alfonsín a efectuar un brusco cambio en materia económica. A comienzos de 1985 Grinspun fue reemplazado por Juan Vital Sourrouille, un claro exponente de la ortodoxia económica. Con el apoyo del FMI el presidente y su flamante ministro anunciaron el 14 de junio de ese año el Plan Austral, que en la práctica no fue otra cosa que un duro ajuste sobre el bolsillo del pueblo.

El peso fue reemplazado por el austral y se congelaron tarifas, precios y salarios. Al principio el ajuste logró contener la espiral inflacionaria, lo que le permitió al gobierno ganar con contundencia las elecciones legislativas de medio término. Al concluir 1985 el gobierno se había consolidado como la principal fuerza política del país. El pueblo lo había respaldado en las urnas, la inflación estaba controlada y los máximos responsables del terrorismo de estado habían sido condenados.

Lamentablemente, con el correr de los meses quedó en evidencia el fracaso del ajuste. La inflación resurgió y Alfonsín decidió aplicar nuevos planes de ajuste-el plan primavera, entre otros-que desembocaron en la hiperinflación de 1989. Para colmo, el peronismo había ganado claramente las elecciones de 1987 y a partir de entonces comenzó a oler sangre, como lo hacen los tiburones. En marzo de 1989 Alfonsín se desprendió de un desgastado Sourrouille y lo reemplazó por Juan Carlos Pugliese, quien en ese momento presidía la cámara de Diputados de la Nación. Con Pugliese en Economía la situación económica no hizo más que empeorar. Era evidente que “los mercados” le habían retirado su apoyo al gobierno, lo que fue claramente reflejado por el propio Pugliese al exclamar con dolor “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. El histórico dirigente radical fue rápidamente sustituido por Jesús Rodríguez, un joven e inteligente cuadro de la Coordinadora que nada pudo hacer para enderezar un barco que naufragaba sin remedio.

La victoria de Carlos Menem en mayo le dio el golpe de gracia al gobierno radical. La hiperinflación y los saqueos obligaron a un atribulado Raúl Alfonsín a negociar con el presidente electo la entrega anticipada del poder. Finalmente, el 8 de julio Alfonsín le colocó la banda presidencial a Menem. La inflación rondaba el 200% mensual. Los sucesivos planes de ajuste impuestos por Alfonsín habían fracasado estrepitosamente.

La victoria de Pedro Castillo

No falta mucho para que se confirme de manera oficial la victoria del maestro Pedro Castillo como nuevo presidente incaico. El balotaje fue muy cerrado, a tal punto que pocas décimas separan al ganador de su competidora Keiko Fujimori. Según informes provenientes de Perú a Castillo lo votaron los sectores populares y a Fujimori los sectores más acomodados. Ello significa que la segunda vuelta dejó en evidencia un voto nítidamente clasista.

Castillo es un dirigente de izquierda, progresista, mientras que Fujimori es un emblema del neoliberalismo. Vale decir que hoy el pueblo peruano está dividido en dos mitades, una de izquierda y otra de derecha, antagónicas, irreconciliables. Cuesta imaginar una grieta más profunda que la peruana. Resulta por demás evidente que el arribo de Castillo a la presidencia es fruto de la descomposición política y económica provocada por tres décadas de neoliberalismo. Pero lo que seguramente más motivó a los seguidores de Castillo de votar en masa por el maestro fue la presencia en la segunda vuelta de Keiko Fujimori.

Su apellido aún provoca escozor en millones de peruanos. Su padre es nada más y nada menos que Alberto Fujimori, un dirigente conservador que ganó limpiamente las elecciones presidenciales de 1990. Lo notable fue que en aquella oportunidad Fujimori fue votado por moderados y progresistas para impedir que ganara Mario Vargas llosa, candidato neoliberal. Sin embargo, muy pronto Fujimori se sacó la máscara. En 1992 dio un autogolpe y, reforma constitucional mediante, se presentó en todas las elecciones presidenciales hasta 2000, cuando renunció desde Japón, provocando una feroz crisis política e institucional. El Congreso no la aceptó y declaró su incapacidad moral. En consecuencia, la presidencia quedó vacante. Estando en Chile fue extraditado a Perú (2007) para enfrentar severos cargos penales. En estos momentos se encuentra detenido en el penal de Barbadillo cumpliendo su sentencia.

