Por Carlos Tórtora.-

Nuevas encuestas se van sumando a la lista que indica que las probabilidades de que haya ballotage aumentan. En las PASO del 9 de agosto, el 38,5% obtenido por Daniel Scioli lo hacía aparecer cerca de alcanzar el 45% en primera vuelta y definir así la contienda. Pero las sucesivas torpezas cometidas por el gobernador, más los efectos preocupantes de las crisis de China y Brasil y la escalada del dólar blue terminaron por diluir el clima triunfalista imperante en el kirchnerismo. A esto se le sumó que CFK no ocultó su disgusto con Scioli y, para hacerlo más explícito, retomó sus cadenas nacionales demostrando que sigue llevando la voz cantante. Como anteayer, en la celebración del Día de la Industria, cuando desarrolló una larguísima exposición sobre el modelo económico vigente, destinada aparentemente a dejar en claro que Scioli, si es presidente, sólo deberá remitirse a redoblar la apuesta para continuar aplicando las mismas recetas de los últimos doce años. En este tren de cosas, algunos arriesgan que la presidente estaría llevando adelante un juego peligroso y audaz: tratar de que Scioli gane en el ballotage gracias a una polarización total del electorado en la cual ella tendría el rol estelar. De pie en los palcos, Cristina convocaría a la unidad de todas las fuerzas progresistas para frenar “el retorno de la derecha”. A su lado, el gobernador bonaerense aparecería como un muñequito de torta, dependiente y sumiso, a la espera de que la madre del régimen lo salve de la derrota. De este modo -si le sale bien, claro está- ella sería la gran ganadora de la elección y retendría una mayor cuota de poder que si Scioli gana en primera vuelta. En este último caso, los análisis subrayarían sobre todo el crecimiento político del candidato. En cambio, en un escenario inédito de segunda vuelta, ella podría convertirse en la gran figura que venció a Mauricio Macri y aseguró la continuidad del proceso revolucionario.

Una barrera imprevista

De ser cierto este plan, la presidente sería capaz de llevar las cosas cada vez más lejos, haciéndole la vida imposible a su candidato, impidiéndole que tome vuelo y, sobre todo, que exhiba un perfil propio. Este supremo esfuerzo cristinista por mantener la hegemonía coincide con lo que está ocurriendo con las mediciones y con las razones de las mismas. Para ganar el 25 de octubre con el 45% de los votos, Scioli necesitaría por lo menos captar no menos de 3 ó 4 puntos de sufragios massistas. Es decir, de peronistas disidentes que, ante el peligro del ballotage y del triunfo de Macri, se vuelquen al Frente para la Victoria para evitar males mayores.

Pero nada de esto está ocurriendo. Massa conserva su núcleo duro de 20 puntos, consolidado como tercera fuerza, aunque bastante abajo de Macri. Se puede especular con que, si hay segunda vuelta, buena parte del massismo correría en auxilio de Scioli para combatir el supuesto antiperonismo de Macri. Pero lo cierto es que nada indica que este fenómeno se esté adelantando para el 25 de octubre.

La casi imposibilidad de Scioli de captar más votos peronistas se vuelve más dramática por cuanto las circunstancias -y el cristinismo- le impiden crecer entre los votantes independientes. Así es que, atrapado entre la espada y la pared, el sciolismo se revuelve en su impotencia por salir de este pantano.

Las cosas no se dieron para nada como estaban previstas y el gran obstáculo en su camino no es hoy Macri sino Massa. La pregunta, obvia, ya está en el aire: ¿estos dos últimos están tejiendo un pacto para repartirse el poder?

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