Para un importante sector del electorado peruano el apellido Fujimori es sinónimo de autocracia, ausencia de libertad, violación a los derechos humanos y corrupción. Para colmo, Keiko Fujimori nada hizo por limpiar el honor de su apellido ya que ella también tiene problemas con la justicia. El recuerdo de la época fujimorista convenció al 50% de los peruanos que concurrieron a votar de apoyar a Pedro Castillo para evitar el retorno a una época nefasta. Más que votar por Castillo lo hicieron en contra de Keiko Fujimori. En la otra vereda los millones de peruanos que apoyaron a Fujimori procuraron impedir la llegada al poder de un dirigente “peligroso” para el status quo.

En definitiva, el 50% que votó por Castillo y el 49% que lo hizo por Fujimori tuvieron algo en común: el miedo al enemigo. Un escenario poco propicio para que florezca una genuina democracia liberal. El gran interrogante es el siguiente: ¿podrá Castillo gobernar en un escenario tan complejo?

El capitalismo ¿es compatible con la autocracia política?

Desde hace tiempo se insiste con la afirmación de que en la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping impera el capitalismo. Ello significa que el capitalismo puede funcionar sin inconvenientes en sociedades sometidas a una férrea autocracia política.

¿Es acertada semejante afirmación? Veamos.

El capitalismo es un sistema económico basado en el principio fundamental de la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad económica. Cuando impera el capitalismo nada impide a los empresarios a apostar por la venta de un producto que satisfaga las demandas de la sociedad. Si lo logra, obtendrá ganancias. En caso contrario, deberá dedicarse a otra actividad. El empresario está sometido, por ende, a la soberanía del consumidor. Es el consumidor, con sus decisiones económicas diarias, quien determina qué empresario es exitoso y qué empresario no lo es. En el capitalismo rige una dura competencia entre quienes se disputan la voluntad de los consumidores.

Así concebido, el capitalismo sólo puede funcionar en una sociedad liberal, democrática y pluralista. Para este régimen económico es fundamental que el estado se dedique a garantizar la educación, la justicia, la salud y la seguridad. En materia económica el estado debe procurar no inmiscuirse, salvo para solucionar graves problemas de injusticia social. El estado debe ser fuerte y eficiente pero respetando siempre la libre iniciativa económica de los ciudadanos.

En este sentido, al menos desde el punto de vista teórico, el capitalismo y la democracia liberal van de la mano. Pero sucede que la historia se ha encargado de brindar numerosos ejemplos de regímenes políticos autocráticos que pusieron en práctica el capitalismo. Uno de los casos más paradigmáticos es el de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile. El pinochetismo fue una autocracia política. La democracia liberal brillaba por su ausencia. Sin embargo, entre 1985 y 1989 el manejo de la economía estuvo a cargo del doctor Hernán Büchi, discípulo de Milton Friedman, uno de los emblemas del neoliberalismo del siglo XX. En el Chile de Pinochet se respetaba la propiedad privada mientras la represión a los opositores era feroz. Reitero la pregunta del título: ¿es compatible el capitalismo con la autocracia política?

Si por capitalismo entendemos sólo la vigencia de la propiedad privada, entonces cabe responder dicha pregunta por la afirmativa. Pero si por capitalismo entendemos, además de la vigencia de ese principio, la libertad económica y la competencia, entonces cabe responder dicha pregunta por la negativa. En el Chile posterior al derrocamiento de Allende no hubo capitalismo porque la libertad económica no existía. Y no existía porque no existía la libertad política y la libertad jurídica. La libertad, conviene siempre recordarlo, es indivisible.

En las autocracias políticas no existe el genuino capitalismo sino, por ejemplo, el denominado capitalismo de amigos que implica el reparto de la torta entre el autócrata y sus amigos empresarios. La propiedad privada es intocable pero ¿cabe hablar realmente de capitalismo? Creo que no. En consecuencia, no se puede afirmar que en Rusia y China impera dicho régimen económico. La razón es contundente: porque la libertad económica no existe. En consecuencia, sólo puede hablarse de capitalismo de amigos o capitalismo de estado, aunque suene contradictorio, pero no de un genuino capitalismo.

Turbulento comienzo de año

2012 comenzó de manera turbulenta. El pueblo todavía no había logrado sacarse de encima los efectos de los festejos de fin de año, cuando una noticia procedente de la provincia de Río Negro lo estremeció: Carlos Soria, gobernador recientemente electo, había fallecido de un disparo en su rostro en confusas circunstancias. La noticia impactó por el momento y el lugar donde se produjo el luctuoso hecho y, fundamentalmente, por la víctima. En efecto, Carlos Soria era, en el momento de su dramático fin, gobernador de una provincia argentina y, además, un dirigente justicialista de una larga trayectoria política. Más identificado con el peronismo de derecha, Soria ocupó la jefatura de la SIDE durante el interinato de Eduardo Duhalde y recibió durísimas críticas de los organismos de derechos humanos por su actuación durante la tragedia de la estación Avellaneda-asesinatos de Kosteki y Santillán-, tragedia que obligó a Duhalde a adelantar los comicios presidenciales. Pasó el tiempo y Soria comenzó a saborear las mieles del poder kirchnerista. El año pasado fue electo gobernador de Río Negro poniendo fin a una larga hegemonía radical.

Justo en el momento en que había logrado jugar nuevamente en las grandes ligas del poder, Soria perdió la vida en un confuso episodio. A partir del momento en que se conoció la tragedia, el pueblo aún no sabe a ciencia cierta qué fue lo que realmente sucedió. Lo único cierto es que Soria murió no de causas naturales, sino de un certero disparo en el rostro. Descartada la hipótesis del suicidio, todo parecería indicar que su señora esposa tuvo un rol protagónico ya que, aparentemente, el matrimonio estaba solo en el momento del terrible desenlace. Su cuerpo fue enterrado ese mismo domingo y a las pocas horas asumió como gobernador su compañero de fórmula, el dirigente del Frente Grande Alberto Weretilneck, fuertemente respaldado por el gobierno nacional.

Por estas horas-5 de enero-la muerte de Soria lejos está de su esclarecimiento. Sus derivaciones pegan en la justicia rionegrina a raíz de las palabras pronunciadas por el presidente del Superior Tribunal de Justicia, Víctor Sodero Nievas, quien aseveró que el flamante gobernador habías emitido información falsa al lanzar la versión del accidente doméstico. La reacción de Weretilneck no se hizo esperar y admitió que evalúa la posibilidad de iniciarle al importante magistrado un juicio político por considerar que fue totalmente imprudente con la causa que investiga las causas del fallecimiento de Carlos Soria. Sodero Nievas no se quedó cruzado de brazos y manifestó con vehemencia que la intención del gobernador de promoverle un juicio político implicaba, lisa y llanamente, una tentativa de golpe de estado. Mientras tanto, todas las miradas se centran sobre la figura de la viuda de Soria, la única persona que habría estado presente en el instante en que el disparo acabó con la vida del conocido dirigente.

Pero la tragedia de Soria no fue el único hecho luctuoso que se produjo durante el despertar del nuevo año. En la madrugada rosarina tres adolescentes, militantes del Frente Darío Santillán, fueron ejecutados en extrañas y confusas circunstancias. La versión de la prensa es la siguiente: aparentemente, los infortunados adolescentes habrían sufrido las terribles consecuencias de haber en el lugar y momento equivocados. El luctuoso hecho se produjo en la villa Moreno y, aparentemente, tres individuos, uno de ellos fuertemente armado, habría ido en la búsqueda de una persona que habría herido unas horas antes al hijo de uno de aquellos individuos. Al llegar al lugar donde esperaban encontrar al agresor, los tres individuos se encontraron con los infortunados jóvenes y los habrían ultimado a balazos. A continuación, se habría producido un tiroteo entre el padre del herido de bala y el agresor del mismo. Lo único cierto es que tres adolescentes fueron fusilados y todo está, hasta el momento, cubierto por una espesa nube negra. Mientras tanto, en la misma provincia de Río Negro, el intendente de Colonia Catrel, Carlos Johnston, estuvo misteriosamente desaparecido por varios días hasta que, finalmente, logró ser localizado en la provincia de Santa Cruz.

Estos dramáticos hechos no tendrían, en principio, ningún tipo de connotación política. Pero conviene ser precavidos. Nunca hay que olvidar que estamos en la Argentina. Primero fue el economista Heyn, quien fue encontrado muerto en Uruguay mientras se celebraba un encuentro entre presidentes latinoamericanos. Luego, los hechos narrados precedentemente. Lo llamativo es que se produjeron de manera consecutiva y en menos de un mes. Si uno se dejara llevar por la imaginación y la paranoia, estaría tentado a lanzar la hipótesis de la desestabilización política.

El otro acontecimiento que provocó un cimbronazo político fue la operación a la que fue sometida la presidenta. El 27 de diciembre el vocero presidencial anunció por televisión que Cristina padecía un carcinoma en el lado derecho de la glándula tiroides y que se iba a operar el 4 de enero en el Hospital Universitario Austral. Confieso que un frío glacial me corrió por la columna vertebral. Seguramente, lo mismo les debe haber pasado a millones de argentinos. La salud presidencial es una cuestión de Estado y debe ser tratada con la seriedad que el tema merece.

Este episodio, afortunadamente con excelente pronóstico, puso en evidencia el carácter hiperpresidencialista de nuestro sistema político. En la Argentina el presidente es un cuasi monarca limitado por la Constitución Nacional. De ahí lo vital que resulta la presencia de una oposición seria y responsable para evitar una excesiva concentración del poder en las manos presidenciales. A partir del 23 de octubre hay en nuestro país un sistema de gobierno hiperpresidencial. Cristina es la suprema detentadora del poder y todo el funcionamiento del estado pasa por sus manos. En consecuencia, cualquier trastorno de su salud no puede menos que provocar temblores en todo el andamiaje estatal. Afortunadamente, las manos expertas del doctor Saco permitieron que el país no se descarrilara. No quiero ni pensar lo que hubiese sucedido si la operación hubiera fracasado.

Una vez más, quedó patéticamente en evidencia la vigencia del “viva el cáncer”, esa espeluznante expresión que fue volcada por escrito sobre las paredes de numerosos hogares argentinos cuando se supo del cáncer que afectaba a Evita en la década del cincuenta del siglo pasado. Inmediatamente después de saberse la enfermedad que aquejaba a la presidenta, los diarios en Internet se llenaron de mensajes que me provocaron vergüenza ajena. Todos ellos coincidían en festejar burlonamente la desgracia de Cristina y, lo que es peor, en desearle la muerte. Seguramente, estos energúmenos aguardaron ansiosamente el desenlace de la operación para festejar si pasaba lo que deseaban fervientemente que ocurriera. Como la intervención fue exitosa, algunos no tuvieron mejor idea que abonar la hipótesis de un asesinato para terminar de una vez por todas con el cristinismo. Seguramente se trata de una broma macabra pero que en nada ayuda a fortalecer la democracia.

Hay que reconocer que todo el arco opositor manifestó públicamente su deseo de la pronta recuperación de Cristina. Incluso Hugo Moyano, fuertemente enfrentado con el gobierno nacional, reconoció que se sintió consternado al enterarse de la enfermedad presidencial. En hora buena. A partir de ahora y mientras Cristina esté convaleciente, el país se parecerá a una laguna. Es más que probable que no surjan de aquí al 24 de enero cuestiones que alteren los nervios de la presidenta, porque si ello llegara a ocurrir la imagen positiva de Cristina se iría por las nubes. En estos momentos la inmensa mayoría del pueblo está junto con su presidenta, rezando a cada minuto por su pronto regreso a la Casa Rosada. De ahí que cualquier dirigente de la oposición que se le ocurriera decir algo fuera de lugar, no haría más que robustecer la imagen positiva presidencial.

Cristina está gozando de un más que merecida luna de miel. Hasta el 24 d enero nadie osará cuestionarla, criticarla, atacarla. Pero luego del alta médica, el poder las esperará para imponerle, como a cualquier presidente, sus implacables reglas.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 11/1/012

Autoridad moral

El diario español ABC acaba de publicar una nota donde, entre otras barbaridades, califica a la presidenta de la nación de “reina autoritaria”. Desde ya que, en defensa del derecho a la libertad de expresión, afirmo que ese diario está en todo su derecho a manifestarse como le plazca, aunque, como en este caso, agravie gratuitamente a la presidenta de un país que supo abrirle las puertas a millones de españoles que escapaban de su tierra jaqueados por el hambre y la desesperación.

Resulta por demás ofensivo que un diario de un país donde cuarenta años soportó sin inmutarse la dictadura fascista de Francisco Franco, donde legitima una monarquía corrupta, donde la mayoría del electorado ha votado a políticos como José María Aznar, Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, donde se destruye la carrera judicial de un juez que tuvo la osadía de intentar investigar los crímenes del franquismo, ataque tan arteramente a una presidenta que fue plebiscitada en octubre pasado.

España carece de autoridad moral para hacerlo. Pero estos ataques no son nuevos. La derecha española jamás toleró al kirchnerismo. Obvio, se sentía más a gusto con Carlos Menem. No soporta que en el país más austral del Latinoamérica se apliquen políticas que nada tienen que ver con el ajuste, se desarrolle una política de derechos humanos basada en la verdad y la justicia, se impida el accionar impune de las corporaciones, se desafíe las reglas de juego impuestas por la dictadura del capital luego de la caída del Muro de Berlín. La derecha española, la igual que el dictador Jorge Rafael Videla, no soporta a la presidenta de la nación, lo que constituye para el cristinismo un verdadero honor.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 22/2/012

Tragedia ferroviaria

Una tragedia ferroviaria acaecida en la estación Once nos ha conmovido. Algunas escenas que se vieron por televisión no han hecho más que poner en evidencia el desprecio inaudito que empresarios inescrupulosos y políticos venales tienen por el ser humano. El segundo coche del tren Sarmiento se había incrustado en el primero, a raíz de lo cual decenas de pasajeros quedaron inmovilizados y atrapados, unos encima de otros, entre hierros retorcidos. Una trampa mortal. Alrededor de cincuenta personas fallecieron y unas seiscientas resultaron heridas, algunas de ellas de gravedad. No sería de extrañar que con el correr de las horas se incremente el número de víctimas fatales.

Lamentablemente, los caranchos que pululan por ahí no desaprovecharon la tragedia y se hicieron ver por televisión, presentándose como los abanderados de la ética política y los salvadores de la clase trabajadora. Resultó una afrenta para los muertos y mutilados ver, entre otros dirigentes, a Luis Juez y a representantes de la izquierda, sacando pecho delante de las cámaras de televisión para intentar sacar un mísero rédito político. Una vergüenza. También lo fueron las palabras del secretario de Transporte, que trataba de explicar lo que había acontecido en Once como si se hubiera tratado de un pequeño roce entre dos autos en corrientes y 9 de Julio.

Lo acontecido en Once fue producto de la negligencia criminal de TBA, de la complicidad, también criminal, de políticos situados en las más altas esferas y de la impotencia de la dirigencia gremial de los ferroviarios. Lo lógico sería que los dueños de TBAS y quienes desde el gobierno nacional nada hicieron por evitar esta tragedia, reciban el castigo que les corresponde. A mi entender, es altamente improbable que ello suceda. Con una justicia muy cuestionada, no resultará sencillo investigar hasta las últimas consecuencias las responsabilidades empresariales y políticas de este luctuoso hecho. Mientras tanto, los ciudadanos que utilizan a diario este miserable transporte ferroviario seguirán siendo considerados por los poderosos como pequeñas tuercas de un engranaje inhumano.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 23/2/012

Exigencia ética

Todos seguimos conmovidos por la tragedia de la estación Once. Difícil será olvidar las escenas de ese tren reducido a escombros en sus primeros vagones, de esos pasajeros atrapados sin salida, de la desesperación de aquellos familiares que aún no encuentran a sus seres queridos. Una mezcla letal de negligencia, desaprensión, afán ilimitado de ganancias, falta de respeto por la dignidad humana y complicidad política, hicieron posible que la estación Once se transformara durante algunas horas en lo más parecido al infierno.

Me provocó náuseas las palabras de Roque Cirigliano, director de Material Rodante y miembro del clan que maneja TBA. Típico de empresarios inescrupulosos, dijo sin ruborizarse que el estado de los trenes en general es aceptable, a horas de haberse producido uno de los peores accidentes ferroviarios de nuestra historia. ¡Qué falta de respeto por los muertos, los heridos y los familiares dominados por la angustia! Todo un símbolo del capitalismo salvaje.

Me disgustó la “conferencia de prensa” del secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi (supongo que renunciará en las próximas horas) y del ministro de Planificación Federal, Julio de Vido. Anunciar pomposamente que el gobierno nacional se constituirá como particular querellante en la causa es, a mi entender, una miserable estrategia tendiente a ganar tiempo, a parar la pelota (en el lenguaje del fútbol). Como bien dice Mario Wainfeld hoy en página/12, el gobierno nacional ha decidido judicializar la política, confiando en que un antiguo juez de la “servilleta” hará justicia. a mi entender, la presidenta de la nación debería haber tomado decisiones draconianas-dar por finalizada la concesión del sistema ferroviario a TBA-para demostrar de qué lado está. Aún está a tiempo. Le sobran personalidad y coraje. El respeto por la memoria de quienes perdieron absurda y trágicamente la vida en Once así lo exige.

(*) Carta de lectores publicada en el Informador Público el 24/2/012.

Cuando sobrevuelan los caranchos

Si algo le faltaba a la tragedia de Once para configurar un panorama aterrador, se produjo ayer con el tardío descubrimiento del cadáver de un joven en uno de los vagones de la formación que protagonizó el choque mortal. La reacción de sus familiares y amigos no se hizo esperar. La furia invadió la estación y al poco tiempo apareció un grupo que nada tenía que ver con la tragedia para arremeter contra todo y contra todos, con el evidente propósito de aprovechar el malhumor reinante para sembrar el caos. Esa fuerza de choque fue uno de los tantos caranchos que sobrevolaron (y siguen haciéndolo) sobre la zona del horror. Otros caranchos fueron los abogados que se acercaron al instante del choque para ofrecer sus servicios a las víctimas, con el evidente propósito de lucrar con la tragedia. También merecen mencionarse aquellos que no titubearon en agredir a la policía, ofuscados porque la estación había dejado de funcionar y no podían retornar a sus hogares.

Pero no fueron los únicos caranchos que sobrevolaron (y siguen haciéndolo) sobre la zona del horror. Hay que mencionar aquellos periodistas “especializados” en el cultivo del morbo, que aguardan pacientemente que estos hechos espeluznantes se produzcan para entrar en acción. Delante de las cámaras se muestran compungidos y dolidos, pero en su intimidad festejan ante cada muerte que se produce de manera violenta. Jamás lo reconocerán públicamente, pero cuando se acuestan cada noche rezan para que al día siguiente se produzca algo como lo de Once. Son los delincuentes del periodismo, verdaderas lacras que prostituyen una noble y digna actividad.

Finalmente, están aquellos caranchos que sobrevuelan (y siguen haciéndolo) con la abyecta intención de obtener alguna tajada política. Al igual que los innobles periodistas, aguardan pacientemente que tragedias como la de Once estremezcan al pueblo para descargar toda su furia contra el gobierno nacional, especialmente contra la “villana perfecta”, la presidenta de la nación. Estos caranchos están rezando para que la semana entrante se produzca algo semejante-si es peor, mejor todavía-para esmerilar la autoridad presidencial, para invitar al pueblo a que salga a la calle, cacerolas en mano, para recrear el fatídico diciembre de 2001.

Lo peor de la condición humana emergió en la estación de Once. Los residuos de la sociedad argentina dijeron presente para observaron regocijo el desastre que se había producido, calculando cuánto daño podía provocar a la imagen presidencial. ¡Qué asco!

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 26/6/012.

Cristina y la tragedia ferroviaria

La presidenta de la nación encabezó la conmemoración de los doscientos años de la creación de nuestra enseña patria en el Monumento Nacional a la Bandera, a orillas del río Paraná. Luego de enaltecer a Belgrano, hacer un resumen de su gobierno y aludir a la soberanía de las Malvinas, tocó el tema que acaparó la atención popular en los últimos días: la tragedia de Once

Los días posteriores al desastre ferroviario le sirvieron para templar su ánimo. En Rosario se la vio enérgica y decidida, lo que enfervorizó a la militancia presente. Afirmó que el país necesitaba un sistema ferroviario, que era fundamentalmente saber qué fue lo que realmente pasó en Once y por qué. Por último, exclamó que la pericia para determinar los responsables directos e indirectos no podía extenderse por más de quince días. Estas palabras calmaron los nervios de todos, especialmente los de los familiares que perdieron a sus seres queridos en las dramáticas mañana del miércoles 22.

Resultó gratificante la ausencia del secretario de Transporte. A mi entender, su `presencia en el gabinete nacional ofende a los familiares y, fundamentalmente, a la memoria de quienes perdieron trágicamente la vida en Once. Estuvo presente, sin embargo, la ministra de Seguridad, Nilda Garré, quien no estuvo feliz cuando manifestó que el joven Lucas había sido imprudente al situarse en el tren de la muerte en un lugar prohibido para pasajeros.

Luego de varios e interminables días, la presidenta finalmente habló. Prometió mucho. Ojalá que a partir de ahora, esas promesas se traduzcan en hechos. Así lo exigen, desde el más allá, 51 almas que aún no descansan en paz.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Publico el 8/3/012

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